Las grandes doctrinas de la Biblia

Conferencia Ciclo: “Para entender la Biblia”

Versión 15-11-11

Carlos Aracil Orts

1. Introducción

En la charla del pasado mes, que iniciamos este ciclo “Para entender la Biblia”, dijimos que Dios no ha permanecido en silencio sino que ha hablado, se ha manifestado y revelado a la humanidad en muchas ocasiones y de muchas maneras, siendo las Sagradas Escrituras, o sea, la Biblia, la que le ha dado a conocer de una forma muy concreta y específica, y por la que conocemos Su voluntad. El autor del libro de Hebreos (posiblemente San Pablo) registra que la máxima revelación de Dios es Jesucristo: “Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, (2) en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo (Hebreos 1:1,2).

A partir del siglo XVIII y especialmente en la actualidad, la Biblia ha sido objeto de duras y crueles críticas, por parte de una mayoría de intelectuales y científicos. Casi se la ha acusado de ser el origen de todos los males de la humanidad, la causa de muchas guerras y conflictos y violencia contra las personas. Es verdad que en nombre de Dios y de Cristo se han realizado las mayores salvajadas, desde la tortura de muchas personas hasta su muerte de muchas de ellas en la hoguera, para intentar forzar su arrepentimiento y conversión a fin de salvar sus almas del infierno. Aunque eso sea cierto, pues nadie puede borrar o cambiar nuestra historia, la Biblia es completamente inocente de fomentar o alentar cualquier tipo de mal. Esas acusaciones provienen de interpretaciones erróneas de la Biblia, inducidas por personas no convertidas. La maldad no está en la Biblia sino en las personas que tuercen de forma partidista y fanática, las grandes verdades que contiene.

La Biblia contiene el más grande e inimaginable mensaje del amor de Dios revelado a la humanidad por Cristo, el cual declara, según se registra en el evangelio de San Juan capítulo 3 y versículo 16, “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, más tenga vida eterna”. Esta revelación es hoy tan importante y necesaria como hace dos mil años. Este mensaje y otras muchas promesas de salvación que se registraron en la Sagradas Escrituras hace unos dos mil años, todavía siguen vigentes, y han hecho que millones de personas en todo el mundo hayan encontrado la paz y consuelo en sus vidas mediante la lectura y puesta en práctica de sus enseñanzas.

Hoy les traigo muy buenas noticias. Las buenas nuevas de salvación y vida eterna en Cristo Jesús. Me gustaría, al menos, en el tiempo que disponemos tratar de presentar las principales doctrinas que sustentan el credo del cristianismo y que constituyen la esencia de la Revelación de la voluntad de Dios y de su Plan salvífico para la humanidad. Pues del conocimiento de estas doctrinas y de la adecuada aplicación que cada persona haga en su vida cotidiana depende la única felicidad posible aquí en este mundo y la vida eterna futura.

Sin embargo, soy consciente de la dificultad que ello representa, por lo que, necesariamente, tendré que dejar puntos importantes y solo esbozar, sin entrar con profundidad en algunos otros. Mi exposición no va a ser partidista ni inclinada hacia ninguna organización religiosa sino basándome estrictamente en la Biblia, pues toda doctrina cristiana verdadera debe tener como único fundamento la Santa Biblia, y no la tradición, ni el magisterio de ninguna iglesia ni siquiera la Católica. Necesariamente, pues, deberé recurrir a leer las citas de la Biblia que apoyan y fundamentan las principales doctrinas de salvación y vida eterna.

El cristianismo no es meramente una teoría o simplemente una religión más, sino un modo y estilo de vida, una experiencia de reconciliación con Dios y con nuestro prójimo. En esta sesión, que intentaremos tenga un buen sentido práctico, explicaremos en qué consiste el cristianismo y sus creencias fundamentales.

En la próxima conferencia del martes 13 de diciembre finalizaremos este ciclo presentando “Claves para entender la Biblia”.

2. Principales doctrinas de la Biblia y de la Iglesia cristiana primitiva

2.1. La fe

Dios no ha establecido duras y gravosas condiciones o penosos sacrificios personales a cada ser humano a fin de que alcance la salvación para vida eterna. Por el contrario, en su indiscutible soberanía le ha placido solicitar a la humanidad un único medio de salvación: la fe en Él y en su Hijo Jesucristo. Esto, por otra parte, es lógico y racional que así sea, pues si somos criaturas es porque Dios nos ha creado, la misma existencia de la vida demuestra la existencia del Autor de la vida, al que le debemos todo lo que somos y tenemos. ¡Qué menos que Dios nos pida que tengamos fe en Él!. No cualquier tipo de fe sino una fe racional, informada, que confíe plenamente en la justicia, misericordia y bondad de su Creador.

El cristianismo es una fe más que una religión, y por eso solemos hablar de la fe cristiana. Se la llama una fe porque consiste en un conjunto de conocimientos que es afirmado o creído por sus adherentes. También se la llama una fe porque la virtud de la fe es central a su entendimiento de la redención.

¿Qué significa la fe? En nuestra cultura suele confundirse con una creencia ciega en algo irrazonable. Llamar a la fe cristiana una «fe ciega», sin embargo, no es solo rebajar a los cristianos sino que es una afrenta a Dios. Cuando la Biblia habla de ceguera está utilizando esta imagen para las personas que, por su pecado, caminan en la oscuridad. El cristianismo llama a las personas a abandonar la oscuridad, no a venir a la oscuridad. La fe es el antídoto a la ceguera, no la causa de la ceguera.

La fe salvífica está compuesta de la información, el consentimiento intelectual, y la confianza personal. 1

Si nos preguntamos qué es la fe, la epístola a los Hebreos da una hermosa y sencilla definición:

Hebreos 11:1-3: Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve. 2 Porque por ella alcanzaron buen testimonio los antiguos. 3 Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la palabra de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía.

La fe nos da, pues, la convicción de lo que no se ve y la certeza de lo que se espera, es decir, la certeza en el cumplimiento de las promesas que Dios ha hecho en su Palabra, en el ámbito personal y universal. San Pablo en la epístola que escribió a los Romanos nos estimula con la fe de Abraham, el padre de la fe:

Romanos 4: 18-25: Él creyó en esperanza contra esperanza, para llegar a ser padre de muchas gentes, conforme a lo que se le había dicho: Así será tu descendencia. 19 Y no se debilitó en la fe al considerar su cuerpo, que estaba ya como muerto (siendo de casi cien años), o la esterilidad de la matriz de Sara. 20 Tampoco dudó, por incredulidad, de la promesa de Dios, sino que se fortaleció en fe, dando gloria a Dios, 21 plenamente convencido de que era también poderoso para hacer todo lo que había prometido; 22 por lo cual también su fe le fue contada por justicia. 23 Y no solamente con respecto a él se escribió que le fue contada, 24 sino también con respecto a nosotros a quienes ha de ser contada, esto es, a los que creemos en el que levantó de los muertos a Jesús, Señor nuestro, 25 el cual fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación.

Abraham tuvo fe en lo que Dios le prometió a pesar de que humanamente era imposible que sucediese, pero creyó a Dios, confió plenamente en Él. San Pablo nos dice que su fe le fue contada por justicia (Romanos 4:22), es decir Dios le declaró justo. Luego San Pablo se refiere a nosotros para asegurarnos que también seremos considerados justos por Dios si creemos que Él resucitó de los muertos a Jesucristo, “Señor nuestro, el cual fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación” (Romanos 4:24,25).

Las palabras que pronunció Jesucristo, registradas en el Evangelio de San Mateo también nos proporcionan certeza y confianza.

Mateo 11:28-30: Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. 29 Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; 30 porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga.

Algunos de los que seguían a Jesucristo cuando les predicaba, “…le dijeron: ¿Qué debemos hacer para poner en práctica las obras de Dios? 29 Respondió Jesús y les dijo: Esta es la obra de Dios, que creáis en el que él ha enviado (Juan 6: 28,29).

El fundamento de la fe cristiana es Jesucristo.

Como declara el apóstol Pedro, nuestra fe no está basada en mitos o fábulas sino en los testimonios verdaderos de Jesucristo y de los que convivieron con Él, y vieron personalmente todas las señales milagrosas que hizo.

2 Pedro 1:16: Porque no os hemos dado a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo siguiendo fábulas artificiosas, sino como habiendo visto con nuestros propios ojos su majestad».

“El cristianismo, [pues], no descansa sobre mitos y fábulas sino sobre el testimonio de quienes vieron con sus propios ojos y oyeron con sus propios oídos. La verdad del evangelio se basa sobre acontecimientos históricos. Si el relato de estos acontecimientos no es digno de confianza, entonces sin duda que nuestra fe es en vano. Pero Dios no nos pide que creamos en cualquier cosa basándose en el mito2.

La fe cristiana tiene su fundamento en Jesucristo; así consta en 1ª Corintios 3:11, en donde el gran apóstol San Pablo declara sin lugar a dudas: “Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo.”. Además, en el libro de los Hechos de los Apóstoles, el escritor San Lucas narra que el apóstol San Pedro, después de ser apresado en Jerusalén, fue interrogado por los dirigentes de Israel, los ancianos, escribas, el sumo sacerdote Anás, Caifás y todos los de su familia (Hechos 4:6), preguntándole con qué autoridad, o en qué nombre enseñaba al pueblo y le anunciaba la resurrección de Jesús (Hechos 4:2,7). A lo que Pedro respondió con valentía y rotundidad: “Este Jesús es la piedra reprobada por vosotros los edificadores, la cual ha venido a ser cabeza del ángulo. (12) Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos. Hechos 4:11,12). La doctrina de la Iglesia cristiana primitiva se fundamentaba en las palabras, la enseñanza, las obras y la vida del hombre-Dios, Jesucristo cuya historia se nos narra en cuatro libros que tienen por autores a Mateo, Marcos, Lucas y Juan, y en las epístolas de sus apóstoles, que las desarrollaron y las explicaron.

La epístola a los Hebreos incide en que tenemos que poner los ojos en Jesús porque es el autor y consumador de la fe:

Hebreos 12: 1-11:“….Corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, 2 puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios. 3 Considerad a aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo, para que vuestro ánimo no se canse hasta desmayar. 4 Porque aún no habéis resistido hasta la sangre, combatiendo contra el pecado; 5 y habéis ya olvidado la exhortación que como a hijos se os dirige, diciendo: Hijo mío, no menosprecies la disciplina del Señor, Ni desmayes cuando eres reprendido por él; 6 Porque el Señor al que ama, disciplina, Y azota a todo el que recibe por hijo. 7 Si soportáis la disciplina, Dios os trata como a hijos; porque ¿qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina? 8 Pero si se os deja sin disciplina, de la cual todos han sido participantes, entonces sois bastardos, y no hijos. 9 Por otra parte, tuvimos a nuestros padres terrenales que nos disciplinaban, y los venerábamos. ¿Por qué no obedeceremos mucho mejor al Padre de los espíritus, y viviremos? 10 Y aquellos, ciertamente por pocos días nos disciplinaban como a ellos les parecía, pero éste para lo que nos es provechoso, para que participemos de su santidad. 11 Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados.

2.2. Vida eterna por la resurrección de los muertos

Lo que caracteriza la fe cristiana es la creencia en la resurrección de los muertos. Esta doctrina es fundamental y muy conocida; y, según se desprende de las revelaciones de Jesucristo y San Pablo, es incompatible con la creencia de que el ser humano tenga un alma inmortal. Por tanto, dado lo extendida y arraigada que está esa idea, que procede de la filosofía, especialmente, de Platón (428 a 347 a.C.), les recomiendo o sugiero que se liberen de esa idea preconcebida, si se quiere entender lo que Dios nos ha revelado, y no lo que dicen las doctrinas humanas.

La revelación del apóstol San Pablo en 1ª Corintios 15:16-18, que, por otra parte, concuerda con la de Jesucristo en el Evangelio de Juan (5:28,29), da entender que la vida después de la muerte existe solo después de la resurrección de los muertos, pero de ninguna manera puede hablarse de vida consciente del alma o del espíritu después de la muerte. Jesucristo se refiere, a que los muertos, o sea, los que están en los sepulcros, no en el cielo, ni en el infierno, oirán su voz, cuando en la resurrección vuelvan a la vida. Y San Pablo, viene a decir lo mismo cuando declara que si no hay resurrección “los que durmieron en Cristo perecieron”. Es decir, “los que durmieron”, que no son otros que los que han muerto, permanecen en ese estado, sin ninguna esperanza de vida. Así lo confirman los siguientes textos citados:

1ª Corintios 15:16-18: Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó; 17 y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana; aún estáis en vuestros pecados. 18 Entonces también los que durmieron en Cristo perecieron.

Juan 5:28,29: No os maravilléis de esto; porque vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; 29 y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación.

La diferencia fundamental del cristianismo con las otras religiones no cristianas consiste en que Cristo venció a nuestro peor enemigo que es la muerte, con su muerte y resurrección (1ª Corintios 15:13-23,261; Hebreos 2:14,152; Juan 5:28,293). La idea que se desprende y subyace en toda la Biblia es que no hay vida después de la muerte sino es mediante la resurrección. El alma humana no es inmortal. Puede ser destruida por Dios, como nos dice Jesús en el Evangelio de San Mateo 10:28: “28 Y no temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno”. El NT, especialmente el libro denominado “la Revelación de Jesucristo” más conocido quizá como “el Apocalipsis” revela que el infierno de fuego a que se refirió Jesús como el castigo que recibirán los malvados en el juicio final, consiste en una segunda muerte, a la que son destinados los que hayan hecho el mal, después de haber sido resucitados para juicio según reveló el mismo Jesucristo en los pasajes citados antes del Evangelio de San Juan (5:28-30).

La segunda muerte no es otra cosa que la aniquilación o destrucción final y eterna de los impíos realizada por Dios (Apocalipsis 21:8; Véase también: Apocalipsis 2:11; 19:20; 20:9,10,14,15.)

Apocalipsis 21:8: “Pero los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda.”

Esto también es una buena noticia, pues, entonces tampoco existe, para los que se pierden, una vida futura de sufrimiento en los tormentos del infierno. San Pablo declara en la primera carta que escribió a Timoteo que el único que tiene inmortalidad es Dios (1ª Timoteo 6:15,16).

1ª Timoteo 6:14-16: […] hasta la aparición de nuestro Señor Jesucristo, 15 la cual a su tiempo mostrará el bienaventurado y solo Soberano, Rey de reyes, y Señor de señores, 16 el único que tiene inmortalidad, que habita en luz inaccesible; a quien ninguno de los hombres ha visto ni puede ver, al cual sea la honra y el imperio sempiterno. Amén.

Por otro lado, San Pablo sigue insistiendo en 1ª Corintios 15:51-57 y en 1ª Tesalonicenses 4:13-18, que los muertos permanecen en un estado inconsciente, o sea como en un sueño profundo: “No todos dormiremos”. Es decir, “no todos estaremos muertos” en la parusía de Cristo. Por eso equipara la muerte con el sueño, hasta la segunda venida de Cristo en la que son despertados, o sea, traídos de nuevo a la vida con la resurrección. Solo entonces, los salvos, son transformados en incorruptibles e inmortales. Lo que prueba, que antes eran mortales.

1ª Corintios 15:51-57: He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos transformados, 52 en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados. 53 Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad. 54 Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria. 55 ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? 56 ya que el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado, la ley. 57 Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo.

1ª Tesalonicenses 4:13-18: Tampoco queremos, hermanos, que ignoréis acerca de los que duermen, para que no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza. 14 Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que durmieron en él. 15 Por lo cual os decimos esto en palabra del Señor: que nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor, no precederemos a los que durmieron. 16 Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. 17 Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor. 18 Por tanto, alentaos los unos a los otros con estas palabras.

San Pedro en el libro de los Hechos capítulo 2, afirma que “David no subió a los cielos” (Véase además Hebreos 11:39). A diferencia de las religiones orientales no cristianas que creen que existe vida desencarnada después de la muerte que necesita reencarnarse una y otra vez en otros seres vivos para purificarse, el cristianismo basa su fe en la resurrección de Cristo. “Porque por cuanto la muerte entró por un hombre [Adán], también por un hombre [Cristo] la resurrección de los muertos” (1ª Corintios 15:21,22).

La esperanza del cristiano está puesta en lo que dijo Jesús de sí mismo, cuando se dirigía a Marta y María las hermanas de Lázaro, al que iba a resucitar: “…Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. 26 Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto?” (Juan 11:25,26). En esta último frase está la clave: “no morirá eternamente”. Luego es fácil deducir, que si Cristo no nos devuelve la vida mediante la resurrección, nuestro destino será la muerte eterna. El dejar de existir para siempre.

Por eso San Pablo incide tanto en la resurrección de los muertos, pues sin ella no hay vida ni ningún tipo de esperanza. Él nos resume estas buenas nuevas de salvación, que no son otras que la resurrección de los muertos, el corazón del Evangelio, en los siguientes textos de 1ª Corintios 15:

1ª Corintios 15:1-9: Además os declaro, hermanos, el evangelio que os he predicado, el cual también recibisteis, en el cual también perseveráis; 2 por el cual asimismo, si retenéis la palabra que os he predicado, sois salvos, si no creísteis en vano. 3 Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; 4 y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras; 5 y que apareció a Cefas, y después a los doce. 6 Después apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales muchos viven aún, y otros ya duermen. 7 Después apareció a Jacobo; después a todos los apóstoles; 8 y al último de todos, como a un abortivo, me apareció a mí. 9 Porque yo soy el más pequeño de los apóstoles, que no soy digno de ser llamado apóstol, porque perseguí a la iglesia de Dios.

2.3. Doctrina de la Trinidad

Aunque la palabra “Trinidad” no aparece en la Biblia, Dios se manifiesta y revela en el Nuevo Testamento como tres personas perfectamente diferenciadas e inconfundibles Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. Sin embargo no son tres dioses sino un solo Dios. El ser humano jamás hubiera podido concebir a la divinidad como una tri-unidad si Dios no lo hubiera revelado así en la Sagrada Escritura.

La doctrina de la Trinidad nos resulta difícil y confusa. A veces hasta se ha pensado que el cristianismo enseña la noción absurda de que 1+1+1=1. Resulta claro que esta es una ecuación falsa. El término Trinidad describe una relación de un Dios que es tres personas, y no una relación entre tres dioses. La Trinidad no significa un triteísmo, es decir, que hay tres seres que en su conjunto conforman un Dios. La palabra Trinidad se utiliza como un esfuerzo para definir la plenitud de la Deidad en términos de su unidad y su diversidad*3.

“Dios es uno en esencia, pero subsiste en tres personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. La matemática de la Trinidad no es 1 + 1 + 1 = 1, como pretenden burlarse algunos sino 1 x 1 x 1 = 1. Si alguno de los términos de esta ecuación fuera cero, el resultado sería nulo. Lo que equivale a no existir.

“Ahora bien, el espacio, por lo menos en la medida en que lo comprendemos, consiste exactamente de tres dimensiones, cada una igualmente importante y absolutamente esencial. No habría espacio, ni realidad alguna, si hubiera solamente dos dimensiones. Existen tres dimensiones distintas, y con todo cada una de ellas abarca la totalidad del espacio. Sin embargo, hay un solo espacio. Notemos que para calcular el contenido cúbico de cualquier espacio limitado no se suma la longitud mas el ancho y más la profundidad, sino que se multiplican esas medidas. Todo lo conocido del Universo puede ser clasificado bajo los títulos de espacio, materia y tiempo”4.

“La Trinidad en acción: El Padre es toda la plenitud de la divinidad invisible: Juan 1:18; el Hijo es toda la plenitud de la divinidad manifestada: Juan 1:14-18 y Col. 2:9; el Espíritu Santo es toda la plenitud de la divinidad obrando directamente sobre la criatura: 2.8 Cor. 2: 9-16.”5

A continuación presentamos algunos textos bíblicos que nos muestran a las tres personas en pie de igualdad.

Mateo 28:19: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándoles en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu santo; “

2ª Corintios 13:14: “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros. Amén.”

El Espíritu Santo no es una fuerza o influencia sino una persona porque posee todas las características que la definen como tal y los atributos de Dios:

¿Cómo sonaría, por ejemplo, esta fórmula bautismal?: «Bautizad en el nombre del Padre, y de Moisés, y de una fuerza activa» ¿No sería esto peor que una blasfemia grosera? Pero el nombre del Hijo y el nombre del Espíritu Santo están juntos con el del Padre, y la unión es tan importante que la validez del bautismo es inseparable de ella. Si el Padre es Dios, el Hijo y el Espíritu deben ser Dios también, porque de lo contrario el texto pierde su sentido natural. Asimismo, si el Padre y el Hijo tienen personalidad, debe igualmente tenerla el Espíritu, pues sería absurdo bautizarse en el nombre (?) de una «fuerza» o de una simple «influencia», en conexión con el nombre del Padre y del Hijo6.

El NT revela que el Espíritu Santo es una persona porque le atribuye todas las siguientes características que poseen las personas y no “las energías o fuerzas activas”:

El Espíritu Santo tiene una voluntad y un parecer (Hechos 15:28)7. Enseña (Lucas 12:12)8. Habla (Hechos 8:29)9. Prohíbe (Hechos 16:6)10. El Espíritu Santo intercede en nuestras oraciones y nos ayuda en nuestra debilidad (Romanos 8:26)11. El Espíritu Santo es contristado (Efesios 4:30)12. Se puede pecar contra El Espíritu Santo (Mateo 12:31)13. Se puede mentir al Espíritu Santo (Hechos 5:3,4)14.

2.4. Dios se encarna en Jesucristo.

La doctrina fundamental y más excelsa del cristianismo es la de que Dios se ha hecho hombre, tomando nuestra misma naturaleza, para entrar en este mundo rebelde para rescatarnos y redimirnos, obteniendo la victoria sobre el pecado, la muerte y el diablo. Es decir, Dios se rebaja y humilla hasta lo sumo al encarnarse para vencer el pecado y la muerte en nuestro propio terreno.

Filipenses 2:5-11: Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, 6 el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, 7 sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; 8 y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. 9 Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, 10 para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; 11 y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre.

El título de Kyrios (o sea Señor en griego) que recibe Cristo, es nada menos que el título divino dado a Yahvé en el AT.

2ª Corintios 5:19: que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación.

1ª Timoteo 3:16: E indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad: Dios fue manifestado en carne, Justificado en el Espíritu, Visto de los ángeles, Predicado a los gentiles, Creído en el mundo, Recibido arriba en gloria.

El NT afirma que Cristo es Dios en muchos textos de los que no dispondríamos de tiempo para presentar. Pero, como muestra leeremos solo cinco:

Juan 1:1,3: En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. […] Todas las cosas por Él fueron hechas…

Apocalipsis 1:7,8: He aquí que viene con las nubes, y todo ojo le verá, y los que le traspasaron; y todos los linajes de la tierra harán lamentación por él. Sí, amén. 8 Yo soy el Alfa y la Omega, principio y fin, dice el Señor, el que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso.

Apocalipsis 1:11: …Yo soy el Alfa y la Omega, el primero y el último

Romanos 9:5: de quienes son los patriarcas, y de los cuales, según la carne, vino Cristo, el cual es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos. Amén.

Tito 2:13: aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo,

2.5. La condición humana. El pecado: origen del mal, sufrimiento y muerte

Creo que nadie puede negar que vivimos en un mundo peligroso y precario donde hay mucho sufrimiento causado, entre otras cosas, por la maldad, el dolor físico y psíquico, las enfermedades y la muerte, de lo que nadie escapa. Por si todo esto, tan cotidiano y a la vez tan horrible, no fuera poco, los seres humanos, por nuestra naturaleza caída e imperfecta, por nuestro innato egoísmo, que se evidencia en todo tipo de relación personal y social, hacemos que los sentimientos de soledad e insatisfacción aumenten. Las desavenencias personales y familiares, la violencia sexista o de género, tan frecuente en nuestros días, pasando por todo tipo de crimen y corrupción moral, no menos abundantes, hasta la multitud de inacabables guerras que constantemente se ve envuelta la humanidad son el más evidente exponente de lo que es la condición humana.

El NT utiliza la palabra “pecado”, abundantemente, para referirse a todo ello. Soy consciente que esta palabra, hoy en día no es políticamente correcta, o se considera obsoleta, porque se alega que, en una sociedad tan avanzada, el conocimiento científico debe imperar sobre el religioso, al que se desprecia, tratando que desparezca o carezca de sentido.

Por otra parte, también el rechazo a esta palabra puede provenir de rememorar sentimientos de culpa que sufrimos en la niñez y adolescencia por un incorrecto entendimiento de la religión cristiana que se nos enseñó. Sin embargo, la religión cristiana bien entendida nunca debería ocasionarnos sentimientos de culpa injustificados o incorrectos, pues de ocurrir así es porque no se interpreta adecuadamente. Otra cosa muy distinta es que nuestra conciencia iluminada por la moral bíblica con razón nos acuse cuando hacemos algo mal. Entonces no debemos ser sordos a ella, pues es la voz de Dios que nos habla interiormente. Simplemente, debo reconocer el pecado que sin duda hay en mí, confesarlo a Dios con arrepentimiento, reparar el mal ocasionado si fuera posible, y creer firmemente que Él me ha perdonado por medio de la ofrenda del cuerpo de su Hijo, Jesucristo (Hebreos 10:10,12).

Es imprescindible, pues, que abordemos, en primer lugar, la doctrina del pecado, y en segundo lugar, su solución en Cristo, porque de lo contrario, nada entenderíamos del NT, ni de la religión cristiana.

2.5.1. El origen del pecado

La existencia del pecado nadie la puede poner en duda pues es muy manifiesto y evidente que desde el principio de la historia del hombre hubo maldad, sufrimiento y muerte. Un tema controvertido y polémico hoy en día es el origen del pecado, debido a que la mayoría de los científicos han dado como cierta la teoría de la evolución de las especies, pretendiendo que es un hecho que los seres humanos descienden por evolución de una primera célula o bacteria, que ha ido transformándose en las distintas especies hasta llegar a los simios, y de estos al hombre. Sin duda, esta concepción, que desgraciadamente se ha extendido entre los científicos y medios de comunicación de todo el mundo, elimina la dignidad que supone ser creados a imagen y semejanza de Dios según el libro del Génesis 1:26. Por tanto, la teoría de la evolución, está en oposición frontal a la revelación bíblica, que afirma que la primera pareja humana fue una creación directa de Dios. El NT lo ratifica contundentemente con las palabras inspiradas del gran apóstol Pablo:

Romanos 5:12: “12 Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron.”

Y en la primera carta que San Pablo escribió a los Corintios lo aclara aún más reconociendo que el pecado entró por Adán:

1ª Corintios 15:21,22: “Porque por cuanto la muerte entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los muertos. (22) porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados.”

Estos importantes versículos son muy claros y no dejan lugar a dudas o malas interpretaciones. Por culpa de un hombre, Adán, entró el pecado, y por éste, la muerte, la enfermedad y el sufrimiento. Él pecó libremente, y sufrió las consecuencias del pecado, la ruptura de su comunión con Dios, la muerte espiritual primero y la física al final de su vida.

En Adán la humanidad cae y todos los seres humanos, sin excepción nacen con una naturaleza contaminada por el pecado y una inclinación al mal, y también todos pecan.

Todos, sin excepción, somos pecadores

El NT registra esta verdad de la universalidad del pecado, en la epístola a los Romanos:

Romanos 3: 9,11,12,23: “…ya hemos acusado a judíos y a gentiles, que todos están bajo pecado, (10) Como está escrito: No hay justo, ni aun uno; 11 No hay quien entienda. No hay quien busque a Dios. 12 Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno. (23) Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios.

Esta verdad fundamental para la salvación tiene efecto en nuestras vidas solo si reconocemos nuestro pecado y nos arrepentimos y acudimos a Cristo para que nos libere de la esclavitud del pecado (Juan 8:31-36). Cristo Jesús es la única solución para el pecado como comprobaremos luego.

2.5.2. El pecado y su solución

Nos interesa, pues, saber, en primer lugar, en qué consiste el “pecado” según la Biblia, especialmente el NT, y en segundo lugar, veremos la solución que Dios le ha dado al pecado. El NT no hace distinción alguna entre pecado venial y mortal. El apóstol San Juan da una definición muy clara en su primera epístola cuando afirma que “…el pecado es infracción de la ley” (1ª Juan 3:4. Traducción de la Biblia según Reina-Valera). La Biblia de Jerusalén, 1998, traduce así: “…el pecado es la iniquidad”. El apóstol Santiago, en su epístola, capítulo 2, también se refiere al pecado y lo relaciona con la ley:

Santiago 2:8-12: Si en verdad cumplís la ley real, conforme a la Escritura: Amarás a tu prójimo como a ti mismo, bien hacéis; 9 pero si hacéis acepción de personas, cometéis pecado, y quedáis convictos por la ley como transgresores. 10 Porque cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos. 11 Porque el que dijo: No cometerás adulterio, también ha dicho: No matarás. Ahora bien, si no cometes adulterio, pero matas, ya te has hecho transgresor de la ley. 12 Así hablad, y así haced, como los que habéis de ser juzgados por la ley de la libertad.

Pecado es también, además de no amar a Dios y al prójimo, el dejar de hacer el bien que sabemos y podemos hacer (Santiago 4:17; Gálatas 6:9), y la violación de nuestra propia conciencia (Romanos 2:15,15; 14:22,23).

Después de saber que “pecado es infracción o transgresión de la ley”, se impone averiguar cuál es esta ley por la que seremos juzgados. ¿Se está refiriendo Santiago al Decálogo o Diez mandamientos, conocidos también como la ley que Dios reveló a Moisés en el monte Sinaí, por eso llamada ley de Dios, ley del Sinaí o de Moisés?

2.5.3. La ley

La ley que Jesucristo confirma en su famoso sermón de la montaña, contiene los principios morales fundamentales que se revelaron en el Sinaí, pero deja de tener vigencia como ley externa que se escribió en tablas de piedra, para llegar a ser una ley interna escrita en el corazón de cada creyente (Hebreos 8:10,11). Cristo enseña que el cumplimiento de la ley no consiste en una obediencia externa a cada mandamiento sino en una transformación del corazón del creyente, para que obre no por imperativo legal sino por el amor que nace del corazón convertido. Así lo declara el apóstol Pablo en 2ª Corintios 3:3,6: “…no en tablas de piedra, sino en tablas de carne del corazón.” Y en la epístola a los Romanos 7:6 afirma: “Pero ahora estamos libres de la ley, por haber muerto para aquella en que estábamos sujetos, de modo que sirvamos bajo el régimen nuevo del Espíritu y no bajo el régimen viejo de la letra.”

La ley moral de Dios no se reduce a un conjunto de normas que hay que cumplir al pie de la letra para ser santo, eso sería legalismo. Las leyes humanas nos condenan cuando las transgredimos realmente por nuestro obrar o actuar, pero, en cambio, la ley de Dios exige también su cumplimiento interno en los pensamientos e intenciones del corazón.

No es una lista de mandamientos sino una ley de amor, la que el mismo Jesús le recordó al intérprete de la ley que le preguntó para tentarle “¿Cuál es el gran mandamiento de la ley?” A lo que Jesús respondió: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. 38 Este es el primero y grande mandamiento. 39 Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. 40 De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas.” (Mateo 22:36-39). Jesucristo nos enseñó que esta ley no bastaba con cumplirla de una forma externa, como hacían muchos fariseos de su tiempo, y de nuestros días, que dicen que no matan ni roban y con eso ya piensan que están en paz con Dios. Él va mucho más lejos cuando aclara que se juzgan no solo las obras sino los pensamientos e intenciones del corazón, como se deduce del sermón del monte en Mateo 5.

Mateo 5:43-48: Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. 44 Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; 45 para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos. 46 Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos? 47 Y si saludáis a vuestros hermanos solamente, ¿qué hacéis de más? ¿No hacen también así los gentiles? 48 Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto.

En el Sermón del Monte Jesús indicó que sus leyes iban más allá de las leyes del Antiguo Testamento. Mientras los fariseos y escribas interpretaban las leyes del Antiguo Testamento como la prohibición de acciones externas, Jesús en su interpretación incluía un significado más profundo, que tenía que ver con las actitudes del corazón. No era suficiente el guardarse de adulterio o del asesinato: el hombre debe guardarse de codicia y enojo.18

Él también dijo:

Juan 13:34,35: Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. 35 En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros.

En primer lugar, la ley sirve para darnos a conocer lo que es pecado, purificando nuestra conciencia para que sepa discernir entre el bien y el mal. Como dice San Pablo en Romanos 7:7: “…Pero yo no conocí el pecado sino por la ley; porque tampoco conociera la codicia, si la ley no dijera: No codiciarás,…” , y en Romanos 3:20: “…porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado.” Y en segundo lugar, la ley es nuestro ayo, pedagogo o tutor para conducirnos a Cristo. Así lo declara el apóstol Pablo en Gálatas 3:24,25: “De manera que la ley ha sido nuestro ayo, para llevarnos a Cristo, a fin de que fuésemos justificados por la fe. (25) Pero venida la fe, ya no estamos bajo ayo”. Es decir, cuando conocemos que la ley exige amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos, nos damos cuenta que no estamos cumpliendo la ley y, por tanto, somos pecadores. Ningún ser humano puede cumplir esta ley de amor de forma perfecta, por sí mismo, con sus propias fuerzas. Y al sentirse impotente y pecador se acoge a Cristo para recibir la gracia de Dios, y Él le declara justo. Por eso afirma San Pablo: “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo.” (Romanos 5:1). O sea, aunque no podamos cumplir perfectamente la ley, somos declarados justos por Dios por el sacrificio expiatorio de Cristo, que cubre nuestros pecados y debilidades.

2.5.4 La solución divina para el problema del pecado es Cristo

Si Dios no nos lo hubiera revelado, los seres humanos jamás habríamos imaginado que “De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.” (Juan 3:16). La solución divina para el pecado no consiste en pasar por alto los pecados de los hombres, de perdonarles simplemente todas sus faltas y no tener en cuenta las maldades que cometen; sino que Dios afirma que “la paga del pecado es muerte, pero el regalo de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro.” (Romanos 6:23). Él nos dice que en nuestra condición de pecadores estamos “destituidos de la gloria de Dios.” (Romanos 3:23). Sin embargo, acto seguido, en el versículo siguiente introduce la solución divina, que consiste en que somos “justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús” ((Romanos 3:24).

¿Qué quiere decir “justificados” y “redención” las dos palabras claves que explican el medio que Dios usa para salvarnos?

Significa no que nuestra culpabilidad quede sin castigo sino que ésta es asumida por Cristo por lo que Él, siendo inocente y sin mancha, recibe la penalización de la ley, la muerte, que nos correspondería a nosotros, y nos rescata pagando el precio de nuestra redención con su sangre. Es decir, Cristo, toma el lugar de cada pecador arrepentido, carga con su pecado, pagando la deuda de nuestros pecados. De esta forma excelsa y maravillosa Dios es a la vez justo y misericordioso con el pecador. Él es justo porque no deja sin castigo el pecado, pues Cristo paga con su vida esa culpa, y misericordioso porque le atribuye al pecador la justicia obtenida por Cristo. Por eso dice la Palabra de Dios que Cristo es nuestra justicia, o justificación (1 Corintios 1:30). Cristo es la justicia de Dios (Romanos 1:17; 3:21) y a la vez la nuestra porque por Él somos declarados justos: “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo;” (Romanos 5:1).

Romanos 8:1-4:Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. 2 Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte. 3 Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne; 4 para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.

El Nuevo Testamento entero señala a Cristo como “el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” como proclama Juan el Bautista en el Evangelio de Juan 1:29. Otros textos, nos especifican aún más que Jesucristo vino para:

1. Salvar a Su pueblo de sus pecados (Mateo 1:21).

2. Dar Su vida en rescate por muchos (Marcos 10:45).

3. Buscar y hallar a los perdidos (Lucas 19:10).

4. Quitar nuestros pecados (Juan 1:29).

5. Salvar a los pecadores (I Timoteo 1:15).

Así es confirmado en muchos textos, por ejemplo:

Romanos 8:3,4: Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne; 4 para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.

Romanos 8:7,8: Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden; 8 y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios.

2ª Corintios 5:21: Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él.

2ª Corintios 5:17-21: De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas. 18 Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; 19 que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación. 20 Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios.

2.6. Pasos del creyente para la salvación

Por tanto, el primer paso para la salvación es reconocer nuestra naturaleza pecadora y la necesidad de un Salvador porque sin Él estamos perdidos y nada hay al alcance de nuestras manos que podamos hacer para salvarnos excepto el acogernos a la gracia de Dios en Cristo.

El segundo paso es arrepentirse de haber pecado, obedeciendo el llamado de Jesucristo que se encuentra en el Evangelio. Por ejemplo, según San Marcos 1:15, Él empezó su ministerio “diciendo: El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el Evangelio.” (Marcos 1:15).

En el Evangelio de Lucas se registra otra ocasión en la que Jesús reafirma la importante verdad de que sin arrepentimiento no hay salvación:

Lucas 13:5: “Os digo: …antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente.”

El arrepentimiento, que significa fundamentalmente un cambio de voluntad, de vida o de actuar, o sea una conversión o nuevo nacimiento del que hablaremos luego, es esencial para que sean borrados nuestros pecados. Así lo afirma el apóstol Pedro en Hechos 3:19. Y San Pablo en el mismo libro declara que es un mandamiento de Dios:

Hechos 17:30,31: Pero Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan; 31 por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos.

Pero, Dios no abandona al hombre en su pecado sino que misericordiosamente desciende en su busca, y lo atrae hacia sí de la mano de Cristo “el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” como proclama Juan el Bautista en el Evangelio de Juan 1:29.

Y como afirma el apóstol Pedro:

1ª Pedro 1:18-21: sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, 19 sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación, 20 ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros, 21 y mediante el cual creéis en Dios, quien le resucitó de los muertos y le ha dado gloria, para que vuestra fe y esperanza sean en Dios.

El tercer paso hacia la salvación, después de haber reconocido nuestro pecado y de arrepentirse del mismo, consiste en acogerse a la gracia de Dios, aceptando, por fe, que Cristo ha pagado mi deuda con el pecado. Pero, esa fe del corazón, que Jesús es el Señor de nuestra vida y que vamos a ser fieles a Él, debe ser proclamada de manera que nos comprometa públicamente. Así lo afirma el propio Jesús, según se registra en el Evangelio de San Mateo, capítulo 10:

Mateo 10:32,33: A cualquiera, pues, que me confiese delante de los hombres, yo también le confesaré delante de mi Padre que está en los cielos. 33 Y a cualquiera que me niegue delante de los hombres, yo también le negaré delante de mi Padre que está en los cielos.

Romanos 10:8-13: Esta es la palabra de fe que predicamos: 9 que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. 10 Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación. 11 Pues la Escritura dice: Todo aquel que en él creyere, no será avergonzado. 12 Porque no hay diferencia entre judío y griego, pues el mismo que es Señor de todos, es rico para con todos los que le invocan; 13 porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.

El cuarto paso consiste en mostrar públicamente que creemos firmemente y sinceramente que la fe en Cristo nos salva, obedeciendo el mandamiento de Dios de “…Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo.” (Hechos 2:38). A partir de ese momento, se produce una verdadera transformación en el creyente sincero, y renace en Cristo, porque simbólicamente el nuestro hombre viejo, nuestra vieja naturaleza pecaminosa es sepultado en las aguas del bautismo para renacer a una nueva vida (Romanos 6:4).

2.6.1. La nueva criatura en Cristo.

Una vez dados los pasos citados anteriormente de reconocerse pecador, arrepentirse y creer, o sea, tener fe, confiar plenamente en Cristo, que nos salva, nace una nueva criatura, un hombre o mujer nuevos por el poder del Espíritu Santo actuando en nosotros. Esto es lo que le dijo Jesús a un importante fariseo de su tiempo, un maestro de la ley de Israel, llamado Nicodemo. “Este vino a Jesús de noche, y le dijo: Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro; porque nadie puede hacer estas señales que tú haces, si no está Dios con él.” (Juan 3:2).

Juan 3:3-6: Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios. 4 Nicodemo le dijo: ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer? 5 Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. 6 Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es.

Este nuevo nacimiento, imprescindible para ser salvo y entrar en el Reino de Dios se consigue por el poder del Espíritu Santo por medio de la Palabra de Dios. Es decir, el Espíritu Santo nos hace nacer de nuevo y nos da la gracia para que esa nueva criatura crezca en santidad usando la Palabra que Él mismo inspiró, la cual es la Biblia. Por eso Jesús se refiere a nacer del agua y del Espíritu. Nacer del agua significa dos cosas: en primer lugar, el agua simboliza la Palabra de Dios que nos da el nacimiento y crecimiento espiritual. Como testifican los siguientes textos:

Santiago 1:18,21: Él, de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad, para que seamos primicias de sus criaturas. […] 21 Por lo cual, desechando toda inmundicia y abundancia de malicia, recibid con mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar vuestras almas.

1ª Pedro 1:22-25: Habiendo purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad, mediante el Espíritu, para el amor fraternal no fingido, amaos unos a otros entrañablemente, de corazón puro; 23 siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre. 24 Porque: Toda carne es como hierba, Y toda la gloria del hombre como flor de la hierba. La hierba se seca, y la flor se cae; 25 Mas la palabra del Señor permanece para siempre. Y esta es la palabra que por el evangelio os ha sido anunciada.

1 Pedro 2: 1-3: Desechando, pues, toda malicia, todo engaño, hipocresía, envidias, y todas las detracciones, 2 desead, como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis para salvación, 3 si es que habéis gustado la benignidad del Señor.

En segundo lugar, puede ser una alusión al bautismo que Dios manda a los creyentes como señal de obediencia y fe en su Palabra y como testimonio público de su aceptación de Cristo como su salvador personal.

Marcos 16:15,16: Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. 16 El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado.

2ª Corintios 5:17-21: De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas. 18 Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; 19 que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación. 20 Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios. 21 Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él.

Romanos 8:1 Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. 2 Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte.

Hechos 16:31,32: “Ellos dijeron [Pablo y Silas al carcelero de Filipos]: Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa (32) y le hablaron la palabra del Señor a él y a todos los que estaban en su casa.”

2.7. La salvación es por gracia

Todo el NT habla de la salvación dada al hombre por Dios como un don inmerecido, es decir por gracia por medio de la sangre preciosa de Cristo. Citaremos un solo versículo, de los muchos que hay en él, de la segunda epístola de san Pablo a los Corintios capítulo cinco: “al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en Él” (2ª Corintios 5:21). Por tanto, para ser salvo, basta con creer lo que también afirma Pablo en la epístola a los Romanos, que Jesús “fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación” (Romanos 4:25; ver también 10:9). De esta sencilla manera, somos justificados, que quiere decir, perdonados y salvados para vida eterna por medio de la fe en Jesucristo, así lo declara el gran apóstol Pablo, una y más veces, como ya vimos, “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo;” (Romanos 5:1).

Romanos 8:1-4: Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. 2 Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte. 3 Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne; 4 para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.

La salvación es, pues, la obra de la gracia de Dios en el ser humano. “Gracia” quiere decir un don inmerecido que recibimos, pues si la mereciésemos ya no sería gracia sino retribución debida a nuestras obras (Romanos 4:4; 6:14). Este punto es esencial, pues sería un error creer que podemos ganar la salvación haciendo buenas obras o tratando de cumplir de forma legalista la ley. La más excelsa obra que sea capaz de hacer un ser humano no puede justificar un solo pecado. Si la salvación fuera posible así, en vano habría sido sacrificado Cristo por nosotros (Gálatas 2:21). El NT es clarísimo al respecto, y no deja lugar a erróneas interpretaciones, porque afirma tajantemente que “… por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; 9 no por obras, para que nadie se gloríe. 10 Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.” (Efesios 2:8,9).

2.8 Doctrina de la santificación

Todo cristiano que ha obedecido la Palabra del Señor, siguiendo los pasos citados anteriormente ha sido declarado justo por Dios y también es santo en un cierto sentido, porque ello significa, apartado del mal, santificado por la ofrenda de la sangre de Jesucristo (Hebreos 10:10,14) y consagrado a Dios. Por eso, San Pablo, cuando se dirige a los Corintios en su primera carta les dice: “a la iglesia de Dios que está en Corinto, a los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos con todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor de ellos y nuestro: 3 Gracia y paz a vosotros, de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo.” (1ª Corintios 1:2,3).

Es decir, hemos sido santificados en Cristo Jesús por nuestra fe en Él, y desde ese momento empieza nuestro llamado: “sed santos, porque Dios es santo” (1ª Pedro 1:16).

Hebreos 12:14: “Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor.”

Sin embargo, no debemos temer no alcanzar esta meta sino como dice San Pablo debemos estar “persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo;” (Filipenses 1:6).

Para entender la doctrina de la salvación es importante no confundir “justificación” y “santificación” o creer que se trata de la misma doctrina. La justificación es la obra de la gracia de Dios sobre el pecador arrepentido, mediante la cual Dios declara justo al culpable, porque éste ha aceptado que Cristo muriese en su lugar para pagar la deuda contraída por sus pecados.

Desde el momento que hemos sido justificados por la fe en Cristo ya somos salvos, y nuestro fruto es la santificación.

Romanos 6:22,23: Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna. 23 Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro.

3.0. Conclusión

Dios nos pide reconocer que todos somos pecadores y que debemos arrepentirnos de nuestros pecados, lo que significa una conversión a Cristo, un cambio de voluntad, que antes estaba inclinada hacia lo malo y al egoísmo, y ahora se inclina hacia el bien, al acogerse a la gracia de Cristo. Esto implica un nuevo nacimiento, y una muerte a la vieja naturaleza pecadora. Nuestro pecado que nos ha hecho culpables de muerte es perdonado porque esa penalidad de la que somos responsables se transfiere a Cristo que muere en nuestro lugar, y se nos atribuye la justicia que Cristo obtuvo con su vida perfecta de obediencia y muerte en la cruz. De esa excelsa manera somos declarados justos por Dios, es decir, todos nuestros pecados pasados, presentes y futuros son perdonados porque Cristo ha pagado nuestra deuda. Desde ese momento tenemos derecho a la vida eterna. Esto es la promesa de Dios y la esperanza del cristiano, que por la resurrección de los muertos, que se realizará en el día de Cristo (su venida en gloria), recibiremos vida eterna, como así lo prometió Él mismo: “De cierto, de cierto os digo: el que cree en mí tiene vida eterna.” (Juan 6:47).

La salvación es por gracia, se nos da gratuitamente, sin las obras de la ley. Sin embargo, la autenticidad de nuestra fe se demuestra por nuestras buenas obras (Santiago 2:17-24) realizadas por la fe en Dios y por su gracia, no por nuestras propias fuerzas. Somos creados en Cristo, hechos nuevas criaturas para buenas obras. Ese es el resultado de nuestra conversión y salvación. Es decir, no somos salvados por ninguna buena obra que hagamos, pero, si de verdad hemos sido salvados por la fe, haremos las obras que Dios “preparó de antemano para que anduviésemos en ellas”. (Efesios 2:10)

Efesios 2:8-10: Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; 9 no por obras, para que nadie se gloríe. 10 Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.

Gálatas 2:16: sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo, nosotros también hemos creído en Jesucristo, para ser justificados por la fe de Cristo y no por las obras de la ley, por cuanto por las obras de la ley nadie será justificado.

Concluimos con las Palabras de San Pablo:

Romanos 3:28: Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley.

Nuestra confianza no está puesta en nosotros mismos, pues la carne es débil, sino porque “habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, 14 que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria.” (Efesios 1:13-14). Veamos también el contexto de este pasaje.

Efesios 1:11-14: En él asimismo tuvimos herencia, habiendo sido predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad, 12 a fin de que seamos para alabanza de su gloria, nosotros los que primeramente esperábamos en Cristo. 13 En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, 14 que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria.

Nuestra esperanza está puesta en Dios “el cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo, 14 en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados.” (Colosenses 1:13,14).

Recomiendo siempre leer todo el contexto, pues así se entiende mejor y nos enriquecemos mucho espiritualmente.

Colosenses 1:9-14: Por lo cual también nosotros, desde el día que lo oímos, no cesamos de orar por vosotros, y de pedir que seáis llenos del conocimiento de su voluntad en toda sabiduría e inteligencia espiritual, 10 para que andéis como es digno del Señor, agradándole en todo, llevando fruto en toda buena obra, y creciendo en el conocimiento de Dios; 11 fortalecidos con todo poder, conforme a la potencia de su gloria, para toda paciencia y longanimidad; 12 con gozo dando gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz de su amado Hijo, 14 en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados.


Referencias bibliográficas citadas

* Las referencias bíblicas están tomadas de la versión Reina Valera de 1960 de la Biblia, salvo cuando se indique expresamente otra versión. Las negrillas y los subrayados realizados al texto bíblico son nuestros.

1. Las grandes doctrinas de la Biblia. Págs. 209 y 213. R.C. Sproul. Editorial Unilit

2. Las grandes doctrinas de la Biblia. Pág. 209. R.C. Sproul. Editorial Unilit

3. 1ª Corintios 15:13-23,26: Porque si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó. 14 Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe. 15 Y somos hallados falsos testigos de Dios; porque hemos testificado de Dios que él resucitó a Cristo, al cual no resucitó, si en verdad los muertos no resucitan. 16 Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó; 17 y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana; aún estáis en vuestros pecados. 18 Entonces también los que durmieron en Cristo perecieron. 19 Si en esta vida solamente esperamos en Cristo, somos los más dignos de conmiseración de todos los hombres. 20 Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho. 21 Porque por cuanto la muerte entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los muertos. 22 Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados. 23 Pero cada uno en su debido orden: Cristo, las primicias; luego los que son de Cristo, en su venida. […] 26: “Y el postrer enemigo que será destruido es la muerte.”

4. Hebreos 2:14,15: Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, 15 y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre.

Juan 5:28,29: No os maravilléis de esto; porque vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; 29 y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación.

5. Las grandes doctrinas de la Biblia, Pág. 37. R.C. Sproul. Editorial Unilit

6. La Trinidad divina a la luz de la Biblia. www.conpoder.com (Pág. 2)

7. La Trinidad divina a la luz de la Biblia. www.conpoder.com (Pág. 5)

8. La Trinidad divina a la luz de la Biblia. www.conpoder.com (Pág. 6)

9. “Porque ha parecido bien al Espíritu Santo, y a nosotros, no imponeros ninguna carga más que estas cosas necesarias.” (Hechos 15:28)

10. “Porque el Espíritu Santo os enseñará en la misma hora lo que debáis decir.” (Lucas 12:12)

11. “Y el Espíritu dijo a Felipe: Acércate y júntate a ese carro.” (Hechos 8:29)

12. “Y atravesando Frigia y la provincia de Galacia, les fue prohibido por el Espíritu Santo hablar la palabra en Asia;” (Hechos 16:6).

13.“Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles.” (Romanos 8:26)

14. “3Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención. (Efesios 4:30)

15. “31 Por tanto os digo: Todo pecado y blasfemia será perdonado a los hombres; mas la blasfemia contra el Espíritu no les será perdonada. (Mateo 12:31).

16. Hechos 5:3-4“3 Y dijo Pedro: Ananías, ¿por qué llenó Satanás tu corazón para que mintieses al Espíritu Santo, y sustrajeses del precio de la heredad? 4 Reteniéndola, ¿no se te quedaba a ti? y vendida, ¿no estaba en tu poder? ¿Por qué pusiste esto en tu corazón? No has mentido a los hombres, sino a Dios.

17. Las grandes doctrinas de la Biblia, Pág. ¿??37. R.C. Sproul. Editorial Unilit

18. La Biblia y su interpretación. Pág.140 Weldon E. Viertel. Editorial Mundo Hispano. 2003.

Publicaciones Similares

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Información básica sobre protección de datos Ver más

  • Responsable: Carlos Aracil Orts.
  • Finalidad:  Moderar los comentarios.
  • Legitimación:  Por consentimiento del interesado.
  • Destinatarios y encargados de tratamiento:  No se ceden o comunican datos a terceros para prestar este servicio. El Titular ha contratado los servicios de alojamiento web a H+D hospedaje mas dominios que actúa como encargado de tratamiento.
  • Derechos: Acceder, rectificar y suprimir los datos.
  • Información Adicional: Puede consultar la información detallada en la Política de Privacidad.