¿Cómo conocerse a sí mismo?
Versión: 24-10-2020
Carlos Aracil Orts
1. Introducción*
Durante miles de años, desde que Dios creó a nuestros primeros Padres, no han cesado de nacer, en cada momento, seres humanos irrepetibles, como consecuencia de que, nueve meses antes de cada nacimiento, se ha producido la unión de un gameto masculino con un gameto femenino. Al parecer, es una verdad científica que “la fertilización del óvulo constituye el inicio de la vida humana” (1).
“Cuando el espermatozoide penetra en el óvulo ambas cargas genéticas se entremezclan, dando lugar a una nueva célula única y particular –el zigoto- que actuará de -se dice- «semilla primordial». La aparente simplicidad de este criterio es solo eso, aparente, pues la introducción de la célula masculina en la femenina ya es de por sí un proceso complejo, en el que distinguir diversas fases. Es más, cuando el espermatozoide ya ha entrado completamente en el óvulo [6] la fusión cromosómica de ambas cargas genéticas se hace esperar dado que una y otra dotación se mantienen en sus respectivos pronúcleos hasta pasadas varias horas. La unión efectiva de los cromosomas paternos y maternos -la llamada singamia– no sucede hasta que, durante el proceso de división celular, es decir, precisamente cuando “el zigoto empieza a dejar de ser un zigoto” para generarse entonces dos nuevas células, lo que sucede pasadas más de 12 horas desde el primer contacto entre los gametos (Steinbock, 2007: 421) [7].
De este modo, la singamia podría ser un candidato atractivo como punto de demarcación ya que, con permiso de los gemelos monozigóticos, es entonces cuando cada cual “obtiene” una dotación genética única. Sin embargo, debe tenerse presente que no es hasta el cuarto día de gestación que el material genético aportado por el padre empieza a expresarse. Es decir, no es hasta el cuarto día en que esa nueva identidad genética empieza a actuar como tal. Igualmente, no es hasta el cuarto día de gestación que las subsiguientes divisiones de la, por entonces denominada, mórula han dado lugar a 12-16 células que, por primer vez, empiezan a ordenarse en el espacio y a organizarse funcionalmente de manera clara” […] (2).
No es intención de este estudio bíblico postularse sobre en qué momento de la gestación, ese embrión pueda ser considerado un verdadero ser humano; esto es algo que no nos corresponde, y en lo que aun, los propios científicos, tienen sus discrepancias.
Me gustaría solo llamar la atención del lector sobre el milagro de la vida, y su completa incompatibilidad con la teoría de la evolución, que sostiene que la vida apareció en este planeta Tierra, como consecuencia del azar y la casualidad, y un proceso de miles de millones de años.
Dejando ya aparte el hecho de que dicha teoría no es capaz de explicar cómo se formó la primera célula viviente, ni tampoco su origen, y centrándonos solo en la vida humana ¿cómo se explica la inteligente información que contienen los dos gametos citados? ¿Cómo podría la Evolución saber anticipadamente cada proyecto de vida diferente y la manera de llevarlo a cabo, para que todas las piezas del puzle de la vida humana encajen perfectamente?
Primero, para que, de su unión inicial que forma el zigoto, surja posteriormente una serie de divisiones en multitud de células diferenciadas, que son capaces de formar los distintos tejidos de cada órgano del cuerpo humano, agrupándose adecuadamente para conseguirlo; necesariamente las citada células deben contener en sí mismas, desde el principio, las instrucciones para la formación de un ser humano; y en segundo lugar, que todo este proceso se entreteja con la formación de un complejísimo sistema nervioso que informa a un cerebro del que emerge un “yo” que es consciente de sí mismo.
¿Cómo es posible que de la unión de dos células pueda surgir un ser humano?
Ello sería totalmente imposible, si no contamos con que, primero, la infinita sabiduría de Dios haya concebido, diseñado y creado esa materia biológica de la cual están compuestas; y, en segundo lugar, también haya imprimido o grabado en la misma el proyecto de vida con la información adecuada en sus genes o ADN, para que posteriormente fuese posible la formación, desarrollo y nacimiento de la vida humana.
¿Cómo la materia biológica llega a convertirse en un ser pensante, consciente de sí mismo y con conciencia moral? ¿Cómo puede emerger el “yo” consciente del cerebro, que “está formado por unos 100.000 millones de células nerviosas o neuronas” (3)?
Hablando desde nuestra perspectiva creacionista, en nuestra cultura y educación de fuerte influencia helénica, una gran parte de personas se ha inclinado por adoptar la aparente respuesta fácil, de que Dios creó un ser humano compuesto de cuerpo y alma o espíritu; lo que hace necesario admitir que los padres procrean o engendran solo el cuerpo humano, y luego en algún momento de la concepción, no se sabe cuándo, Dios infunde el alma/espíritu en ese cuerpo para que se convierta en un ser humano. De ahí la falsa creencia de que el alma o espíritu humano es inmortal.
Aunque el asunto peliagudo del origen del alma humana lo he tratado ya en otro sitio de esta web (4), es conveniente que extracte aquí unos párrafos de lo que abordé en aquella ocasión:
El origen del alma humana tal y como se concibe en la filosofía plantea varios problemas insolubles, que muy acertadamente destaca Carlos Valverde, en su magnífica obra: “Antropología filosófica”:
“Cada persona es engendrada por sus padres, pero el hecho desconcertante es el siguiente: Cuando un hombre y una mujer engendran un hijo realizan un acto puramente biológico, la fusión de una célula masculina con una célula femenina. Lo admirable es que de un acto biológico nace un ser que supera esencialmente todo lo biológico. Nace un ser espiritual, una persona. Este hecho ya nos está remitiendo a una causalidad distinta y superior”. (p.273 de Antropología filosófica. Carlos Valverde) (5)
Ese es el misterio de la vida, que se complica mucho más cuando se intenta resolverlo aceptando que Dios infunde el alma en el momento de la concepción, porque entonces ocurriría lo siguiente, según la obra citada arriba –Antropología filosófica, de Carlos Valverde–:
[Cuando se dice que Dios infunde el alma] “[…] se afirma que los padres solo engendran el cuerpo del hijo y Dios el alma, como si cada uno diese el ser a una parte del hombre. Los padres no serían padres del hijo sino del cuerpo del hijo. El hombre tendría un ser doble, pero hemos dicho que el ser del alma es un «ser en el cuerpo». Además, si el alma viene de fuera del cuerpo, esto supondría que, al menos un instante, el alma habría tenido una existencia independiente del cuerpo y el cuerpo una existencia sin alma. Pero Dios no actúa desde fuera del mundo ni puede existir cuerpo humano sin alma. No parece que se pueda aceptar una preexistencia del alma aunque fuese momentáneamente”. (p.272 de Antropología filosófica. Carlos Valverde). (6)
¿Nos damos cuenta ahora que cuando nos apartamos de las claras enseñanzas de la Biblia y nos metemos en complejas filosofías, nos podemos perder en esa maraña de diversas teorías?
Sin embargo, suponer que Dios infunde el alma a cada ser humano, conllevaría otra gran dificultad: ¿cómo explicaríamos entonces la herencia del pecado original? Porque si nuestra alma ha sido creada por Dios directamente entonces es perfecta y no tiene pecado; y Él no puede ser su autor.
¡Cuánto más sencillo y ajustado a la Palabra de Dios es creer que Adán fue creado con la capacidad de generar el ser humano entero! Y esto es muy factible y lógico que sea así, porque en el hombre no hay dualidad ni dualismo, no es un ser compuesto de una sustancia material –el cuerpo– y de otra inmaterial o espiritual –el alma–, sino que, de acuerdo con la Biblia, es un ser unitario, una unidad psicosomática. (7) (Párrafos extraídos de El origen del ser humano)
Saber lo que Dios nos ha revelado acerca de cómo es nuestra naturaleza humana, nos será de gran utilidad para conocernos más a nosotros mismos, y, por tanto, para colaborar con Él en su Plan o Proyecto de salvación del ser humano.
Aunque en la formación del yo humano –el núcleo de nuestra personalidad– intervienen nuestra herencia genética, la educación recibida y el ambiente o entorno social donde se ha desarrollado, un porcentaje muy importante de la misma, quizá más del 50%, depende de las decisiones que se han tomado a lo largo de nuestra vida y de las experiencias y conocimientos acumulados en nuestra memoria.
El presente estudio bíblico tiene el propósito de que comprobemos cómo la Palabra de Dios nos enseña no solo a conocernos a nosotros mismos, sino también a conocer a Dios y Su voluntad.
Nos debemos preguntar, pues, ¿quién soy yo?, ¿qué debo hacer para entrar en el Reino de Dios?, ¿adónde voy?, ¿qué propósito tiene Dios para mí?
2. ¿Quién soy yo? ¿Qué debo hacer para entrar en el Reino de Dios? ¿Basta con cumplir Su Ley?
Lo primero, pues, es preguntarnos ¿quién soy yo? Como decía en la introducción a este artículo, cada uno nace con la herencia genética que le transmiten sus padres y que se remonta al resto de sus ancestros que es lo que configura sus rasgos físicos y psíquicos iniciales; de donde procede el temperamento, que no se puede cambiar pero sí matizar mediante la educación, que debe comprender el aprendizaje de las distintas habilidades de orden personal, social, profesional, cultural, etc.
Por lo tanto, lo que más determina lo que realmente vamos a ser, no es, pues, la herencia genética sino la educación recibida, todos estos factores últimos citados; aunque, finalmente, la responsabilidad de lo que lleguemos a ser, dependerá fundamentalmente de las decisiones que vayamos tomando a lo largo de toda la vida.
Se nace con un “yo” inconsciente que se va formando con las experiencias y la relación con los otros, lo que le hace tomar consciencia de sí mismo, de su identidad, a medida que pasa el tiempo.
La psicología, como ciencia que trata de comprender y explicar las causas de la conducta del ser humano, puede ayudar a conocernos a nosotros mismos –por qué actuamos, reaccionamos, o nos comportamos de una determinada manera–, pero no es capaz de cambiar radicalmente nuestro modo natural de ser.
La mayoría de nosotros ha oído hablar del psicoanálisis, que enseguida asociamos con Freud y su escuela, o bien de Jung, Adler, o más modernamente, la psicología conductista o la transaccional, etc.
A este respecto, recuerdo que cuando yo tenía unos veinticinco años, y empezaba a tener cierta crisis de identidad o existencial, quise averiguar por qué reaccionaba de determinada manera ante las personas con las que me relacionaba, o con cosas o experiencias que iba teniendo; para ello no se me ocurrió otra cosa que sumergirme en la lectura de todo libro de psicología que caía en mis manos, porque ir a un psicólogo era prohibitivo y no podía permitírmelo. Esta iniciativa u ocurrencia que tuve no me reportó ningún beneficio personal, ni aprendí a conocerme, ni logré mejorarme a mí mismo o, al menos, de algunas conductas y reacciones.
He de aclarar que entonces yo no sabía para qué servía realmente la Biblia, porque nunca había leído nada de ella; y si algo conocía de la misma fue de forma indirecta, a través de lo poco que había aprendido en la asignatura de religión católica, que en aquella época formaba parte de los planes de estudio de la enseñanza primaria y secundaria.
Mi experiencia como cristiano adventista del séptimo día
No fue hasta más que cumplidos los treinta años cuando empecé a estudiar la Biblia, con ayuda de una persona que era cristiano adventista del séptimo día; estos estudios fueron continuados por un predicador o pastor de dicha iglesia, hasta que, convencido de que había conocido toda la Verdad, entré a formar parte de dicha iglesia el 22 de junio de 1975, previo bautismo por inmersión en agua. Después de asistir rutinariamente todos los sábados a dicha iglesia durante unos veintiocho años, fui consciente que había conocido la Verdad mezclada con algunos errores.
A consecuencia de las enseñanzas doctrinales de la Iglesia adventista, muchos fieles de la misma se han quedado anclados a los Diez Mandamientos del Antiguo Testamento, y se creen que cumpliéndolos al pie de la letra ya han cumplido la Ley de Dios, siendo que el Decálogo contiene una mínima parte de los principios morales de la Ley de Cristo. Además deberían saber “que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo, nosotros también hemos creído en Jesucristo, para ser justificados por la fe de Cristo y no por las obras de la ley, por cuanto por las obras de la ley nadie será justificado” (Gálatas 2:16; cf. Ro. 3:28).
Estos textos prueban que solo los justificados por la fe de Cristo –“ no por las obras de la ley”– son los que obtienen el derecho a entrar en el Reino de Dios y la vida eterna futura. Ser justificado significa simplemente haber aceptado la justicia de Dios que Jesucristo obtuvo al morir en la cruz por nuestros pecados (Ro. 3:21-28; cf. Ro. 8:3-4).
Romanos 3:21-28: Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la ley y por los profetas; (22) la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él. Porque no hay diferencia, (23) por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, (24) siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, (25) a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados, (26) con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús. (27) ¿Dónde, pues, está la jactancia? Queda excluida. ¿Por cuál ley? ¿Por la de las obras? No, sino por la ley de la fe. (28) Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley.
Romanos 8:3-4: Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne; (4) para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.
Uno de los más importantes errores de la Iglesia adventista consiste en no haber querido admitir que Dios adaptó su Ley eterna del amor, mediante el dictado, a Su pueblo elegido –el antiguo Israel–, de muchos mandamientos, que fueron adecuados para una época y para preparar una nación hasta que naciese el Mesías, Jesucristo, el Hijo de Dios.
Por eso, al fariseo que le preguntó, “Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. (38) Este es el primero y grande mandamiento. (39) Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. (40) De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas” (Mt. 22:37-40).
Notemos que Jesús se refiere a “toda la ley” –el Pentateuco–, no solo el Decálogo, como suelen defender los adventistas, pues precisamente estos mandamientos de amor a Dios y al prójimo están expresamente especificados –no en las tablas de piedra–, sino precisamente en la ley de Moisés, de la cual los mismos adventistas reconocen que hay partes que ya no rigen para los cristianos. Pero para poder separarlas han hecho una clasificación artificial y no bíblica: las famosas dos leyes, la moral y la ceremonial o ritual, que son un puro invento adventista. La Biblia solo habla de la LEY.
Otro error frecuentísimo en los adventistas es que cuando aparece el vocablo ley o el término “mandamientos” casi siempre lo asocian con las tablas del Pacto antiguo (el Decálogo) de Éxodo 20:1-17 y Deuteronomio 5:6-21. Pero realmente el Nuevo Testamento no solo recoge todos los principios morales que existen en el Antiguo Testamento, sino que los amplifica y añade muchos más preceptos, que son desconocidos en el AT. Y para los cristianos todo el NT es ley.
Otro mandamiento importante que enseñó nuestro Señor, poco antes de Su ascensión al Cielo, fue que enseñáramos –no la Ley sino –“todas las cosas que os he mandado” (Mt. 28:20); “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Mr. 16:15).
Mateo 28:18-20: Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. (19) Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; (20) enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén.
Marcos 16:15-16: Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. (16) El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado.
Debemos, pues, predicar el Evangelio, no la Ley, aunque toda persona debe saber que es pecadora, porque la Ley de Dios existe y nos condena, y por eso Dios tuvo que encarnarse en Jesucristo para cumplir esa ley, llevar en la cruz nuestros pecados, morir en nuestro lugar (1 P. 1:18-20; 2:21-25), y así darnos la justificación por la fe en Él (Ro. 3:21-26), y con ello la vida eterna (Ro. 6:23).
Romanos 3:21-26: Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la ley y por los profetas; (22) la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él. Porque no hay diferencia, (23) por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, (24) siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, (25) a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados, (26) con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús.
Romanos 6:23: Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro.
Por otro lado, la actitud de todo cristiano debe ser la de tratar de respetar y obedecer todas las leyes humanas –siempre que éstas no estén en oposición a las leyes de Dios (Hch. 4:19, 5:29)–, porque así lo ordena Su Palabra (Ro. 13:1-7).
Hechos 4:18-20: Y llamándolos, les intimaron que en ninguna manera hablasen ni enseñasen en el nombre de Jesús. (19) Mas Pedro y Juan respondieron diciéndoles: Juzgad si es justo delante de Dios obedecer a vosotros antes que a Dios; (20) porque no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído.
Hechos 5:29: Respondiendo Pedro y los apóstoles, dijeron: Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres.
Romanos 13:1-7: Sométase toda persona a las autoridades superiores; porque no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas. (2) De modo que quien se opone a la autoridad, a lo establecido por Dios resiste; y los que resisten, acarrean condenación para sí mismos. (3) Porque los magistrados no están para infundir temor al que hace el bien, sino al malo. ¿Quieres, pues, no temer la autoridad? Haz lo bueno, y tendrás alabanza de ella; (4) porque es servidor de Dios para tu bien. Pero si haces lo malo, teme; porque no en vano lleva la espada, pues es servidor de Dios, vengador para castigar al que hace lo malo. (5) Por lo cual es necesario estarle sujetos, no solamente por razón del castigo, sino también por causa de la conciencia. (6) Pues por esto pagáis también los tributos, porque son servidores de Dios que atienden continuamente a esto mismo. (7) Pagad a todos lo que debéis: al que tributo, tributo; al que impuesto, impuesto; al que respeto, respeto; al que honra, honra.
Por tanto, si respetamos y obedecemos las leyes humanas, porque así lo manda Dios, mucho más respetaremos y trataremos de obedecer todas las leyes divinas. Para el cristiano todo lo que ordena la Palabra de Dios es ley que debe cumplir, excepto, como es lógico, las leyes del Antiguo Testamento que ya no están vigentes (Ef, 2:15-16; Heb. 7:12,18,22; 8:13), porque fueron abolidas cuando entró en vigor el Nuevo Pacto, en la muerte y Resurrección de nuestro Señor Jesucristo.
Efesios 2:15-16: aboliendo en su carne las enemistades, la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz, (16) y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, matando en ella las enemistades.
Hebreos 7:12,18,22: Porque cambiado el sacerdocio, necesario es que haya también cambio de ley; […] (18) Queda, pues, abrogado el mandamiento anterior a causa de su debilidad e ineficacia (19) (pues nada perfeccionó la ley) […] (22) Por tanto, Jesús es hecho fiador de un mejor pacto.
Hebreos 8:13: Al decir: Nuevo pacto, ha dado por viejo al primero; y lo que se da por viejo y se envejece, está próximo a desaparecer.
Los cristianos estamos bajo la Ley de Cristo (Mt. 5: 3-48; Jn. 13:34-35; Ro. 13:8-10; Gá. 5:13-15; 1 Co. 9:20-21).
Juan 13:34-35: Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. (35) En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros.
Romanos 13:8-10: No debáis a nadie nada, sino el amaros unos a otros; porque el que ama al prójimo, ha cumplido la ley. (9) Porque: No adulterarás, no matarás, no hurtarás, no dirás falso testimonio, no codiciarás, y cualquier otro mandamiento, en esta sentencia se resume: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. (10) El amor no hace mal al prójimo; así que el cumplimiento de la ley es el amor.
Gálatas 5:13-15: Porque vosotros, hermanos, a libertad fuisteis llamados; solamente que no uséis la libertad como ocasión para la carne, sino servíos por amor los unos a los otros. (14) Porque toda la ley en esta sola palabra se cumple: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. (15) Pero si os mordéis y os coméis unos a otros, mirad que también no os consumáis unos a otros.
1 Corintios 9:20-21: Me he hecho a los judíos como judío, para ganar a los judíos; a los que están sujetos a la ley (aunque yo no esté sujeto a la ley) como sujeto a la ley, para ganar a los que están sujetos a la ley; (21) a los que están sin ley, como si yo estuviera sin ley (no estando yo sin ley de Dios, sino bajo la ley de Cristo), para ganar a los que están sin ley.
Si cumplimos la Ley de Cristo que es espiritual estamos cumpliendo sobradamente la letra y el espíritu de la ley de los Diez Mandamientos: “Porque toda la ley en esta sola palabra se cumple: Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Gá. 5:14). Comprobemos como la ley de Cristo es superior y más espiritual que los mandamientos del Decálogo:
“Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás; y cualquiera que matare será culpable de juicio. (22) Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio; y cualquiera que diga: Necio, a su hermano, será culpable ante el concilio; y cualquiera que le diga: Fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego” (Mt. 5:21-22). Cumplir el mandamiento de “No matarás” es fácil, pero no lo es evitar enfadarse con el hermano. La Ley de Cristo va mucho más lejos, porque Él conoce la naturaleza humana y sabe que cuando se despierta en nosotros la ira no se sabe hasta dónde puede llegar; por eso al cristiano se le exhorta a imitar a Cristo, y a que sea como Él: “manso y humilde de corazón” (Mt. 11:29).
En el citado capítulo 5 del Evangelio de san Mateo, Cristo nos va descubriendo los contrastes entre los mandamientos de la Ley del Antiguo Testamento y los de Su nueva Ley, la Ley Evangélica. Así podemos ir citando uno por uno, como, por ejemplo, el siguiente: “Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio. (28) Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón” (Mt. 5:27-28). Claramente la exigencia de Jesucristo no se limita a prohibir la acción externa del adulterio en sí mismo, sino que llega a las mismas intenciones y pensamientos de nuestra mente y corazón.
Cuando en los textos de la Sagrada Escritura aparece la palabra “ley”, se refiere a los cinco primeros libros de la Biblia, conocidos como el Pentateuco, denominados también “la ley de Moisés” como así lo expresó nuestro Señor: “Y les dijo: Estas son las palabras que os hablé, estando aún con vosotros: que era necesario que se cumpliese todo lo que está escrito de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos” (Lucas 24:44).
De esta ley no se pueden separar “las tablas de piedra”, del Pacto que contienen y representan, porque se trata de la legislación del Pacto Antiguo que Dios hizo con Israel, ya que esas mismas tablas, son llamadas “las palabras del pacto” (Ex. 31:28 o bien “las tablas del pacto” (Dt. 9:9; etc.).
Puesto que la Ley de Moisés incluye las tablas de piedra, al no estar vigente aquella para los cristianos (Véase Lc. 16:16-17; Hechos 15; Ro. 7:6; 1 Co. 9:20-21; 2 Co. 3:3-18; Gá. 3:15-19; 4:21-31; Ef. 2:15; Heb. 7:12,18; 8:13;etc.), tampoco lo están “las palabras del Pacto” (los Diez Mandamientos), porque los cristianos no estamos bajo el pacto de la ley si no bajo el Nuevo Pacto en Cristo, cuyo fundamento es su sacrificio expiatorio (Lc. 22:20); y no la ley del Antiguo Pacto.
De todos estos importantes textos aquí solo voy a transcribir 2 Corintios 3:3-18, y dejo al lector el trabajo de buscar en su biblia, leer y reflexionar sobre el resto de los citados en el párrafo anterior, si sinceramente quiere encontrar la Verdad, y no quedarse anclado en esa errónea doctrina adventista obsoleta de guardar el sábado, puesto que en el Nuevo Testamento no hay un solo texto que confirme que los cristianos deben guardar dicho día, y, sin embargo, hay muchos que evidencian lo contrario, como, p. e., el hecho de que la primitiva iglesia se reunía en el primer día de la semana (domingo) (Véase Hch. 20:7; 1 Co. 16:1-2; cf. Ro.14:5-6; Gá. 4:8-11; Col. 2:16-17; Heb. 3:7-4:1-11; etc.).
2 Corintios 3:3-18: siendo manifiesto que sois carta de Cristo expedida por nosotros, escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de carne del corazón. (4) Y tal confianza tenemos mediante Cristo para con Dios; (5) no que seamos competentes por nosotros mismos para pensar algo como de nosotros mismos, sino que nuestra competencia proviene de Dios, (6) el cual asimismo nos hizo ministros competentes de un nuevo pacto, no de la letra, sino del espíritu; porque la letra mata, mas el espíritu vivifica. (7) Y si el ministerio de muerte grabado con letras en piedras fue con gloria, tanto que los hijos de Israel no pudieron fijar la vista en el rostro de Moisés a causa de la gloria de su rostro, la cual había de perecer, (8) ¿cómo no será más bien con gloria el ministerio del espíritu? (9) Porque si el ministerio de condenación fue con gloria, mucho más abundará en gloria el ministerio de justificación. (10) Porque aun lo que fue glorioso, no es glorioso en este respecto, en comparación con la gloria más eminente. (11) Porque si lo que perece tuvo gloria, mucho más glorioso será lo que permanece. (12) Así que, teniendo tal esperanza, usamos de mucha franqueza; (13) y no como Moisés, que ponía un velo sobre su rostro, para que los hijos de Israel no fijaran la vista en el fin de aquello que había de ser abolido. (14) Pero el entendimiento de ellos se embotó; porque hasta el día de hoy, cuando leen el antiguo pacto, les queda el mismo velo no descubierto, el cual por Cristo es quitado. (15) Y aun hasta el día de hoy, cuando se lee a Moisés, el velo está puesto sobre el corazón de ellos. (16) Pero cuando se conviertan al Señor, el velo se quitará. (17) Porque el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad. (18) Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor.
Sin embargo, que esté abolida la letra de la ley de Moisés, no quiere decir que los principios morales que la fundamentan no sigan vigentes, pues los principios de la ley eterna de amor de Dios son inmutables. Jesucristo nos confirmó que toda la ley, –no solo los diez mandamientos, como dicen los adventistas– está basada en “estos dos mandamientos [el amor a Dios y al prójimo, de los que] depende toda la ley y los profetas” (Mt. 22:37-40).
Creo que era necesario hacer este inciso, para seguir ahora relatando mi experiencia como cristiano. Porque no es mi intención referirme, en el presente artículo, a los errores contenidos en algunas de las enseñanzas doctrinales de la Iglesia adventista del séptimo día, porque para denunciar los mismos ya he dedicado una importante cantidad de estudios bíblicos –más de cuarenta artículos–, véanse las referencias bibliográficas al final de este escrito (8).
Mi experiencia cristiana (libre de los errores del adventismo del séptimo día)
Poco antes de abandonar la Iglesia adventista, hace ahora unos diecisiete años, hacia el año 2003, el Espíritu Santo, mediante la Palabra de Dios, me mostró el conocimiento de mí mismo más transcendental de mi vida, que me condujo a una mayor confianza en Dios, y como consecuencia experimenté un crecimiento en la fe y en el conocimiento del Hijo de Dios, para “que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo” (véase Ef. 4:12-16).
Habiendo sido un “buen” cristiano adventista del séptimo día –sin duda con muchos defectos de carácter–, durante veintiocho años, no había comprendido algo fundamental que es la base, o primer paso, de la verdadera conversión a Cristo y del nuevo nacimiento por el Espíritu Santo – el sello de Dios, señal y característica de la autenticidad de cada cristiano (Ef. 1:13-14).
Efesios 1:13-14: En él [Dios] también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, (14) que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria.
Este paso imprescindible para el crecimiento y maduración en la fe cristiana, consistió simplemente en algo obvio, el reconocimiento de que “soy carnal, vendido al pecado” (Ro. 7:14), y “que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí” (Ro. 7:21). Cito a continuación algunos versículos del contexto:
Romanos 7:18-25: Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. (19) Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. (20) Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí. (21) Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí. (22) Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; (23) pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros. (24) ¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte? (25) Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado.
Esta experiencia del apóstol Pablo, que abarca desde el versículo 7 al 25 del capítulo 7 de su Epístola a los Romanos, debe ser la de todo genuino cristiano, al que el Espíritu Santo ha convencido de que no puede hacer nada por sí mismo para cambiar esa situación de naturaleza carnal esclava del pecado, excepto creer en “aquel Verbo que fue hecho carne” (Jn. 1:14), y, entonces, se producirá el milagro de que “todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; (13) los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (Juan 1:12-13). A esto se refirió el mismo Jesucristo cuando dijo: “De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. (6) Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (Juan 3:5-6).
En suma, todos somos carnales porque todos hemos “nacido de la carne”, pero si aspiramos a “entrar en el Reino de Dios”, debemos aceptar que el Espíritu Santo nos dé el nuevo nacimiento, para que lo carnal se convierta en espiritual (Jn. 3:6); y solo de este modo seremos hechos hijos de Dios (Ro. 8:14-16; cf. Gá. 4:5-7), “Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte” (Romanos 8:2).
Analicemos ahora qué significan cada una de las tres leyes: “la ley del Espíritu de vida”, la ley del pecado y de la muerte.
“La ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús”
Es la guía e inspiración del Espíritu Santo (Ro. 8:14-16; cf. Ef. 2:1-8), que nos ha dado la vida espiritual o regeneración mediante la fe en Cristo Jesús (Tito 3:4-7). “Y Él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados, (2) en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia, (3) entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás” (Ef. 2:1-3).
Tito 3:4-7: Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres, (5) nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo, (6) el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador, (7) para que justificados por su gracia, viniésemos a ser herederos conforme a la esperanza de la vida eterna.
Observemos que, Dios, por medio de Su Espíritu, nos ha revelado, en primer lugar, que nuestra naturaleza es carnal y pecaminosa, es decir, “estábamos muertos en nuestros delitos y pecados” (Ef. 2:1), lo que significa que no teníamos vida espiritual; pero Él no nos deja abandonados a nuestra suerte, sino que, en segundo lugar y acto seguido, nos proporciona la solución a nuestro grave problema, que consiste en resucitarnos: “Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, (5) aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), (6) y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús, (7) para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. (8) Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; (9) no por obras, para que nadie se gloríe” (Ef. 2:4-9).
La resurrección que aquí se refiere no es la que habrá al fin del mundo, en la venida en gloria de Cristo, sino la que se produce en cada creyente cuando por la fe acepta la redención y salvación que Cristo le ofrece; pues es solo entonces cuando recibe la vida espiritual, que le transforma de ser carnal a ser espiritual y santo; esta es la única condición a la que se refirió Jesús –Nacer de nuevo por el Espíritu Santo (Jn. 3:3-5)–, para entrar al Reino de Dios, y cuyo cumplimiento nos da derecho a recibir la vida eterna, mediante la resurrección del día postrero (Jn. 6:39,40,44,47).
Juan 6:39,40,44,47: Y esta es la voluntad del Padre, el que me envió: Que de todo lo que me diere, no pierda yo nada, sino que lo resucite en el día postrero. (40) Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero. […] (44) Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere; y yo le resucitaré en el día postrero. […] (47) De cierto, de cierto os digo: El que cree en mí, tiene vida eterna. (48) Yo soy el pan de vida.
“La ley del pecado”
Es el mandato de nuestro ego, siempre pecaminoso y egoísta, que en ocasiones también es impío. Este nos hace esclavos del pecado porque no podemos vencerlo sino es mediante la “ley del Espíritu de vida” que nos proporciona la vida espiritual por medio de la fe “en Cristo Jesús”.
La ley de la muerte”
Es la norma inexorable que conduce a la muerte del pecador, “Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 6:23).
En resumen, al aceptar a Cristo como nuestro Salvador y Redentor, el Espíritu Santo nos da la vida espiritual, única manera de librarnos de la ley del pecado y de la muerte”. “Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna” (Romanos 6:22).
Ahora que hemos “sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios” es cuando tenemos poder para subyugar a nuestro ego –“nuestro viejo hombre”– y este poder viene de la fe en Cristo, de creer que nuestro “yo” “fue crucificado juntamente con Cristo”, puesto que era pecaminoso, “y si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con Él” (Ro. 6:6,8).
No obstante, la Palabra de Dios nos sigue recordando que debemos estar alerta, y no pensar que hemos vencido totalmente a la “carne”, es decir, al ego, o viejo hombre, porque él en mayor o menor grado nos acompañará toda la vida terrenal: “Así que, hermanos, deudores somos, no a la carne, para que vivamos conforme a la carne; (13) porque si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis” (Ro. 8:12,13). Meditemos también en el contexto donde se insertan lo textos citados antes:
Romanos 8:6-13: Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz. (7) Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden; (8) y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios. (9) Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él. (10) Pero si Cristo está en vosotros, el cuerpo en verdad está muerto a causa del pecado, mas el espíritu vive a causa de la justicia. (11) Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros. (12) Así que, hermanos, deudores somos, no a la carne, para que vivamos conforme a la carne; (13) porque si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis.
La insistencia de la Palabra de Dios nos hace ver que, aunque ya no seamos totalmente carnales sino seres espirituales nacidos de nuevo por el Espíritu Santo, es fácil deslizarse y que aparezcan aún características propias de la carnalidad. De ahí las siguientes exhortaciones:
Gálatas 5:16-26: Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne. (17) Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis. (18) Pero si sois guiados por el Espíritu, no estáis bajo la ley. (19) Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, (20) idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, (21) envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios. (22) Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, (23) mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley. (24) Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos. (25) Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu. (26) No nos hagamos vanagloriosos, irritándonos unos a otros, envidiándonos unos a otros.
Es necesario, pues, que constantemente ejercitemos nuestra voluntad – puesto que ahora somos libres de la esclavitud del pecado– eligiendo, en todo momento, no vivir “según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él” (Ro. 8:9).
También se nos exhorta a lo siguiente: “En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, (23) y renovaos en el espíritu de vuestra mente, (24) y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad. (25) Por lo cual, desechando la mentira, hablad verdad cada uno con su prójimo; porque somos miembros los unos de los otros. (26) Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo, (27) ni deis lugar al diablo. (28) El que hurtaba, no hurte más, sino trabaje, haciendo con sus manos lo que es bueno, para que tenga qué compartir con el que padece necesidad. (29) Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes. (30) Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención. (31) Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia. (32) Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo.” (Ef. 4:22-32).
Cuando maduremos como cristianos, deberíamos poder expresar lo mismo que el apóstol Pablo: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2:20).
3. ¿Cómo es el corazón del ser humano según la Biblia? ¿Adónde voy?
La consciencia de adónde voy o hacia dónde me dirijo deberá ser compatible o coherente con lo que pienso que soy; de ahí que lo primero y más importante es conocerme cómo soy realmente, es decir, saber cómo es mi corazón, pero no lo que yo pienso de mí, no una identidad ideal que yo quisiera o pienso que soy, sino lo que nos revela la Palabra de Dios.
En el apartado anterior comprobamos que antes de ser espiritual se es carnal, vendido al pecado. En este epígrafe ampliaremos lo dicho allí añadiendo algunos textos del Antiguo Testamento (AT) muy explícitos, que sin duda nos harán tomar consciencia de algo que a nadie nos gusta admitir: la tendencia al mal del ser humano que todavía no ha sido regenerado por el Espíritu Santo.
Además, el AT nos habla de esta regeneración del ser humano que es realizada por Dios, el Espíritu Santo, a través de Su Palabra, la Sagrada Escritura: “Y les daré un corazón, y un espíritu nuevo pondré dentro de ellos; y quitaré el corazón de piedra de en medio de su carne, y les daré un corazón de carne, (20) para que anden en mis ordenanzas, y guarden mis decretos y los cumplan, y me sean por pueblo, y yo sea a ellos por Dios. (Ezequiel 11:19-20).
Primero, ¿cómo es el corazón del ser humano según la Biblia?
Necedad y corrupción del hombre
Salmos 14:1-4: Dice el necio en su corazón: No hay Dios. Se han corrompido, hacen obras abominables; No hay quien haga el bien. (2) Jehová miró desde los cielos sobre los hijos de los hombres, para ver si había algún entendido, que buscara a Dios. (3) Todos se desviaron, a una se han corrompido; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno. (4) ¿No tienen discernimiento todos los que hacen iniquidad, que devoran a mi pueblo como si comiesen pan, Y a Jehová no invocan?
Insensatez y maldad de los hombres
Salmos 53:1-4: Dice el necio en su corazón: No hay Dios. Se han corrompido, e hicieron abominable maldad; no hay quien haga bien. (2) Dios desde los cielos miró sobre los hijos de los hombres, para ver si había algún entendido que buscara a Dios. (3) Cada uno se había vuelto atrás; todos se habían corrompido; no hay quien haga lo bueno, no hay ni aun uno. (4) ¿No tienen conocimiento todos los que hacen iniquidad, que devoran a mi pueblo como si comiesen pan, y a Dios no invocan?
Jeremías 17:9-10: Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá? (10) Yo Jehová, que escudriño la mente, que pruebo el corazón, para dar a cada uno según su camino, según el fruto de sus obras.
El Nuevo Pacto
Jeremías 31:33-34: Pero este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová: Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo. (34) Y no enseñará más ninguno a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce a Jehová; porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande, dice Jehová; porque perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado.
Promesa de restauración y renovación
Nuevo corazón y espíritu para Israel
Ezequiel 11:19-20: Y les daré un corazón, y un espíritu nuevo pondré dentro de ellos; y quitaré el corazón de piedra de en medio de su carne, y les daré un corazón de carne, (20) para que anden en mis ordenanzas, y guarden mis decretos y los cumplan, y me sean por pueblo, y yo sea a ellos por Dios.
Pondré dentro de vosotros mi Espíritu
Ezequiel 36:26-28: Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. (27) Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra. (28) Habitaréis en la tierra que di a vuestros padres, y vosotros me seréis por pueblo, y yo seré a vosotros por Dios.
Significado del término “corazón” en la Biblia
“En las Escrituras el término corazón aparece más de 900 veces, casi nunca con sentido literal […] Al corazón se le refiere (como en usos modernos) como el asiento de las emociones (p. ej., Génesis 18:5; Salmo 62:10) pero también como el asiento del intelecto (p. ej., Génesis 6:5) y de la voluntad (p. ej., Salmo 119:2). A menudo significa lo más íntimo del ser (p. ej., Génesis 6:6). (9) (Diccionario bíblico Mundo Hispánico)
“El corazón es a menudo mencionado en las Escrituras como el asiento de los afectos y de las pasiones, y también de la sabiduría y del entendimiento. De ahí que se lea de «el sabio de corazón» (Pr. 16:21); también, el Señor dio a Salomón «un corazón sabio y entendido» (1 R. 3:12).
Es el centro del ser del hombre. Pero antes del diluvio el veredicto pasado por Dios sobre el hombre fue que los pensamientos del corazón de ellos eran hacia el mal (Gn. 6:5). Un veredicto similar es el que se halla en Génesis 8:21, después que Noé saliera del arca.
El Señor Jesús añade que del corazón del hombre proceden los malos pensamientos y toda forma de maldad (Mr. 7:21-23: Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, (22) los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez. (23) Todas estas maldades de dentro salen, y contaminan al hombre.).
La ley exigía al hombre que amara a Dios con todo su corazón.
La aceptación del evangelio tiene que ser en el corazón (Ro. 10:9), y Dios da la capacidad al oyente de recibir las buenas nuevas con un «corazón bueno y recto», lo cual da fruto (Lc.8:15: “Mas la que cayó en buena tierra, éstos son los que con corazón bueno y recto retienen la palabra oída, y dan fruto con perseverancia”.).
En la nueva creación hay un «puro corazón», siendo conducido el cristiano por el Espíritu Santo (1 Ti. 1:5; 2 Ti. 2:22; 1 P. 1:22)”. (10) (Diccionario Bíblico Caribe)
1 Pedro 1:22: Habiendo purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad, mediante el Espíritu, para el amor fraternal no fingido, amaos unos a otros entrañablemente, de corazón puro;
Segundo, ¿Adónde voy?
Una vez tomada consciencia de cómo es el ser humano antes de la conversión a Cristo, es nuestra responsabilidad elegir el camino hacia dónde queremos dirigirnos.
Solo existen dos caminos:
Uno, el que nos conduce directamente al Reino de Dios, lo que significa recibir la vida eterna, y que es alcanzado por aquellos que han elegido ser santos, “ser hechos conformes a la imagen del Hijo de Dios” (Ro. 8:29; Ef. 1:4-5).
Romanos 8:29: Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos.
Efesios 1:3-6: Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, (4) según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, (5) en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad, (6) para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado,
Dos, el que conlleva “pena de eterna perdición” (2 Ts. 1:9), la cual recibirán “los que no conocieron a Dios, ni obedecen al Evangelio de nuestro Señor Jesucristo” (2 Ts. 1:8).
Nuestra salvación o perdición es lo más decisivo o determinante que podemos conseguir en esta vida terrenal; y “está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio” (Heb. 9:27).
Por tanto, no desechemos “la gracia de Dios; pues si por la ley fuese la justicia, entonces por demás murió Cristo” (Gálatas 2:21). “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; (9) no por obras, para que nadie se gloríe” (Efesios 2:8-9). Aunque somos salvos por la gracia de Dios, la Palabra de Dios nos insta a: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Ro. 12:2).
Es decir, nunca olvidemos que la “carne es débil” (Mt. 26:41;Mr. 14:38), y no nos creamos autosuficientes, confiando en nuestras propias fuerzas hasta el extremo de que olvidemos que la salvación es un don de la gracia de Dios, y que “separados de Jesús nada podemos hacer” (Jn. 15:5); “y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios” (Ro. 8:8); “Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne. (17) Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis” (Gálatas 5:16-17).
“No os dejéis llevar de doctrinas diversas y extrañas; porque buena cosa es afirmar el corazón con la gracia, no con viandas, que nunca aprovecharon a los que se han ocupado de ellas” (Hebreos 13:9). Este mundo está plagado de falsas doctrinas y filosofías que pueden hacer que nos extraviemos y que perdamos de vista el único camino (Jn. 14:6) que nos da acceso, por la puerta estrecha (Mt. 7:13), al Reino de Dios y Su justicia (Mt. 6:33).
Mateo 6:33: Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.
Mateo 7:13-14: Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; (14) porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan.
Juan 14:6: Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí.
Cuando por la fe en Cristo hemos recibido la libertad de la esclavitud del pecado, debemos usar esa libertad para hacer de nuestra vida “un sacrificio vivo, santo, agradable a Dios” (Ro. 12:1-2).
Romanos 12:1-2: Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. (2) No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.
Con la idea preconcebida que todos poseemos, procedente de nuestra cultura y filosofía griega, enseguida, nosotros pensamos que, el apóstol Pablo, en los versículos de arriba (Ro. 12:1), se está refiriendo solo a una parte del ser humano, que es el cuerpo. Sin embargo, en la antropología bíblica, el cuerpo designa al ser humano entero. Esto se confirma en el versículo dos, cuando él nos exhorta: “transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento” (v.2). Observemos que el sacrificio vivo de nuestro cuerpo consiste en transformar al hombre entero mediante la renovación de su “entendimiento”, que no es una función propiamente del “cuerpo” sino de la mente, o del “alma”, pero no entendida en el sentido dual, desde los conceptos filosófico y cultural predominantes, sino con el significado unitario de persona, es decir, el ser humano entero. Notemos, además, que el Apóstol se dirige a “hermanos”, es decir, personas ya convertidas a Cristo, nacidas de nuevo por el Espíritu Santo, seres espirituales, y, por tanto, libres, o con poder de pecar o no pecar.
Aunque debemos dejar claro que esta condición o naturaleza espiritual no es una obra humana, sino obra de Dios, absolutamente un don de Su gracia. Sin embargo, a partir de esa “nueva creación” recibida por gracia, es cuando se nos pide que colaboremos con Dios: “que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional” (Ro. 12:1); y esto consiste en la “renovación de vuestro entendimiento”. Y, solo entonces, cuando obedecemos a Dios voluntariamente y colaboramos con Él, “comprobaremos cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta”. (Ro. 12:2).
Además de elegir el camino de salvación, es imprescindible conocer el propósito de Dios para cada cristiano, la meta u objetivo que Él quiere concedernos, que he anticipado antes – “ser hechos conformes a la imagen del Hijo de Dios” (Ro. 8:29; Ef. 1:4-5)–, mediante la guía del Espíritu Santo, a través de Su Palabra; pero esto requiere nuestro esfuerzo y dedicación personal, y una firme voluntad de colaboración con Él, como ya hemos comprobado arriba. Todo ello será explicado, ampliado y concretado en el siguiente epígrafe.
4. ¿Cuál es el propósito de Dios para el ser humano?
“Dios nuestro Salvador… quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad. (5) Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, (6) el cual se dio a sí mismo en rescate por todos, de lo cual se dio testimonio a su debido tiempo” (1 Timoteo 2:3-6).
No obstante, “sin la santidad”, “nadie verá al Señor” (Heb. 12:14). Esto significa que Dios ha de implantar en cada creyente la imagen de Su Hijo Jesucristo, porque “escrito está: Sed santos, porque Yo Soy santo” (1 Pedro 1:15). La santidad de Dios requiere a su vez que también nosotros seamos santos.
1 Pedro 1:22: Habiendo purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad, mediante el Espíritu, para el amor fraternal no fingido, amaos unos a otros entrañablemente, de corazón puro.
La santidad es el resultado de la fe y de la obediencia a la Palabra de Dios: “sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, (19) sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación, (20) ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros, (21) y mediante el cual creéis en Dios, quien le resucitó de los muertos y le ha dado gloria, para que vuestra fe y esperanza sean en Dios” (1 Pedro 1:18-21).
Hebreos 10:10, 12-14: En esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre. […] (12) pero Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios, (13) de ahí en adelante esperando hasta que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies; (14) porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados.
Notemos que la “voluntad [de Dios es que seamos] santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo” (Heb. 10:10). Por tanto, la fe en Su sacrificio expiatorio de nuestros pecados, nos da el primer nivel de santidad, “porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados” (Heb. 10:14). Lo que significa que una vida coherente con esa creencia nos santifica, y Dios, que nos ve a través de la Justicia obtenida por Su Hijo, ya nos considera justos y perfectos desde la eternidad en que nos conoció, aunque esta perfección se realice progresivamente en el tiempo de nuestro peregrinaje terrenal.
En “la gran ciudad santa de Jerusalén, que [descenderá] del cielo, de Dios”, (Ap. 21:10), “No entrará en ella ninguna cosa inmunda, o que hace abominación y mentira, sino solamente los que están inscritos en el libro de la vida del Cordero” (Ap. 21:27). “Pero los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda” (Ap. 21:8).
Dios no nos salvará sin nuestro asentimiento y cooperación con Él, y obediencia a toda Su Palabra, porque “habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, (14) que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria” (Efesios 1:13-14).
¿En qué se fundamenta Dios para salvar a la pecadora humanidad?
Su medio para llevar a cabo Su propósito es la entrega de Su propio Hijo Jesucristo “en rescate por todos” (1 Ti. 2:3-6: cf. Mt. 20:28; Mr. 10:45). Nuestra salvación, que es gratis para nosotros, porque es un don de Dios, ha tenido un infinito coste para Dios: la sangre derramada de Su Hijo. Así lo confirmó Él mismo, en Su última cena, cuando le quedaban pocas horas para entregarse en sacrificio con Su muerte expiatoria en la cruz del Calvario, ofreciéndonos la salvación mediante su sangre, bajo los símbolos del pan y el vino, al dirigirnos las siguientes palabras: “porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados” (Mt 26:28; cf. Mr. 14:24; Lc. 22:20).
Nuestros pecados no podían quedar impunes, porque entonces Dios no habría sido justo; por eso “llevó él mismo [Cristo] nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados” (1 Pedro 2:24). [Dios] “Al que no conoció pecado [Cristo], por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él [Cristo]” (2 Co. 5:21; cf. 1 Co. 1:30).
1 Corintios 1:18,23-24,27-31: Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios […] (23) pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, para los judíos ciertamente tropezadero, y para los gentiles locura; (24) mas para los llamados, así judíos como griegos, Cristo poder de Dios, y sabiduría de Dios. […](27) sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; (28) y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, (29) a fin de que nadie se jacte en su presencia. (30) Mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención; (31) para que, como está escrito: El que se gloría, gloríese en el Señor.
Esto significa que nuestra salvación depende de que nos apropiemos de la justicia que obtuvo Cristo al morir por nuestros pecados, es decir, que aceptemos que Él ha muerto en nuestro lugar, recibiendo la pena que nos correspondía como pecadores. Solo de esta manera Dios puede considerarnos justos ante Él. Esto es lo que la Palabra de Dios describe como ser “justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús” (Ro. 3:24; cf. Ro. 3:22,23,25-26).
El versículo 21 (2ª Corintios 5), citado arriba, que se halla al final del capítulo cinco de la segunda epístola del apóstol Pablo a los Corintios, resume la obra de Dios para salvar a la humanidad, sin la cual nadie habría sido salvado. Los versículos del 14 al 21, que a continuación transcribo, describen y amplían en qué consiste dicha obra, cuál es el resultado o efecto que produce en la vida de cada creyente, y cuál debe ser nuestra parte como creyentes en esa obra de reconciliación con Dios. Comprobémoslo:
2 Corintios 5:14-21: Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron; (15) y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos. (16) De manera que nosotros de aquí en adelante a nadie conocemos según la carne; y aun si a Cristo conocimos según la carne, ya no lo conocemos así. (17) De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas. (18) Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; (19) que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación. (20) Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios. (21) Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él.
Los que realmente han aceptado que Cristo murió por ellos, ya no deberán vivir “para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos” (v.14). Y esto solo es posible para todo aquel que “está en Cristo”, porque “nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (v.17). Esto significa que Dios ha operado en cada creyente –mediante Su Espíritu y a través de Su Palabra– un renacimiento o regeneración, es decir, una transformación real y radical de su naturaleza carnal y pecadora, que consiste en una naturaleza santa, capaz de participar de la naturaleza divina (2 Pedro 1:4).
2 Pedro 1:3-11: Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia, (4) por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia; (5) vosotros también, poniendo toda diligencia por esto mismo, añadid a vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento; (6) al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; (7) a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor. (8) Porque si estas cosas están en vosotros, y abundan, no os dejarán estar ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo. (9) Pero el que no tiene estas cosas tiene la vista muy corta; es ciego, habiendo olvidado la purificación de sus antiguos pecados. (10) Por lo cual, hermanos, tanto más procurad hacer firme vuestra vocación y elección; porque haciendo estas cosas, no caeréis jamás. (11) Porque de esta manera os será otorgada amplia y generosa entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.
A partir de ese momento se nos pide colaborar con Dios en su obra de reconciliación: porque Él “nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación. (20) Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios” (2 Co. 5:19-20).
Todo lo que antecede no es otra cosa que el Evangelio, las Buenas Nuevas de Salvación en Cristo: “Además os declaro, hermanos, el evangelio que os he predicado, el cual también recibisteis, en el cual también perseveráis; (2) por el cual asimismo, si retenéis la palabra que os he predicado, sois salvos, si no creísteis en vano. (3) Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; (4) y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras; (5) y que apareció a Cefas, y después a los doce. (6) Después apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales muchos viven aún, y otros ya duermen. (7) Después apareció a Jacobo; después a todos los apóstoles; (8) y al último de todos, como a un abortivo, me apareció a mí. (1 Co. 15:1-8).
Romanos 5:8-10: Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. (9) Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira. (10) Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida.
A todo esto se refiere el “conocimiento de la verdad” citado en 1 Timoteo 2:4: “Dios nuestro Salvador… quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad.” Este es el único conocimiento que nos lleva a la salvación.
5. Conclusión (11)
Primero de todo, el hecho evidente de que, de la unión de dos células –la masculina y la femenina– surja un ser humano, un ser pensante, consciente de sí mismo y con conciencia moral, es sin lugar a dudas el milagro de la vida, que necesariamente tiene que proceder del poder y sabiduría infinitos de Dios.
Esta realidad es completamente incompatible con la teoría de la evolución, que sostiene que la vida apareció en este planeta Tierra, como consecuencia del azar y la casualidad, y un proceso de miles de millones de años.
En segundo lugar, la Sagrada Biblia nos revela que “creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó” (Génesis 1:27). Esto proporciona al ser humano una inmensa dignidad que no es comparable con la que resultaría de creer que procedemos de la evolución de ciertos animales; y, además, existen otras muchas más pruebas bíblicas que confirman que todo lo que existe es obra de la creación de Dios, como por ejemplo, las siguientes:
Salmos 19:1: Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos.
Salmos 33:6-7: Por la palabra de Jehová fueron hechos los cielos, Y todo el ejército de ellos por el aliento de su boca. (7) El junta como montón las aguas del mar; Él pone en depósitos los abismos.
Salmos 33:9: Porque él dijo, y fue hecho; Él mandó, y existió.
Romanos 1:20: Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa.
Colosenses 1:15-17: Él [Jesucristo] es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación. (16) Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él. (17) Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten;
Hebreos 11:3: Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la palabra de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía.
En tercer lugar, la Biblia no dice que el ser humano esté compuesto de cuerpo y alma –visión dualista, filosófica y no cristiana, del hombre–, sino que todo él es un “alma viviente” (Gn. 2:7; cf, 1 Co. 15:45).
Génesis 2:7 (RV, 1960): Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente.
Al comparar Génesis 2:7 con el texto del Nuevo Testamento, directamente relacionado, que se encuentra en 1 Corintios 15:45, se confirma lo revelado en el Antiguo Testamento, de que el ser humano es un “alma viviente”. Comprobémoslo:
1 Corintios 15:45: Así también está escrito: Fue hecho el primer hombre Adán alma viviente; el postrer Adán, espíritu vivificante.
Del hombre natural (1 Co. 2:14) al hombre espiritual (1 Co. 2:15-16)
1 Corintios 2:14-16: Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente. (15) En cambio el espiritual juzga todas las cosas; pero él no es juzgado de nadie. (16) Porque ¿quién conoció la mente del Señor? ¿Quién le instruirá? Mas nosotros tenemos la mente de Cristo.
El hombre, como “alma viviente”, sigue teniendo la semejanza a –pero no la imagen de– Su Creador, porque es aún un ser con conciencia moral, que le permite distinguir entre lo bueno y lo malo; es capaz de amar, aunque sea egoístamente, y dispone de una voluntad libre, porque no está coaccionada, aunque sí inclinada al mal. Sin embargo, dispone de todas las facultades afectivas, intelectuales y entendimiento en su mente, que le capacita para pensar, razonar lógicamente, reconocerse a sí mismo, o tener consciencia de sí, crear e imaginar, etc. En todo eso consiste la semejanza del ser humano a Dios.
Puesto que, el hombre, ha perdido su espiritualidad, que le capacitaba para la comunión con Dios, no tendrá vida espiritual, ni podrá tener paz, ni gozo verdadero, hasta que Dios no vuelva a crear en él la Imagen de Cristo, que, a su vez, es la imagen de Dios (2 Co. 4:4; Col. 1:15; Heb. 1:3). Leamos los textos citados:
1 Corintios 2:14: Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente.
2 Corintios 4:4: en los cuales el dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios.
Colosenses 1:12-17: con gozo dando gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz; (13) el cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo, (14) en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados. (15) El es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación. (16) Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él. (17) Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten;
Hebreos 1:1-3: Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, (2) en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo; (3) el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas.
Romanos 8:29: Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos.
Comprobemos en los textos citados, primero, que Cristo es la “Imagen de Dios”, y, en segundo lugar, que el propósito de Dios es transformar al “hombre natural” (1 Co. 2:14) a la Imagen de Cristo (Ro. 8:29), para convertirlo en el “nuevo hombre” (Ef. 4:24; Col. 3:10), de la nueva creación en Cristo, que sustituye al “viejo hombre” (Ro.6:6; Ef. 4:22; Col. 3:5) de la antigua creación que proviene de Adán.
Como decía en el párrafo anterior, para que el “hombre natural” (1 Co. 2:14) se convierta en un hombre espiritual, es necesario que Dios cree en él la “Imagen de Cristo”, lo que solo es posible mediante el nuevo nacimiento por el Espíritu Santo. Y para eso Dios envió a Su Hijo, –que también es el Hijo del Hombre– la Imagen de Dios, para que todos los hombres que quieran la salvación y la vida eterna, sean semejantes a Su Hijo, Jesucristo. Es, pues, importante que leamos los textos de más abajo, porque especifican no solo la necesidad de nuestra colaboración o cooperación para recibir la Imagen de Cristo en nuestras vidas, sino que también concretan su significado; lo que sin duda nos ayudará a que Dios conforme la imagen de Su Hijo en nosotros.
Colosenses 3:5-10: Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría; (6) cosas por las cuales la ira de Dios viene sobre los hijos de desobediencia, (7) en las cuales vosotros también anduvisteis en otro tiempo cuando vivíais en ellas. (8) Pero ahora dejad también vosotros todas estas cosas: ira, enojo, malicia, blasfemia, palabras deshonestas de vuestra boca. (9) No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos, (10) y revestido del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno,
Notemos que, aunque Dios es el que crea en nosotros Su imagen a partir de la de Su Hijo, esto no se hace sin nuestro consentimiento y nuestra activa colaboración con Él. Por eso se nos insta a que hagamos morir todo lo negativo que procede de lo terrenal, la “carne”. Cuando nos convertimos a Cristo, Dios, por Su Espíritu Santo, nos da el poder de “despojarnos del viejo hombre” y “revestirnos del nuevo”, que ya es “conforme a la imagen del que lo creó [Dios]”.
Por tanto, Dios crea la imagen de Su Hijo, en todo nacido de nuevo, de forma parcial y potencial, no es una obra totalmente acabada, porque eso significaría someter o coaccionar la voluntad del creyente. Es decir, Dios ha transformado y capacitado al creyente para conseguir ese objetivo, liberando su voluntad de la esclavitud del pecado. Sin embargo, Dios no determina al creyente, sino que le permite que diariamente ejercite su voluntad, tomando sus propias decisiones y elecciones para la consecución de ese fin, en armonía con el Espíritu Santo que mora en él. La obra del creyente es, pues, hacer morir al «viejo hombre» y a las obras de la carne, hasta que el «nuevo hombre creado» según Cristo llegue a la plenitud de un verdadero hombre espiritual.
Leamos ahora unos pasajes paralelos que nos ayudan a complementar la visión de cuál es el propósito de Dios para el hombre, y cómo Él lo implanta en todos los seres humanos de buena voluntad.
Efesios 4:20-32: Mas vosotros no habéis aprendido así a Cristo, (21) si en verdad le habéis oído, y habéis sido por él enseñados, conforme a la verdad que está en Jesús. (22) En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, (23) y renovaos en el espíritu de vuestra mente, (24) y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad. (25) Por lo cual, desechando la mentira, hablad verdad cada uno con su prójimo; porque somos miembros los unos de los otros. (26) Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo, (27) ni deis lugar al diablo. (28) El que hurtaba, no hurte más, sino trabaje, haciendo con sus manos lo que es bueno, para que tenga qué compartir con el que padece necesidad. (29) Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes. (30) Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención. (31) Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia. (32) Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo.
La victoria sobre todo lo negativo que se describe en los interesantes textos de arriba, es lo que caracteriza al hombre espiritual, en el que mora el Espíritu Santo (1 Co. 3:16; 6:19-20), que le dará Su poder y le capacitará, si él ejerce su voluntad, en armonía con la del Espíritu, para “[despojarse] del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, (23) y [renovarse] en el espíritu de [su] mente, (24) y [vestirse] del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad” (Ef. 4:22-24).
Aunque el nuevo nacimiento del ser humano –cuyo significado es que Dios le ha dado la fe en Su Hijo y el poder sobre el pecado, y que ha venido a morar en la criatura el Espíritu Santo– se produce en un instante, análogamente a su nacimiento físico, también desde ese mismo momento, debe empezar el crecimiento espiritual, “renovando o transformando su entendimiento” (Ro. 12:1,2) –o “el espíritu de nuestra mente”– “hasta el conocimiento pleno” (Col. 3:10).
Añado a continuación unos textos para corroborar la idea de que Dios tiene el propósito de crear en el ser humano la Imagen de Cristo, a fin de hacerle apto para Su Reino Celestial:
2 Corintios 3:16-18: Pero cuando se conviertan al Señor, el velo se quitará. (17) Porque el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad. (18) Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor.
Colosenses 3:10: y revestido del nuevo [hombre], el cual conforme a la imagen del que lo creó [a imagen de Dios] se va renovando hasta el conocimiento pleno,
Por tanto, podemos deducir de los pasajes bíblicos anteriores que el ser humano necesita recobrar esa imagen de Dios, que tuvo el primer hombre antes de caer en el pecado; y, el único modo que Dios ha establecido es por medio de revestirse de la imagen de Jesucristo (véase Ro. 8:29; 1 Co. 15:49; 2 Co. 3:16-18; Col. 3:10; Ef. 4:24.). Leamos estos textos y tratemos de aplicarlos a nuestras vidas, si de verdad deseamos la paz ahora mismo, aquí en este mundo, y disfrutar o gozar de la vida eterna en el futuro.
Romanos 8:29: Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos.
Como todos nacemos siendo “almas vivientes”, es decir, sin esa “imagen de Su Hijo”, que representa la naturaleza espiritual perdida a causa del pecado original, somos solo “carne” ante los ojos de Dios (Gn. 6:3), y el objetivo o propósito de Él es la transformación de nuestras vidas, para obtener esa semejanza con Cristo y convertirnos en seres espirituales. Pero, observemos que ello, aunque se consigue por gracia, pues es un don gratuito de Dios, precisa de nuestro asentimiento y colaboración, como antes comprobamos, pero que ahora reitero; porque solo comprendiendo bien la Palabra de Dios, podremos obedecerla. Vuelvo, pues a citar los textos de Romanos 12:1-2, para que meditemos y profundicemos en ellos.
Romanos 12:1-2: Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. (2) No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.
Se nos insta a que presentemos nuestros “cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios”; –no olvidemos que “cuerpo” es la persona entera, la totalidad del ser humano, no una parte del mismo–; pues bien, este sacrificio, consiste, en que si somos de Cristo hemos de crucificar “la carne con sus pasiones y deseos” (Gá. 5:24). Recordemos que la “carne” es el hombre natural o anímico, que todos somos desde el nacimiento físico; y se nos reitera, una y otra vez: “Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne” (Gá. 5:16). “Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu. (6) Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz. (7) Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden; (8) y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios” (Ro. 8:5-8).
Es decir, se nos exhorta –puesto que Dios ya nos ha concedido, con el nuevo nacimiento, la naturaleza espiritual– a colaborar con Él, a realizar nuestra parte, ejerciendo nuestra voluntad, para adquirir, día a día, la imagen de Cristo, que es asemejarse a la naturaleza espiritual que Él tiene como Hijo del Hombre, y que nos proporciona mediante el poder de Su Espíritu Santo. Esto es lo que significa “transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento” (Ro. 12:2), que es la parte que a nosotros nos corresponde hacer. Y, si obedecemos, el resultado será que Dios nos transformará en seres espirituales.
Veremos a continuación unos textos importantes, que son claves para entender el proceso de espiritualización del hombre natural.
1 Corintios 15:45-50: Así también está escrito: Fue hecho el primer hombre Adán alma viviente; el postrer Adán, espíritu vivificante. (46) Mas lo espiritual no es primero, sino lo animal; luego lo espiritual. (47) El primer hombre es de la tierra, terrenal; el segundo hombre, que es el Señor, es del cielo. (48) Cual el terrenal, tales también los terrenales; y cual el celestial, tales también los celestiales. (49) Y así como hemos traído la imagen del terrenal, traeremos también la imagen del celestial. (50) Pero esto digo, hermanos: que la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios, ni la corrupción hereda la incorrupción.
Observemos que el postrer Adán es nuestro Señor Jesucristo. Y, en los textos de arriba, se está contrastando al “primer hombre caído”, terrenal, “alma viviente”, con “el segundo hombre, que es el Señor”, celestial, “espíritu vivificante”, porque Él es capaz de proporcionar la vida espiritual a los hombres caídos. ¿Qué significa para nosotros todo esto? ¿En qué afecta a nuestras vidas? En el versículo 49, se nos da la respuesta y la esencia del plan de salvación de Dios para la humanidad, que consistió en enviar a Su Hijo Jesucristo –el Hijo del Hombre, “espíritu vivificante”, es decir, el que da la vida espiritual al hombre– para que “así como hemos traído la imagen del terrenal, traeremos también la imagen del celestial” (1 Co. 15:49).
Por consiguiente, a partir de su caída, el primer ser humano pierde la imagen de Dios con la que fue creado –e igualmente todos sus descendientes nacen así, con la misma naturaleza caída y carnal–. Y al perder su condición espiritual, queda reducido a lo que el apóstol Pablo denomina el “hombre natural”, que “no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente” (1 Co. 2:14).
Por tanto, el “hombre natural” debe ser regenerado por el Espíritu Santo para que pueda tener la vida espiritual, que es la única que le capacita para entrar en el Reino de Dios, y recibir la vida eterna.
La regeneración espiritual es la salvación que Dios ha prometido a todo el que quiera ser heredero de la vida eterna; porque sin esa resurrección o nuevo nacimiento nadie entrará en el Reino de Dios. El “hombre natural” es, pues, el alma humana –vida física y psíquica–, o sea, la persona que aún no ha sido resucitada por el Espíritu Santo (Ef. 2:5-6); o lo que es mismo, no “ha nacido de nuevo” (Jn. 3:3); y Jesucristo dijo: “el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios” (Jn. 3:5).
Sin embargo, nuestro Señor Jesucristo, en este fundamental diálogo que sostuvo con un maestro judío llamado Nicodemo, después de desvelarle esa verdad esencial, le reveló otra verdad no menos importante: “Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (Juan 3:6). Lo que sin duda significa, o es equivalente a, que “Lo que es nacido de la carne es carnal, y lo que es nacido del Espíritu es espiritual” (12). Es decir, mientras el ser humano no sea regenerado por el Espíritu Santo, su cuerpo –que también representa a la totalidad del hombre– no podrá ser templo de Aquel, es decir, no será habitado por el Espíritu Santo; y, por tanto, seguirá siendo solo “carne”.
Esta es la obra que Dios realiza en todos los que anhelan heredar la vida eterna –nadie es inmortal, ni tiene inmortalidad alguna, hasta que Dios no le glorifique en el día de la resurrección (Lc. 14:14: “…te será recompensado en la resurrección de los justos”)–. Y, para eso, son “justificados por su gracia”, mediante la fe en Cristo, como su Salvador (Ro. 5:1-2), y solo entonces, vienen “a ser herederos conforme a la esperanza de la vida eterna” (Tito 3:7).
Romanos 5:1-2: Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo; (2) por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios.
Por tanto, para que podamos alcanzar esa vida eterna en Su reino, “que la carne y la sangre no pueden heredar, ni la corrupción hereda la incorrupción” (1 Co. 15:50), Dios tiene que efectuar, en aquellos que son dignos de Su elección, lo que prometió en Su Palabra: “Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. (27) Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra” (Ezequiel 36:26-27).
La vida humana es guiada por el Espíritu Santo, cuando el creyente es engendrado por Dios, nace de nuevo “del agua y del Espíritu” (Jn. 1:12-13; cf. 3:3,5,6). Esto es lo que le hace hijo de Dios (Ro. 8:14), y deja, por tanto, de ser solo “carne”.
Juan 1:12-13: Mas a todos los que le [a Jesús] recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; (13) los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios.
Juan 3:3,5,6: Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios. […](5) Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. (6) Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es.
Romanos 8:14: Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios.
Gálatas 4:6-7: Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre! (7) Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero de Dios por medio de Cristo.
El corazón del ser humano, que es equivalente a la vida psíquica, es todo lo que forma nuestro psiquismo, es decir, nuestros pensamientos, razonamientos, sentimientos y voluntad. Todo eso será renovado, y ya no tendremos ese corazón duro como la piedra, que es incapaz de tener misericordia con el prójimo y de amarle como a sí mismo. Entonces, seremos incapaces de mentir y pensar con malicia y maldad. Nuestra vida será transparente y santa, porque Dios habrá hecho nacer de nuevo al hombre natural, y vendrá a morar en él Su Santo Espíritu. Y Dios habitará en nuestro cuerpo, mediante Su Espíritu, y seremos templo de Dios, el Espíritu Santo, como prueban los siguientes textos:
1 Corintios 3:16: ¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?
1 Corintios 6:19-20: ¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? (20) Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios.
Por todo lo que antecede, concluyo que el hombre es un ser unitario, porque el “hombre natural” es un alma viviente o “cuerpo psíquico”; y, en absoluto, un compuesto de cuerpo y alma en el sentido griego. En cambio, en el nuevo orden en Cristo, cuando el “hombre natural” nace de nuevo, por la obra poderosa del Espíritu Santo, es transformado en el “nuevo hombre” u hombre espiritual. Y esto significa que, desde el momento que el “hombre natural” adquiere su naturaleza espiritual, ya es, a la vez, totalmente espíritu, totalmente alma, y totalmente cuerpo. Es decir, sigue siendo un “alma viviente” a la que se le ha añadido la “imagen de Cristo”, convirtiéndose entonces en un hombre espiritual, manteniendo su unidad antropológica que siempre tuvo, pero añadiendo a la naturaleza carnal, la naturaleza espiritual de este nuevo orden; y, por eso, su cuerpo –la totalidad del ser humano– se convierte en templo del Espíritu Santo.
Quedo a disposición del lector para lo que pueda servirle.
Afectuosamente en Cristo
Carlos Aracil Orts
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Referencias bibliográficas
*Las referencias bíblicas están tomadas de la versión Reina Valera de 1960 de la Biblia, salvo cuando se indique expresamente otra versión. Las negrillas y los subrayados realizados al texto bíblico son nuestros.
Abreviaturas frecuentemente empleadas:
AT = Antiguo Testamento
NT = Nuevo Testamento
AP = Antiguo Pacto
NP = Nuevo Pacto
Las abreviaturas de los libros de la Biblia corresponden con las empleadas en la versión de la Biblia de Reina-Valera, 1960 (RV, 1960)
pp, pc, pú referidas a un versículo bíblico representan «parte primera, central o última del mismo».
Abreviaturas empleadas para diversas traducciones de la Biblia:
NBJ: Nueva Biblia de Jerusalén, 1998.
BTX: Biblia Textual
Jünemann: Sagrada Biblia-Versión de la LXX al español por Guillermo Jüneman
N-C: Sagrada Biblia- Nacar Colunga-1994
JER 2001: *Biblia de Jerusalén, 3ª Edición 2001
BLA95, BL95: Biblia Latinoamericana, 1995
BNP: La Biblia de Nuestro Pueblo
NVI 1999: Nueva Versión Internacional 1999
Las abreviaturas de los libros de la Biblia corresponden con las empleadas en la versión de la Biblia de Reina-Valera, 1960 (RV, 1960)
Bibliografía citada
(1) Fernández, Gonzalo. El inicio de la vida humana: una cuestión filosófica. https://www.revistalibertalia.com/single-post/2020/05/27/El-inicio-de-la-vida-humana-cuestion-filosofica
(2) Ibíd. A continuación las dos notas existentes en los párrafos transcritos: [6] y [7]
[6] A destacar, no obstante, que con los actuales métodos de reproducción asistida es posible fecundar un óvulo con el material genético de otro óvulo. En lo que sigue emplearemos generalizaciones imprecisas similares por razones de economía.
[7] Podría parecer que determinar el momento exacto en que se inicia la vida humana no puede tener demasiada relevancia práctica pues al final se trata de un margen muy pequeño dentro de los nueve meses que dura la gestación. Nada más lejos de la realidad: un día antes o un día después es lo que determinará si una píldora post-coital es un anticonceptivo al uso o bien un polémico abortivo. Igualmente, un día antes o un día después es de gran importancia en el campo de la investigación, pues nos marcará el momento exacto en que empieza a experimentarse con seres humanos.
(3) Castro Nogueira, Laureano / Toro Ibáñez, Miguel Ángel. Neurobiología de la conciencia: la actividad mental de la materia. https://www.revistadelibros.com/articulos/neurobiologia-por-una-teoria-de-la-conciencia
(4) Aracil Orts, Carlos, <https://amistadencristo.com>. El origen del ser humano
(5) Valverde Carlos, Antropología filosófica, p. 273
(6) Ibíd., p. 272
(7) Aracil Orts, Carlos, <https://amistadencristo.com>. El origen del ser humano
(8) Aracil Orts, Carlos, <https://amistadencristo.com>.
Pertenecí a la Iglesia adventista durante 28 años, exactamente hasta septiembre de 2003. Desde entonces, hasta hoy, octubre de 2020, han pasado unos 17 años, en los que no he dejado de estudiar la Palabra de Dios; y frutos de ese sistemático estudio de la Biblia, en comunión con el Autor de la misma –el Espíritu Santo–, son los cuarenta artículos, –y además el libro titulado «La relación del cristiano con la Ley Moral», que solo es la recopilación y agrupación de algunos primeros artículos sobre la Ley que redacté)–, de los cuales presento a continuación sus enlaces a mi web https://amistadencristo.com, a fin de que el lector pueda conocer, ampliar o completar los argumentos en los que me fundamento para defender que la Ley del Antiguo Testamento no está vigente para los cristianos.
Sección Sobre la ley de Dios en Preguntas y Respuestas
¿Los cristianos debemos predicar más la Ley de Dios?
¿Dónde dice la Biblia que el Nuevo Pacto cancela el Antiguo?
¿El reposo sabático es un mandamiento de Dios?
¿Por qué pregunta si matar es pecado?
¿Se puede alcanzar la vida eterna cumpliendo la Ley moral?
¿Es la Ley del Sinaí inmutable y eterna?
¿Es el amor la base del Nuevo Pacto en Cristo?
¿Por qué Dios reposó en el séptimo día, lo bendijo y lo santificó?
¿Peca el cristiano cuando no se congrega en el día domingo?
¿No fue hecho el día sábado por causa del hombre?
¿Por qué los cristianos no guardan el reposo sabático?
¿Cuáles son los mandamientos de Dios para el cristiano?
¿Son los Diez Mandamientos los que implanta Dios en el cristiano?
¿Cual es la ley que Dios escribe en el corazón?
¿Cuál es el propósito de la ley de Dios?
¿Estar bajo la Gracia implica licencia para pecar?
¿Será el sábado un día de adoración en la Tierra nueva?
¿Es el reposo sábatico un símbolo de la salvación en Cristo?
¿Es la ley del Sinaí el ayo que nos conduce a Cristo?
¿Bajo que ley está la humanidad sin Cristo?
Respuesta a siete argumentos en pro vigencia reposo sabático
¿Cuáles son los mandamientos de Cristo?
La ley moral cristiana y los dos Pactos
¿Cumplir la ley era la condición de salvación en el A. Testamento?
¿Estará la ley vigente hasta que no pasen el Cielo y la Tierra?
¿Es la ley de Moisés la Ley de Dios?
¿Deben los cristianos dar el diezmo de sus ingresos a sus iglesias?
¿Está vigente la ley de animales puros e impuros para el cristiano?
¿Qué significa abstenerse de sangre y de ahogado?
Sección Sobre la ley de Dios
¿Guardar el día sábado es un Mandamiento de Dios en el Nuevo Pacto?
¿Será el sábado día de adoración en la Tierra nueva?
¿Está abolida la ley de Dios? (Primera parte)
¿Está abolida la ley de Dios? (Segunda parte)
¿Qué simboliza el reposo de Dios del séptimo día?
¿Será el sábado día de adoración en la Tierra nueva? Segunda Parte.
La Ley que fue clavada en la cruz.
¿Cuál es la ley del Pecado y de la muerte?
¿Cumplir la ley, sin faltar en un punto, para ser salvo?
Respuesta sobre la Ley a un amigo Adventista
¿Es eterna la Ley de Dios del Antiguo Pacto?
¿Cómo se salvaba la gente antes de Cristo?
¿Dictó Dios una ley imposible de cumplir?
Sección Miscelánea en Preguntas y Respuestas
La profecía de los 2.300 días-años y el juicio investigador
(9) Diccionario bíblico Mundo Hispánico (significado del término “corazón” en la Biblia)
(10) Diccionario Bíblico Caribe (significado del término “corazón” en la Biblia)
(11) Aracil Orts, Carlos, <https://amistadencristo.com: la conclusión del presente artículo está basada en: ¿Es el ser humano un compuesto de espíritu, alma y cuerpo?>
(12) Bonnet, L. y Schroeder, A., Comentario del Nuevo Testamento, Tomo IV, Pág. 111; Editorial Evangélica Bautista (Buenos Aires), 1952.
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