Fundamentos bíblicos de la doctrina del pecado original
Versión: 05-11-15
Carlos Aracil Orts
1. Introducción*
Estimado hermano Abraham, me alegro de que me hagas la consulta siguiente porque es muy importante:
“Dios te bendiga Carlos. ¿Me podrías hablar un poco sobre Romanos 5:14? Específicamente donde dice: ‘Aun en los que no pecaron a la manera de la transgresión de Adán’. Sabemos que pecado es desobediencia a Dios, como lo hizo Adán. Pero siento como que hay algo más profundo en este versículo….. Gracias, Dios te bendiga. Me gustaría escuchar de ti” (Abraham).
Lo primero de todo que siempre debemos hacer para entender un texto es analizarlo en su contexto, que es el siguiente:
Romanos 5:12-19: Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron. (13) Pues antes de la ley, había pecado en el mundo; pero donde no hay ley, no se inculpa de pecado. (14) No obstante, reinó la muerte desde Adán hasta Moisés, aun en los que no pecaron a la manera de la transgresión de Adán, el cual es figura del que había de venir. (15) Pero el don no fue como la transgresión; porque si por la transgresión de aquel uno murieron los muchos, abundaron mucho más para los muchos la gracia y el don de Dios por la gracia de un hombre, Jesucristo. (16) Y con el don no sucede como en el caso de aquel uno que pecó; porque ciertamente el juicio vino a causa de un solo pecado para condenación, pero el don vino a causa de muchas transgresiones para justificación. (17) Pues si por la transgresión de uno solo reinó la muerte, mucho más reinarán en vida por uno solo, Jesucristo, los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia. (18) Así que, como por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres, de la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación de vida. (19) Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos.
Estos versículos son muy importantes porque en ellos se basa la doctrina del pecado original, que como tú puedes saber comprende dos aspectos:
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- “El pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres” (Ro. 5:12). Es decir, desde que Adán y Eva pecaron, la humanidad perdió la vida eterna, y desde entonces todos somos mortales, y, algún día tenemos que morir.
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- Como consecuencia de la entrada del pecado en el mundo, todos los seres humanos nacemos con una naturaleza contaminada por el pecado; es decir, una naturaleza carnal inclinada a pecar, y, que necesita ser regenerada por el Espíritu Santo para poder entrar en el Reino de Dios. Así lo afirmó Jesucristo: “que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Juan 3:3). Y también: “Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es. (7) No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo” (Juan 3:6,7). Veamos también su contexto:
Juan 3:3-7: Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios. (4) Nicodemo le dijo: ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer? (5) Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. (6) Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es. (7) No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo.
En lo que resta voy a tratar de desarrollar esos dos aspectos que son fruto del pecado que cometió la Primera Pareja humana.
2. Fundamentos bíblicos de la doctrina del pecado original
Por lo tanto, se hace imprescindible estudiar los textos claves de la doctrina del pecado original que se encuentran en el capítulo cinco de la epístola de san Pablo a los Romanos (5:12-21), especialmente el versículo doce; el cual es algo difícil de entender tal como aparece traducido en todas, o casi todas, las versiones actuales de la Biblia. Vamos a leerlo y analizarlo:
Romanos 5:12: Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron.
He podido consultar más de treinta traducciones de la Biblia, y todas ellas –excepto una, cuya versión transcribiremos más abajo– expresan la misma idea: la muerte que experimenta la humanidad es consecuencia del pecado de Adán; porque como él pecó, y puesto que representaba a toda la humanidad, la muerte se propagó a todos los seres humanos.
Sin embargo, la última cláusula del texto citado añade “por cuanto todos pecaron”; lo que daría a entender que la muerte que todos conocemos –la muerte primera, la que la Biblia describe como un sueño (ver Juan 11:11,14; Hch. 7:60; 1 Co. 15:6,20; etc.)– es consecuencia no del pecado original sino de nuestros pecados personales; lo que supone una contradicción con la parte primera del versículo doce que asevera ser causada por el pecado de Adán; es decir, todo ser humano irremisiblemente morirá en cualquier caso, aunque no haya pecado nunca, si esto último fuera posible. Porque si la muerte fuera la consecuencia de nuestras acciones malvadas entonces ¿cómo explicaríamos que también ha habido millones de niños que, antes de llegar a una edad en la que se les pudiera haber hecho responsables de sus actos, –por tanto, sin haber podido pecar nunca– hayan muerto? Léanse, por ejemplo, los siguientes textos:
Mateo 19:13-15: Entonces le fueron presentados unos niños, para que pusiese las manos sobre ellos, y orase; y los discípulos les reprendieron. (14) Pero Jesús dijo: Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de los cielos. (15) Y habiendo puesto sobre ellos las manos, se fue de allí.
Parece, pues, lógico deducir que, según la primera parte del texto antes citado (Ro. 5:12), lo que se transmite no es el pecado de Adán sino la muerte: “Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres” (Romanos 5:12 pp.); es decir, aunque no somos responsables del pecado de Adán, porque no pudimos cometerlo, Dios nos lo imputa por el principio de representatividad aludido antes, y, al igual que Adán, consecuentemente, todos también hemos perdido la vida eterna, “Porque la paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23 pp.).
Sin embargo, Dios –que no abandona a la humanidad a las consecuencias de la rebelión de la Primera Pareja humana– provee una salida justa: “mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 6:23). Es decir, en Adán perdemos la vida eterna, pero “el postrer Adán” (1 Corintios 15:45) –Jesucristo– obtiene la vida eterna que perdió Adán, y la concede gratuitamente a todo el que la quiera y aprecie el sacrificio expiatorio de Cristo, ejerciendo fe en su poder salvador, por medio de su Espíritu Santo y su Palabra (Ap. 3:20-22; 22:17).
Apocalipsis 3:20-22: He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo. (21) Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono. (22) El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias.
Apocalipsis 22:17: Y el Espíritu y la Esposa dicen: Ven. Y el que oye, diga: Ven. Y el que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente.
Esta deducción –la de que la muerte primera es únicamente consecuencia del pecado original– es confirmada como verdadera por otros textos, como, por ejemplo, los siguientes: “Porque por cuanto la muerte entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los muertos. (22) Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados” (1 Corintios 15:21-22).
Y a la misma conclusión se llega mediante los pasajes bíblicos que culminan la argumentación del apóstol Pablo en el capítulo cinco de su epístola a los Romanos, que son los que siguen al versículo doce mencionado; de los cuales citamos a continuación solo a partir del versículo dieciséis, para no extendernos demasiado:
Romanos 5:16-19: Y con el don [es decir, la vida eterna] no sucede como en el caso de aquel uno que pecó; porque ciertamente el juicio vino a causa de un solo pecado para condenación, pero el don vino a causa de muchas transgresiones para justificación. (17) Pues si por la transgresión de uno solo reinó la muerte, mucho más reinarán en vida por uno solo, Jesucristo, los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia. (18) Así que, como por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres, de la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación de vida. (19) Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos.
Con la anterior premisa o argumentación en mente, podemos entender mucho mejor lo que san Pablo argumenta: “por la transgresión de uno solo reinó la muerte” […] por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres […] por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores” (Ro. 5:17-19). Es decir, por la transgresión –desobediencia o pecado– de Adán vino la muerte a todos los seres humanos, porque en él pecaron todos “antes de nacer”, y por eso fueron condenados –como Adán– a la pena de “muerte temporal” (muerte primera = sueño o inconsciencia total hasta la resurrección), con independencia de que además todos cometieran pecados personales durante sus vidas terrestres.
Esa conclusión demuestra una vez más que la Palabra de Dios no se puede comprender correctamente sino se comparan los textos relacionados entre sí, pues unos arrojan luz sobre los otros, aclarando, ampliando o añadiendo algún detalle, como los que acabamos de citar; además, ciertos textos que son claves, es bueno compararlos en otras versiones o traducciones de la Biblia.
A este respecto, y como habíamos anticipado, presento a continuación la única versión, que he encontrado, que traduce de forma distinta la última cláusula de Romanos (5:12): “en quien todos pecaron”, en lugar de “por cuanto todos pecaron”
Sagrada Biblia-Versión de la LXX al español por Guillermo Jünemann (Jünemann):
Romanos 5:12 (Jünemann): Por esto, así como por un hombre el pecado en el mundo entró, y, por el pecado la muerte; y así a todos los hombres la muerte pasó; en quien todos pecaron;
Aquí podemos comprobar que desaparece la contradicción que señalábamos antes, pues la última frase se traduce por “en quien todos pecaron”, en lugar de “por cuanto todos pecaron”. Queda, pues, claro que la preposición más el pronombre relativo –“en quien”– se refieren a Adán –el primer hombre que pecó–: “en quien [Adán] todos –la humanidad entera de todas las edades– pecaron”; luego la muerte primera no es consecuencia de nuestros pecados personales sino de la transgresión o desobediencia de Adán, la cual se imputa a “todos” –la humanidad entera– : “Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos” (Romanos 5:19); es decir, al igual que es imputado a la humanidad el pecado de Adán, y por el pecado viene la muerte a todos, por la fe en Jesucristo viene la justificación por gracia, y con ello la vida eterna que perdió Adán: “Pues si por la transgresión de uno solo reinó la muerte, mucho más reinarán en vida por uno solo, Jesucristo, los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia. (18) Así que, como por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres, de la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación de vida. (Romanos 5:17-18).
Llegado a este punto, he de reconocer que no hubiera sabido que en el pasaje clave –Romanos 5:12–, los traductores durante siglos habían omitido traducir las palabras “en quien” o “ en el cual” hasta que leí el libro titulado “Jesús de Nazaret II (Su Persona y sus Obras)” del autor don Pedro de Felipe del Rey, Licenciado en Teología y Filología románica–, que tuve el privilegio de conocer porque él me contactó a través de mi web, comunicándome que había publicado algunos libros, entre los que se encontraba el citado, del que extraigo los siguientes párrafos:
“14) Por tanto, el resultado fue que el Concilio de Trento impuso la doctrina de Agustín sobre la transmisión del pecado original fundada en Romanos 5:12; pero la letra de ese texto quedó con la supresión del pronombre relativo “ᾧ” (=al “in quo” latino), que había escamoteado Erasmo; y así está ahora el texto de todas las Biblias; eso dio lugar a la creencia de que cada persona muere por sus pecados personales. Esa creencia la estableció Erasmo por dos caminos:
a) En primer lugar, al suprimir el pronombre griego relativo “ᾧ” = al “in quo” latino, cortó la relación del pecado de todos los hombres con el pecado de Adán (en contra de Agustín); por tanto, cada uno muere por sus pecados personales, cosa que es imposible según el texto griego, que dice: “porque en el cual (=“ᾧ” ) todos pecaron”; esto significa que sí pecaron en Adán (Adán es el complemento circunstancial de lugar en el que pecaron); y ¿cuándo pecaron?, pues cuando Adán pecó, pecaron juntos con él, al mismo tiempo que él; por consiguiente, todos pecaron antes de haber nacido; es decir, cuando Adán pecó, adquirió la mortalidad para todos, porque todos pecaron en él y con él; por tanto, es imposible que la muerte mencionada en Romanos 5:12,sea por causa de los pecados personales de cada persona; esto establece de forma concluyente que, al producirse la muerte, no hay un alma inmortal e inmaterial, que vaya al cielo, al infierno o al purgatorio por causa de sus pecados personales; por esto, tras la muerte, no hay ningún juicio hasta que llegue la resurrección; entonces, Cristo decidirá adónde va cada uno por causa de sus pecados personales, según Juan 5:28-29; 2 Corintios 5:10; 2 Timoteo 4:1; es decir, los pecados personales se pagan después de la resurrección; por consiguiente, la muerte actual sólo es por causa del pecado de Adán, y consiste en un sueño hasta la resurrección, según 1 Tesalonicenses 4:13-18; 1 Corintios 15:21-23; etc.”
(Párrafo 14, página 306-307 de “Jesús de Nazaret II (Su Persona y sus Obras)” del autor don Pedro de Felipe del Rey) (1).
3. ¿Tienen una naturaleza pecadora todos los seres humanos desde que nacen hasta que mueren que les inclina a pecar? ¿Hasta qué punto somos libres para pecar o no pecar?
Este es un tema en el que tampoco hay un acuerdo o consenso completo en el cristianismo. La historia de la Iglesia cristiana registra posturas muy enfrentadas al respecto. Desde Pelagio hasta Calvino pasando por Agustín de Hipona, Martín Lutero, Erasmo de Rotterdam, Jacobo Arminio, etc. Pero no puedo evitar afrontarlo de nuevo, porque es muy importante conocer los argumentos bíblicos al respecto. Recordemos a continuación lo que dijeron el rey David (Salmos 51:5) y el apóstol Pablo (Romanos 5:19):
Salmos 51:5: He aquí, en maldad he sido formado, Y en pecado me concibió mi madre.
Romanos 5:19:Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos.
¿Son los niños sin uso de razón, los que no han podido cometer aún pecados personales, pecadores? O bien ¿nacen todos los niños puros e inocentes y son la educación que reciben y la influencia de la sociedad las causas de que su primigenia pureza se transforme en impureza, y se tuerzan, perviertan o depraven convirtiéndoles en pecadores? ¿Podemos encontrar a alguna persona que nunca haya pecado? ¿Qué dice la Biblia al respecto?
Las Sagradas Escrituras afirman “que todos están bajo pecado”, y que “No hay justo, ni aun uno”, “por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:9,10,23). Esta es una verdad bíblica fundamental que se confirma continuamente mediante nuestro vivir cotidiano, y se hace evidente diariamente porque constantemente lo estamos experimentando; ¿existe alguien que haya conocido a alguna persona perfecta que nunca haya pecado por acción –palabra/obra–, omisión, pensamiento o intención?
1 Juan 1:10: Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él [Dios-Jesucristo] mentiroso, y su palabra no está en nosotros.
Nadie sensato negará esta realidad: todos somos pecadores; pero ¿son también pecadores los niños sin uso de razón, a los cuales no se les puede atribuir ningún pecado personal, puesto que no son responsables de sus actos? ¿Son pecadores porque nacen así, es decir, inocentes pero con una naturaleza humana contaminada por el pecado?
Si decimos que el ser humano nace puro, acto seguido, deberíamos preguntarnos, ¿cómo de puro? ¿En qué consistiría esa pureza? ¿Solo porque su cerebro y conciencia son vírgenes? Pero ¿no se heredan, también, ciertas tendencias, debilidades y fortalezas de la carne, junto con cierto temperamento?
La Palabra de Dios, confirmada por nuestra experiencia, nos dice que esa es la realidad: todos nacemos con una naturaleza carnal pecaminosa, o inclinada al pecado, es decir, “el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente” (1 Corintios 2:14). Y San Pablo insiste: “Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden” (Romanos 8:7); “Porque sabemos que la ley es espiritual; mas yo soy carnal, vendido al pecado” (Romanos 7:14). Esta es la condición que tienen todos los seres humanos desde que nacen físicamente.
Por lo tanto, todo ser humano nace siendo incapaz de entender “las cosas que son del Espíritu de Dios”, y en “enemistad contra Dios”; características que, al ser propias de la naturaleza humana carnal, permanecen hasta que se produce la conversión y el nuevo nacimiento que procede del Espíritu de Dios; y, aunque nuestra débil naturaleza carnal no termina sino con la muerte primera, desde el momento de la regeneración, el creyente ya no se deja llevar por los deseos o concupiscencias de la carne (Santiago 1:12-18) –entiéndase que éstos no son solo los que se refieren al sexo, sino los que abarcan todos los aspectos humanos– porque es guiado por el Espíritu de Dios (Romanos 8:14), y lo carnal es controlado por el Espíritu Santo que mora en él, siendo solo entonces cuando ya no vive “según la carne, sino según el Espíritu” (Romanos 8:9).
Seguramente, ahora comprendemos mejor por qué dijo Jesús, “que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Juan 3:3). Y también: “Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es. (7) No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo” (Juan 3:6,7). Veamos algo de su contexto:
Juan 3:3-7: Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios. (4) Nicodemo le dijo: ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer? (5) Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. (6) Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es. (7) No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo.
Por lo tanto, en el Reino de Dios no pueden entrar los que no sean “guiados por el Espíritu de Dios”, pues solo “éstos son hijos de Dios”; “Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados” (Romanos 8:14,17).
Tanto Jesús como el Padre nos piden: “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (Mateo 5:48). Jesús en ese capítulo habla de la ley moral, cuyo cumplimiento no debe ser legalista, pues no basta con no transgredir externamente sus mandamientos sino que va mucho más lejos, a las intenciones del corazón humano; lo que quiere decir que la ley moral no se cumple con actos voluntariosos que provengan de una persona no convertida que se limita a obedecer exteriormente una, más o menos, larga lista de mandamientos, sino que nos exige: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. (38) Este es el primero y grande mandamiento. (39) Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22:37-39).
Sin embargo, esta exigencia es imposible de cumplirla en “la carne” porque en ella impera “la ley del pecado” (Romanos 7:25). Veamos parte del razonamiento de San Pablo:
Romanos 7:14-25: Porque sabemos que la ley es espiritual; mas yo soy carnal, vendido al pecado. (15) Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago. (16) Y si lo que no quiero, esto hago, apruebo que la ley es buena. (17) De manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí. (18) Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. (19) Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. (20) Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí. (21) Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí. (22) Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; (23) pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros. (24) ¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte? (25) Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado.
Aunque el ser humano tiene libertad para elegir entre multitud de opciones posibles, porque nadie coacciona su voluntad, cuando vive carnalmente suele ser esclavo de sus pasiones y deseos; pero la única verdadera libertad es la de reconocer la Verdad que es Cristo (Juan 8:31-36; Romanos 6:16-22), para, de esta manera, recibir su Espíritu para vencer los deseos de la carne y “la ley del pecado” con “la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús” (Juan 8:31-36; Romanos 8:2).
4. ¿Cuál fue la solución divina al problema causado por la pecadora humanidad?
Dios nos libra de la ley del pecado y de la muerte (la muerte segunda) dándonos Su Espíritu cuando aceptamos a Cristo como Salvador y Redentor. Pero mejor veamos cómo nos lo relata el gran apóstol Pablo:
Romanos 8:1-4: Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. (2) Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte. (3) Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne; (4) para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.
Es decir, la ley moral ya no puede condenarnos porque “nuestro viejo hombre –lo carnal– fue crucificado juntamente con él [Cristo], para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado. (7) Porque el que ha muerto, ha sido justificado del pecado. (8) Y si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con él” (Romanos 6:6-8).
Romanos 8:5-17: Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu. (6) Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz. (7) Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden; (8) y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios. (9) Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él. (10) Pero si Cristo está en vosotros, el cuerpo en verdad está muerto a causa del pecado, mas el espíritu vive a causa de la justicia. (11) Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros. (12) Así que, hermanos, deudores somos, no a la carne, para que vivamos conforme a la carne; (13) porque si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis. (14) Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios. (15) Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! (16) El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. (17) Y si hijos, también herederos;(A) herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados.
5. Conclusión
El pecado de Adán nos ha constituido en pecadores (Ro. 5:19); pero esto no puede ser una excusa para pecar, porque nadie nos coacciona a ello; por otro lado, Dios nos ofrece su Gracia cuando creemos en Jesucristo, por medio de su Palabra y del Espíritu Santo.
La salvación eterna de los seres humanos se alcanza solo mediante la fe; es decir, Dios es el que salva mediante la fe del creyente (Ro. 3:24,28; Ef. 2:8,9), sin las obras de la ley (Ro. 3:28; 4:3-5; Gá.3:16).
Efesios 2:8-9: Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; (9) no por obras, para que nadie se gloríe.
Romanos 3:24: siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús,
Romanos 3:28: Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley.
Romanos 4:3-5: Porque ¿qué dice la Escritura? Creyó Abraham a Dios, y le fue contado por justicia. (4) Pero al que obra, no se le cuenta el salario como gracia, sino como deuda; (5) mas al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia.
El pecado original es la causa de la muerte primera (Ro. 5:12; 1 Co. 15:21) –la que todos experimentaremos en algún momento, si antes no se produce la venida gloriosa de Jesucristo (1ª Tes. 4:13-18)–. Esta muerte es como un sueño, es decir, un estado de inconsciencia hasta la segunda venida de Cristo, y no tiene consecuencias eternas para los que le aceptan y viven de acuerdo a su fe, pues ellos serán resucitados y transformados a semejanza de Jesús resucitado (1ª Co. 15).
La muerte primera no es un castigo por nuestros pecados personales, sino solo consecuencia del pecado de Adán y Eva: “Pues si por la transgresión de uno solo reinó la muerte, mucho más reinarán en vida por uno solo, Jesucristo, los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia” (Romanos 5:17). El juicio de Dios por nuestros pecados personales se produce en la resurrección. Y los “justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús” (Ro. 3:24), no tienen nada que temer en ese juicio, pues Él los ha redimido.
Ciertamente, pues la Palabra de Dios y nuestra experiencia así lo ratifican, el pecado original no solo transmitió la muerte sino también por él mismo “los muchos fueron constituidos pecadores” –“por cuanto todos pecaron” (Ro. 3:23), aunque también “por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos” (Ro. 5:19). Es decir, nacemos con una naturaleza carnal que es pecaminosa, que permanece durante toda la vida, y que necesariamente necesita una regeneración o nuevo nacimiento en el Espíritu, porque “Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (Juan 3:6).
Sin embargo, Jesús nació “Santo” (Lucas 1:35), es decir, sin pecado original, porque ¿cómo podía Él liberar a la humanidad si hubiera tenido su mismo problema (Mt. 1:21; Jn 1:29)? Cristo es “el postrer Adán” (1ª Corintios 15:45), y, por tanto, debía tener la naturaleza humana perfecta que tenía el Primer hombre –Adán–, antes de la Caída. Por eso la Sagrada Escritura repite varias veces que Jesús no tuvo ni cometió pecado alguno (Jn 8:46; 2 Co. 5:21; Heb.. 4:15; 1 P. 2:22; 1 Jn. 3:5):
2 Corintios 5:21: Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él.
Hebreos 4:15: Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado.
1 Pedro 1:18-20: sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, (19) sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación, (20) ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros,
1 Pedro 2:22: el cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca;
1 Juan 3:5: Y sabéis que él apareció para quitar nuestros pecados, y no hay pecado en él.
Cuando la Palabra declara que Dios envió “a su Hijo en semejanza de carne de pecado” (Romanos 8:3), quiere decir, que era semejante en todo a nosotros, que somos “carne de pecado” o “pecaminosa”; pero semejante no equivale a que Él fuera igual a nosotros también en ese aspecto, pues Él como “postrer Adán” (1ª Corintios 15:45), fue engendrado por el Espíritu Santo (Mt. 1:20). “Al que no conoció pecado, por nosotros [Dios] lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2 Corintios 5:21). Leamos también el pasaje de Romanos 8:3 completo:
Romanos 8:3: Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne;
Resumiendo lo que entiendo por “pecado original”: cuando la Primera Pareja –Adán y Eva– desobedeció la clara orden de Dios – “mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Génesis 2:17)–, se produjo un cambio en su naturaleza humana, que era santa y estaba en comunión con Dios, iniciándose su depravación, al ser contaminada por el pecado, y, entonces, se produjo la separación de Dios. Pues bien, llamo “pecado original” –“el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Romanos 5:12)– a la naturaleza pecaminosa que adquirió la Primera Pareja con su Caída, y que ha ido transmitiéndose, a través de sus descendientes, generación tras generación hasta nuestros días, la cual todo ser humano llevará hasta su muerte o el fin del mundo. Así lo explica el gran apóstol Pablo:
Romanos 5:18-19: Así que, como por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres, de la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación de vida. (19) Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos.
Esta es la lógica del Plan de Salvación de Dios para la humanidad. “…porque ciertamente el juicio vino a causa de un solo pecado para condenación, pero el don vino a causa de muchas transgresiones para justificación. (17) Pues si por la transgresión de uno solo reinó la muerte, mucho más reinarán en vida por uno solo, Jesucristo, los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia” (Romanos 5:16-17).
Por tanto, los seres humanos nacemos pecadores (Salmos 51:5), es decir, con una naturaleza imperfecta o pecaminosa, egoísta, tendente a pecar, lo que nos lleva irremisiblemente a pecar desde que tenemos uso de razón, y “la paga del pecado es muerte, mas la dadiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 6:23).
Ninguno ser humano puede librarse de esa muerte primera –temporal, pasajera, un dormir inconsciente, como la describe la Sagrada Escritura–, excepto los salvos que vivan en el momento de la Segunda Venida de Cristo (1ª Corintios 15:51-56; 1ª Tesalonicenses 4:13-18; Juan 5:28,29).
1 Corintios 15:51-54: He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos transformados, (52) en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados.(K) (53) Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad. (54) Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria.(L)
1 Tesalonicenses 4:13-18: Tampoco queremos, hermanos, que ignoréis acerca de los que duermen, para que no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza. (14) Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que durmieron en él. (15) Por lo cual os decimos esto en palabra del Señor: que nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor, no precederemos a los que durmieron. (16) Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. (17) Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor.(A) (18) Por tanto, alentaos los unos a los otros con estas palabras.
Juan 5:28-29: No os maravilléis de esto; porque vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; (29) y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación.
Naturalmente Dios no nos inculpa los pecados de nuestros padres sino que “el alma que pecare, esa morirá” (Ezequiel 18:4,20,31). Esos textos, sin duda, se refieren a la responsabilidad del individuo no colectiva. En mi artículo, “Por qué Jesucristo puede salvarnos de la muerte”, hago el siguiente análisis de los mencionados textos, que transcribo para ahorrarle tener que leerlo todo:
Cuando Dios dice “el alma que pecare esa morirá”, lo primero que debemos preguntarnos aquí es: ¿A qué muerte se está Él refiriendo, la primera o la segunda muerte? Esto es fundamental saberlo. Para averiguarlo, supongamos, en primer lugar, que Dios está hablando de la muerte primera, es decir, aquella que nos iguala a todos porque algún día la experimentaremos.
En ese caso, al preguntarnos –¿por qué todos los que se han arrepentido de sus pecados y apartado de toda iniquidad, con un corazón nuevo y un espíritu nuevo, todavía mueren (Ezequiel 18:22,32)? -enseguida encontraremos en las palabras del Señor, algo sin sentido que no encajaría con la realidad de nuestro mundo, pues nuestra experiencia nos dice que, hasta ahora, nunca ha habido nadie, en este planeta tierra, que se salvara de sufrir la primera muerte, salvo las dos excepciones que relata la Biblia –Enoc y Elías.
Continuando con el análisis de Ezequiel 18:32, cuando “dice Jehová el Señor; convertíos, pues, y viviréis.”, Él no se está refiriendo a la primera muerte, de la que nadie puede escapar (salvo los creyentes que estén viviendo en el momento de la segunda venida de Cristo en gloria -1ª Tesalonicenses 4:13-18). Evidentemente, nadie, salvo las excepciones citadas, será librado de la primera muerte, sino que Dios declara que aquellos que se arrepientan y se conviertan vivirán, puesto que “la segunda muerte no tiene potestad sobre ellos” (Apocalipsis 2:11; 20:6; 20:14; 21:8). Dios les librará de la segunda muerte y vivirán eternamente, pero no de la primera muerte que es común a toda la humanidad como herederos del pecado de Adán.
Por tanto, cuando Dios dice “el alma que pecare esa morirá”, se está refiriendo, sin duda, a la segunda muerte, pues de la primera nadie se salva. En nuestra opinión, esto quiere decir, que las criaturas no tienen vida en sí mismas, sino que toda vida depende del Creador, y por consiguiente no pueden tener un alma inmortal. La Biblia dice que el único inmortal es Dios (1ª Timoteo 6:16), luego las criaturas no tienen inmortalidad.
Y aquí debo dejar el tema del pecado original que ni mucho menos está agotado. No obstante, le recomiendo que lea también el siguiente artículo, porque en él trato el tema de la naturaleza impecable de Jesús:
¿Por qué solo Jesucristo, Dios-Hombre puede salvar?
Espero haberle sabido responder a sus interesantes preguntas, no obstante, quedo a su disposición en lo que pueda servirle.
Afectuosamente en Cristo.
Carlos Aracil Orts
www.amistadencristo.com
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Referencias bibliográficas
* Las referencias bíblicas están tomadas de la versión Reina Valera de 1960 de la Biblia, salvo cuando se indique expresamente otra versión. Las negrillas y los subrayados realizados al texto bíblico son nuestros.
Abreviaturas:
AT = Antiguo Testamento
NT = Nuevo Testamento
Bibliografía citada
(1) Jesús de Nazaret II (Su Persona y sus Obras); Pedro de Felipe del Rey, Licenciado en Teología y Filología románica; Ediciones Alymar, 2013.