Conocer a Dios es vida eterna

Versión: 07-11-2022

Carlos Aracil Orts

1. Introducción*

En nuestros días, son mayoría los que no se interesan por conocer a Dios; porque buscan ser felices con independencia de Él. Al no tener en cuenta Su existencia, viven ajenos a Su voluntad; y creen que lograrán sus objetivos ignorándolo.

El doctor James Innell Packer, que fue un teólogo, clérigo y escritor evangélico nacido en Inglaterra, considerado como una de las figuras más influyentes del movimiento evangélico en el siglo XX (1), en su libro Hacia el conocimiento de Dios, expresa muy acertadamente que los seres humanos deberían fijarse la meta más elevada y grandiosa que existe, que es la de conocer a Dios:

“¿Para qué hemos sido hechos? Para conocer a Dios. ¿Qué meta deberíamos fijarnos en esta vida? La de conocer a Dios.

¿Qué es esa “vida eterna” que nos da Jesús? El conocimiento de Dios. “Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (Juan 17:3; cf. Jer. 9:23ss; Os. 6.6).

[…]

Lo que hace que la vida valga la pena es contar con un objetivo lo suficientemente grande, algo que nos cautive la emoción y comprometa nuestra lealtad. No hay meta más grande que conocer a Dios.

(J.I. Packer, Hacia el conocimiento de Dios, ps.33-34) (2)

Desgraciadamente, la ignorancia de Dios o rebeldía contra Él, ha sido una característica constante de los seres humanos, desde que la humanidad existe; como lo demuestra la siguiente inspiradísima declaración del apóstol Pablo:

“Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad; (19) porque lo que de Dios se conoce les es manifiesto, pues Dios se lo manifestó. (20) Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa. (21) Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido. (22) Profesando ser sabios, se hicieron necios, (23) y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles. (24) Por lo cual también Dios los entregó a la inmundicia, en las concupiscencias de sus corazones, de modo que deshonraron entre sí sus propios cuerpos, (25) ya que cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto a las criaturas antes que al Creador, el cual es bendito por los siglos. Amén.” (Romanos 1:18-25)

A este respecto, el doctor Packer nos advierte del riesgo que corren los cristianos que usan imágenes para la adoración o culto a Dios, porque empañan Su gloria y se predisponen a creer en un dios de hechura humana, cayendo en la idolatría.

Según los dos primeros mandamientos del Decálogo debemos de huir de toda forma de idolatría.

Con respecto al primer mandamiento –“No tendrás dioses delante de mí” (Ex. 20:3)–, es obvio que prohíbe no rendir culto o adoración, no solo a todos los falsos dioses inventados por el paganismo, sino que también prohíbe dar la honra y gloria, que solo pertenece a Dios, a Sus criaturas.

Ahora, nos centraremos en el segundo mandamiento, porque es la forma de idolatría en la que caen algunos cristianos que tienen devoción por las imágenes, que representan figuras religiosas de santos y/o de la Virgen María.

Veamos cuánto énfasis hace Dios en este segundo mandamiento, con que riqueza de detalles lo expresa, y cómo Él mismo se describe como un Dios “celoso” en Su exigencia de su fiel y completo cumplimiento en la letra y en el espíritu de este mandamiento, que a continuación transcribo en la versión de la Biblia de Jerusalén de 1998.

«No te harás escultura ni imagen alguna de lo que hay arriba en los cielos, abajo en la tierra o en las aguas debajo de la tierra. (5) No te postrarás ante ellas ni les darás culto, porque yo Yahvé, tu Dios, soy un Dios celoso, que castigo la iniquidad de los padres en los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me odian, (6) pero tengo misericordia por mil generaciones con los que me aman y guardan mis mandamientos.» (Éx. 20.4-6; cf. Is. 44.9ss: 46.1s; Ro. 1.23,25). (NBJ, 1998).

¿A qué se refiere este mandamiento? (ps.45)

[…]

‘La idolatría consiste no solo en la adoración de dioses falsos sino también en la adoración del Dios verdadero por medio de imágenes’ (Charles Hodge).

En su aplicación cristiana, esto significa que no hemos de hacer uso de representaciones visuales o pictóricas del Dios trino, ni de ninguna de las personas de la Trinidad, para fines de adoración. Por lo tanto, el segundo mandamiento (Éx. 20.4s) se refiere, no al objeto de la adoración, sino al modo en que se realiza; lo que nos dice es que no se han de usar estatuas o figuras de Aquel a quien adoramos como ayudas para la adoración. (J.I. Packer, Hacia el conocimiento de Dios, p.46) (3)

[…] Igualmente prohíbe el uso de figuras y estatuas de Jesucristo como hombre. (J.I. Packer, Hacia el conocimiento de Dios, p.47) (4)

“[…] Se nos presentan dos líneas de pensamiento que juntas nos explican ampliamente por qué dicho mandamiento tuvo que ser recalcado tan marcadamente.

Dichas líneas de pensamiento se relacionan, no con la utilidad real o supuesta de las imágenes, sino con la fidelidad de las mismas. Son las siguientes:

A) Las imágenes deshonran a Dios, porque empañan su gloria.

La semejanza de las cosas en el cielo (sol, luna, estrellas), y en la tierra (hombres, animales, aves, insectos), y en el mar (peces, mamíferos, crustáceos), no constituyen, justamente, una semejanza de su Creador.” (J.I. Packer, Hacia el conocimiento de Dios, p.47) (5)

“P.48 […] El nudo de la cuestión de la objeción a las figuras y a las imágenes es el hecho de que inevitablemente esconden la mayor parte, si no toda, de la verdad acerca de la personalidad y el carácter del ser divino que se pretende representar.

[…] Así como la imagen que forjó Aarón –el becerro de oro– escondía la gloria de Dios, de modo semejante, la compasión que inspira el crucifijo empaña la gloria de Cristo, porque oculta el hecho de su deidad, de su victoria en la cruz, y de su reinado presente. El crucifijo nos habla de su debilidad humana, pero esconde su fortaleza divina; habla de la realidad de su dolor, pero esconde de nuestra visión la realidad de su gozo y de su poder. En estos dos casos, el símbolo resulta indigno principalmente por lo que deja de evidenciar…

[…] El «celo» de Dios en la Biblia consiste en su celo por mantener incólume su propia gloria, gloria que resulta empañada cuando se emplean imágenes con fines de adoración. En Isaías 40.18, después de declarar vívidamente la inmensurable grandeza de Dios, la Escritura nos pregunta: ¿A qué, pues, haréis semejante a Dios, qué imagen le compondréis?” (J.I. Packer, Hacia el conocimiento de Dios, p.48) (6)

Y a continuación, la siguiente razón por la cual nos está prohibido usar imágenes en el culto de adoración:

“B) Las imágenes engañan a los hombres; porque sugieren ideas falsas acerca de Dios.

La forma inadecuada en que lo representan pervierte nuestros pensamientos sobre él, e imprime a la mente errores de todo tipo en cuanto a su carácter y su voluntad. […] Constituye un hecho histórico el que el empleo del crucifijo como elemento auxiliar para la oración ha llevado a que muchas personas confundiesen la devoción con el acto de reflexionar melancólicamente sobre los sufrimientos corporales de Cristo; ha conducido a que se volvieran morbosos acerca del valor espiritual del dolor físico, y ha impedido que adquiriesen un conocimiento adecuado del Salvador resucitado.

Estos ejemplos nos muestran la forma en que las imágenes pueden falsear la verdad de Dios en la mente del hombre. Psicológicamente, es evidente que si nos habituamos a centrar los pensamientos en una imagen o en una figura de aquel a quien vamos a dirigir la oración, eventualmente llegaremos a pensar en él en términos de la representación que nos ofrece dicha imagen, y a orar en igual sentido. Por ello podemos decir que en este sentido nos «inclinamos» y «adoramos» la imagen; y en cuanto la imagen no es una representación fiel de Dios, nuestra adoración adolecerá del mismo defecto. Es por ello que Dios prohíbe que hagamos uso de imágenes y figuras en el culto.” (J.I. Packer, Hacia el conocimiento de Dios, p.49) (7)

Si “Dios es luz” (1 Jn. 1:5), fuente de toda luz, “el Padre de las luces” (Stgo. 1:17), Cristo es “la luz verdadera que alumbra a todo hombre” (Jn. 1:9), y los cristianos somos “la luz del mundo” (Mt. 5:14), ¿por qué aún el mundo permanece en tinieblas?

Juan 3:19: Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas.

Realmente los que viven sin Dios en el mundo están sin esperanza y en tinieblas, no permitiendo que les “resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios” (2 Co. 4: 4). “En él [Cristo] estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. (5) La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella.” (Jn. 1:4-5)

Juan 8:12: Otra vez Jesús les habló, diciendo: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.

Cuando Saulo de Tarso –estando lleno de celo perseguidor de los cristianos, “al llegar cerca de Damasco, repentinamente le rodeó un resplandor de luz del cielo” (Hch. 9:3)–, oyó la voz de Jesús que le hablaba y se convirtió a Cristo. Poco después, cuando Pablo estaba argumentando su defensa ante el rey Agripa (Hch. 26), relató que le fue encomendado el ministerio de predicación del Evangelio, siendo enviado, por Jesús, especialmente a los gentiles, con las siguientes palabras: “para que abras sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios; para que reciban, por la fe que es en mí, perdón de pecados y herencia entre los santificados.” (Hch. 26:18).

Si Dios es nuestro Creador, que se ha revelado en la Biblia como Dios de amor (1 Jn 4:8,16), y, además, nos “muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Ro. 5:8), ¿por qué aun así no queremos conocerle más?

Las consecuencias que acarrean para sí los que no quieren saber nada de Dios, las expresó muy acertadamente el teólogo J.I. Packer, en el siguiente párrafo extraído de su libro Hacia el conocimiento de Dios:

“[…] Somos crueles para con nosotros mismos cuando intentamos vivir en este mundo sin conocimiento de ese Dios de quien es el mundo y al que Él dirige. Para los que no saben nada en cuanto a Dios, este mundo se torna en un lugar extraño, loco y penoso, y la vida en él se hace desalentadora y desagradable. El que descuida el estudio de Dios se sentencia a sí mismo a transitar la vida dando tropezones y errando el camino como si tuviera los ojos vendados, por así decirlo, sin el necesario sentido de dirección y sin comprender lo que ocurre a su alrededor. Quien obra de este modo ha de malgastar su vida y perder su alma.” (J.I. Packer, Hacia el conocimiento de Dios p.13) (8)

Algunos objetan que no es posible conocer a Dios; primero, porque “A Dios nadie le vio jamás” (Jn. 1:18), y segundo, porque Él es un Ser misterioso (Col. 2:2; 1 Ti. 3:16), uno y tres a la vez (Mt. 3:16,17; 28:19; 1 Co. 12:3-6; 2 Co. 13:14; etc.), eterno e inescrutable (Ro. 11.33; cf. Is. 40.28), inmortal (1 Ti. 1:17; 6:17), omnipotente/todopoderoso (Gn. 17:1; Éx. 6:3; Ap. 1:8), omnisciente (Sal. 139:1-6; Pr. 5:21), omnipresente (Sal 139:7; Jer. 23:23); inmutable (Sal. 102:26,27; Stgo. 1:17); incomprensible (Is. 40:18; Mi. 4:12), altísimo (Sal. 83:18; Hch. 7:48), perfecto (Mt. 5:48), santo (Sal. 99:9; Is. 5:16), infinitamente bondadoso, compasivo, misericordioso, piadoso, etc.

Unos objetores suelen ser los que olvidan que, aunque “A Dios nadie le vio jamás”, “el Unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, Él le ha dado a conocer” (Jn. 1:18); y otros, al no aceptar la Biblia como Palabra de Dios, no reconocen que “Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, (2) en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo; (3) el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas.” (Heb. 1:1-3)

[…] Conocemos a Dios… mediante el conocimiento de Jesucristo, que es el mismo Dios manifestado en carne. “…no me has conocido…? El que me ha visto a mí ha visto al Padre”; “Nadie viene al Padre sino por mí” (Jn. 14:9,6). (J.I. Packer, Hacia el conocimiento de Dios p.38) (9)

¿En qué consiste conocer a Dios?

[…] La relación en la que los seres humanos pecadores conocen a Dios es una relación en la que Dios, por así decirlo, los toma a su servicio a fin de que en adelante sean colaboradores suyos (véase 1Cor. 3: 9) y amigos personales.

[…]

Primero, escuchar la Palabra de Dios y aceptarla en la forma en que es interpretada por el Espíritu Santo, para aplicarla a uno mismo.

Segundo, tomar nota de la naturaleza y el carácter de Dios, como nos los revelan su Palabra y sus obras.

Tercero, aceptar sus invitaciones y hacer lo que Él manda.

Cuarto, reconocer el amor que nos ha mostrado al acercarse a nosotros y al relacionarnos consigo en esa comunión divina.

(J.I. Packer, Hacia el conocimiento de Dios p.37) (10)

Dios nos ha hablado, es decir, nos ha revelado en la Biblia, que es Su Palabra, todo lo que necesitamos conocer acerca de Él y de Su voluntad. De esta manera nadie puede alegar o excusarse que no le conocía suficientemente o que ignoraba sus mandamientos, los cuales fueron resumidos en un solo versículo, de unas pocas líneas, por Saulo de Tarso, ya convertido en el apóstol Pablo, que transcribo a continuación:

“Pero Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan; (31) por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón [Cristo] a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos.” (Hechos 17:30-31)

Poco antes de su arresto y crucifixión, Jesús –dirigiéndose al Padre en su conocida como oración sacerdotal– declaró: “esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado.” (Jn 17:3). Jesús sabía que había llegado su hora, y que iba a ser torturado y sufrir una de las más terribles formas de morir que entonces se conocía, mediante crucifixión. Su vida y muerte en la cruz fue el precio que la Deidad pagó para rescatarnos y redimirnos del pecado y de la muerte eterna.

En ese angustioso momento de su vida, nuestro Salvador oró al Padre, no para sí mismo, que se le eximiese de morir por los pecadores, sino que rogó no solamente por sus discípulos sino también por los que creerían en Él “por la palabra de ellos” (Jn. 17:20).

“Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, (21) para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste. (22) La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno. (23) Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado. (24) Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo. (25) Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido, y éstos han conocido que tú me enviaste. (26) Y les he dado a conocer tu nombre, y lo daré a conocer aún, para que el amor con que me has amado, esté en ellos, y yo en ellos.” (Juan 17:20-26)

En el presente estudio bíblico, destacaré lo más importante que debemos conocer de Dios y de su voluntad: “Porque esto es bueno y agradable delante de Dios nuestro Salvador, (4) el cual quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad. (5) Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, (6) el cual se dio a sí mismo en rescate por todos, de lo cual se dio testimonio a su debido tiempo.” (1 Ti. 2:1-6).

A este respecto, considero esenciales y dignos de tener en cuenta los siguientes “cinco principios cristianos sobre el conocimiento de Dios”, que J.I. Packer escribió en su libro citado arriba:

Cinco principios cristianos sobre el conocimiento de Dios:
    1. Dios ha hablado al hombre, y la Biblia es su Palabra, la que nos ha sido dada para abrir nuestros entendimientos a la salvación.
    2. Dios es Señor y Rey sobre su mundo; gobierna por sobre todas las cosas para su propia gloria, demostrando sus perfecciones en todo lo que hace, a fin de que tanto hombres como ángeles le rindan adoración y alabanza.
    3. Dios es Salvador, activo en su amor soberano mediante el Señor Jesucristo con el propósito de rescatar a los creyentes de la culpa y el poder del pecado, para adoptarlos como hijos, y bendecirlos como tales.
    4. Dios es trino y uno; en la Deidad hay tres personas, Padre, Hijo, y Espíritu Santo; y en la obra de salvación las tres personas actúan unidas, el Padre proyectando la salvación, el Hijo realizándola, y el Espíritu Santo aplicándola.
    5. La santidad consiste en responder a la revelación de Dios con confianza y obediencia, fe y adoración, oración y alabanza, sujeción y servicio. La vida debe verse y vivirse a la luz de la Palabra de Dios. Esto, y nada menos que esto, constituye la verdadera religión.

(J.I. Packer, Hacia el conocimiento de Dios p.14) (11)

Por tanto, necesitamos conocer a Dios, para poder amarlo, y también su Plan de Salvación para los seres humanos, a fin de colaborar con Él de la mejor forma posible: “Porque nosotros somos colaboradores de Dios, y vosotros sois labranza de Dios, edificio de Dios” (1 Corintios 3:9).

[…] Las Escrituras hablan de “conocer” a Dios como el ideal para la persona espiritual: esto es, llegar a una plenitud de fe y relación que traiga salvación y vida eterna, y produzca amor, esperanza, obediencia y gozo. (Véanse, por ejemplo, Éxodo 33:13; Jeremías 31:34; Hebreos 8:8–12; Daniel 11:32; Juan 17:3; Gálatas 4:8–9; Efesios 1:17–19; 3:19; Filipenses 3:8–11; 2 Timoteo 1:12). Las dimensiones de este conocimiento son intelectuales (conocer la verdad acerca de Dios: Deuteronomio 7:9; Salmo 100:3); volitivas (confiar en Dios, obedecerlo y adorarlo en función de esa verdad) y morales (practicar la justicia y el amor: Jeremías 22:16; 1 Juan 4:7–8). La fe —conocimiento se centra en Dios encarnado, Cristo Jesús hombre, el mediador entre Dios y nosotros los pecadores, por medio del cual llegamos a conocer a su Padre como Padre nuestro (Juan 14:6). La fe busca conocer de manera concreta a Cristo y a su poder (Filipenses 3:8–14). El conocimiento de la fe es el fruto de la regeneración, la entrega de un corazón nuevo (Jeremías 24:7; 1 Juan 5:20), y de la iluminación del Espíritu (2 Corintios 4:6; Efesios 1:17). La relación de conocimiento es recíproca, e implica afecto y pacto por ambas partes: nosotros conocemos a Dios como nuestro, porque Él nos conoce a nosotros como suyos (Juan 10:14; Gálatas 4:9; 2 Timoteo 2:19). (J.I. Packer, Teología concisa, p.14 [p. 30] (12)

Es decir, tenemos que tener muy claro, lo que Él demanda de nosotros y los medios de gracia que Él ha dispuesto para que se pueda cumplir Su propósito. Todo esto es lo que trataré de exponer en lo que sigue.

2. Lo más importante que Dios nos ha revelado de sí mismo en Su Palabra

Como cristianos, que nos fundamentamos en la Biblia como Palabra de Dios, creemos que Dios –Padre, Hijo y Espíritu Santo– es Creador de todo cuanto existe (Gn. 1:1-31; Éx. 20:11; Neh. 9:6; Sal. 33:6,9; Is. 42:5; Heb. 3:4; 11:3; Col. 1:16), y que, al final de los seis días que duró su actividad creadora, Dios creó, de forma especial y separada de los otros seres vivientes, al hombre, a fin de crearlo a su imagen y semejanza, “varón y hembra los creó” (Gn. 1:26-27; 5:1). Por tanto, las características morales que originalmente poseía el hombre creado a imagen de Dios, proceden y le corresponden al Creador. De ahí que para conocer a Dios, debemos conocer cómo era el hombre antes de su apostasía. Nuestro modelo del hombre perfecto y verdadera imagen de Dios es Jesucristo (Ro. 8:29; 1 Co. 15:49; 2 Co. 3:18; 4:4; Col. 1:15; 3:10; Heb. 1:3).

Dios hizo a los seres humanos a su imagen

Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. (Génesis 1:27)

La declaración que aparece al principio de la Biblia (Génesis 1:26–27, reflejada en el 5:1; 9:6; 1 Corintios 11:7; Santiago 3:9) sobre el hecho de que Dios hizo al hombre a su propia imagen, de manera que los seres humanos son semejantes a Dios de una forma en que no lo es ninguna otra criatura terrenal, nos dice que la dignidad especial que implica ser humanos es que, como tales, podemos reflejar y reproducir a nuestro propio nivel de criaturas los santos caminos de Dios, y de esta forma actuar como representantes directos suyos sobre la tierra. Para esto fueron hechos los humanos, y en cierto sentido, sólo somos humanos hasta el punto en que lo estemos haciendo.

En Génesis 1:26–27 no se define la esfera en que el hombre es imagen de Dios, pero el contexto la presenta con claridad. Génesis 1:1–25 presenta a Dios como personal, racional (con inteligencia y voluntad, capaz de trazar planes y ejecutarlos), creativo, competente para controlar el mundo que Él hizo, y moralmente admirable porque todo cuanto crea es bueno. (J.I. Packer, Teología concisa, p. 30) (13)

Pero el hombre, al sucumbir a la tentación de la “serpiente” (Gn. 3:1-6) “que se llama diablo y Satanás” (Ap. 12:9; 20:2), cometió el pecado de desobediencia al mandamiento de Dios, lo que significó la pérdida de su santidad, y con ella muchas de las virtudes y cualidades morales, que eran “imagen” de Su Creador.

“La Caída dañó la imagen de Dios, no sólo en Adán y Eva, sino en todos sus descendientes; esto es, en toda la raza humana. Retenemos esa imagen de manera estructural, en el sentido de que nuestra humanidad está intacta, pero no de manera funcional, porque ahora somos esclavos del pecado e incapaces [Jn 8:34,36; cf. Ro. 6:17-18] de usar nuestros poderes para reflejar la santidad de Dios. La regeneración comienza el proceso de restauración de la imagen moral de Dios en nuestra vida, pero hasta que no estemos plenamente santificados y glorificados, no podremos reflejar a Dios perfectamente en pensamiento y acción, tal como era el propósito al crear a la humanidad, y tal como el Hijo de Dios encarnado hizo en su humanidad y hace aún (Juan 4:34; 5:30; 6:38; 8:29, 46; Romanos 6:4, 5, 10; 8:11).” (J.I. Packer, Teología concisa, p. 31) (14)

Este es el origen de la naturaleza pecaminosa que todos los seres humanos heredamos, y que San Pablo denomina “carne”, que se opone al Espíritu (Ro. 7 y 8; cf. Gá. 5:16-18,24), y que es la característica de los que suelen ser guiados por sus deseos concupiscentes (Ro. 7:18,23; 8:5-7; Stgo. 1:14): “Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Ro. 5:12); es decir, “así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos.” (Ro. 5:19). “El primer hombre”, que es Adán, “alma viviente”; “el postrer Adán”, que es Cristo, “espíritu vivificante” (1 Co. 15:45): “Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados” (1 Co. 15:22).

“La afirmación de que hay un pecado original expresa el principio de que no somos pecadores porque pequemos, sino que más bien pecamos, porque somos pecadores, nacidos con una naturaleza esclavizada al pecado.” (J.I. Packer, Teología concisa, p. 34) (15)

¿Qué necesitamos conocer de Dios que se nos haya revelado en Su Palabra?

Con respecto a Su naturaleza, Jesucristo nos reveló que “Dios es Espíritu” (Jn. 4:24); también los ángeles “son todos espíritus ministradores, enviados para servicio a favor de los que serán herederos de la salvación” (Heb. 1:14). Pero con ello no alcanzamos a saber cómo es esa naturaleza espiritual de Dios, excepto que no está formada de materia.

“El Dios que es espíritu debe ser adorado en espíritu y en verdad, como dijo Jesús (Juan 4:24).”

[…] El Dios que es espíritu debe ser adorado en espíritu y en verdad, como dijo Jesús (Juan 4:24). “En espíritu” significa “desde un corazón renovado por el Espíritu Santo”. Ningún rito, movimiento corporal o formalidad piadosa constituye adoración sin que esté involucrado en corazón, y esto sólo lo puede causar el Espíritu Santo. “En verdad” significa “apoyándose en la revelación hecha por Dios de la realidad, y que culmina en Jesucristo, la Palabra encarnada”. En primer lugar, y por encima de todo, se trata de la revelación de lo que somos, como pecadores perdidos, y lo que es Dios para nosotros, como el Creador-Redentor por medio del ministerio mediador de Jesús.” (J.I. Packer, Teología concisa, p.17-18 [p. 39) (16)

Las Sagradas Escrituras nos revelan muchas características, cualidades y virtudes de nuestro Dios, como, por ejemplo, Él es un Ser misterioso (Col. 2:2; 1 Ti. 3:16), uno y tres a la vez, porque es Padre, Hijo y Espíritu Santo (Mt. 3:16,17; 28:19; 1 Co. 12:3-6; 2 Co. 13:14; etc.), eterno e inescrutable (Ro. 11.33; cf. Is. 40.28), inmortal (1 Ti. 1:17; 6:17), omnipotente/todopoderoso (Gn. 17:1; Éx. 6:3; Ap. 1:8), omnisciente (Sal. 139:1-6; Pr. 5:21), omnipresente (Sal 139:7; Jer. 23:23); inmutable (Sal. 102:26,27; Stgo. 1:17); incomprensible (Is. 40:18; Mi. 4:12), altísimo (Sal. 83:18; Hch. 7:48), perfecto (Mt. 5:48), santo (Sal. 99:9; Is. 5:16), infinitamente bondadoso, compasivo, misericordioso, piadoso, etc.

No obstante, lo más importante que necesitamos conocer de Dios es todo aquello que debemos imitar, y que Dios requiere de nosotros para darnos vida eterna, como, por ejemplo, “la santidad, sin la cual nadie verá al Señor” (Heb. 12:14 úp). “Porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo.” (1 Pedro 1:16; cf. Lv. 19:2). Este es un mandamiento de Dios del Antiguo Pacto, que se enfatiza con mucha fuerza en el Nuevo Testamento: “a los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos con todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor de ellos y nuestro” (1 Co. 1:2).

Si tuviéramos que definir a Dios en una sola palabra, sin duda escogeríamos la que nos revela el apóstol Juan: “Dios es amor” (1 Jn. 4:8,16); y “Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.” (Romanos 5:8).

1 Juan 4:7-21: Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios. (8) El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor. (9) En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él. (10) En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados. (11) Amados, si Dios nos ha amado así, debemos también nosotros amarnos unos a otros. (12) Nadie ha visto jamás a Dios. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros, y su amor se ha perfeccionado en nosotros. (13) En esto conocemos que permanecemos en él, y él en nosotros, en que nos ha dado de su Espíritu. (14) Y nosotros hemos visto y testificamos que el Padre ha enviado al Hijo, el Salvador del mundo. (15) Todo aquel que confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él, y él en Dios. (16) Y nosotros hemos conocido y creído el amor que Dios tiene para con nosotros. Dios es amor; y el que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él. (17) En esto se ha perfeccionado el amor en nosotros, para que tengamos confianza en el día del juicio; pues como él es, así somos nosotros en este mundo. (18) En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor. (19) Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero. (20) Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto? (21) Y nosotros tenemos este mandamiento de él: El que ama a Dios, ame también a su hermano.

3. ¿Cuál es el Plan de Dios para salvar a la rebelde humanidad?

Como hemos podido comprobar en el epígrafe anterior, la Caída de Adán afectó a todos los seres humanos, puesto que nacen siendo “carne” (Ro. 7:14,18, 22-23; 8:5-9), la cual se opone al Espíritu (Gá. 5:16-21,24-25).

Romanos 7:14,18, 22-23: Porque sabemos que la ley es espiritual; mas yo soy carnal, vendido al pecado. […] (18) Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. […] Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; (23) pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros.

Romanos 8:5-9: Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu. (6) Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz. (7) Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden; (8) y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios. (9) Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él.

Gálatas 5:16-26: Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne. (17) Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis. (18) Pero si sois guiados por el Espíritu, no estáis bajo la ley. (19) Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, (20) idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, (21) envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios. […] (24) Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos. (25) Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu.

Nuestra experiencia de cada día confirma la Palabra de Dios; es decir, todos permanecemos con una naturaleza pecaminosa que es esclava del pecado (Jn. 8:24; Ro. 5:12,19; 6:16-23), –que nos incapacita para cumplir la ley de Dios (la Ley del Amor)– hasta que por la gracia de Dios recibimos la fe en Cristo, que nos da “potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (Jn. 1:12-13).

Es entonces cuando al “hombre natural”, que “no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura” (1 Co. 2:14), al ser engendrado por Dios, es nacido de nuevo/ regenerado o resucitado espiritualmente; esto es a lo que se refirió Jesús en su entrevista con Nicodemo (Jn. 3:3,5,6).

Juan 3:3-6: Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios. (4) Nicodemo le dijo: ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer? (5) Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. (6) Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es.

En el versículo 6, Jesús describe este proceso transformador, que experimenta todo el que confía en Él, con las siguientes palabras : “Lo que es nacido de la carne, carne es” –esto es el hombre natural–; “y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (Jn. 3:6); o sea, el “hombre natural” al nacer de nuevo por el Espíritu Santo, es transformado en espiritual, ha resucitado espiritualmente con Cristo, porque “Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, (5) aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), (6) y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús, (7) para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. (8) Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios.” (Ef. 2:4-8).

¿Por qué fue necesario la encarnación, vida y muerte de Jesucristo, el Hijo de Dios para rescatar a los seres humanos?

Porque “como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron.” (Ro. 5:12); y Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro.” (Ro. 6:23).

Lo anterior significa que, aunque la justa paga del pecador es la muerte, Dios, por su misericordia, para satisfacer su justicia –pues el pecado no podía quedar impune–, entrega a Su Hijo para que muera por “nuestros pecados” (Jn. 3:14-17; Ro. 5:6,8; 1 Co. 15:3; 2 Co. 5:14-15, 17-21) en nuestro lugar. Es decir, Jesucristo es nuestro sustituto, porque “llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados.” (1 Pedro 2:24).

Juan 3:14-17: Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, (15) para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. (16) Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. (17) Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él.

Romanos 5:6-8: Porque Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos. (7) Ciertamente, apenas morirá alguno por un justo; con todo, pudiera ser que alguno osara morir por el bueno. (8) Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.

2 Corintios 5:14-21: Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron; (15) y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos. (16) De manera que nosotros de aquí en adelante a nadie conocemos según la carne; y aun si a Cristo conocimos según la carne, ya no lo conocemos así. (17) De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas. (18) Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; (19) que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación. (20) Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios. (21) Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él.

4. Conclusión

Dios –Padre, Hijo y Espíritu Santo– creó el universo mediante Su Palabra, “de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía.” (Heb. 11:3). Es decir, Dios constituyó el universo a partir de la nada, y decidió crear seres libres, racionales y morales, que lo habitaran para Su gloria, por puro amor a los escogidos (Ef. 1:4-5), aun a sabiendas que algunos harían mal uso de su libertad y se rebelarían contra Él. Los únicos seres vivientes que tienen en su naturaleza esas características, según las Sagradas Escrituras, son los ángeles y los seres humanos.

Cuando el apóstol Pedro intentó impedir el arresto de Jesús –hiriendo con su espada “al siervo del sumo sacerdote”, llamado Malco, cortándole una oreja (Jn. 18:10; cf. Mt. 26: 51-53)–, Jesús le dijo: “¿Acaso piensas que no puedo ahora orar a mi Padre, y que él no me daría más de doce legiones de ángeles?” (Mateo 26:53). Si una legión romana consistía en unos seis mil soldados, Jesús pudo haber pedido al Padre que enviara más de setenta y dos mil ángeles para que impidieran su arresto. La Biblia no nos dice el número, ni exacto ni aproximado, de los ángeles que Dios creó, porque, además, no lo necesitamos en absoluto para nuestra salvación. No obstante, algunos textos nos hablan de “millones de millones” de ángeles (véase Ap. 5:11; cf. Dn. 7:10).

Ahora creo que viene a propósito recordar y destacar lo que nos dice el apóstol Pedro en su Primera Epístola: fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, (19) sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación, (20) ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros, (21) y mediante el cual creéis en Dios, quien le resucitó de los muertos y le ha dado gloria, para que vuestra fe y esperanza sean en Dios.” (1 P. 1:18-21).

Observemos que el Hijo de Dios fue destinado a encarnarse para vivir en este planeta y morir por nuestros pecados para recatarnos, “antes de la fundación del mundo”; es decir mucho antes de que existiera el mal y el pecado en el universo; porque Dios es omnisciente y conocía todo lo que sucedería desde la eternidad. Por eso, nada puede sorprenderle; porque Dios trino –Padre, Hijo y Espíritu Santo– lo conocía desde antes que fuera creado el tiempo y el espacio; y en sus consejos celestiales, Dios determinó todo el Plan de Salvación de la humanidad, hasta en sus menores detalles, como prueba, por ejemplo, el siguiente pasaje del libro de los Hechos de los Apóstoles, que es el cumplimiento de la profecía del Salmo 2:1-2.

Hechos 4:19-24pp: Mas Pedro y Juan respondieron diciéndoles: Juzgad si es justo delante de Dios obedecer a vosotros antes que a Dios; (20) porque no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído. (21) Ellos entonces les amenazaron y les soltaron, no hallando ningún modo de castigarles, por causa del pueblo; porque todos glorificaban a Dios por lo que se había hecho, (22) ya que el hombre en quien se había hecho este milagro de sanidad, tenía más de cuarenta años. (23) Y puestos en libertad, vinieron a los suyos y contaron todo lo que los principales sacerdotes y los ancianos les habían dicho. (24) Y ellos, habiéndolo oído, alzaron unánimes la voz a Dios, y dijeron:

“Soberano Señor, tú eres el Dios que hiciste el cielo y la tierra, el mar y todo lo que en ellos hay; (25) que por boca de David tu siervo dijiste: ¿Por qué se amotinan las gentes, Y los pueblos piensan cosas vanas? (26) Se reunieron los reyes de la tierra, Y los príncipes se juntaron en uno Contra el Señor, y contra su Cristo. (27) Porque verdaderamente se unieron en esta ciudad contra tu santo Hijo Jesús, a quien ungiste, Herodes y Poncio Pilato, con los gentiles y el pueblo de Israel, (28) para hacer cuanto tu mano y tu consejo habían antes determinado que sucediera. (29) Y ahora, Señor, mira sus amenazas, y concede a tus siervos que con todo denuedo hablen tu palabra, (30) mientras extiendes tu mano para que se hagan sanidades y señales y prodigios mediante el nombre de tu santo Hijo Jesús. (31) Cuando hubieron orado, el lugar en que estaban congregados tembló; y todos fueron llenos del Espíritu Santo, y hablaban con denuedo la palabra de Dios..” (Hch. 4:24-31)

El origen del mal y del pecado

La Biblia también nos ha revelado que algunos ángeles, de entre esos “millones de millones”, se rebelaron contra Dios, capitaneados por un ángel llamado Lucifer o Lucero (Is. 14:12-20; cf. Ez. 28:12-19) “querubín grande” (Ez. 28:14); que es identificado también como “el gran dragón, la serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás, el cual engaña al mundo entero” (Ap. 12:9; 20:2); aunque en los citados textos la Escritura lo presenta simbolizado por los reyes de Babilonia y Tiro respectivamente, no hay posibilidad de error en esta interpretación dado su contexto. Además, en el libro de Apocalipsis se nos revela que “el gran dragón” arrastró a “la tercera parte de las estrellas del cielo, y las arrojó sobre la tierra” (Ap. 12:4); se deduce claramente que las estrellas simbolizan ángeles por los versículos que siguen inmediatamente; porque se nos dice que hubo “una gran batalla en el cielo”, en la que luchaban “Miguel y sus ángeles” contra “el dragón y sus ángeles” (Ap. 12:7), “pero [estos últimos] no prevalecieron, ni se halló ya lugar para ellos en el cielo” (Ap. 12:8). “Y fue lanzado fuera el gran dragón, la serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás…fue arrojado a la tierra, y sus ángeles fueron arrojados con él.” (Ap. 12:9).

Debemos estar muy agradecidos a Dios, porque gracias a la Encarnación, vida sin pecado y muerte vicaria/sustitutoria de Su Hijo, “el postrer Adán” (1 Co. 15:45) “los muchos serán constituidos justos.” (Ro. 5:19 úp).

Es lógico suponer que Dios tomó la decisión de expulsar definitivamente del cielo a los ángeles rebeldes, e impedirles todo tipo de acceso al mismo (cf. Job 1:6-8; 2:1-4), en algún momento después de la muerte y resurrección de Su Hijo Jesucristo. Porque este gran acontecimiento supuso la victoria de Cristo sobre el diablo y sus “huestes espirituales de maldad en las regiones celestes” (Ef. 6:12 úp); un hito en la historia de la humanidad que significó el rescate y salvación de todos los santos de todas las épocas, para vida eterna en la Jerusalén celestial (Ap. 21 y 22).

Ahora ya queda identificada la “serpiente” que provocó la Caída de Adán y Eva en el Edén (Gn. 3:1-6) y la entrada del pecado en este mundo (Ro. 5:12, 19): “Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron. […] Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos.” (Ro. 5:12,19).

Notemos que, primero, la desobediencia del “primer hombre Adán” (1 Co. 15:45) causó el pecado, y por transmisión/propagación “muchos fueron constituidos pecadores”; y, segundo, Dios vence al mal y la rebelión de sus criaturas, y lo contrarresta, neutraliza o compensa, por “la obediencia de uno” [Jesús, el Hijo de Dios], y que gracias a Él –“postrer Adán” (1 Co. 15:45)–, por su encarnación, vida sin pecado y muerte vicaria/sustitutoria, “los muchos serán constituidos justos.” (Ro. 5:12,19).

Observemos también, que la naturaleza pecaminosa de todos los seres humanos les incapacita para cumplir de forma perfecta toda la Ley de Dios, desde que nacen hasta que mueren físicamente. Por eso el apóstol Pablo hace esencialmente dos afirmaciones:

Primero, “que por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él; porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado.” (Ro. 3:20); es decir, la Ley de Dios –que no es solo el Decálogo como creen algunos sino todos los mandamientos que hay en Su Palabra– señala o muestra nuestro pecado, pero no otorga poder alguno para obedecerla; por tanto, nadie puede ser declarado justo porque cumpla la ley, y de esa manera ser salvado para obtener la vida eterna.

Segundo, la salvación solo se obtiene cuando somos “justificados gratuitamente por su gracia [la que Dios otorga a cada creyente], mediante la redención que es en Cristo Jesús, (25) a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados” (Ro. 3.24-25).

Cristo Jesús “es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo” (1 Jn. 2:2). Esto quiere decir, que la expiación de nuestros pecados (Heb. 1:3; cf. 2:17) –realizada por Cristo cuando “llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero” (1 P. 2:24)– propició la reconciliación de Dios con los pecadores; y esto fue posible porque Dios, “Al que no conoció pecado [Cristo], por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él.” (2 Co. 5:21).

Son muy interesantes los comentarios que, al respecto, escribe el teólogo J. I. Packer, en lo que sigue abajo:

“Jesús tembló en el Getsemaní porque iba a ser hecho pecado e iba a recibir el juicio de Dios por el pecado; y fue porque efectivamente sufrió el juicio que se declaró, abandonado por Dios en la cruz. La fuerza motora en la vida de Jesús era su decisión de “hacerse obediente hasta la muerte, y muerte de cruz» (Fil. 2:8), y el carácter único y tremendo de su muerte radica en el hecho de que gustó en el Calvario la ira de Dios que nos correspondía a nosotros; pero de este modo hizo propiciación por nuestros pecados.” (J.I. Packer, Hacia el conocimiento de Dios p.219) (17)

[…]

“En la cruz, Dios juzgó nuestros pecados en la persona de su Hijo, y Jesús soportó los resultados de la acción retributiva correspondiente a nuestro mal obrar. Contemplemos la cruz, por lo tanto, y veremos cómo será en definitiva la reacción judicial de Dios para con el pecado de la humanidad. ¿Cómo será? En una palabra, retiro del bien y anulación de sus efectos. En la cruz Jesús perdió todo el bien que tuvo antes: todo sentido de la presencia y el amor de Dios, todo sentido de bienestar físico, mental, y espiritual, todo disfrute de Dios y de las cosas creadas, todo lo agradable y reconfortante de las amistades, le fueron retirados, y en su lugar no quedó sino soledad, dolor, y un tremendo sentido de la malicia y la insensibilidad humanas, y el horror de una gran oscuridad espiritual. El dolor físico, si bien grande (porque la crucifixión sigue siendo la forma más cruel de ejecución judicial que el mundo haya conocido), era, no obstante, una parte pequeña de su agonía; los sufrimientos principales de Jesús fueron mentales y espirituales, y lo que estaba contenido en un lapso de menos de cuatrocientos minutos era en sí mismo una eternidad, como bien lo saben los que sufren mentalmente. Así, también, los que rechazan a Dios tienen que prepararse para el momento en que se verán desprovistos de todo bien, y la mejor forma de hacerse una idea de lo que será la muerte eterna es la de considerar este hecho.

En la vida corriente, jamás notamos todo el bien de que disfrutamos, como consecuencia de la gracia común de Dios, hasta que nos vemos privados de ella. Jamás valoramos la salud, o condiciones seguras de vida, o la amistad y el respeto de los demás, como debiéramos hacerlo, hasta que los perdemos.” (J.I. Packer, Hacia el conocimiento de Dios p.221) (18)

Como cristianos tenemos la responsabilidad y el privilegio de ser “hijos adoptivos” (Jn. 1:12-13; Ro. 8:14-17; Gá. 4:4-7; Ef. 1:4-5; 1; 2 P. 1:3-4) de nuestro Padre celestial en Cristo, como “el primogénito entre muchos hermanos” (Ro. 8:29 pú).

“Nuestra primera consideración acerca de la adopción es la de que se trata del privilegio más grande que ofrece el evangelio: más grande aun que la justificación.” (J.I. Packer, Hacia el conocimiento de Dios p.234) (19)

“[…] Así como nuestro Hacedor es nuestro Padre, así también nuestro Salvador es nuestro hermano cuando ingresamos en la familia de Dios.” (J.I. Packer, Hacia el conocimiento de Dios p.238) (20)

“[…] La adopción por parte de Dios nos convierte en herederos, y ello nos garantiza, de derecho (podríamos decir), la herencia que tiene preparada para nosotros. «Somos hijos de Dios. Y si hijos también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo» (Rom. 8: 16s).

«Ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero de Dios por medio de Cristo» (Gal. 4: 7).

(J.I. Packer, Hacia el conocimiento de Dios, p.246) (21)

“La adopción es un concepto relacionado con la familia, concebida en términos de amor, y que ve a Dios como padre. En la adopción Dios nos recibe en su familia y a su comunión, y nos coloca en la posición de hijos y herederos suyos. La intimidad, el afecto, y la generosidad están en la base de dicha relación. Estar en la debida relación con el Dios juez es algo realmente grande, pero es mucho más grande sentirse amado y cuidado por el Dios padre.” (J.I. Packer, Hacia el conocimiento de Dios, p.235) (22)

Necesitamos saber que Cristo “es la propiciación por nuestros pecados” solo cuando ejercemos “fe en su sangre” (Ro. 3:25), es decir, si creemos que Su muerte en la cruz fue expiatoria, o lo que es equivalente, que “murió por nuestros pecados” (1 Co. 15:3; cf. Ro. 5:6-11); la “propiciación” de Cristo Jesús hace posible nuestra “reconciliación” con Dios; es entonces cuando podemos y debemos considerarnos hijos de Dios. Es cuando se confirma en nuestras vidas que “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo;” (Ro. 5:1), porque Dios ya es realmente nuestro Padre: “Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! (16) El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. (17) Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados.” (Ro. 8:15-17)

“En un capítulo anterior vimos que el concepto de propiciación, que sólo aparece expresamente cuatro veces en el Nuevo Testamento, es no obstante vitalmente importante, ya que es el núcleo y el punto central de toda la perspectiva neotestamentaria de la obra redentora de Cristo. Aquí ocurre algo semejante. La palabra «adopción» (la que significa «instalar como hijo») aparece sólo cinco veces, y de ellas solamente tres se refieren a la relación presente del cristiano con Dios en Cristo (Rom, 8:14,15; Gal. 4:5; Efe. 1:5); y, sin embargo, el concepto mismo constituye el núcleo y el punto central de toda la enseñanza neotestamentaria sobre la vida cristiana. Ciertamente, los dos conceptos van juntos; si se me pidiese que caracterizara el mensaje del Nuevo Testamento en tres palabras, yo propondría adopción mediante propiciación, y creo que no voy a encontrar jamás una síntesis más rica ni más fecunda del evangelio. […]

“…la adopción muestra la grandeza de la gracia de Dios.

El Nuevo Testamento nos ofrece dos criterios para calcular el amor de Dios. El primero es la cruz (véase Rom. 5:8; I Juan 4:8-10); el segundo es el don de la relación filial. «Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios» (1 Juan 3: 1). De todos los dones de la gracia, la adopción es el mayor. (J.I. Packer, Hacia el conocimiento de Dios p.243) (23)

Sin embargo, notemos que la paz que Dios nos da, al adoptarnos como Sus hijos, está condicionada a que aceptemos “padecer junto con Cristo” (Ro. 8:17 pú). Por tanto, no debemos vivir engañados pensando que ya no tendremos que afrontar situaciones de sufrimiento.

Al respecto, acertadamente, J. I. Packer escribe:

“La paz de Dios, por lo tanto, es primaria y fundamentalmente, una nueva relación de perdón y aceptación, y la fuente de la cual proviene es la propiciación. Cuando Jesús llegó a donde estaban sus discípulos en el aposento alto, al atardecer del día de la resurrección, les dijo: «Paz a vosotros. Y cuando les hubo dicho esto, les mostró las manos y el costado» (Juan 20: 19s). ¿Por qué hizo eso? No solamente para establecer su identidad sino para recordarles la muerte propiciatoria en la cruz mediante la cual había hecho la paz para ellos ante el Padre. Habiendo sufrido en lugar de ellos, como su sustituto, para lograr la paz para ellos, ahora volvía en el poder de su resurrección para traerles esa paz. «He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.» Es aquí, o sea, en el reconocimiento de que –mientras que nosotros por naturaleza estamos de punta con Dios, y Dios con nosotros– Jesús ha hecho «la paz mediante la sangre de su cruz» (Col. 1:20), donde comienza el verdadero conocimiento de la paz de Dios.” (J.I. Packer, Hacia el conocimiento de Dios p.223) (24) [Lo enfatizado en negrillas no está en el original]

“[…] El ingrediente básico de la paz de Dios, sin el cual las demás no pueden existir, es el perdón y la aceptación en el pacto, es decir, adopción en la familia de Dios. Pero donde no se proclama este cambio de relación con Dios –de la hostilidad a la amistad, de la ira a la plenitud del amor, de la condenación a la justificación– tampoco se está proclamando verazmente el evangelio de la gracia. La paz de Dios es, primero y principalmente, paz con Dios; es el estado de cosas en que Dios, en lugar de estar contra nosotros, está por nosotros.” (J.I. Packer, Hacia el conocimiento de Dios p.222) (25) [Lo enfatizado en negrillas no está en el original]

Conocemos a Dios como nuestro santo Padre gracias al Nuevo Testamento

“Se resume la totalidad de la enseñanza del Nuevo Testamento en una sola frase cuando se habla de que ella sea la revelación de la paternidad del santo Creador. Del mismo modo, resumimos la totalidad de la religión neotestamentaria cuando la describimos como el conocimiento de Dios como nuestro santo Padre.

[…]

Porque todo lo que Cristo enseñó, todo lo que hace que el Nuevo Testamento sea nuevo, y mejor que el Antiguo, todo cuanto sea distintamente cristiano por oposición a lo judaico, se resume en el conocimiento de la paternidad de Dios. «Padre» es el nombre cristiano para Dios (Evangelical Magazine, 7, p. 19s) (J.I. Packer, Hacia el conocimiento de Dios p.228) (26)

“ […]. Para quienes son de Cristo, el Santo Dios es un Padre Amante; ellos pertenecen a su familia; pueden acercarse a él sin temor, con la invariable seguridad de que se ocupará de ellos, como un padre. Esta es la médula del mensaje neotestamentario. (J.I. Packer, Hacia el conocimiento de Dios p.230) (27)

¿Qué significa ser cristiano?

“Esta pregunta puede contestarse de muchas maneras, pero la respuesta más idónea que conozco es la de que cristiano es aquel que tiene a Dios por Padre. Mas, ¿no puede decirse esto con respecto a todos los hombres, sean cristianos o no? ¡Por cierto que no! La idea de que todos los hombres son hijos de Dios no se encuentra en la Biblia en ninguna parte. […] El Nuevo Testamento ofrece una visión mundial, pero él también muestra a Dios como Padre, no de todos los hombres, sino de aquellos que, sabiéndose pecadores, ponen su confianza en el Señor Jesucristo como el enviado divino que lleva sus pecados, y como su maestro, y son así contados como simiente espiritual de Abraham. «Todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús; … todos vosotros sois como uno en Cristo Jesús. Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois» (Gal. 3:26ss). El ser hijo de Dios no es, por lo tanto, una condición que adquirimos todos por nacimiento natural, sino un don sobrenatural que se recibe por aceptar a Jesús. «Nadie viene al Padre [en otras palabras, es reconocido por Dios como hijo] sino por mí» (Juan 14:6). El don de la relación filial para con Dios se hace nuestro por el nuevo nacimiento y no por el nacimiento natural. «A todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón sino de Dios» (Juan 1: 12s). (J.I. Packer, Hacia el conocimiento de Dios p.227) (28)

“El derecho de ser Hijo de Dios es, por lo tanto, un regalo de la gracia. No tiene carácter natural sino adoptivo: y así lo describe explícitamente el Nuevo Testamento.” (J.I. Packer, Hacia el conocimiento de Dios p.228) (29)

“Los cristianos saben que Dios los ha ‘predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo’, y que esto comprende su intención eterna de que ‘fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor’ (Efe. 1:4s). Saben que se dirigen hacia el día en que dicho destino se realizará en forma plena y definitiva. ‘Sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos como él es’ (1 Juan 3:2). (J.I. Packer, Hacia el conocimiento de Dios p.251) (30)

“[…] La adopción coloca la obligación de guardar la ley sobre una nueva base: como hijos de Dios reconocemos la autoridad de la ley como regla para nuestra vida, porque sabemos que esto es lo que nuestro Padre desea. Si pecamos, confesamos nuestra falta y pedimos perdón a nuestro Padre sobre la base de la relación familiar, como nos lo enseñó Jesús –»Padre nuestro… perdónanos nuestros pecados» (Luc.11: 2,4). Los pecados de los hijos de Dios no destruyen su justificación ni anulan su adopción, pero dañan la comunión entre ellos y su Padre. «Sed santos, porque yo soy santo» es la voz que oímos de nuestro Padre, y no constituye parte de la fe justificadora el perder de vista el hecho de que Dios, el Rey, quiere que sus hijos reales vivan vidas dignas de su paternidad y su posición. (J.I. Packer, Hacia el conocimiento de Dios p.253) (31)

Termino este estudio, asumiendo la misma pregunta que se formula el teólogo inglés James Innell Packer, y su comentario-respuesta, a lo que añado unos pasajes bíblicos para finalizar el mismo.

¿Me entiendo a mí mismo como cristiano? ¿Tengo conciencia de mi verdadera identidad, de mi verdadero destino? Soy hijo de Dios. Dios es mi Padre; el cielo es mi hogar; cada día que pasa es un día más cerca. Mi Salvador es mi hermano; todo cristiano es mi hermano también. Repitámoslo constantemente como primera cosa al levantamos, como lo último al acostamos; mientras esperamos el ómnibus; cada vez que la mente esté desocupada; pidamos que se nos ayude a vivir como quienes sabemos que todo esto es total y absolutamente cierto. Porque este es el secreto de ¿una vida feliz para el cristiano? cierto que lo es, (J.I. Packer, Hacia el conocimiento de Dios p.259) (32)

“Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios. (15) Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! (16) El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. (17) Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados.” (Romanos 8:14-17)

Efesios 1:3-14: Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, (4) según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, (5) en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad, (6) para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado, (7) en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia.

“Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. (8) Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo, (9) y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe; (10) a fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte, (11) si en alguna manera llegase a la resurrección de entre los muertos.” (Filipenses 3:7-11)

2 Pedro 1:2-8: Gracia y paz os sean multiplicadas, en el conocimiento de Dios y de nuestro Señor Jesús. (3) Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia, (4) por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia; (5) vosotros también, poniendo toda diligencia por esto mismo, añadid a vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento; (6) al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; (7) a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor. (8) Porque si estas cosas están en vosotros, y abundan, no os dejarán estar ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo.

Espero que todo ello sea de edificación en la fe para el lector y quedo a su disposición en lo que pueda servirle.

Si deseas hacer algún comentario a este estudio, puedes dirigirlo a la siguiente dirección de correo electrónico: carlosortsgmail.com

Afectuosamente en Cristo

Carlos Aracil Orts

www.amistadencristo.com


Referencias bibliográficas

*Las referencias bíblicas están tomadas de la versión Reina Valera de 1960 de la Biblia, salvo cuando se indique expresamente otra versión. Las negrillas y los subrayados realizados al texto bíblico son nuestros.

El autor, del libro El verdadero SER de DIOS, ha recurrido preferentemente a La Biblia de las Américas (LBLA), excepto cuando expresamente indica otra versión diferente.

Abreviaturas frecuentemente empleadas:

AT = Antiguo Testamento

NT = Nuevo Testamento

AP = Antiguo Pacto

NP = Nuevo Pacto

Las abreviaturas de los libros de la Biblia corresponden con las empleadas en la versión de la Biblia de Reina-Valera, 1960 (RV, 1960)

pp, pc, pú referidas a un versículo bíblico representan «parte primera, central o última del mismo».

Abreviaturas empleadas para diversas traducciones de la Biblia:

BNP: La Biblia de Nuestro Pueblo

DHH L 1996: Biblia Dios Habla Hoy de 1996

NBJ: Nueva Biblia de Jerusalén, 1998.

BJ: Biblia de Jerusalén

BTX: Biblia Textual

Jünemann: Sagrada Biblia-Versión de la LXX al español por Guillermo Jüneman

N-C: Sagrada Biblia- Nacar Colunga-1994

JER 2001: *Biblia de Jerusalén, 3ª Edición 2001

BLA95, BL95: Biblia Latinoamericana, 1995

LBLA: La Biblia de las Américas

NVI 1999: Nueva Versión Internacional 1999

RV: Biblia Reina Valera

Bibliografía citada

(1) J. I. Packer: Vida y obra del gran teólogo y escritor inglés (biteproject.com)

(2) Packer, James Innell, Hacia el conocimiento de Dios, ps.33-34

(3) Ibíd., p.46.

(4) Ibíd., p.47

(5) Ibíd., p.47

(6) Ibíd., p.48

(7) Ibíd., p.49

(8) Ibíd., p.13

(9) Ibíd., p.38

(10) Ibíd., p.37

(11) Ibíd., p.14

(12) Packer, James Innell, Teología concisa, p.14

(13) Ibíd., p.30

(14) Ibíd., p.31

(15) Ibíd., p.34

(16) Ibíd., p.39

(17) Packer, James Innell, Hacia el conocimiento de Dios, p. 219

(18) Ibíd., p.221

(19) Ibíd., p. 234

(20) Ibíd., p. 238

(21) Ibíd., p. 246

(22) Ibíd., p. 235

(23) Ibíd., p.233

(24) Ibíd., p. 223

(25) Ibíd., p. 222

(26) Ibíd., p. 228

(27) Ibíd., p. 230

(28) Ibíd., p. 227

(29) Ibíd., p. 228

(30) Ibíd., p. 251

(31) Ibíd., p. 253

(32) Ibíd., p. 259

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Alicante, noviembre de 2022

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