Los misterios de Dios: Encarnación, vida, muerte y resurrección

Versión 15-01-2015

Carlos Aracil Orts

1. Introducción

Estimado hermano Daniel, su pregunta, que transcribo a continuación, es interesante, y tiene cierta lógica su planteamiento:

“¿De quién es hijo, de qué Persona de la Trinidad es hijo, Jesús Cristo Hombre? ¿Del Padre o del Espíritu Santo?” (Daniel).

Sin embargo, responderla en profundidad podría significar enfrentarse al misterio de Dios; y debemos ser humildes, y no pretender saber más de lo que se nos ha revelado en la Santa Biblia. No obstante, su pregunta puede ser un buen pretexto y una excelente ocasión para tratar de profundizar en él, hasta donde se nos ha revelado, y hasta donde los límites de nuestro entendimiento nos permitan “conocer el misterio de Dios, el Padre, y de Cristo” (Colosenses 2:2).

La cuestión que suscita su pregunta se debe a que, por una parte, los Evangelios de San Mateo y San Lucas señalan, claramente, que fue el Espíritu Santo el que actuó en María para engendrar a Jesús (Mateo 1:18-25; cf. Lucas 1:26-38). Veamos pues, lo que nos dice la Palabra:

Mateo 1:18, 20: El nacimiento de Jesucristo fue así: Estando desposada María su madre con José, antes que se juntasen, se halló que había concebido del Espíritu Santo. (20) […] porque lo que en ella es engendrado, del Espíritu Santo es.

Lucas 1:31-32, 34-35: Y ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS. (32) Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; […] (34) Entonces María dijo al ángel: ¿Cómo será esto? pues no conozco varón. (35) Respondiendo el ángel, le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios.

Sin embargo, y por otro lado, Jesús llama Padre no al Espíritu Santo sino a Dios el Padre. Muchos son los textos evangélicos en que Jesús se dirige a Dios, por el nombre de “Padre”; por ejemplo: Mateo 7:21; 11:25-27; 16:17; Lc. 10:22; 12:50; 18:35; Jn. 3:35; 5:17,37,43; 14:10,20; 20:17; etc.

Como criaturas humanas que somos, nos es imposible abarcar y conocer al Dios infinito. Pero Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, (2) en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo; (3) el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas, (4) hecho tanto superior a los ángeles, cuanto heredó más excelente nombre que ellos” (Hebreos 1:1-3).

Es decir, Dios se nos ha revelado por diversos medios, principalmente, a través de Su Palabra escrita –la Santa Biblia–, pero fundamentalmente, por Su Palabra Encarnada –Su Hijo (Juan 1:1-5,14)–. Y también mediante la naturaleza, el universo creado, porque por Su Palabra “fueron hechos los cielos”, y todo cuanto existe, “Porque Él dijo, y fue hecho; Él mandó, y existió”. (Samos 33:6,9); “Los cielos cuentan la gloria de Dios, Y el firmamento anuncia la obra de sus manos” (Salmos 19:1).

Salmos 8:3-5: Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, La luna y las estrellas que tú formaste, (4) Digo: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, Y el hijo del hombre, para que lo visites? (5) Le has hecho poco menor que los ángeles, Y lo coronaste de gloria y de honra.

Por lo tanto, nuestros límites están, por una parte, en nuestro entendimiento, como criaturas humanas, y, por otra, en que lo único que podemos saber es lo que Él ha querido revelarnos en la Santa Biblia. Pero lo que no debemos dudar es que “…indiscutiblemente grande es el misterio de la piedad: Dios fue manifestado en carne…” (1 Timoteo 3:16); y  «…que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo… (2ª Corintios 5:19).

A través de todas las Sagradas Escrituras, pero especialmente, en el Nuevo Testamento, Dios se nos revela como un Ser Único, en Tres Personas perfectamente diferenciadas, el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo, y siendo todas ellas de la misma esencia o sustancia, tienen la misma dignidad o rango, como se puede comprobar en los siguientes textos (Mateo 28:18-19; 2 Corintios 13:14):

Mateo 28:18-19: Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. (19) Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo;

2 Corintios 13:14: La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros. Amén.

El presente estudio no tiene por objetivo demostrar que la doctrina de un Dios en Tres Personas es bíblica –pues ello se da por sentado, y ha sido objeto de muchos estudios, también en esta web–, sino el de conocer el misterio de Dios, el Padre, y de Cristo” (Col. 2:2); “el misterio que había estado oculto desde los siglos y edades, pero que ahora ha sido manifestado a sus santos, (27) a quienes Dios quiso dar a conocer las riquezas de la gloria de este misterio entre los gentiles; que es Cristo en vosotros, la esperanza de gloria” (Colosenses 1:26-27); el cual “se ha dado a conocer a todas las gentes para que obedezcan a la fe(Romanos 16:26).

Y este “misterio de Dios” (Colosenses 2:2), que necesitamos conocer no es otro que “Cristo en vosotros” (Colosenses 1:27; cf. Romanos 16:25-27).

Romanos 16:25-27: Y al que puede confirmaros según mi evangelio y la predicación de Jesucristo, según la revelación del misterio que se ha mantenido oculto desde tiempos eternos, (26) pero que ha sido manifestado ahora, y que por las Escrituras de los profetas, según el mandamiento del Dios eterno, se ha dado a conocer a todas las gentes para que obedezcan a la fe, (27) al único y sabio Dios, sea gloria mediante Jesucristo para siempre. Amén.

El propósito de este estudio es que conozcamos más al Hijo de Dios para que obedezcamos a la fe en Él, que es “el mandamiento del Dios eterno”, para que por medio del Espíritu Santo seamos adoptados como hijos de Dios, “Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados” (Romanos 8:17).

En el cuerpo de este ensayo, intentaré abordar los misterios, de Dios, de Su Creación, de Su Encarnación, del hombre, de la vida y de la muerte; así como aclarar, los conceptos de “Hijo de Dios” y “Unigénito Hijo”, es decir, si el Hijo de Dios es Hijo desde la eternidad o solo desde que se encarnó y resucitó y qué Persona de la Santísima Trinidad es el Padre de Jesucristo.

2. Dios es el Ser necesario, Creador del Universo y de todo cuanto existe en él.

Los científicos evolucionistas, que son la mayoría, por no decir todos, al prescindir de la opción de que haya un Creador, han llegado a la conclusión o han convenido en creer que la vida surgió en este planeta Tierra, hace millones de años, al formarse, por azar, alguna partícula elemental de la vida, como quizá pueda ser una molécula de ADN. Sin embargo, no son capaces de explicar cómo pudo surgir la misma con ese código que evidencia inteligencia, ni siquiera cómo llegó a convertirse en un organismo unicelular, ni, por tanto, mucho menos, cómo pudo transformarse en formas de vida más complejas, hasta llegar, aun a costa de millones de años, a la obra cumbre de la “evolución”, que es el ser humano.

De ahí el enorme interés, que tienen todos los científicos, en las exploraciones espaciales, para tratar de averiguar si hay algún tipo de vida, por muy elemental que ésta sea, en otros planetas, asteroides o meteoritos. Pues si algún día la encontrasen –por muy microscópica que fuera esa vida– podrían decir que el origen de la vida procede de determinado lugar del espacio sideral, y que de alguna manera se desprendió de allí, y viajó por el espacio hasta que golpeó este planeta…y no dudarían en afirmar que de ahí vendríamos todos. Incluso ellos han enviado una o varias sondas espaciales, conteniendo una grabación en un disco, que especifica las características de este planeta y los tipos de vida existentes en el mismo, con la ingenua esperanza que alcance a planetas donde existan seres inteligentes, con un nivel tecnológico similar o superior al nuestro, capaces de descifrarla, y ponerse en contacto con nosotros.

Sin embargo, esta búsqueda es totalmente en vano; la primera, y fundamental, razón, es porque la existencia de vida inteligente, o de simplemente la más mínima expresión de la vida, siempre dependerá de que Dios la haya querido crear. “Los cielos cuentan la gloria de Dios, Y el firmamento anuncia la obra de sus manos” (Salmos 19:1). Y no porque esa posible vida haya podido surgir de forma espontánea.

No tengo ni duda, y en esto concuerdo con los científicos, que existen millones de planetas habitados con seres inteligentes, si no en nuestra galaxia, –que también sería teóricamente posible, porque según los científicos existen más de mil millones de planetas, posiblemente compatibles con el tipo de vida que conocemos– casi con toda seguridad, habría algún tipo de vida en muchos de los planetas de las millones de galaxias existentes en nuestro universo. Al parecer, solo en nuestra galaxia –la Vía Láctea– existen más de doscientos mil millones de estrellas, con posible cierta semejanza con nuestro Sol, y giran alrededor de ellas, un número parecido de planetas, que como indicaba arriba solo una parte de ellos serían compatibles con el tipo de vida que se conoce en el planeta Tierra.

La segunda razón, es que el Creador nunca habría puesto al alcance de la humanidad rebelde y pecadora, otros mundos habitados, que también pudieran ser contaminados por el pecado. Pero, también es ingenuo pensar que esas civilizaciones extraterrestres –que desde el punto de vista de la fe, y puesto que no cayeron en el pecado, son, con casi toda seguridad, superiores a la nuestra– tengan que ser consideradas avanzadas en la medida que hayan sido capaces de desarrollar tecnología de alto nivel, como mínimo similar a la que hoy día disfrutamos, o superior. Esto es un gran error, porque el hecho de que en este mundo imperfecto, principalmente porque abunda la maldad, haya sido necesario desarrollarse vía diversos tipos de tecnología, no es motivo para no poder imaginarse otros mundos ideales, habitados por seres inteligentes, que no tienen ninguna necesidad para ser felices, de vivir inmersos y rodeados y casi fagocitados por la innumerable lista de maquinaria y dispositivos electrónicos de todo tipo, como ocurre en nuestro mundo de hoy día.

Tampoco necesitamos el “milagro” del “Big Bang”, que de una pequeña partícula de gran densidad que –por no se sabe que leyes, ni quien hiciese las mismas, ni por qué poder– explotara y se expandiera para formar todos los millones de galaxias, planetas y estrellas del universo. Lo único cierto es que el Universo no se formó por casualidad, sino que hubo un Ser inteligente que creó las leyes del mismo, y, diseñó este planeta Tierra para que fuera idóneo para la vida, que Él también creó.

Salmos 19:1-2: Los cielos cuentan la gloria de Dios, Y el firmamento anuncia la obra de sus manos. (2) Un día emite palabra a otro día, Y una noche a otra noche declara sabiduría.

Aunque ahora no es el momento de abordar este tema tan importante, notemos, que solo un Creador pudo establecer las condiciones adecuadas para que pudiera proliferar la vida en este mundo, como, por ejemplo, fijar que la distancia entre la Tierra y el Sol, fuera la justa para que nuestro planeta ni se enfriase ni se calentara demasiado, lo que habría eliminado toda posibilidad de que existiera vida en el mismo. También y semejantemente podíamos hablar de la Luna, que estando tan cerca de la Tierra, siempre se mantiene en su órbita, girando alrededor de nuestro planeta, sin perderse en el inmenso espacio cósmico y sin chocar con la Tierra –obedeciendo esas leyes que los evolucionistas no podrán jamás explicar por qué existen–, y cumpliendo siempre la misión establecida por el Creador, de que alumbrara por la noche, y fuera también medida del tiempo (Salmos 74:16-17; 104:19):

Salmos 74:16-17: Tuyo es el día, tuya también es la noche; Tú estableciste la luna y el sol. (17) Tú fijaste todos los términos de la tierra; El verano y el invierno tú los formaste.

Salmos 104:19: Hizo la luna para los tiempos; El sol conoce su ocaso.

Por eso, los creacionistas no necesitamos el “Big Bang”. Tampoco precisamos buscar el origen de la vida en otros planetas, porque estamos plenamente convencidos de que las Sagradas Escrituras registran la verdad de lo que sucedió realmente: “En el principio creó Dios los Cielos y la Tierra” (Génesis 1:1); porque “Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la palabra de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía” (Hebreos 11:3). Dios puede crear de la nada. Él no necesitó ningún tipo de materia o cosa para realizar Su obra creadora: “Por la palabra de Jehová fueron hechos los cielos, Y todo el ejército de ellos por el aliento de su boca” (Salmos 33:6); “Porque él dijo, y fue hecho; Él mandó, y existió” (Salmos 33:9). “Y: Tú, oh Señor, en el principio fundaste la tierra, Y los cielos son obra de tus manos” (Hebreos 1:10).

Juan 1:1-4: En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. (2) Este era en el principio con Dios. (3) Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho. (4) En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.

Colosenses 1:16: Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él.

Colosenses 2:8-9: Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme a los rudimentos del mundo, y no según Cristo. (9) Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad,

Hechos 17:23-30: porque pasando y mirando vuestros santuarios, hallé también un altar en el cual estaba esta inscripción: AL DIOS NO CONOCIDO. Al que vosotros adoráis, pues, sin conocerle, es a quien yo os anuncio. (24) El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay, siendo Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por manos humanas, (25) ni es honrado por manos de hombres, como si necesitase de algo; pues él es quien da a todos vida y aliento y todas las cosas.(A) (26) Y de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, para que habiten sobre toda la faz de la tierra; y les ha prefijado el orden de los tiempos, y los límites de su habitación; (27) para que busquen a Dios, si en alguna manera, palpando, puedan hallarle, aunque ciertamente no está lejos de cada uno de nosotros. (28) Porque en él vivimos, y nos movemos, y somos; como algunos de vuestros propios poetas también han dicho: Porque linaje suyo somos. (29) Siendo, pues, linaje de Dios, no debemos pensar que la Divinidad sea semejante a oro, o plata, o piedra, escultura de arte y de imaginación de hombres. (30) Pero Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan;

3. Los misterios de la naturaleza del hombre, de la vida y de la muerte.

La grandeza y dignidad que el ser humano posee, proceden esencialmente del hecho creacionista, porque así lo declaran las Sagradas Escrituras: “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó” (Génesis 1:27). Esto implica un propósito y un destino eterno para el hombre en la Mente del Dios Creador; lo que nunca jamás podría tener si, como afirman los científicos, el hombre no fuera otra cosa que un producto del azar y la evolución, algo así como un “primate” aventajado o evolucionado.

¿No es inimaginable que Dios haya querido crear unas criaturas a Su imagen y semejanza, como describen los siguientes textos del capítulo uno del libro del Génesis?:

Génesis 1:26-28: Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra. (27) Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. (28) Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra.

Sin embargo, no debemos confundirnos, e imaginar que Dios tiene un cuerpo material como el del ser humano, con cabeza, tronco y extremidades. Pues Jesucristo dijo que “Dios es Espíritu…” (Juan 4:24), y “…un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo” (Lucas 24:38). La Santa Biblia nos habla también de unos seres espirituales –criaturas un poco superiores al hombre (Hebreos 2:7)–, que viven en las Cortes Celestiales del Trono de Dios, conocidos con el nombre genérico de ángeles –es decir, mensajeros–, que, supuesta y lógicamente, son inmateriales: “Ciertamente de los ángeles dice: El que hace a sus ángeles espíritus, Y a sus ministros llama de fuego” (Hebreos 1:7) ¿No son todos espíritus ministradores, enviados para servicio a favor de los que serán herederos de la salvación? (Hebreos 1:14).

Los seres espirituales –ángeles–, puesto que son espíritus, no podemos verlos, si ellos no adoptan alguna forma material. Los seres humanos no podemos concebir la vida sin soporte material, o, al menos, este escritor no es capaz de imaginársela.

Quizá ahora sea el momento de preguntarnos lo mismo que el Salmista: “¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, Y el hijo del hombre, para que lo visites? (5) Le has hecho poco menor que los ángeles, Y lo coronaste de gloria y de honra” (Salmos 8:4-5; cf. Hebreos 2:6-8).

¿Cuál es la naturaleza del hombre? ¿Es el ser humano un compuesto de materia y espíritu, o cuerpo y alma?

¿Está esa concepción dual –cuerpo más alma– del ser humano –promovida y preconizada por los filósofos clásicos, y, posteriormente, recogida y respaldada por la mayor parte del cristianismo como la doctrina común cristiana más extendida y aceptada, que implica y defiende la inmortalidad del alma– fundamentada en las Sagradas Escrituras? Veamos qué dicen Éstas al respecto:

Génesis 2:7: Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente.

Puesto que Dios puede crear de la nada, –“Porque él dijo, y fue hecho; Él mandó, y existió” (Salmos 33:9)– ¿por qué razón Él utiliza “el polvo de la tierra”, como materia prima para formar al hombre? No es difícil ver en ello la intención pedagógica del Creador, de enseñarnos, en primer lugar, que la primera Pareja humana procede directamente del diseño de Sus “manos”, queriendo decir con esto que se trata de una creación especial e importante, en consonancia con la complejidad que, intuimos, tiene todo el organismo humano. Y, en segundo lugar, que nuestra naturaleza humana es material, y sin esa materia viva, o animada, el hombre no puede existir. Y el soplo en su nariz de “aliento o hálito de vida” representa o simboliza el mecanismo misterioso de la vida, que solo pertenece a la potestad del Creador, el infundirlo.

Sin embargo, debemos notar que el ser humano, que surge de esa creación especial de Dios, no es un cuerpo y un alma unidos en una simbiosis extraña o antinatural, pero que a la vez son entidades distintas e independientes, aunque interrelacionadas, porque se dogmatiza que el alma puede sobrevivir, cuando el cuerpo muere en otra dimensión de forma consciente, por la, también, gratuita e infundada premisa de que el alma, o el espíritu, es inmortal. Por el contrario, el texto citado del libro del Génesis, expresa con claridad que el hombre no tiene una naturaleza dual, sino única: “y fue el hombre un ser viviente”; algunas versiones traducen “alma viviente”, en lugar de “ser viviente”, que es lo que también significa la palabra del original hebreo “néfesh”; es algo material y físico, pero que tiene vida, y equivale también a “persona”. Esto elimina toda idea de dualidad, alma más cuerpo, e introduce el concepto de la unidad psicosomática del ser humano, como así también se ratifica en el NT: “Fue hecho el primer hombre Adán alma viviente” (1 Corintios 15:45).

1 Corintios 15:45: Así también está escrito: Fue hecho el primer hombre Adán alma viviente; el postrer Adán, espíritu vivificante.

De ahí, que –una vez creadas por Dios las leyes de la vida y de la genética–todos los seres humanos, al ser descendientes de la Primera Pareja humana sean llamados, en las Sagradas Escrituras, “hijos de los hombres” (Génesis 6:1-8, 11:5; Sal. 8:4-5; 14:2-3; etc.), excepto Adán y Eva, que fueron creados directamente por Dios, a Su imagen y semejanza (Génesis 1:26-27).

Génesis 11:5: Y descendió Jehová para ver la ciudad y la torre que edificaban los hijos de los hombres.

Salmos 33:13: Desde los cielos miró Jehová; Vio a todos los hijos de los hombres;

Por lo tanto, de todo lo anterior, infiero que no puede ser cierta la creencia o doctrina de la Iglesia católica, que afirma que Dios infunde un alma al embrión, que se forma en el momento de cada concepción. En primer lugar, porque el ser humano no es un sistema o estructura dual compuesto de alma y cuerpo, sino un organismo vivo, un alma viviente; y puesto que Dios es el Autor de la vida (Juan 1:1-4; Hechos 3:15; 17:25-26; Col. 1:15-17), también creó su mecanismo de pervivencia mediante la función reproductora (Génesis 1:28; 9:1). Una vez creada la vida en ese organismo, sería antinatural, ilógico y absurdo, que Dios tuviera que intervenir para infundir un alma a cada embrión que se formase; aparte de que sería introducir un elemento extraño, que desvirtuaría la unidad esencial de la naturaleza humana. Y, en segundo lugar, porque si Dios infundiera un alma a cada embrión, implicaría que al tratarse de un alma creada directamente por Dios debería ser imprescindiblemente santa y perfecta, y por tanto, nunca podría pecar. En ese caso, los seres humanos nacerían sin ninguna tendencia al pecado, es decir, sin pecado original. Entendiendo por éste no el propio pecado cometido por Adán y Eva, sino la depravación y contaminación que adquirió la naturaleza humana como consecuencia del primer pecado de desobediencia y rebeldía que cometió la Primera Pareja (Génesis 3:1-6).

Sin embargo, Dios nunca se ha limitado a realizar la obra de la Creación y luego dejarla que se desarrolle por sí misma, siguiendo solo Sus leyes naturales, permaneciendo Él siempre al margen de toda intervención en la misma. Este sería el dios del deísmo; sino que, por el contrario, Dios ha intervenido, y sigue actuando, constantemente en este mundo para extraer bienes de los males que ha provocado la entrada del pecado en este planeta Tierra, a fin de que pueda cumplirse Su voluntad, decretada desde la eternidad, “de llevar muchos hijos a la gloria” mediante Cristo, Su Hijo (Hebreos 2:9); “Porque por cuanto la muerte entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los muertos. (22) Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados” (1 Corintios 15:21-2).

Para que esta suprema y maravillosa intervención se produjera, –que “cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley, (5) para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos” (Gálatas 4:4-7)–, fue necesario que Él, hace casi cuatro mil años, llamara a Abraham, y realizara el milagro de que pudiera tener un hijo, Isaac, –el hijo de la promesa, del que vendría la “simiente, la cual es Cristo” (Gálatas 3:16 úp)– ya que nació en su vejez, cuando “estaba ya como muerto (siendo de casi cien años), haciendo también el milagro de corregir “la esterilidad de la matriz de Sara” (Romanos 4:19), la esposa de Abraham, la cual tenía unos noventa años de edad.

La Santa Biblia narra muchos otros casos en que Dios interviene corrigiendo algunos males y permitiendo otros para no coaccionar la libertad del hombre. Como último ejemplo de su amorosa providencia, pondremos el del nacimiento de Juan el Bautista, el cual estaba profetizado ya en el AT (Isaías 40:3; Mal. 4:5; cf. Mt. 3:3; 11:14; 17:12; Mr. 9:11; Lc. 1:17), que nacería en tiempo de Cristo, para que preparase “el camino del Señor”; lo que fue confirmado por el ángel Gabriel –el mismo que anunció a María, que “el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios” (Lc. 1:35)–: “Y he aquí tu parienta Elisabet, ella también ha concebido hijo en su vejez; y este es el sexto mes para ella, la que llamaban estéril; (37) porque nada hay imposible para Dios”.(Lucas 1:36-37).

Según se deduce del relato de los cuatro primeros capítulos del libro del Génesis, la Primera Pareja humana creada por Dios pudo vivir eternamente si no hubiera pecado. Su desobediencia confirmó la sentencia de Dios, “…porque el día que de él comieres, ciertamente morirás.” (Génesis 2:17, úp.). Por su trasgresión de la voluntad de Dios (Génesis 3:6), se provocó la maldición de esta tierra (Génesis 3:16-19).

Génesis 3:17-19 : Y al hombre dijo: Por cuanto obedeciste a la voz de tu mujer, y comiste del árbol de que te mandé diciendo: No comerás de él; maldita será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida. (18) Espinos y cardos te producirá, y comerás plantas del campo. (19) Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás.

Aun cuando la muerte espiritual de la Primera Pareja, es decir, su independencia y separación de Dios, se causó en el momento de desobedecer, su muerte física no se produjo hasta muchos años después. El primer libro de la Biblia, el Génesis (5:3) nos relata que “…fueron todos los días que vivió Adán novecientos treinta años;…”. Solo por la Biblia sabemos lo misteriosa y extrañamente longeva que fue parte de la generación antediluviana, destacando Matusalén con novecientos sesenta y nueve años (Génesis 5:27).

Todo el catolicismo y la mayoría de cristianismo evangélico, al asumir, que el ser humano se compone de cuerpo y alma –que como antes vimos no tiene soporte bíblico– ha cometido un grave error, que como suele ocurrir le ha llevado a otros muchos, como el de la existencia del Infierno, y luego que Cristo descendió al mismo, etc.; pero uno de los más graves es el de considerar que el alma es inmortal, que sobrevive, como una entidad capaz de consciencia, independientemente del cuerpo humano, siendo que las Sagradas Escrituras declaran, sin ambages, que Dios es “el único que tiene inmortalidad” (1 Timoteo 6:14-16). Lo cual es algo que se cae por su propio peso, pues ¿cómo una criatura puede ser igual a Dios en una cualidad o característica que corresponde solo a la naturaleza del Creador, como Ser necesario, puesto, que por definición todas las criaturas somos seres contingentes, –es decir, que llegamos a existir en un momento determinado, pero podíamos igualmente no haber existido necesariamente–?

1 Timoteo 6:14-16: que guardes el mandamiento sin mácula ni reprensión, hasta la aparición de nuestro Señor Jesucristo, (15) la cual a su tiempo mostrará el bienaventurado y solo Soberano, Rey de reyes, y Señor de señores, (16) el único que tiene inmortalidad, que habita en luz inaccesible; a quien ninguno de los hombres ha visto ni puede ver, al cual sea la honra y el imperio sempiterno. Amén.

Existen abundantes pruebas bíblicas que se postulan en contra de esa doctrina, que enseña que, cuando un ser humano muere, sobrevive el alma, como una entidad que es capaz de tener vida consciente, aun separada del cuerpo. Pero este estudio no tiene el objeto de presentarlas de forma exhaustiva, pues para ello ya he dedicado varios artículos, y un pequeño libro, publicados en esta web: www.amistadencristo.com (1). Solo presentaré, pues algunos textos, como los siguientes:

Génesis 3:17pp, 19: Y al hombre dijo: […] hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás.

Salmos 6:4-5: Vuélvete, oh Jehová, libra mi alma; Sálvame por tu misericordia. (5) Porque en la muerte no hay memoria de ti; En el Seol, ¿quién te alabará?

Salmos 92:7: Cuando brotan los impíos como la hierba, Y florecen todos los que hacen iniquidad, Es para ser destruidos eternamente.

Salmo 103:14-16: Porque él [Dios] conoce nuestra condición; Se acuerda de que somos polvo. (15) El hombre, como la hierba son sus días; Florece como la flor del campo, (16) Que pasó el viento por ella, y pereció, Y su lugar no la conocerá más.

Salmos 104:29: Escondes tu rostro, se turban; Les quitas el hálito, dejan de ser, Y vuelven al polvo.

Eclesiastés 3:19-20: Porque lo que sucede a los hijos de los hombres, y lo que sucede a las bestias, un mismo suceso es: como mueren los unos, así mueren los otros, y una misma respiración tienen todos; ni tiene más el hombre que la bestia; porque todo es vanidad. (20) Todo va a un mismo lugar; todo es hecho del polvo, y todo volverá al mismo polvo.

Ezequiel 18: 4, 20: […] el alma que pecare, esa morirá. […] (20) El alma que pecare, esa morirá; el hijo no llevará el pecado del padre, ni el padre llevará el pecado del hijo; la justicia del justo será sobre él, y la impiedad del impío será sobre él.

Hechos 2:34-35 (cf. 13:36): Porque David no subió a los cielos; pero él mismo dice: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra, (35) Hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies.

Hechos 13:36: Porque a la verdad David, habiendo servido a su propia generación según la voluntad de Dios, durmió, y fue reunido con sus padres, y vio corrupción.

Si ahora comparamos los textos de Salmos (16:10) con Hechos (2:27), que transcribo más abajo, fácilmente, deduciremos que el vocablo “Hades” es la traducción o equivalencia griega, de la palabra “Seol”, que aparece en la Biblia hebrea, y, por tanto, representan la misma cosa. Simbolizan la morada de los muertos: el cementerio, la sepultura, el sepulcro, etc.

Salmos 16:10: Porque no dejarás mi alma en el Seol, Ni permitirás que tu santo vea corrupción.

Hechos 2:27 Porque no dejarás mi alma en el Hades, Ni permitirás que tu Santo vea corrupción

¿Por qué estoy tan seguro que Hades y Seol representan o simbolizan nada más que un lugar bajo tierra donde no hay vida, ni, por tanto, se trata de un lugar de tormentos o de oscuridad lúgubre donde esperan las almas –o espíritus– de los muertos el juicio final de Dios?

La respuesta está en la Santa Biblia, que registra: “Y ellos, con todo lo que tenían, descendieron vivos al Seol, y los cubrió la tierra, y perecieron de en medio de la congregación” (véase Números 16:30-34).

Por lo tanto, la solución al problema de la muerte – lo que es algo evidente y palpable, que normalmente hemos de sufrir todos los seres humanos, aun los más longevos– no consiste en postular la inmortalidad del alma, como un hecho incontrovertible, que hay que sostener a capa y espada, aunque no tenga ningún soporte bíblico, sino en la Resurrección de los muertos, que es la doctrina fundamental de cristianismo, que está ampliamente apoyada en las Sagradas Escrituras (Juan 5:28-29; 1ª Corintios 15; 1ª Tes. 4:13-18; etc.). Los siguientes textos, registran unas importantes palabras de Jesús, que evidencian, en primer lugar, que los muertos no están ni en el Cielo, ni en el Infierno, ni en el Purgatorio, sino sencilla, simple y llanamente “están en los sepulcros”, de donde serán resucitados en el día del juicio final, en la Segunda venida de Jesús en gloria:

Juan 5:26-29: Porque como el Padre tiene vida en sí mismo, así también ha dado al Hijo el tener vida en sí mismo; (27) y también le dio autoridad de hacer juicio, por cuanto es el Hijo del Hombre. (28) No os maravilléis de esto; porque vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; (29) y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación.

Las Sagradas Escrituras registran que aquellos que participan de la “resurrección de condenación”, son solo resucitados para juicio, y luego recibir la muerte segunda, que significa dejar de ser o existir para la eternidad (Apoc. 2:11; 20:14; 21:8). Por tanto, la primera muerte, pues, no afecta a nuestro destino eterno, y la segunda muerte no afecta a los que reconocen que Jesucristo es el Camino, la Verdad y la Vida y la Resurrección, y aceptan su sacrificio expiatorio –Su muerte, en lugar de la que les corresponde a ellos por sus transgresiones. Por tanto, ya no debemos temer tampoco a la segunda muerte, pues Jesús obtuvo su victoria sobre la misma, mediante su vida de perfecta obediencia al Padre, muerte vicaria y resurrección. Nuestra salvación está en manos de Dios (Apocalipsis 7:10), nuestra parte es sólo confiar por fe en Él y en Cristo, no dudando de su poder y amor para con nosotros. Veamos los siguientes versos del libro de Hebreos para respaldar lo que afirmamos:

Hebreos 2:14, 15: Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, (15) y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre.”

Aunque la vida del hombre es corta, efímera y precaria, creemos que Dios da, a lo largo de la vida de todo ser humano, suficientes oportunidades para que se arrepienta de sus malas acciones y trate de obrar rectamente. De ahí lo importante que los años, que dura su vida, se utilicen de una manera correcta, haciendo el bien, no despilfarrando el tiempo, ni realizando excesivo trabajo que le impida de ocuparse de las cosas espirituales. Sólo en esta vida decidimos nuestro destino eterno (Hebreos 9:27). No hay más oportunidades de arrepentirse después de muerto. La creencia de que las almas, que en esta vida no se han purificado suficientemente, van al purgatorio – permaneciendo en este sombrío lugar, hasta que Dios considere que se han purificado lo suficiente, y entonces decide llevarlas al Cielo– no es bíblica.

En la epístola a los Romanos (5:12-21), el apóstol Pablo da a entender que la muerte que todos conocemos es causada por la transgresión de Adán (Véase Romanos 5:17-18). Pablo, a fin de que penetre en nuestras mentes esta verdad fundamental, reitera en más de una ocasión, que “…el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron.” (Romanos 5:15), y en Romanos (5:16) afirma de nuevo que “...el juicio vino a causa de un solo pecado para condenación, pero el don vino a causa de muchas transgresiones para justificación.

San Pablo intenta que comprendamos que aunque por culpa de un solo pecado, el de Adán, todos vamos a sufrir una primera muerte cuando finalicen nuestros días en esta vida, esa muerte no es definitiva, pues es como un sueño de inconsciencia total, que no tiene consecuencias eternas, pues todos seremos resucitados cuando Cristo regrese en gloria para trasladar a sus santos al Cielo (1ª Tesalonicenses 4:13-18).

Por otro lado, Él nos hace ver que el don de la misericordia y gracia de Dios hacia los hombres es mucho más abundante que su justicia y juicio que vino sobre la humanidad a causa del pecado de Adán. A pesar de que los seres humanos cometemos muchos pecados en nuestra corta vida, si nos arrepentimos y convertimos, Él perdona todos nuestros pecados, por medio de la vida, muerte y resurrección de Jesucristo. Por tanto, nuestra salvación está asegurada porque Cristo venció a la muerte con su muerte y resurrección. Nuestra parte consiste sólo en creer que eso es verdad, reconocer nuestra condición de pecador, y arrepentirnos, y al aceptar a Jesús como Salvador y Redentor, obtenemos, en ese mismo instante la justificación y reconciliación ante Dios, resultando asegurada nuestra salvación, y la vida eterna mediante la resurrección cuando Él venga (1ª Corintios 15).

Así mostró Dios su infinita misericordia hacia la humanidad caída: el Cordero inmolado (Salmo 85:10, Apocalipsis 5:1-14) y destinado desde antes de la fundación del mundo (1ª Pedro 1:20), toma nuestro lugar y entrega su vida para recibir la muerte segunda que a todos nos corresponde por nuestras transgresiones (Romanos 3:23; Romanos 6:23; Efesios 2:1;), y con su resurrección obtiene la victoria sobre esa muerte, garantizando con ello, la vida eterna a todos los que lo aceptan como salvador y redentor de la humanidad (1ª Corintios 15:54-57).

4. La Revelación de Dios a través del Antiguo y Nuevo Testamento

Como dije en la introducción, este estudio bíblico no tiene como propósito demostrar que la doctrina de un Dios en Tres Personas es bíblica, pues ello se da por sentado, puesto que ha sido objeto de varios estudios, también en esta web, sino el de conocer el misterio de Dios, el Padre, y de Cristo” (Col. 2:2); “el misterio que había estado oculto desde los siglos y edades, pero que ahora ha sido manifestado a sus santos, (27) a quienes Dios quiso dar a conocer las riquezas de la gloria de este misterio entre los gentiles; que es Cristo en vosotros, la esperanza de gloria” (Colosenses 1:26-27); el cual “se ha dado a conocer a todas las gentes para que obedezcan a la fe(Romanos 16:26).

A través de todas las Sagradas Escrituras, pero especialmente, en el Nuevo Testamento, Dios se nos revela como un Ser Único, en Tres Personas perfectamente diferenciadas, el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo, y siendo todas ellas de la misma esencia o sustancia, teniendo la misma dignidad o rango, como se puede comprobar en los siguientes textos (Mateo 28:18-19; 2 Corintios 13:14):

Mateo 28:18-19: Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. (19) Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo;

2 Corintios 13:14: La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros. Amén.

En el primer libro del Antiguo Testamento –Génesis– se registra que “dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza” (Génesis 1:26); La utilización del “Hagamos” –conjugación plural del verbo– puede ya indicar, aunque veladamente, que Dios es una pluralidad de Personas. Y, también en el versículo dos de este mismo capítulo, ya se registra que “el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas” (Génesis 1:2), como revelación anticipada de la Tercera Persona de la Trinidad.

De las muchas veces que Dios habló y se comunicó a los profetas de Israel en el AT, se me ocurre ahora destacar, que Él –Yahvé (Jehová)– se le apareció a Abrahán, en forma de “tres varones” – lo que se conoce como “la teofanía de Mambré o Mamre”–, para confirmarle, que a pesar de la esterilidad de Sara –su esposa–, y la edad avanzada de ambos cónyuges, ella concebiría un hijo (Génesis 18:1-15). “En estos ‘tres individuos’, a los que Abrahán se dirige en singular, muchos de los Padres han visto el anuncio del misterio de la Trinidad, cuya revelación estaba reservada al NT”. (2) (Comentario NBJ, 1998).

A continuación transcribo una breve selección de textos, en los que ya se revela la Tercera Persona de la Trinidad en el AT, es decir, se refieren al Espíritu Santo:

Salmos 104:30: Envías tu Espíritu, son creados, Y renuevas la faz de la tierra.

Salmos 139:7: ¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia?

Isaías 32:15: hasta que sobre nosotros sea derramado el Espíritu de lo alto, y el desierto se convierta en campo fértil, y el campo fértil sea estimado por bosque.

Isaías 44:3: Porque yo derramaré aguas sobre el sequedal, y ríos sobre la tierra árida; mi Espíritu derramaré sobre tu generación, y mi bendición sobre tus renuevos;

Ezequiel 36:27 (cf. 37:14): Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra.

Joel 2:28: Y después de esto derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones.

La Segunda Persona de la Trinidad encarnada recibe los títulos y misiones de “El Siervo de Jehová”, Mesías e Hijo de Dios.

En varios textos del Antiguo Testamento se nos habla del Siervo de Jehová (Isaías 53), pero en este caso, voy a referirme al texto de Isaías (42:1), porque lo profetizado en el mismo se cumple en dos ocasiones que se registran en el Nuevo Testamento, cuando Jesús es bautizado y en Su transfiguración (cf. Mateo 3:16,17; 17:5). Veámoslo:

Isaías 42:1: He aquí mi siervo, yo le sostendré; mi escogido, en quien mi alma tiene contentamiento; he puesto sobre él mi Espíritu; él traerá justicia a las naciones.

Mateo 3:16-17: Y Jesús, después que fue bautizado, subió luego del agua; y he aquí los cielos le fueron abiertos, y vio al Espíritu de Dios que descendía como paloma, y venía sobre él. (17) Y hubo una voz de los cielos, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia.

Mateo 17:5: Mientras él aún hablaba, una nube de luz los cubrió; y he aquí una voz desde la nube, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd.

Por el Nuevo Testamento, sabemos que el Siervo de Jehová se refiere al Mesías, es decir, se trata de una profecía que se cumple cuando Jesús es bautizado en el Jordán por Juan el Bautista. El Espíritu Santo que desciende sobre Él “como paloma”, y la voz de Dios, el Padre, que viene de los Cielos, lo identifican como el Hijo de Dios. Y esto mismo se vuelve a repetir en el Monte de la Transfiguración (Mateo 17:5); pero notemos que aquí se añade el mandamiento de “a Él oíd”, por el que Dios, el Padre, confirma personalmente la veracidad del mensaje de Jesús, y de la importancia y necesidad de obedecerle y seguirle en todo.

Otro texto de similares características, que debemos considerar, porque es citado no solo por los apóstoles sino por el propio Jesucristo, es el escrito por el rey David, registrado en el libro de los Salmos (110:1): “Jehová dijo a mi Señor: Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies”. Comparémoslo con el del Nuevo Testamento, donde el propio Jesús lo interpreta:

Mateo 22:41-46: Y estando juntos los fariseos, Jesús les preguntó, (42) diciendo: ¿Qué pensáis del Cristo? ¿De quién es hijo? Le dijeron: De David. (43) Él les dijo: ¿Pues cómo David en el Espíritu le llama Señor, diciendo: (44) Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies? (45) Pues si David le llama Señor, ¿cómo es su hijo? (46) Y nadie le podía responder palabra; ni osó alguno desde aquel día preguntarle más.

Los fariseos tenían muy claro que el Mesías o el Cristo sería “hijo de David”; (Mateo 22:42); es decir, sería “del linaje de David según la carne” (Romanos 1:2), según nos enseña San Pablo; y estaban en lo cierto, porque así lo testificaban varios pasajes del AT, entre ellos los Salmos (89:3-4 y 132:11), que se refieren a que “juró Jehová a David…De tu descendencia pondré sobre tu trono” (Salmos 132:11); pero nosotros, casi con toda seguridad, no sabríamos que esa “descendencia” prometida por Dios a David es Cristo, si el apóstol Pedro no lo hubiera confirmado en su primer discurso de Pentecostés, del año de la muerte de Jesús, cuando dijo que David, “siendo profeta, y sabiendo que con juramento Dios le había jurado que de su descendencia, en cuanto a la carne, levantaría al Cristo para que se sentase en su trono, (31) viéndolo antes, habló de la resurrección de Cristo, que su alma no fue dejada en el Hades, ni su carne vio corrupción”. (Hechos 2:30-31).

Notemos que, en su última frase, el apóstol Pedro enlaza los anteriores Salmos con el Salmo (16:10), con el que introduce, además, una descripción de las circunstancias de los eventos de la muerte y resurrección de Jesús, que había recibido David por revelación de Dios. Pero a esto último me referiré más adelante.

El Evangelio según San Mateo (1:1) registra que Jesucristo es “hijo de David, hijo de Abraham”, y, también confirma, que José –como padre putativo de Jesús, es decir, “Reputado o tenido por padre” (Diccionario de RAE), no es el verdadero padre de Jesús-Hombre sino que fue Dios mismo (1:20)– era descendiente del rey David (Mateo 1:16; Lucas 1:27), y, por eso, él es también llamado por el ángel: “José, hijo de David” (Mateo 1:20); linaje que se le traslada a Jesús, no por la sangre de José, sino “legalmente”, con independencia que María, posiblemente, también pertenecería al linaje de David, aunque no aparezca en las genealogías, porque en el mundo hebreo era usual que solo figurase el sexo masculino.

Sin embargo, lo que nos interesa a nosotros es saber por qué los fariseos no supieron responder la pregunta de Jesús: “¿Pues cómo David en el Espíritu le llama Señor, diciendo: (44) Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies?” (Mateo 22:44). Simplemente, los fariseos no quisieron responder a la escrutadora pregunta de Jesús, porque ello implicaría tener que reconocer que Jesús era el Mesías, y que “David, en el Espíritu” le había dado la misma dignidad o rango que a Jehová –Dios, el Padre– al llamarle “Señor”. Tengamos en cuenta que en el AT, para evitar pronunciar el nombre sagrado de Dios –YHWH, “Yo Soy” (Éxodo 3:13-15), lo que significa “El que es por Sí Mismo”– se le nombraba “Adón o Adonai”, que significa “Señor”, que solo se aplicaba a la Divinidad. Y en el NT, en el original griego, se emplea “kúrios o kyrios”, tanto para Dios, el Padre, como para Dios, el Hijo, con el mismo significado de “Señor”, designando a ambas Personas de la Trinidad con igual rango.

En lo que antecede hemos podido comprobar, cómo el Nuevo Testamento interpreta y aclara muchos textos de las Escrituras hebreas (Antiguo Testamento), y los aplica identificando a Jesús, como hijo de David e Hijo de Dios, Mesías, y Salvador de la humanidad (1 Juan 4:14).

A continuación veremos cómo el apóstol Pedro, después de haber recibido el Espíritu Santo, en su discurso del día de Pentecostés del año de la muerte y resurrección de Cristo, sigue refiriéndose e interpretando los Salmos, que anteriormente hemos citados, especialmente, los Salmos 16:10 y 110:1, que se refieren, respectivamente, a la muerte y resurrección de Jesús, y a Su elevación al trono de Dios, en el que permanecerá “hasta que [Dios] ponga a tus enemigos [los de Cristo] por estrado de tus pies”.

Es necesario preguntarse: ¿qué nos está enseñando el apóstol Pedro en estos pasajes de su discurso de Pentecostés (Hechos 2:22-36)? Y para respondernos adecuadamente, debemos analizar estos textos teniendo en cuenta el contexto dentro de este capítulo dos, y, quizá desde el versículo veintidós. Se trata del primer discurso de Pedro a la Iglesia naciente, con motivo de la venida del Espíritu Santo en el día de Pentecostés, cincuenta días después de la resurrección, y diez días desde la ascensión de Jesús al Cielo.

Hechos 2:22-28: Varones israelitas, oíd estas palabras: Jesús nazareno, varón aprobado por Dios entre vosotros con las maravillas, prodigios y señales que Dios hizo entre vosotros por medio de él, como vosotros mismos sabéis; (23) a éste, entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios, prendisteis y matasteis por manos de inicuos, crucificándole; (24) al cual Dios levantó, sueltos los dolores de la muerte, por cuanto era imposible que fuese retenido por ella. (25) Porque David dice de él: Veía al Señor siempre delante de mí; Porque está a mi diestra, no seré conmovido. (26) Por lo cual mi corazón se alegró, y se gozó mi lengua, Y aun mi carne descansará en esperanza; (27) Porque no dejarás mi alma en el Hades, Ni permitirás que tu Santo vea corrupción. (28) Me hiciste conocer los caminos de la vida; Me llenarás de gozo con tu presencia.

El apóstol explica que el evento que están viviendo es el cumplimiento de una profecía registrada en el libro de Joel (2:28-32), y, que esta acción salvadora de Dios se ha hecho posible gracias al sacrificio de Cristo en la cruz, que fue “entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios” (Hechos 2:23), pero, luego, Él le levantó de entre los muertos. Y para explicar que era “imposible que [Cristo] fuese retenido por ella [la muerte]” (Hechos 2:24), nos cita los Salmos (16:8-11), en su discurso registrado en Hechos (2:25-28), enseñándonos que la resurrección de Cristo estaba también profetizada por el rey David que, en el Espíritu, recibió los citados Salmos (16:8-11), que predicen que Dios no dejaría el alma de Jesús en el Hades –antes vimos que Hades y Seol son lo mismo, y que alma es el ser entero, la persona, la vida–, ni permitiría que Su Santo viera corrupción. Y justo así se cumplió con la muerte de Cristo, que fue resucitado –vuelto a la vida–, cuando pasaron poco más de veinticuatro horas de Su muerte; y, por tanto, no dio tiempo a que “Tu Santo [Cristo] vea corrupción” (Hechos 2:27; Salmos 16:10). Es decir, no hubo tiempo para que el cuerpo de Jesús se corrompiera; y esto no significa que Dios no le hubiera podido resucitar igualmente si ello hubiera ocurrido; pero lo profetizado se cumplió, porque ni aún el cuerpo muerto de Jesús debía corromperse porque ello es símbolo de impureza y de pecado, y nada debía empañar la santidad del Santo Ser que es Jesús.

El Apóstol –después de presentar y explicar el más grande evento de la historia, que implica a toda la humanidad, que acababa de suceder –habían matado “al Autor de la Vida, a quien Dios ha resucitado de los muertos, de lo cual nosotros –los apóstoles– somos testigos” (Hechos 3:15)– nos cita lo que dijo David en los Salmos (16:8-11).

Ahora, nos preguntamos: ¿qué relación tienen estos Salmos con esos sucesos y con nosotros, como cristianos? Mucha. En primer lugar, porque comprobamos que David ya tenía la esperanza de la resurrección: “Porque no dejarás mi alma en el Hades, Ni permitirás que tu Santo vea corrupción” (Hechos 2:27; cf. Salmo 16:10); pero el Apóstol Pedro va mucho más allá, y en los textos que siguen, tratará de explicarnos para que comprendamos que David no se está refiriendo así mismo, sino a Cristo. Leamos primero la interpretación que nos proporciona San Pedro en los textos que siguen a los que transcribí anteriormente:

Hechos 2:29-36: Varones hermanos, se os puede decir libremente del patriarca David, que murió y fue sepultado, y su sepulcro está con nosotros hasta el día de hoy. (30) Pero siendo profeta, y sabiendo que con juramento Dios le había jurado que de su descendencia, en cuanto a la carne, levantaría al Cristo para que se sentase en su trono, (31) viéndolo antes, habló de la resurrección de Cristo, que su alma no fue dejada en el Hades, ni su carne vio corrupción. (32) A este Jesús resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos. (33) Así que, exaltado por la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís. (34) Porque David no subió a los cielos; pero él mismo dice: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra, (35) Hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies. (36) Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo.

En estos versículos de Hechos (2:29-36), el apóstol Pedro sigue explicando los Salmos (16:8-11),y al decirnos que David “murió y fue sepultado, y su sepulcro está con nosotros hasta el día de hoy” (Hechos 2:29), quiere que sepamos que David no habla de sí mismo en los citados Salmos, sino que como vimos están relacionados con las circunstancias de la muerte y resurrección de Jesús; pero además, añade el Salmo (110:1), que relaciona con los anteriores, que estudiamos arriba. Este último Salmo (110:1) es el que usó el propio Jesús para hacerle una pregunta a los fariseos:[Jesús] les dijo: ¿Pues cómo David en el Espíritu le llama Señor, diciendo: (44) Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies?” (Mateo 22-43-44).

Sigamos el discurso del apóstol Pedro en los pasajes que van a continuación:

“Varones hermanos, se os puede decir libremente del patriarca David, que murió y fue sepultado, y su sepulcro está con nosotros hasta el día de hoy”. (Hechos 2:29).

En primer lugar, el Apóstol nos habla del estado actual de David, que como le ocurre a todos los seres humanos “murió y fue sepultado, y su sepulcro está con nosotros hasta el día de hoy”; y “Porque David no subió a los cielos” (Hechos 2:29,34). ¿Para qué dice esto ahora precisamente? Porque Pedro no quiere que nos confundamos pensando que el Salmo (16:10) –“Porque no dejarás mi alma en el Hades, Ni permitirás que tu Santo vea corrupción (citado por Pedro en Hechos 2:27)”– se refiere a que David ya ha resucitado y está viviendo en el Cielo; Y por eso, hace énfasis que David murió y está sepultado, y no ha sido llevado al Cielo, de ninguna manera ni por resurrección ni porque haya podido sobrevivir el alma o el espíritu según concibe el cristianismo tradicional.

En segundo lugar, San Pedro nos aclara que David no se está refiriendo a sí mismo en esos Salmos, sino que está profetizando de Cristo, y para probarlo da el siguiente argumento e interpretación mediante el Espíritu Santo: [David] siendo profeta, y sabiendo que con juramento Dios le había jurado que de su descendencia, en cuanto a la carne, levantaría al Cristo para que se sentase en su trono, (31) viéndolo antes, habló de la resurrección de Cristo, que su alma no fue dejada en el Hades, ni su carne vio corrupción. (32) A este Jesús resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos” (Hechos 2:30-32). Y, ellos, los apóstoles, y más de quinientos discípulos que fueron testigos (1ª Corintios 15:5-8), testifican de la gran verdad que da todo el sentido al cristianismo: “Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó” (1 Corintios 15:16). Es interesante leer también el contexto porque son las Buenas Nuevas de Salvación para todos los seres humanos que quieran acogerse a la gracia de Dios el Padre y de Cristo.

1 Corintios 15:12-28: Pero si se predica de Cristo que resucitó de los muertos, ¿cómo dicen algunos entre vosotros que no hay resurrección de muertos? (13) Porque si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó. (14) Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe. (15) Y somos hallados falsos testigos de Dios; porque hemos testificado de Dios que él resucitó a Cristo, al cual no resucitó, si en verdad los muertos no resucitan. (16) Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó; (17) y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana; aún estáis en vuestros pecados. (18) Entonces también los que durmieron en Cristo perecieron. (19) Si en esta vida solamente esperamos en Cristo, somos los más dignos de conmiseración de todos los hombres. (20) Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho. (21) Porque por cuanto la muerte entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los muertos. (22) Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados. (23) Pero cada uno en su debido orden: Cristo, las primicias; luego los que son de Cristo, en su venida.

Nos queda solo el final del discurso del día de Pentecostés del apóstol Pedro, que es el siguiente:

Hechos 2:33-36: Así que, [Cristo] exaltado por la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís. (34) Porque David no subió a los cielos; pero él mismo dice: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra, (35) Hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies. (36) Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo.

Aquí es donde Pedro aclara que “… David no subió a los cielos” (Hechos 2:34); pero, en cambio sí lo hizo Cristo, que exaltado al Trono Celestial –sentado a la diestra del Padre– ha cumplido la promesa del Padre, enviando el Espíritu Santo a todos los que en Él confían, y permanecerá allí “Hasta que [Dios] ponga a tus enemigos [los de Cristo] por estrado de tus pies” (Hechos 2:35; cf. Salmos 110:1), es decir, hasta Su Segunda Venida en la que aparecerá en gloria para realizar el Juicio final, y trasladar a los creyentes resucitados al Cielo (1ª Tes. 4:13-18).

Ahora quizá nos preguntamos ¿quiénes son Sus “enemigos” [los de Cristo], y qué significa ponerlos “por estrado de tus pies”?

No es nada difícil averiguar quiénes son los enemigos de Cristo: En primer lugar, el diablo y sus ángeles (Mateo 13:39; cf Ap. 12:7-17), que “ha sido homicida desde el principio”… es mentiroso, y padre de mentira” (Juan 8:44), “el cual engaña al mundo entero” (Ap.12:9). En segundo lugar, todos los hijos del diablo (Hechos 13:10), es decir, los que se han dejado cautivar por sus engaños, “por cuanto no recibieron el amor de la verdad para ser salvos (11) Por esto Dios les envía un poder engañoso, para que crean la mentira, (12) a fin de que sean condenados todos los que no creyeron a la verdad, sino que se complacieron en la injusticia” (2 Tesalonicenses 2:10-12). En tercer lugar, todos aquellos que escogen seguir participando de la Babilonia espiritual contaminándose con su ídolos y abominaciones (Ap. 18). En cuarto lugar, los materialistas, “que son enemigos de la cruz de Cristo; (19) el fin de los cuales será perdición”, porque su “dios es el vientre…; que solo piensan en lo terrenal” (Filipenses 3:18-19). Y, por último, una larguísima lista imposible de describir, que la Biblia resume o abrevia: “Pero los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda” (Apocalipsis 21:8).

¿Qué puede significar poner a sus “enemigos [los de Cristo] por estrado de tus pies”?

En mi opinión, ¿qué otra cosa puede ser que vencerlos mediante la “Verdad”, descubriendo las maldades ocultas de sus corazones, y luego hacer juicio de condenación sobre todos los que rechazaron la Palabra de Dios, es decir, “todos los que no creyeron a la verdad, sino que se complacieron en la injusticia” (2 Tesalonicenses 2:12?

Apocalipsis 19:13-21: Estaba vestido de una ropa teñida en sangre; y su nombre es: EL VERBO DE DIOS. (14) Y los ejércitos celestiales, vestidos de lino finísimo, blanco y limpio, le seguían en caballos blancos. (15) De su boca sale una espada aguda, para herir con ella a las naciones, y él las regirá con vara de hierro; y él pisa el lagar del vino del furor y de la ira del Dios Todopoderoso. (16) Y en su vestidura y en su muslo tiene escrito este nombre: REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES. (17) Y vi a un ángel que estaba en pie en el sol, y clamó a gran voz, diciendo a todas las aves que vuelan en medio del cielo: Venid, y congregaos a la gran cena de Dios, (18) para que comáis carnes de reyes y de capitanes, y carnes de fuertes, carnes de caballos y de sus jinetes, y carnes de todos, libres y esclavos, pequeños y grandes. (19) Y vi a la bestia, a los reyes de la tierra y a sus ejércitos, reunidos para guerrear contra el que montaba el caballo, y contra su ejército. (20) Y la bestia fue apresada, y con ella el falso profeta que había hecho delante de ella las señales con las cuales había engañado a los que recibieron la marca de la bestia, y habían adorado su imagen. Estos dos fueron lanzados vivos dentro de un lago de fuego que arde con azufre. (21) Y los demás fueron muertos con la espada que salía de la boca del que montaba el caballo, y todas las aves se saciaron de las carnes de ellos.

5. El misterio de la Encarnación de Dios.

Como pudimos comprobar anteriormente, las Sagradas Escrituras hacen distinción entre hijos de los hombres e hijos de Dios (Véase, por ejemplo: Génesis 6:1-2,4; 11:5; Sal. 8:4-5; 14:2-3; 33:13; Efesios 3:4-9; etc.).

Génesis 6:1-2: Aconteció que cuando comenzaron los hombres a multiplicarse sobre la faz de la tierra, y les nacieron hijas, (2) que viendo los hijos de Dios que las hijas de los hombres eran hermosas, tomaron para sí mujeres, escogiendo entre todas.

Génesis 11:5: Y descendió Jehová para ver la ciudad y la torre que edificaban los hijos de los hombres.

Salmos 8:4-5: Digo: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, Y el hijo del hombre, para que lo visites? (5) Le has hecho poco menor que los ángeles, Y lo coronaste de gloria y de honra.

Salmos 14:2-3; 53:2-3: Jehová miró desde los cielos sobre los hijos de los hombres, Para ver si había algún entendido, Que buscara a Dios. (3) Todos se desviaron, a una se han corrompido; No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno.

Salmos 33:13: Desde los cielos miró Jehová; Vio a todos los hijos de los hombres;

Efesios 3:4-9: leyendo lo cual podéis entender cuál sea mi conocimiento en el misterio de Cristo, (5) misterio que en otras generaciones no se dio a conocer a los hijos de los hombres, como ahora es revelado a sus santos apóstoles y profetas por el Espíritu: (6) que los gentiles son coherederos y miembros del mismo cuerpo, y copartícipes de la promesa en Cristo Jesús por medio del evangelio, (7) del cual yo fui hecho ministro por el don de la gracia de Dios que me ha sido dado según la operación de su poder. (8) A mí, que soy menos que el más pequeño de todos los santos, me fue dada esta gracia de anunciar entre los gentiles el evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo, (9) y de aclarar a todos cuál sea la dispensación del misterio escondido desde los siglos en Dios, que creó todas las cosas;

Por lo tanto, parece lógico que nos formulemos la siguiente pregunta:

¿Qué diferencia existe entre los hijos del hombre y los hijos de Dios?

Todos los seres humanos somos “hijos de los hombres”, excepto Adán y Eva, que fueron creados directamente por Dios, a Su imagen y semejanza (Génesis 1:26-27); incluso, el mismo Jesucristo gustaba llamarse a sí mismo “el Hijo del Hombre” (véase, por ejemplo: Mt. 8:20; 9:6; Mr. 2:10; 8:38; 9:9; Lc. 6:22; 9:22; Jn. 1:51; 3:13,14; etc.), porque realmente Él era completamente Hombre, como todos los demás seres humanos, “nacido de mujer” (Gálatas 4:4), pero sin tendencia al pecado; es decir, Su naturaleza humana era perfecta –similar a la de Adán–, y puesto que Jesús es el Postrer Adán (1ª Co. 15:45), tuvo que demostrar que se podía vencer al diablo, aun en circunstancias mucho peores que las del Primer Adán, que fracasó. Tengamos en cuenta que Adán vivía en un Paraíso, y, además, fue una creación directa de Dios; sin embargo, Jesús vivió en un mundo contaminado por el pecado, y con una herencia genética correspondiente al momento histórico que le tocó vivir, procedente de su linaje humano, pero sin atisbo de pecaminosidad.

Más adelante nos detendremos en el hecho maravilloso y milagroso de que la Virgen María concibiera a Jesús por la intervención sobrenatural del Espíritu Santo (Mateo 1:20-25; Lucas 1:35). Pero ahora vamos a seguir tratando de distinguir entre los hijos de los hombres y los hijos de Dios, según se desprende de los textos bíblicos siguientes:

Génesis 6:1-4: Aconteció que cuando comenzaron los hombres a multiplicarse sobre la faz de la tierra, y les nacieron hijas, (2) que viendo los hijos de Dios que las hijas de los hombres eran hermosas, tomaron para sí mujeres, escogiendo entre todas. (3) Y dijo Jehová: No contenderá mi espíritu con el hombre para siempre, porque ciertamente él es carne; mas serán sus días ciento veinte años. (4) Había gigantes en la tierra en aquellos días, y también después que se llegaron los hijos de Dios a las hijas de los hombres, y les engendraron hijos.

Especialmente estos pasajes citados arriba han sido causa de interpretaciones tremendamente peregrinas, absurdas y aberrantes, al considerar que “los hijos de Dios” de los versículos dos y cuatro, se refieren a seres celestiales, que la Biblia llama ángeles –mensajeros–, es decir, seres espirituales, que como dijo Jesús no tienen “carne ni huesos” (Lucas 24:39). De ahí que califique de peregrino y absurdo, creer que estos supuestos ángeles tuvieran relaciones sexuales con las hijas de los hombres, “y les engendraron hijos” (Génesis 6:4).

¿No es mucho más lógico deducir, por el contexto bíblico, que estos “hijos de Dios” son también hombres, y de ninguna manera ángeles?

Necesitamos saber que el nacimiento carnal no nos hace automáticamente hijos de Dios, sino “que el que no naciere de nuevo, no puede ver el Reino de Dios” (Juan 3:3,5); porque “Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (Juan 3:6). Por lo tanto, las citadas afirmaciones de Jesús no dejan lugar a dudas: solo son hijos de Dios, los que por recibir a Cristo –la Palabra de Dios o el Verbo Encarnado (Juan 1:14)– “les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; (13) los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios (Juan 1:12-13).

Si se comparan los siguientes pasajes entre sí, se llegará también a la conclusión que los hijos de Dios son aquellos que, al ser engendrados espiritualmente por Él, son adoptados como hijos suyos (Gálatas 3:26; Efesios 1:5,13); “hechos conformes a la imagen de Su Hijo” (Romanos 8:29), “creados en Cristo Jesús para buenas obras” (Efesios 2:10), y , como Él mismo dijo, para “Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros” (Juan 13:34):

Mateo 5:9: Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios.

Mateo 5:44-45: Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; (45) para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos.

Juan 1:12-13: Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; (13) los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios.

En el mismo sentido inciden los apóstoles Pablo, Santiago y Pedro en los textos que transcribo a continuación: hijos de Dios son todos aquellos en los que mora el Espíritu de Cristo (Romanos 8:9,16-17), porque han sido “renacidos” “por la Palabra de Dios” (Santiago 1:18; 1 Pedro 1:23):

Romanos 8: 9,14, 16-17: Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él. […] (11) Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros. […] (14) Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios. (16) El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. (17) Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados.

Santiago 1:18: El, de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad, para que seamos primicias de sus criaturas.

1 Pedro 1:23: siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre.

En el libro de Job también encontramos dos textos que se refieren a “los hijos de Dios, entre los cuales vino también Satanás” (Job 1:6; Cf Job 2:1). Leámoslos:

Job 1:6: Un día vinieron a presentarse delante de Jehová los hijos de Dios, entre los cuales vino también Satanás.

Job 2:1: Aconteció que otro día vinieron los hijos de Dios para presentarse delante de Jehová, y Satanás vino también entre ellos presentándose delante de Jehová.

Sin embargo, en este caso, es fácil deducir, por el contexto, que “los hijos de Dios” se refieren a ángeles y no a seres humanos, pues se presentan “delante de Jehová”, y porque Satanás, que es un ángel caído, va con ellos. En estos pasajes se hace perfecta distinción entre estos “hijos de Dios”, –que “son todos espíritus ministradores, enviados para servicio a favor de los que serán herederos de la salvación” (Hebreos 1:7,14), en el supuesto que fueran los ángeles buenos, o bien, los malos antes de su rebelión–, y Satanás que, a la pregunta de Dios –“¿De dónde vienes?”–, responde: “De rodear la Tierra, y de andar por ella” (Job 1:7; Cf 2:2). Recordemos que el diablo –Satanás–, ya estaba en el jardín del Edén, y se apareció a Adán y Eva, materializándose en forma de serpiente, o sirviéndose de una serpiente como médium, haciendo que pareciera que era la serpiente la que hablaba, para proferir las insidiosas frases: “No moriréis; sino sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal. (Génesis 3:4,5).

Al respecto, me parece oportuno citar ahora, que la Santa Biblia registra que “hubo una gran batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles luchaban contra el dragón;…(8) pero no prevalecieron, ni se halló ya lugar para ellos en el cielo. (9) Y fue lanzado fuera el gran dragón, la serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás, el cual engaña al mundo entero; fue arrojado a la tierra, y sus ángeles fueron arrojados con él.” (Ap. 12:7-9; cf. Lucas 10:18). Por estos textos y los citados del libro de Job (1:7; Cf 2:2), se deduce que Satanás y sus ángeles aun después de su rebelión, durante un determinado tiempo, siguieron teniendo acceso al Cielo, hasta que fueron expulsados definitivamente, muy probablemente, cuando la vida, muerte y resurrección de Jesús, el Hijo de Dios, hizo evidente las maldades de ellos.

Por lo tanto, no cabe confundir a estos hijos de Dios, que son ángeles, con los hijos de Dios, que son hombres, pues es evidente que los humanos no tenemos la facultad de desplazarnos por el espacio cósmico y tener acceso a la presencia de Dios, como esos espíritus. Aunque es cierto que los espíritus angélicos son capaces de adoptar y tomar cualquier forma material –incluso, como la de cualquier ser humano, ya sea hombre o mujer– nunca podrían transformarse en verdaderos o auténticos seres humanos. Se trataría siempre de una teofanía, es decir, mera apariencia o perfecto disfraz. Por tanto, los ángeles jamás podrían tener relaciones sexuales con mujeres, y mucho menos fecundarlas para que concibieran hijos. Por tanto, es claro que estos seres, al ser espíritus puros, no pueden mezclarse con los seres humanos, porque no tienen “carne ni huesos” (Lucas 24:39).

Así pues, tenemos que tener muy claro que los hijos de los hombres solo pueden llegar a ser adoptados hijos de Dios, por medio de recibir y aceptar a Su Hijo Jesucristo (Juan 1:12-14). Y este es el fundamento de nuestra fe: “porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo” (1ª Corintios 3:11); y para ser coherentes con nuestra fe cristiana debemos confesarlo y dar testimonio a toda persona y en toda lugar (Mateo 10:32-33), porque solo el Hijo conoce al Padre (Mateo 11:27), “y en ningún otro hay salvación” (Hechos 4:12); “porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, (6) el cual se dio a sí mismo en rescate por todos…” (1ª Timoteo 2:5-6).

Mateo 10:32-33: A cualquiera, pues, que me confiese delante de los hombres, yo también le confesaré delante de mi Padre que está en los cielos. (33) Y a cualquiera que me niegue delante de los hombres, yo también le negaré delante de mi Padre que está en los cielos.

Mateo 11:27: Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre; y nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni al Padre conoce alguno, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar.

Romanos 16:25-27: Y al que puede confirmaros según mi evangelio y la predicación de Jesucristo, según la revelación del misterio que se ha mantenido oculto desde tiempos eternos, (26) pero que ha sido manifestado ahora, y que por las Escrituras de los profetas, según el mandamiento del Dios eterno, se ha dado a conocer a todas las gentes para que obedezcan a la fe, (27) al único y sabio Dios, sea gloria mediante Jesucristo para siempre. Amén.

Por tanto, nuestra salvación no depende de saber exactamente si Cristo es el Hijo de Dios, el Padre, o de Dios, el Espíritu Santo, sino en “obedecer la fe”, es decir, aceptarle y recibirle en nuestro ser como tal, es decir, como Dios-Hombre, como el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre” (Juan 1:18); pues “a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; (13) los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios. (14) Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad” (Juan 1:12-14).

Aclaradas las diferencias entre hijos de Dios e hijos de los hombres, vamos a centrarnos en Jesucristo, el Hijo de Dios, y en el Misterio de Su Encarnación.

¿Qué diferencia a Jesús, como Hijo de Dios, del resto de los hijos de Dios? ¿Por qué se le llama a Jesucristo “el Unigénito Hijo” (Juan 1:18)? ¿Recibe Jesús, Su condición de Hijo de Dios cuando se encarnó mediante la Virgen María? ¿Es Jesús el Hijo eterno, engendrado por el Padre desde la eternidad?

En lo que sigue intentaré responder a cada una de estas preguntas teniendo en cuenta solamente lo que nos revelan las Sagradas Escrituras.

¿Qué diferencia a Jesús, como Hijo de Dios, del resto de los hijos de Dios? O bien ¿Qué diferencia a Jesús, el Hijo del Hombre, del resto de los hombres?

Como ya expresé antes, Jesús es “nacido de mujer” (Gálatas 4:4), de la misma manera que nacen todos los seres humanos. La única y esencial diferencia consiste en que, “Estando desposada María…con José, antes que se juntasen, se halló que había concebido del Espíritu Santo” (Mateo 1:18). Y como lógica consecuencia “…el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios” (Lucas 1:35). Ahora fijémonos, en que el Padre de Jesús es Dios mismo, y no un hombre como en el resto de los seres humanos; por esa razón no puede heredar la naturaleza pecaminosa de éstos; es decir, todo lo que viene directamente de Dios es perfecto; y, por lo tanto, Jesús-Hombre se diferencia de los demás hombres, en la Santidad que tuvo Su naturaleza humana, en contraposición con la naturaleza contaminada por el pecado que heredamos el resto de seres humanos (Salmo 51:5; Romanos 3:9-12, 23; 5:12-14; etc.).

¿Es esto increíble? ¿Es esto difícil para el Autor de la Vida, que es capaz de crear vida partiendo de la nada?

¿Cuánto más fácil es para Dios hacer que una virgen conciba como se registra en los Evangelios: “lo que en ella es engendrado, del Espíritu Santo es”. (Mateo 1:20), o bienEl Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios(Lucas 1:35)?

¿Significa esto, acaso, que la Segunda Persona de la Trinidad deja de ser Dios para convertirse en materia viviente –un simple espermatozoide capaz de fecundar un óvulo de la virgen María? ¿Puede Dios –el Ser inmutable– cambiar y que la Segunda Persona de la Trinidad deje de ser Dios para poder encarnarse en el vientre de María? Esto sería inconsistente, pues Dios es inmutable y eterno: “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos” (Hebreos 13:8). ¿Puede Jesucristo ser al mismo tiempo, o a la vez, Dios y Hombre?

La clave y respuesta nos la da el mismo Jesucristo cuando afirma que “Nadie subió al cielo, sino el que descendió del cielo; el Hijo del Hombre, que está en el cielo” (Juan 3:13). Es decir, Dios –la Segunda Persona de la Trinidad–, en un momento determinado de la historia –hace ya más de dos mil años–, toma cuerpo humano mediante una mujer –la virgen María–, y desde ese momento se convierte en un hombre, pero sin dejar de ser Dios, y ahora es, además, “el Hijo del Hombre”, que como Dios, que es omnipresente, estaba en el Cielo y en todas partes, y, en su condición de Hombre verdadero, solo estaba, simultánea y físicamente, en la Tierra.

Sin embargo, debemos recordar que el Jesús-Hombre es un ser limitado, con todas las vulnerabilidades y debilidades de cualquier otro ser humano. Como todos los niños judíos fue circuncidado al octavo día en cumplimiento de la ley del Señor (Lucas 2:21,39); “Y el niño crecía y se fortalecía, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios era sobre él” (Lucas 2:40). Es decir, Él experimentaba un proceso normal de desarrollo físico, psíquico y espiritual –las tres dimensiones del ser humano (1ª Tes. 5:23)–; necesitó aprenderlo todo, como los demás seres humanos de su edad; y también precisaba de la gracia de Dios, la cual podía recibir libremente, porque al ser Su naturaleza humana libre de pecado, no se producía separación ni obstáculo para recibirla de Dios, Su Padre.

Lo poco que sabemos de su infancia nos lo narra el evangelista Lucas; y en los siguientes textos comprobaremos, que “Jesús crecía en sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y los hombres” (Lucas 2:52), como a muchos niños les ocurría; por ejemplo, el joven Samuel del AT (1 Samuel 2:26); lo que demuestra que la gracia de Dios no era dada con exclusividad a Su Hijo. Lo que sucede es que hay niños y adultos que son más receptivos a la gracia de Dios que otros. Es digno de destacar que Jesús tuvo consciencia desde muy niño de que Dios era Su Padre: “¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario estar?” (Lucas 2:49); no me resisto a que leamos todo el contexto de este entrañable episodio de la vida de Jesús:

Lucas 2:41-52: Iban sus padres todos los años a Jerusalén en la fiesta de la pascua; (42) y cuando tuvo doce años, subieron a Jerusalén conforme a la costumbre de la fiesta. (43) Al regresar ellos, acabada la fiesta, se quedó el niño Jesús en Jerusalén, sin que lo supiesen José y su madre. (44) Y pensando que estaba entre la compañía, anduvieron camino de un día; y le buscaban entre los parientes y los conocidos; (45) pero como no le hallaron, volvieron a Jerusalén buscándole. (46) Y aconteció que tres días después le hallaron en el templo, sentado en medio de los doctores de la ley, oyéndoles y preguntándoles. (47) Y todos los que le oían, se maravillaban de su inteligencia y de sus respuestas. (48) Cuando le vieron, se sorprendieron; y le dijo su madre: Hijo, ¿por qué nos has hecho así? He aquí, tu padre y yo te hemos buscado con angustia. (49) Entonces él les dijo: ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario estar? (50) Mas ellos no entendieron las palabras que les habló. (51) Y descendió con ellos, y volvió a Nazaret, y estaba sujeto a ellos. Y su madre guardaba todas estas cosas en su corazón. (52) Y Jesús crecía en sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y los hombres.

Además, Él nunca se valió de Su naturaleza Divina para sí mismo; es decir, para beneficio propio o para tratar de evitar los sufrimientos o las tentaciones de Satanás: “Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él [Cristo] también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, (15) y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre. […] (17) Por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo. (18) Pues en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados(Hebreos 2:14-15, 17-18).

Hebreos 7:25-26: por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos. (26) Porque tal sumo sacerdote nos convenía: santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que los cielos;

Hebreos 2:9-18: Pero vemos a aquel que fue hecho un poco menor que los ángeles, a Jesús, coronado de gloria y de honra, a causa del padecimiento de la muerte, para que por la gracia de Dios gustase la muerte por todos. (10) Porque convenía a aquel por cuya causa son todas las cosas, y por quien todas las cosas subsisten, que habiendo de llevar muchos hijos a la gloria, perfeccionase por aflicciones al autor de la salvación de ellos. (11) Porque el que santifica y los que son santificados, de uno son todos; por lo cual no se avergüenza de llamarlos hermanos, (12) diciendo: Anunciaré a mis hermanos tu nombre, En medio de la congregación te alabaré. (13) Y otra vez: Yo confiaré en él. Y de nuevo: He aquí, yo y los hijos que Dios me dio. (14) Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, (15) y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre. (16) Porque ciertamente no socorrió a los ángeles, sino que socorrió a la descendencia de Abraham. (17) Por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo. (18) Pues en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados.

¿Por qué se le llama a Jesucristo “el Unigénito Hijo” (Juan 1:18)?

A diferencia del resto de seres humanos, que somos hijos de los hombres, Jesús es directamente engendrado por Dios en el seno de María (Mateo 1:18; Lucas 1:34-35); mientras que los humanos solo llegamos a la condición de hijos por adopción, o sea, cuando por la conversión a Cristo, experimentamos un renacimiento mediante el Espíritu Santo y la Palabra de Dios (Romanos 8:9-17; Gálatas 4:5-7).

Por lo tanto, Jesucristo es, realmente, Hijo de Dios, es decir, le corresponde de derecho, porque Dios es Su Padre, y por eso se le llama “el unigénito Hijo” (Juan 1:18), o bien “Hijo unigénito” (Juan 3:16), que procede del término griego “monogenés”, que significa, “único”, “unigénito”; es decir, Jesús es el único en su género nacido de mujer, porque fue engendrado directamente por Dios.

Juan 1:18: A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer.

Juan 3:16-17: Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. (17) Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él.

Sin embargo, en Jesús “habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad” (Colosenses 2:9); “Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación”; “por cuanto agradó al Padre que en él [Jesús] habitase toda plenitud” (Colosenses 1:15,19); “el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas” (Hebreos 1:2-3). Veamos los contextos de ambos pasajes:

Colosenses 1:15-20: Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación. (16) Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él. (17) Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten; (18) y él es la cabeza del cuerpo que es la iglesia, él que es el principio, el primogénito de entre los muertos, para que en todo tenga la preeminencia; (19) por cuanto agradó al Padre que en él habitase toda plenitud, (20) y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz.

Hebreos 1:2-4: en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo; (3) el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas, (4) hecho tanto superior a los ángeles, cuanto heredó más excelente nombre que ellos.

La unión entre el Padre y el Hijo es tan íntima, que solo puede existir por el hecho de que Cristo además de la naturaleza humana tiene la divina, y por eso solo Él puede decir: “nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni al Padre conoce alguno, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar” (Mateo 11:27). Pues solo Dios puede conocer a Dios profunda y esencialmente.

Mateo 11:25-27: En aquel tiempo, respondiendo Jesús, dijo: Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las revelaste a los niños. (26) Sí, Padre, porque así te agradó. (27) Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre; y nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni al Padre conoce alguno, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar.

¿Recibe Jesús, Su condición de Hijo de Dios solo desde el momento histórico en que se encarnó mediante la Virgen María, o por el contrario Él es el Hijo eterno, engendrado por el Padre desde la eternidad?

Lo que el Nuevo Testamento registra con total claridad es que la Segunda Persona, la que conocemos como el “Hijo, nuestro Señor Jesucristo, que era del linaje de David según la carne, (4) […] fue declarado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los muertos (Romanos 1:3-4). Aunque Jesús fue Hijo de Dios desde Su nacimiento –“El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios (Lucas 1:26-38)–, observemos que solo “fue declarado Hijo de Dios con poder” después de Su resurrección (Romanos 1:4); “Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados. (23) Pero cada uno en su debido orden: Cristo, las primicias; luego los que son de Cristo, en su venida. (24) Luego el fin, cuando entregue el reino al Dios y Padre, cuando haya suprimido todo dominio, toda autoridad y potencia. (25) Porque preciso es que él reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies (1 Corintios 15:22-25).

Romanos 1:3-7: acerca de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, que era del linaje de David según la carne, (4) que fue declarado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los muertos, (5) y por quien recibimos la gracia y el apostolado, para la obediencia a la fe en todas las naciones por amor de su nombre; (6) entre las cuales estáis también vosotros, llamados a ser de Jesucristo; (7) a todos los que estáis en Roma, amados de Dios, llamados a ser santos: Gracia y paz a vosotros, de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo.

Seguimos preguntándonos:

¿Tomó la Segunda Persona de la Trinidad el nombre o título de Hijo de Dios solo a partir del momento histórico en que se encarnó mediante la Virgen María, o, por el contrario, Él es el Hijo eterno, engendrado por el Padre desde la eternidad?

En lo que acabamos de ver, hemos podido comprobar que, aunque Jesús fue Hijo de Dios desde Su concepción, y nacimiento físico del seno de la virgen María, realmente no alcanzó Su título o nombre de Hijo de Dios hasta que venció al pecado, la muerte y el diablo, con Su vida impecable, muerte y resurrección (Hebreos 2:9-18). Lo cual es muy lógico, pues Él tuvo que adquirir esa condición de Hijo venciendo libremente todas las tentaciones –como Postrer Adán, debía obtener la victoria donde éste fracasó–, y vencer también Su rechazo a aceptar la muerte, que debía sufrir por todos nosotros, por eso “se postró sobre su rostro, orando y diciendo: Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú” (Mateo 26:39).

Dios, pues, confirió al Jesús-Hombre el nombre de Hijo de Dios cuando Él le resucitó de los muertos, como así estaba profetizado que sucedería en el libro de 2 Samuel (7:12-14) y en los Salmos (2:7), según son interpretados y registrados, respectivamente, por el autor de la epístola a los Hebreos (1:5-6) – posiblemente el apóstol Pablo– y por el evangelista Lucas en el libro de los Hechos (13:32-33). Comparemos los pasajes citados del Antiguo y del Nuevo Testamento:

Textos proféticos o escatológicos del Antiguo Testamento:

2 Samuel 7:12-14: Y cuando tus días sean cumplidos, y duermas con tus padres, yo levantaré después de ti [se refiere al rey David] a uno de tu linaje [se refiere al Mesías, que vendría del linaje del rey David (Mateo 1], el cual procederá de tus entrañas, y afirmaré su reino. (13) El edificará casa a mi nombre, y yo afirmaré para siempre el trono de su reino. (14) Yo le seré a él padre, y él me será a mí hijo. Y si él hiciere mal, yo le castigaré con vara de hombres, y con azotes de hijos de hombres;

Cumplimiento e interpretación en el Nuevo Testamento:

Hebreos 1:5-13: Porque ¿a cuál de los ángeles dijo Dios jamás: Mi Hijo eres tú, Yo te he engendrado hoy, y otra vez: Yo seré a él Padre, Y él me será a mí hijo? (6) Y otra vez, cuando introduce al Primogénito en el mundo, dice: Adórenle todos los ángeles de Dios […] (8) Mas del Hijo dice: Tu trono, oh Dios, por el siglo del siglo; Cetro de equidad es el cetro de tu reino. (9) Has amado la justicia, y aborrecido la maldad, Por lo cual te ungió Dios, el Dios tuyo, Con óleo de alegría más que a tus compañeros.

Nótese que Dios pide a los ángeles que adoren a Su Hijo Primogénito, lo que es señal de Su divinidad, y la confirma, porque la adoración es algo que debe la criatura para con Su Creador.

Textos proféticos o escatológicos del Antiguo Testamento:

Salmos 2:7: Jehová me ha dicho: Mi hijo eres tú; Yo te engendré hoy.

Este texto veterotestamentario se interpreta y toma todo su sentido en el Nuevo Testamento. Como comprobaremos, el “Yo te engendré hoy” no fue en la eternidad sino en un momento concreto de la historia de nuestro mundo: el día de Su Resurrección, alrededor del año 30 d.C. Véase Romanos 1:2-4; Hechos 13:32-33; Hebreos 1:5-6:

Cumplimiento e interpretación en el Nuevo Testamento:

Hechos 13:32-33 (cf. Sal 2:7; Heb. 1:5; 5:5): Y nosotros también os anunciamos el evangelio de aquella promesa hecha a nuestros padres, (33) la cual Dios ha cumplido a los hijos de ellos, a nosotros, resucitando a Jesús; como está escrito también en el salmo segundo: Mi hijo eres tú, yo te he engendrado hoy.

Hebreos 1:5: Porque ¿a cuál de los ángeles dijo Dios jamás: Mi Hijo eres tú, Yo te he engendrado hoy, y otra vez: Yo seré a él Padre, Y él me será a mí hijo?

6. Conclusión

De lo que antecede, creo que podemos deducir lo siguiente:

1) “El Verbo era Dios” (Juan 1:1), o bien, en otras traducciones “la Palabra era Dios”.

Esta declaración del apóstol Juan es esencial para sustentar que Dios, el Verbo, es la Segunda Persona de la Trinidad, porque existía desde el principio con Dios, luego, es eterno, así como Dios, el Padre, o Dios, el Espíritu Santo. Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad” (Juan 1:14).

Cuando Jesús dijo: “Antes que Abraham fuese, Yo soy” (Juan 8:58), confirmó no solo Su preexistencia desde la eternidad, sino que también se identificó con el “Yo Soy” –“YHWH” (Éxodo 3:14)–, nombre de Dios en el AT, pues podía haber dicho “Yo era”, pero en cambio, dijo “YO SOY”. El apóstol Pablo afirmó que Cristo “es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos. Amén” (Romanos 9:5). Su Divinidad fue demostrada por las grandes señales que hizo, por Su presciencia y la autoridad que demostró en todo momento, en especial para interpretar, ampliar y abrogar las leyes del AT (Mateo 5:31-44). Es llamado por el apóstol Juan “el Verbo” (Juan 1:1-2) y “el Verbo de Vida” (1 Juan 1:1); o bien, en otras traducciones “la Palabra” y “la Palabra de Vida”: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. (2) Este era en el principio con Dios. (3) Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho. (4) En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres” (Juan 1:1-4).

Observemos que San Juan no llama “Hijo” a la Segunda Persona de la Trinidad antes de Su encarnación, cuando coexistía con Dios Padre desde la eternidad, en Su sola naturaleza Divina (Fil. 2:5-11), sino que le asigna el nombre de “Verbo o Palabra”. Luego, cuando toma cuerpo, se convierte en “el unigénito Hijo” o “Hijo unigénito”, el que da a conocer al Padre, al que nadie ha visto (Juan 1:18).

Filipenses 2:5-11: Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, (6) el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, (7) sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; (8) y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. (9) Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, (10) para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; (11) y toda lengua confiese(A) que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre.

Cada Persona de la Trinidad recibe el nombre que identifica mejor Su misión en la Creación y en el Plan de Salvación de la humanidad:

Dios, el Padre, porque es el Padre de Jesucristo-Hombre, y de todos los creyentes;

El Verbo o la Palabra porque es el ejecutor de la Creación y el Artífice de la salvación de la Humanidad, “el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios” (Hebreos 12:2)

El Espíritu Santo porque Su misión es convertir y santificar a los creyentes (Ro. 1:4; 8:1-27; 1 Co. 2:10; 12:4-13; 2 Co. 1:22; 3:17; Gál. 3:14; 5:22; Ef. 1:13; etc.).

2) Todo lo que el mundo necesita saber y creer es que “Dios fue manifestado en carne”:

“…indiscutiblemente grande es el misterio de la piedad: Dios fue manifestado en carne…” (1 Timoteo 3:16); y  «…que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo… (2ª Corintios 5:19). Porque “Cristo Jesús, (6) el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, (7) sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres. (Filipenses 2:5-7).

3) Jesús-Hombre, el “Postrer Adán” (1ª Co. 15:45):

“por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él [Cristo] también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, (15) y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre” (Hebreos 2:14-15).

4) Jesús-Hombre fue declarado o engendrado Hijo de Dios cuando resucitó:

“…Su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, que era del linaje de David según la carne, (4) […] fue declarado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los muertos (Romanos 1:3-4). “Por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo. (18) Pues en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados” (Hebreos 2:17-18).

5) Jesús es nuestro sumo sacerdote o Pontífice:

“Por tanto, Jesús es hecho fiador de un mejor pacto. (23) Y los otros sacerdotes llegaron a ser muchos, debido a que por la muerte no podían continuar; (24) mas éste, por cuanto permanece para siempre, tiene un sacerdocio inmutable; (25) por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos. (26) Porque tal sumo sacerdote nos convenía: santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que los cielos; (27) que no tiene necesidad cada día, como aquellos sumos sacerdotes, de ofrecer primero sacrificios por sus propios pecados, y luego por los del pueblo; porque esto lo hizo una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo” (Hebreos 7:22-27).

Hebreos 5:5-10: Así tampoco Cristo se glorificó a sí mismo haciéndose sumo sacerdote, sino el que le dijo: Tú eres mi Hijo, Yo te he engendrado hoy. (6) Como también dice en otro lugar: Tú eres sacerdote para siempre, Según el orden de Melquisedec. (7) Y Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente. (8) Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia; (9) y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen; (10) y fue declarado por Dios sumo sacerdote según el orden de Melquisedec.

¿Qué Persona de la Trinidad es el Padre de Jesucristo Hombre?

La cuestión suscitada, por el estimado hermano Daniel, puede deberse a que, por una parte, los Evangelios de San Mateo y San Lucas señalan, claramente, que fue el Espíritu Santo el que actuó en María para engendrar a Jesús (Mateo 1:18-25; cf. Lucas 1:26-38). Veamos pues, lo que nos dice la Palabra:

Mateo 1:18, 20: El nacimiento de Jesucristo fue así: Estando desposada María su madre con José, antes que se juntasen, se halló que había concebido del Espíritu Santo. (20) […] porque lo que en ella es engendrado, del Espíritu Santo es.

Lucas 1:31-32, 34-35: Y ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS. (32) Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; […] (34) Entonces María dijo al ángel: ¿Cómo será esto? pues no conozco varón. (35) Respondiendo el ángel, le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios.

Sin embargo, y por otro lado, Jesús llama Padre no al Espíritu Santo sino a Dios el Padre. Muchos son los textos evangélicos en que Jesús se dirige a Dios, por el nombre de “Padre”; por ejemplo: Mateo 7:21; 11:25-27; 16:17; Lc. 10:22; 12:50; 18:35; Jn. 3:35; 5:17,37,43; 14:10,20; 20:17; etc.

El Evangelista Lucas nos narra lo que el ángel Gabriel le dice a María: que Jesús “será llamado Hijo del Altísimo” (Lucas 1:32), y que “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios” (Lucas 1:26-38). El Altísimo es un nombre que corresponde a Dios, pero Dios es un Ser en Tres Personas, ¿Podríamos, por tanto, decir que el Espíritu Santo engendró a María, pero que Dios, el Ser en Tres Personas, obró en unidad, engendrando al Santo Ser que sería concebido en el seno de María, aunque esta función o misión la asumió específicamente el Espíritu Santo?

Aunque a veces la palabra “Dios” pueda relacionarse por el contexto al Padre, en realidad, siempre hay que pensar o asociar que se refiere a las Tres Personas; pues sin ninguna de Ellas Dios es el que Es.

La respuesta a su pregunta, parece contestada muy claramente en los Evangelios de San Mateo y San Lucas, y sería sencillamente: fue el Espíritu Santo el que actuó en María para engendrar a Jesús. Pero nunca las Tres Personas obran de forma independiente.

Según parece desprenderse del final del versículo (20) “lo que en ella [María] es engendrado, del Espíritu Santo es” (Mateo 1:20), el Espíritu Santo es el medio que Dios –las Tres Personas– designan para obrar la Encarnación del Hijo de Dios.

Sin embargo, las Sagradas Escrituras confirman que Dios, el Padre, es el que recibe el nombre o título de Padre de Jesucristo, porque Él es el Padre de los creyentes, y el que engendró a Cristo al resucitarle, cuando Éste venció, con Su vida impecable, muerte vicaria y resurrección, al pecado, la muerte y al diablo, dándole un cuerpo espiritual y glorioso. Así lo confirman numerosos textos que ya he citado arriba. Ahora vamos a transcribir solo unos pocos:

2 Juan 1:3-11: Sea con vosotros gracia, misericordia y paz, de Dios Padre y del Señor Jesucristo, Hijo del Padre, en verdad y en amor. (4) Mucho me regocijé porque he hallado a algunos de tus hijos andando en la verdad, conforme al mandamiento que recibimos del Padre. (5) Y ahora te ruego, señora, no como escribiéndote un nuevo mandamiento, sino el que hemos tenido desde el principio, que nos amemos unos a otros. (6) Y este es el amor, que andemos según sus mandamientos. Este es el mandamiento: que andéis en amor, como vosotros habéis oído desde el principio. (7) Porque muchos engañadores han salido por el mundo, que no confiesan que Jesucristo ha venido en carne. Quien esto hace es el engañador y el anticristo. (8) Mirad por vosotros mismos, para que no perdáis el fruto de vuestro trabajo, sino que recibáis galardón completo. (9) Cualquiera que se extravía, y no persevera en la doctrina de Cristo, no tiene a Dios; el que persevera en la doctrina de Cristo, ése sí tiene al Padre y al Hijo. (10) Si alguno viene a vosotros, y no trae esta doctrina, no lo recibáis en casa, ni le digáis: ¡Bienvenido! (11) Porque el que le dice: ¡Bienvenido! participa en sus malas obras.

Lucas 10:21-22: En aquella misma hora Jesús se regocijó en el Espíritu, y dijo: Yo te alabo, oh Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y entendidos, y las has revelado a los niños. Sí, Padre, porque así te agradó. (22) Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre; y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; ni quién es el Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar.

Juan 5:18-23: Por esto los judíos aun más procuraban matarle, porque no sólo quebrantaba el día de reposo, sino que también decía que Dios era su propio Padre, haciéndose igual a Dios. (19) Respondió entonces Jesús, y les dijo: De cierto, de cierto os digo: No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente. (20) Porque el Padre ama al Hijo, y le muestra todas las cosas que él hace; y mayores obras que estas le mostrará, de modo que vosotros os maravilléis. (21) Porque como el Padre levanta a los muertos, y les da vida, así también el Hijo a los que quiere da vida. (22) Porque el Padre a nadie juzga, sino que todo el juicio dio al Hijo, (23) para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo, no honra al Padre que le envió.

Hebreos 10:12-14: pero Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios, (13) de ahí en adelante esperando hasta que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies; (14) porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados.

Quedo a su disposición en lo que pueda servirle.

Afectuosamente en Cristo

Carlos Aracil Orts
www.amistadencristo.com

Referencias bibliográficas

*Las referencias bíblicas están tomadas de la versión Reina Valera de 1960 de la Biblia, salvo cuando se indique expresamente otra versión. Las negrillas y los subrayados realizados al texto bíblico son nuestros.

(1) Entre los varios artículos que el lector puede encontrar en esta web sobre el estado de los muertos solo le cito: ¿Los que mueren pasan a mejor vida?

(2) Comentario NBJ, 1998

Abreviaturas empleadas para diversas traducciones de la Biblia:

Dios Habla Hoy-Latinoamericana, 1996 (DHH L 1996)

Nueva Versión Internacional 1999 (NVI 1999)

Reina-Valera, 1960 (RV 1960)

Biblia Latinoamericana, 1995 (BL95)

Biblia Latinoamericana, revisión 1995 (BLA95)

La Biblia de Nuestro Pueblo (BNP)

La Biblia de Serafín de Ausejo 1975 (BSA)

La Biblia de Luis Alonso-Schöckel y Juan Mateo (BSM)

Biblia en lenguaje sencillo (BLS)

Abreviaturas frecuentemente empleadas:

AT = Antiguo Testamento

NT = Nuevo Testamento

pp, pc, pú referidas a un versículo bíblico representan «parte primera, central o última del mismo».

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