¿Se puede alcanzar la vida eterna cumpliendo la Ley moral?

Versión: 04-11-2014

Carlos Aracil Orts

1. Introducción

Cuando leí el mensaje que me enviaste hace solo unos pocos días y que transcribo más abajo, me propuse, querido amigo José, responderte lo antes posible, porque me pareció que expresaba unas dudas razonables, las cuales puede ocurrir que afecten a muchas otras personas, por lo que, dado su interés general, he decidido publicarlo en mi web:

“Una duda: Cristo dijo que quien guardase la ley (Éxodo 20) viviría por ella. Él lo hizo y resucitó. Si yo no puedo guardarla ¿para qué está? ¿Cuál es su función? Abrazo” (José).

No cabe duda que nuestro Señor también te ha inspirado esta reflexión y estas preguntas tan importantes. Aunque todo esto y mucho más está respondido en mi web, en múltiples artículo publicados sobre la ley y en el libro titulado «La relación del cristiano con la Ley Moral. El propósito de la Ley», voy a ver si soy capaz, con la ayuda de Dios, de hacer una breve síntesis exclusivamente para ti.

Lo primero de todo, que tenemos que hacer para entender lo que –en tu opinión– dijo Cristo, “que quien guardase la ley (Éxodo 20) viviría por ella”, es considerar las palabras de Jesús en su contexto bíblico cercano y lejano, es decir, analizarlas teniendo en cuenta toda la Sagrada Escritura, y no de forma aislada.

Aunque no indicas los textos en que fundamentas tu reflexión, he de suponer –mientras no me aportes más detalles– que te refieres a aquella ocasión en la que Cristo dijo al “joven rico”: “si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos” (Mateo 19:17; cf. Marcos 10:17-22; Lucas 18:18-24). Leamos, pues, con detenimiento, en los tres Evangelios, los pasajes donde se registra esa declaración de Jesús:

Mateo 19:16-22: Entonces vino uno y le dijo: Maestro bueno, ¿qué bien haré para tener la vida eterna? (17) El le dijo: ¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno sino uno: Dios. Mas si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos. (18) Le dijo: ¿Cuáles? Y Jesús dijo: No matarás.(E) No adulterarás.(F) No hurtarás.(G) No dirás falso testimonio.(H) (19) Honra a tu padre y a tu madre;(I) y, Amarás a tu prójimo como a ti mismo.(J) (20) El joven le dijo: Todo esto lo he guardado desde mi juventud. ¿Qué más me falta? (21) Jesús le dijo: Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven y sígueme. (22) Oyendo el joven esta palabra, se fue triste, porque tenía muchas posesiones.

Marcos 10:17-23: Al salir él para seguir su camino, vino uno corriendo, e hincando la rodilla delante de él, le preguntó: Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna? (18) Jesús le dijo: ¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno, sino sólo uno, Dios. (19) Los mandamientos sabes: No adulteres.(F) No mates.(G) No hurtes.(H) No digas falso testimonio.(I) No defraudes. Honra a tu padre y a tu madre.(J) (20) El entonces, respondiendo, le dijo: Maestro, todo esto lo he guardado desde mi juventud. (21) Entonces Jesús, mirándole, le amó, y le dijo: Una cosa te falta: anda, vende todo lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme, tomando tu cruz. (22) Pero él, afligido por esta palabra, se fue triste, porque tenía muchas posesiones. (23) Entonces Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: ¡Cuán difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas!

Lucas 18:18-24: Un hombre principal le preguntó, diciendo: Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna? (19) Jesús le dijo: ¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno, sino sólo Dios. (20) Los mandamientos sabes: No adulterarás;(B) no matarás;(C) no hurtarás;(D) no dirás falso testimonio;(E) honra a tu padre y a tu madre.(F) (21) El dijo: Todo esto lo he guardado desde mi juventud. (22) Jesús, oyendo esto, le dijo: Aún te falta una cosa: vende todo lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme. (23) Entonces él, oyendo esto, se puso muy triste, porque era muy rico. (24) Al ver Jesús que se había entristecido mucho, dijo: ¡Cuán difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas!

Interpretar correctamente la Santa Biblia requiere siempre tener en cuenta todo el contexto a que me refería anteriormente, porque de lo contrario podemos llegar a conclusiones tan peregrinas y tan absurdas como las que tú al parecer has llegado: “si Cristo, que tiene toda la autoridad del Padre, y es el fundamento de nuestra fe cristiana, dijo al “joven rico” que observando la Ley se conseguía la vida eterna, ya no hay nada más que discutir ni objetar, porque su palabra es verdadera, y Él no puede cometer error alguno, pues es Dios, Segunda Persona de la Divinidad”.

Ahora bien ¿es correcto aplicarnos a nosotros mismos todo lo que se registra en las Sagradas Escrituras sin discriminar, por ejemplo, a quién va dirigido, y cuál es el contexto histórico y religioso, etc.? Está claro que no es procedente hacerlo así, y de ahí la confusión a que te ha conducido el no observar las más elementales reglas de la hermenéutica.

Por lo tanto, debemos plantearnos las siguientes preguntas: ¿quién era el “joven rico”? ¿A qué ley se refiere Jesús? ¿Los Diez Mandamientos del Sinaí o toda la Ley del Antiguo Testamento (AT)? ¿Bajo qué ley vivía el joven rico? ¿La del Nuevo Testamento o la del Antiguo? ¿Bajo qué ley moral están los gentiles, cristianos y no cristianos? ¿Para qué sirve la ley? ¿Cuál es su función? ¿Alguien se puede salvar observando la ley moral? ¿Excepto Cristo ha existido alguien que no haya pecado nunca en su vida?

En el cuerpo de este estudio bíblico trataré de responder todas estas cuestiones que tu reflexión me ha suscitado.

2. ¿Quién era el joven rico? ¿A qué ley se refiere Jesús en su respuesta al joven rico? ¿Bajo qué ley vivía el joven rico? ¿La del Nuevo Testamento o la del Antiguo?

Por el contexto no es difícil averiguar que el joven rico –al igual que Jesús– era judío y estaba bajo la Ley del Antiguo Testamento (AT) (Gálatas 4:4), pues “él dijo: Todo esto lo he guardado desde mi juventud” (Mateo 19:20; Marcos 10:20; Lucas 18:21). Por lo tanto, a él, como judío, –al igual que a todos los judíos del tiempo de Jesús– le era de aplicación la legislación veterotestamentaria, que se enuncia, de forma clara y sucinta, en los siguientes pasajes de la Ley del Antiguo Testamento:

Levítico 18:4-5: Mis ordenanzas pondréis por obra, y mis estatutos guardaréis, andando en ellos. Yo Jehová vuestro Dios. (5) Por tanto, guardaréis mis estatutos y mis ordenanzas, los cuales haciendo el hombre, vivirá en ellos. Yo Jehová.

Por eso, ante la pregunta del joven rico “¿qué haré para heredar la vida eterna?”, Jesús le cita algunos mandamientos de la Ley antigua, es decir, le remite a la Escritura. Aparentemente, ese joven había cumplido esa ley “desde su juventud”. Pero Jesús le descubrió que dicho cumplimiento era solo externo, y no del corazón, porque amaba más las riquezas que a Dios. Esta era, y es, la situación moral de feroz legalismo a la que muchos judíos del tiempo de Jesús, y también de incontables no judíos de la actualidad, que creen que guardar la Ley de Dios es solo observar la tabla de los Diez Mandamientos, lo único que creen que ha sobrevivido a la Ley antigua; pero olvidan que la ley exige ante todo amor, que no tiene nada que ver con legalismo, amor a Dios y al prójimo como a uno mismo.

¿A qué ley se refiere Jesús en su respuesta al joven rico? ¿Bajo qué ley vivía el joven rico? ¿La del Nuevo Testamento o la del Antiguo?

Errónea, precipitada y superficialmente muchos deducen que Jesús se estaba refiriendo al Decálogo del Sinaí; tú mismo, querido hermano, citas el capítulo veinte del libro de Éxodo, porque crees que Cristo está citando solo los Diez Mandamientos de la ley del Sinaí que, como sabemos, se encuentran en los libros de Éxodo (20:1-17) y Deuteronomio (5:1-21).

Por tanto, si somos sinceros y con mente abierta, tenemos que reconocer que la legislación, que Jesús aplica al “joven rico”, no es solo los “Diez Mandamientos”, descritos en los libros citados arriba, sino toda la ley que Dios dio a Moisés.

Mateo 19:18-19: (18) Le dijo: ¿Cuáles? Y Jesús dijo: No matarás. No adulterarás. No hurtarás. No dirás falso testimonio. (19) Honra a tu padre y a tu madre; y, Amarás a tu prójimo como a ti mismo.

Marcos 10:19: Los mandamientos sabes: No adulteres. No mates. No hurtes. No digas falso testimonio. No defraudes. Honra a tu padre y a tu madre.

Comprobemos que los cinco primeros mandamientos pertenecen a las Tablas de piedra del Sinaí, pero el de “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” está fuera de las mismas, y contenido expresamente en el libro de la ley llamado Levítico (19:18).

Levítico 19:18: No te vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo Jehová.

En el Evangelio de Marcos se describen los mismos cinco mandamientos de Mateo, y se añade “No defraudes”, que tampoco aparece en la Tabla.

De lo que antecede, es fácil deducir que Jesús no pretendió darle una lista completa de todos los mandamientos del Antiguo Pacto, porque ni siquiera citó los de la primera Tabla –los que se refieren al amor debido a Dios, ni completó la segunda tabla –concernientes al amor al prójimo–, y, por otro parte, le citó algunos que no estaban incluidos en las Tablas de piedra sino en los libros de la Ley. La expresión de Jesús “Los mandamientos sabes”, necesariamente debía incluir toda la Ley antigua –los seiscientos trece mandamientos, y se limitó a enumerar unos cuantos, por motivos obvios, para definirle al “Joven rico” que se trataba de la ley moral, que no implica solo los Diez mandamientos, pues todos los mandamientos del Antiguo Testamento son Ley moral, porque corresponden a la legislación que Dios dio a Moisés, y debían cumplirse con perfecta obediencia para salvarse; y todo este sistema legislativo, conocido como la Ley, estaría vigente hasta la muerte y resurrección de Jesús, pero solo le concernía y obligaba a los judíos. Los gentiles nunca tuvieron nada que ver con la Ley del AT.

3. ¿Bajo qué ley moral están los gentiles, cristianos y no cristianos?

Para contestar adecuada y bíblicamente a esta pregunta es necesario sentar las siguientes premisas.

Primero. La ley del Antiguo Testamento fue promulgada por Dios en el Sinaí, entorno al año 1500 a.C. Y obligaba o comprometía exclusivamente a los judíos, es decir, el pueblo de Israel. Porque esta Ley es la base del Antiguo Pacto, también llamado “Primer Pacto (véase Hebreos 9:18; 10:9); y, el cuarto mandamiento de las Tablas de piedra es convertido en la señal del Pacto Antiguo (Éxodo 31:13-17; Deuteronomio 5:2-3). Ningún gentil tuvo nunca la obligación de cumplir con el cuarto mandamiento que ordena reposar de todo trabajo secular, de acuerdo a un reglamento minucioso, que prohibía trabajar bajo pena de muerte (Éxodo 35:2,3), y, además, cocinar, llevar cargas, encender fuego, viajar, etc. Además, este mandamiento no pertenece a la ley moral natural.

Abraham conocía la ley de Dios porque se regía por la ley natural y no porque existiera registro alguno de la misma, salvo el de su “corazón” o mente o conciencia. Sin embargo, no podía tener la ley de las tablas de piedra porque fue promulgada por Dios, cuatrocientos treinta (430) años después de cuando recibió la promesa de bendición (Gálatas 3:17). No obstante, en Génesis (26:5), Dios afirma que “…Abraham oyó mi voz, y guardó mi precepto, mis mandamientos, mis estatutos y mis leyes.”

¿Qué leyes son esas? No la ley del Sinaí, puesto que no existía todavía, y no hay registro en el libro de Génesis de que Dios la hubiera dictado, sino que únicamente disponían entonces de las leyes morales naturales, posiblemente de una precoz ley ritual del holocausto de corderos o animales puros (Génesis 7:2), la cual ya aparece con Abel (Génesis 4:4), sigue con Noé (Génesis 8:20-22), y asimismo el mandamiento de no comer la carne de los animales, con su sangre, porque “la sangre es su vida” (Génesis 9:3-4), transmitiéndose de esta manera hasta Abraham (Génesis 22:7,13), y de éste a sus descendientes, Isaac y Jacob. Aparte de lo indicado, el libro de Génesis cita solo que Dios dio a Abraham un único mandamiento que es el de la circuncisión, como señal del pacto.

Génesis 17:9-13: Dijo de nuevo Dios a Abraham: En cuanto a ti, guardarás mi pacto, tú y tu descendencia después de ti por sus generaciones. 10 Este es mi pacto, que guardaréis entre mí y vosotros y tu descendencia después de ti: Será circuncidado todo varón de entre vosotros. 11 Circuncidaréis, pues, la carne de vuestro prepucio, y será por señal del pacto entre mí y vosotros. 12 Y de edad de ocho días será circuncidado todo varón entre vosotros por vuestras generaciones; el nacido en casa, y el comprado por dinero a cualquier extranjero, que no fuere de tu linaje. 13 Debe ser circuncidado el nacido en tu casa, y el comprado por tu dinero; y estará mi pacto en vuestra carne por pacto perpetuo. 14 Y el varón incircunciso, el que no hubiere circuncidado la carne de su prepucio, aquella persona será cortada de su pueblo; ha violado mi pacto.

Moisés también ratifica que La ley del Sinaí escrita en tablas de piedra fue dada por Dios sólo al pueblo de Israel como base del pacto antiguo:

Deuteronomio 4:13: Y él os anunció su pacto, el cual os mandó poner por obra; los diez mandamientos, y los escribió en dos tablas de piedra.

Deuteronomio 5: 2-9: Jehová nuestro Dios hizo pacto con nosotros en Horeb. 3 No con nuestros padres hizo Jehová este pacto, sino con nosotros todos los que estamos aquí hoy vivos. 4 Cara a cara habló Jehová con vosotros en el monte de en medio del fuego. 5 Yo estaba entonces entre Jehová y vosotros, para declararos la palabra de Jehová; porque vosotros tuvisteis temor del fuego, y no subisteis al monte. Dijo: 6 Yo soy Jehová tu Dios, que te saqué de tierra de Egipto, de casa de servidumbre. 7 No tendrás dioses ajenos delante de mí. 8 No harás para ti escultura, ni imagen alguna de cosa que está arriba en los cielos, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. 9 No te inclinarás a ellas ni las servirás;…”

Moisés deja claro que “No con nuestros padres hizo Jehová este pacto, sino con nosotros todos los que estamos aquí hoy vivos.” (Deuteronomio 5:3). Es decir, la Ley no existió antes de Moisés. Por tanto, no regía anterior a él. Además la Ley que vino 430 años después de Abraham no fue solo el Decálogo sino todo el sistema de leyes morales, ceremoniales, civiles, de alimentación, de la guerra, etc. que conforman la totalidad de la Ley –Torá para los judíos. El Antiguo Pacto está vinculado a todo este conjunto de leyes, que tienen reglamentos asociados, los cuales debía cumplir solo el pueblo de Israel, y nadie más.

Por una parte, cuando Dios dicta la ley en el monte Sinaí, en el mismo preámbulo expresa a quien va dirigida: “Y habló Dios todas estas palabras, diciendo: (2) Yo soy Jehová tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre. (3) No tendrás dioses ajenos delante de mí. (4) No te harás imagen,…” (Éxodo 20:1-3). La Ley es solo para el pueblo de Israel, al que “sacó de Egipto”.

Por otro lado, el cuarto mandamiento, “Acuérdate del día de reposo para santificarlo. (9) Seis días trabajarás, y harás toda tu obra; (10) mas el séptimo día es reposo para Jehová tu Dios; no hagas en él obra alguna, tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu criada, ni tu bestia, ni tu extranjero que está dentro de tus puertas. (11) Porque en seis días hizo Jehová los cielos y la tierra, el mar, y todas las cosas que en ellos hay, y reposó en el séptimo día; por tanto, Jehová bendijo el día de reposo y lo santificó” (Éxodo 20:8-3), no pertenece a la ley moral natural. Sino que se trata de un mandamiento ceremonial, y que además es la señal del pacto, al igual que lo fue la circuncisión para Abraham.

Éxodo 31:12-16: “Habló además Jehová a Moisés, diciendo: 13 Tú hablarás a los hijos de Israel, diciendo: En verdad vosotros guardaréis mis días de reposo; porque es señal entre mí y vosotros por vuestras generaciones, para que sepáis que yo soy Jehová que os santifico. 14 Así que guardaréis el día de reposo, porque santo es a vosotros; el que lo profanare, de cierto morirá; porque cualquiera que hiciere obra alguna en él, aquella persona será cortada de en medio de su pueblo. 15 Seis días se trabajará, mas el día séptimo es día de reposo consagrado a Jehová; cualquiera que trabaje en el día de reposo, ciertamente morirá. 16 Guardarán, pues, el día de reposo los hijos de Israel, celebrándolo por sus generaciones por pacto perpetuo. 17 Señal es para siempre entre mí y los hijos de Israel; porque en seis días hizo Jehová los cielos y la tierra, y en el séptimo día cesó y reposó.

Querer que los cristianos estén bajo una ley en cuyo corazón está el cuarto mandamiento, que no es otra cosa que la señal del pacto entre Dios y el pueblo de Israel, y que cuya transgresión implicaba sentencia de muerte, es un absurdo. Además el mandamiento del reposo sabático estaba vinculado a un rígido reglamento que indicaba lo que de ninguna manera se podía realizar en sábado, porque estaba terminantemente prohibido, como el hacer cualquier trabajo secular (Éxodo 20:10; Levítico 23:3), viajar (Hechos 1:12), hacer fuego (Éxodo 35:3), compras (Nehemías 10:31; 13:15-17), llevar cargas (Nehemías 13:19; Jeremías 17:21), etc. Realizar cualquier trabajo estaba sancionado con la pena de muerte (Éxodo 35:2,3; Números 15:32-36):

Éxodo 35:2,3: Seis días se trabajará, mas el día séptimo os será santo, día de reposo para Jehová; cualquiera que en él hiciere trabajo alguno, morirá. (3) No encenderéis fuego en ninguna de vuestras moradas en el día de reposo.

Segundo. “la ley que vino cuatrocientos treinta años después, no lo abroga, para invalidar la promesa” (Véase Gálatas 3:16-18). Es decir, la Ley que vino 430 años después de la promesa que Dios hizo a Abraham no anula la promesa de redención hecha a Abraham por Dios. Por eso, los gentiles cristianos pertenecemos al Pacto de Abraham. Expresado de otra forma, la promesa de bendición a toda la humanidad que Dios hizo a Abraham (Génesis 12:2-3; 22:17-18) no queda abrogada por el Pacto de la ley, que vino 430 años después (Gálatas 3:8,9,16), sino que es confirmada por “la simiente de Abraham”, que es Cristo (Gálatas 3:16), por la que serían benditas todas las naciones. Por tanto, la salvación no es por las obras de la ley sino por la sola fe en Jesús (Gálatas 3:8-12). Leámoslo en su contexto:

Gálatas 3:7-15: Sabed, por tanto, que los que son de fe, éstos son hijos de Abraham. (8) Y la Escritura, previendo que Dios había de justificar por la fe a los gentiles, dio de antemano la buena nueva a Abraham, diciendo: En ti serán benditas todas las naciones. (9) De modo que los de la fe son bendecidos con el creyente Abraham. (10) Porque todos los que dependen de las obras de la ley están bajo maldición, pues escrito está: Maldito todo aquel que no permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas. (11) Y que por la ley ninguno se justifica para con Dios, es evidente, porque: El justo por la fe vivirá; (12) y la ley no es de fe, sino que dice: El que hiciere estas cosas vivirá por ellas. (13) Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición (porque está escrito: Maldito todo el que es colgado en un madero, (14) para que en Cristo Jesús la bendición de Abraham alcanzase a los gentiles, a fin de que por la fe recibiésemos la promesa del Espíritu. (15) Hermanos, hablo en términos humanos: Un pacto, aunque sea de hombre, una vez ratificado, nadie lo invalida, ni le añade.

¿Es necesario explicar algo que está tan claramente expresado en la Palabra de Dios? Ni siquiera los judíos pudieron alcanzar la salvación haciendo las obras de la Ley, “pues si por la ley fuese la justicia, entonces por demás murió Cristo” (Gálatas 2:21 úp). Ellos, al igual que nosotros, necesitaban al “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29). Ellos tenían a Cristo prefigurado en el Cordero Pascual, y nosotros, tenemos al símbolo convertido en realidad. Pero todos “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo; (2) por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios” (Romanos 5:1-2).

Veamos ahora, además, los importantes versículos, que siguen secuencialmente a los anteriores citados de Gálatas (3), en dos versiones diferentes de la Biblia, para que, aunque ambas vienen a decir lo mismo, nos quedemos con lo que entendamos mejor:

Gálatas 3:16-18 (Reina-Valera, 1960): Ahora bien, a Abraham fueron hechas las promesas, y a su simiente. No dice: Y a las simientes, como si hablase de muchos, sino como de uno: Y a tu simiente, la cual es Cristo. (17) Esto, pues, digo: El pacto previamente ratificado por Dios para con Cristo, la ley que vino cuatrocientos treinta años después, no lo abroga, para invalidar la promesa. (18) Porque si la herencia es por la ley, ya no es por la promesa; pero Dios la concedió a Abraham mediante la promesa.

Gálatas 3:16-18 (NBJ- Nueva Biblia de Jerusalén, 1998): Pues bien, las promesas fueron hechas a Abrahán y a su descendencia. No dice: «y a los descendientes», como si fueran muchos, sino a uno solo, a tu descendencia, es decir, a Cristo. (17) Y digo yo: Un testamento ya hecho por Dios en debida forma, no puede ser anulado por la ley, que llega cuatrocientos treinta años más tarde, de tal modo que la promesa quede anulada. (18) Pues si la herencia dependiera de la ley, ya no procedería de la promesa, y sin embargo, Dios otorgó a Abrahán su favor en forma de promesa.

Es decir, el Antiguo Pacto está vinculado a todo este conjunto de leyes, que tienen reglamentos asociados, los cuales debía cumplir solo el pueblo de Israel, y nadie más. Sin embargo, la salvación eterna no está vinculada a la Ley sino que depende del cumplimiento de la promesa de que nacería un Redentor de la descendencia de Abraham, Cristo, el Señor (Gálatas 3:16-18; cf. Génesis 3:15; 12:1-3; 22:17-18;). La Sagrada Escritura reitera este hecho en múltiples ocasiones y de distintas formas. Por ejemplo: “…Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham” (Mateo 1:1). “Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mateo 1:21).

Los seres humanos –los de antes que existiera el pueblo de Israel, los que vivieron durante la existencia de ese pueblo, y todos los que han vivido y viven hasta el día de hoy– han podido y pueden acceder a la salvación por medio de “la gracia del Señor Jesús” (Juan 3:16; Hechos 15:10-11; Ro. 5:12; Ef. 2:8,9; etc.). Es cierto que muchos nunca conocieron a Jesús, ni habían oído hablar de Él, y ni siquiera tenían la Ley: “Porque cuando los gentiles que no tienen ley, hacen por naturaleza lo que es de la ley, éstos, aunque no tengan ley, son ley para sí mismos, (15) mostrando la obra de la ley escrita en sus corazones, dando testimonio su conciencia, y acusándoles o defendiéndoles sus razonamientos(Romanos 2:14-15).

Por lo tanto, los gentiles que no tienen ley, son juzgados por “la ley escrita en sus corazones”. Y esta es la ley moral natural que Dios ha escrito en nuestras mentes, la cual nos permite distinguir el bien del mal; y, también, acceder, si así lo deseamos, a la ley más elevada, espiritual y divina, que es la del amor a Dios y al prójimo como a uno mismo; la cual solo se consigue cuando “la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte” (Romanos 8:2). Esta última ley es la de todos los gentiles cristianos; esta es la Ley de Cristo, a la que se refiere San Pablo (1ª Corintios 9:20-21; cf. Gálatas 5:14).

1 Corintios 9:20-21: Me he hecho a los judíos como judío, para ganar a los judíos; a los que están sujetos a la ley (aunque yo no esté sujeto a la ley) como sujeto a la ley, para ganar a los que están sujetos a la ley; (21) a los que están sin ley, como si yo estuviera sin ley (no estando yo sin ley de Dios, sino bajo la ley de Cristo), para ganar a los que están sin ley.

¿Comprendes ahora, querido hermano que los cristianos no estamos bajo la ley del Sinaí sino bajo la Ley de Cristo y que solo nos afecta el Nuevo Pacto o Testamento en Cristo?

¿Cuál es, pues, la ley de Cristo?

A ella se refirió Jesús cuando dijo: “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. (35) En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” (Juan 13:34-35).

Y el mismo San Pablo: “Porque toda la ley en esta sola palabra se cumple: Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Gálatas 5:14).

Y el apóstol Juan: “Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos. El que no ama a su hermano, permanece en muerte. (15) Todo aquel que aborrece a su hermano es homicida; y sabéis que ningún homicida tiene vida eterna permanente en él. (16) En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos” (1 Juan 3:14-16).

El apóstol Santiago (1:25-27; 2:8) la denomina “la ley de la libertad”, y la describe igual que los otros apóstoles. No hay duda; nadie puede confundirse con la Ley del Sinaí, que está abolida en el Nuevo Pacto en Cristo, aunque los principios morales en que se basa ésta permanecen, porque se fundamenta en el amor (Mateo 22:35-40), y Dios es amor (1ª Juan 4:8,16), y Su Ley de amor es eterna.

Santiago 1:21-27: Por lo cual, desechando toda inmundicia y abundancia de malicia, recibid con mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar vuestras almas. (22) Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos. (23) Porque si alguno es oidor de la palabra pero no hacedor de ella, éste es semejante al hombre que considera en un espejo su rostro natural. (24) Porque él se considera a sí mismo, y se va, y luego olvida cómo era. (25) Mas el que mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, éste será bienaventurado en lo que hace. (26) Si alguno se cree religioso entre vosotros, y no refrena su lengua, sino que engaña su corazón, la religión del tal es vana. (27) La religión pura y sin mácula delante de Dios el Padre es esta: Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha del mundo.

Santiago 2:8-13: Si en verdad cumplís la ley real, conforme a la Escritura: Amarás a tu prójimo como a ti mismo,(A) bien hacéis; (9) pero si hacéis acepción de personas, cometéis pecado, y quedáis convictos por la ley como transgresores. (10) Porque cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos. (11) Porque el que dijo: No cometerás adulterio, también ha dicho: No matarás. Ahora bien, si no cometes adulterio, pero matas, ya te has hecho transgresor de la ley. (12) Así hablad, y así haced, como los que habéis de ser juzgados por la ley de la libertad. (13) Porque juicio sin misericordia se hará con aquel que no hiciere misericordia; y la misericordia triunfa sobre el juicio.

Todos los principios morales de la Ley del Antiguo Testamento no solo se han recogido en el Nuevo Testamento sino que también se han ampliado y espiritualizado. Cristo, dejó muy claro que no vino a abrogar la Ley y los Profetas sino a darles cumplimiento, y que “ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido” (Mateo 5:17,18). La parte última de estos textos da entender que el sistema de la Ley Antigua cesaría cuando todo se haya cumplido, es decir, después de Su muerte y resurrección, pues, como Él mismo declaró en otro lugar, “La Ley y los Profetas eran hasta Juan…” (Lucas 16:16).

Jesús en ningún momento rebajó la exigencia de perfecta obediencia a Su Ley, sino que, por el contrario, la elevó hasta lo máximo, cuando dijo: “Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. (44) Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; (45) para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos. (46) Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos? (47) Y si saludáis a vuestros hermanos solamente, ¿qué hacéis de más? ¿No hacen también así los gentiles? (48) Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (Mateo 5:43-48).

Para no hacer demasiado largo este estudio bíblico no voy analizar todo el capítulo cinco del Evangelio de San Mateo, pero recomiendo leerlo con detenimiento, pues allí Cristo muestra Su autoridad como Dios al atreverse a cambiar la Ley Antigua dándole un mayor y profundo sentido espiritual. Porque Él aclaró que no bastaba con cumplir externamente la Ley sino que incluso se la transgredía con el pensamiento y la intención:

Mateo 5: 21-22: Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás; y cualquiera que matare será culpable de juicio. (22) Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio.

Mateo 5:27-28: Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio. (28) Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón.

En los siguientes textos Cristo modifica la Ley antigua. Nótese que Él no se refiere solo a los Diez Mandamientos sino a toda la Ley:

Mateo 5:31-32: También fue dicho: Cualquiera que repudie a su mujer, dele carta de divorcio. (32) Pero yo os digo que el que repudia a su mujer, a no ser por causa de fornicación, hace que ella adultere; y el que se casa con la repudiada, comete adulterio

Mateo 5:33-37: Además habéis oído que fue dicho a los antiguos: No perjurarás, sino cumplirás al Señor tus juramentos. (34) Pero yo os digo: No juréis en ninguna manera;(U) ni por el cielo, porque es el trono de Dios;(V) (35) ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies;(W) ni por Jerusalén, porque es la ciudad del gran Rey.(X) (36) Ni por tu cabeza jurarás, porque no puedes hacer blanco o negro un solo cabello. (37) Pero sea vuestro hablar: Sí, sí; no, no; porque lo que es más de esto, de mal procede.

Mateo 5:38-42: Oísteis que fue dicho: Ojo por ojo, y diente por diente.(Y) (39) Pero yo os digo: No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra; (40) y al que quiera ponerte a pleito y quitarte la túnica, déjale también la capa; (41) y a cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, vé con él dos. (42) Al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo rehúses.

Por lo tanto, debemos tener claro que lo que desaparece –en el sentido de que deja de tener vigencia– es todo el sistema de leyes del Antiguo Testamento denominado la Ley, que incluye el Decálogo. Puede que a veces haya habido algo de confusión, pues la Palabra de Dios, llama “ley” no solo a la Ley antigua sino a la del Nuevo Pacto en Cristo. Pero la Ley de Dios, como hemos comprobado arriba permanece, y sube su exigencia, al requerir no solo el cumplimiento externo sino el interior del corazón, y también al elevar sus objetivos.

4. ¿Para qué sirve la ley? ¿Cuál es su función?

Permitamos que la misma Palabra de Dios sea la que conteste las preguntas enunciadas arriba: “Entonces, ¿para qué sirve la ley? Fue añadida a causa de las transgresiones, hasta que viniese la simiente a quien fue hecha la promesa” (Gálatas 3:19). Notemos que la Ley –la del Antiguo Pacto– solo estaría vigente “hasta que viniese la simiente” [“la cual es Cristo” (Gálatas 3:16)] “a quien fue hecha la promesa” (Gálatas 3:19).

En adelante nos debería quedar claro que, debido al estado corrupto de la conciencia de un pueblo que acababa de salir de la esclavitud de Egipto, la ley se introdujo para que el pecado abundase; mas cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia; (21) para que así como el pecado reinó para muerte, así también la gracia reine por la justicia para vida eterna mediante Jesucristo, Señor nuestro” (Romanos 5:20-21). Es decir, la Ley moral es la que nos hace ser conscientes de que somos pecadores, cuando la conciencia, al contaminarse, cauterizarse o hacerse acomodaticia, ya no es capaz de discernir completamente el bien del mal.

Romanos 3:19-20: Pero sabemos que todo lo que la ley dice, lo dice a los que están bajo la ley, para que toda boca se cierre y todo el mundo quede bajo el juicio de Dios; (20) ya que por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él; porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado.

¿Cuál es la función de la Ley en general?

Por lo tanto, la ley no pretende ni puede salvarnos sino solo mostrarnos lo que es pecado –porque por “la ley es el conocimiento del pecado” (Romanos 3:20 úp.)–, y para que, al ver nuestra impotencia, acudamos humildemente a Cristo: “De manera que la ley ha sido nuestro ayo, para llevarnos a Cristo, a fin de que fuésemos justificados por la fe. (25) Pero venida la fe, ya no estamos bajo ayo, (26) pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús;” (Gálatas 3:24-26).

La salvación eterna solo es posible en y por Cristo

Es decir, la ley en general, por la gran santidad de sus requerimientos, nos muestra o nos hace ver nuestra pecaminosidad, lo que puede movernos al arrepentimiento, y guiarnos a Cristo, como lo haría un ayo –pedagogo o tutor–, y, de esta manera, Él pueda convertirnos y darnos una nueva vida en el Espíritu Santo.

Por eso, todos podemos ser salvos porque Jesucristo se encarnó, cumplió la ley a la perfección por nosotros, viviendo una vida santa, y muriendo por nuestros pecados, pagando con su muerte la condena que nos correspondía por nuestras transgresiones. La lógica de Dios en Su Plan de Salvación de la humanidad es la siguiente: “Pues si por la transgresión de uno solo [Adán] reinó la muerte, mucho más reinarán en vida por uno solo, Jesucristo, los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia. (18) Así que, como por la transgresión de uno [Adán] vino la condenación a todos los hombres, de la misma manera por la justicia de uno [Cristo], vino a todos los hombres la justificación de vida. (19) Porque así como por la desobediencia de un hombre [Adán] los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno [Cristo], los muchos serán constituidos justos” (Romanos 5:17-19).

5. ¿Alguien se puede salvar observando la ley moral?

La respuesta es: rotundamente no. Pero, al igual que anteriormente, dejemos que sea la Palabra de Dios la que responda:

Romanos 3:27-31: ¿Dónde, pues, está la jactancia? Queda excluida. ¿Por cuál ley? ¿Por la de las obras? No, sino por la ley de la fe. (28) Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley.

Gálatas 2:16: sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo, nosotros también hemos creído en Jesucristo, para ser justificados por la fe de Cristo y no por las obras de la ley, por cuanto por las obras de la ley nadie será justificado.

Ahora es lógico preguntarse, ¿es, pues, el cumplimiento completo de toda la ley –ya sea la del AT o la del NT, la condición para la salvación o vida eterna? Sí, por cuanto que la Ley exige obediencia perfecta no solo externa, sino también la concordancia o armonía interna con la misma, pues la Palabra de Dios afirma que “El que hiciere estas cosas vivirá por ellas” (Gálatas 3:12). Ahora bien, como esto no es posible, Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición… (14) para que en Cristo Jesús la bendición de Abraham alcanzase a los gentiles, a fin de que por la fe recibiésemos la promesa del Espíritu(Gálatas 3:13-14). Y así Dios muestra que es a la vez infinitamente justo y misericordioso, porque la justicia que exige Su Ley se cumple en Cristo que vivió una vida de santidad y murió por nuestros pecados.

Meditemos ahora en los siguientes e importantes textos para comprender el magnífico y excelso Plan de Dios para la Salvación de la humanidad:

2 Corintios 5:14-21: Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron; (15) y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos. (16) De manera que nosotros de aquí en adelante a nadie conocemos según la carne; y aun si a Cristo conocimos según la carne, ya no lo conocemos así. (17) De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas. (18) Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; (19) que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación. (20) Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios. (21) Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él.

La clave, pues, para la salvación eterna no es tratar de guardar una ley externa sino vivir en el Espíritu (Romanos 8:1-8), es decir, haber sido renacido por Él, y convertido en una nueva criatura, transformada, donde el Espíritu Santo mora (1ª Corintios 3:16-17; 6:19) y nos guía a toda la verdad, produciendo en cada cristiano los frutos del Espíritu: “Amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe (21) mansedumbre, templanza…” (Gálatas 5:22-23).

Viviendo en el Espíritu

Romanos 8:1-8: Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. (2) Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte. (3) Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne; (4) para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. (5) Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu. (6) Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz. (7) Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden; (8) y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios.

¿Cuál es nuestra parte en este proceso de salvación?

Solo reconocer que somos pecadores, y arrepentirnos y convertirnos sinceramente, puesto que no podemos cumplir la ley moral a la perfección, pues nadie puede cumplir lo que Jesús dijo: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. (38) Este es el primero y grande mandamiento. (39) Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. (40) De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas (Mateo 22:37-40).

De estos textos que cita Jesús se deduce que la Ley Antigua no era más que un sistema de leyes morales, fundamentados en el gran principio del amor, que es el carácter de Dios, pues Él es amor (1ª Juan 4:8,16), adaptadas a un pueblo y a una época, y que tendrían vigencia hasta la venida, muerte y resurrección de Jesús, nuestro Redentor. En cambio, el principio moral de la ley de amor sobre el que se basa la ley antigua es eterno. Los preceptos son los que se adaptaron para tratar de hacer de Israel un pueblo santo, preparado para recibir al Mesías Salvador, que es Jesús.

6. Conclusión

Aunque utópicamente se podría alcanzar la salvación, es decir, la vida eterna, si pudiéramos cumplir perfectamente la ley del amor durante toda nuestra vida, sin pecar nunca, que es la exigencia de la ley, como esto es imposible, de hecho, solo hay un modo de obtener la vida eterna: por medio del reconocimiento de nuestros pecados y de nuestra condición pecaminosa, el arrepentimiento y la conversión a Dios (Mt. 3.2;4:17; Mr. 1:15; Lc. 13:3; Hch, 2:38; 3:19; 17:30; etc.), por la gracia del sacrificio expiatorio de Cristo (Juan 3:16; Mr. 10:45; Ro. 4:24-25; 5:1; etc.). Si la condición de los seres humanos hubiera sido tal que fuera capaz de cumplir la ley moral –no la Ley de Moisés que fue solo para el pueblo de Israel– sino la ley del amor, base del carácter de Dios, pues Dios es amor (1ª Juan 4:8,16), la salvación eterna dependería del nuestro cumplimiento de la Ley; pero “ si por la ley fuese la justicia, entonces por demás murió Cristo” (Gálatas 2:21).

El único hombre en el mundo que durante toda Su vida cumplió a la perfección la ley de Dios fue Jesús. Si Él hubiera pecado hubiera necesitado para sí mismo un Salvador, y Su muerte no podría haber cubierto los pecados de los demás seres humanos. El Hombre Jesús, como postrer Adán (1ª Corintios 15:45; cf. Ro. 5:12-21), fue semejante en todo al primer Adán anterior a su Caída. Es decir, fue “el Santo Ser” e Hijo de Dios, desde Su nacimiento (Lucas 1:35); y obtuvo perfecta victoria sobre el diablo, el pecado y la muerte (Hebreos 2:14-17). Él venció donde Adán fracasó, y demostró que la Ley de Dios “a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno” (Romanos 7:12). Por eso, todos los salvados de todas las épocas le deberán la vida eterna.

2 Corintios 5:21: Al que no conoció pecado [Jesús], por nosotros [Dios-Padre] lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él.

Reitero, en primer lugar, que la ley del Antiguo Testamento –todos sus estatutos y ordenanzas (Levítico 18:4-5)–, estuvo vigente solo para los judíos, como dijo el mismo Jesús, “hasta que todo se haya cumplido” (Mateo 5:18), es decir, hasta que Él murió por todos los pecadores, “aboliendo en su carne las enemistades, la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo de los dos un solo pueblo, haciendo la paz, (16) y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo…” (Efesios 2:15-16).

Y en segundo lugar, las Sagradas Escrituras declaran categóricamente que el “Nuevo pacto, ha dado por viejo al primero; y lo que se da por viejo y se envejece, está próximo a desaparecer” (Hebreos 8:13). Y no cabe ninguna duda que “el primer Pacto” se refiere al Antiguo Pacto (véase Hebreos 9:18; 10:9). Por tanto, con la entrada del Nuevo Pacto en Cristo, el Antiguo deja de estar vigente para los judíos –los cristianos nada tenemos que ver con el Antiguo, puesto que nunca estuvieron los gentiles bajo el mismo (Hechos 15:10-11); cf. Efesios 2:15-16).

Hechos 15:10-11: Ahora, pues, ¿por qué tentáis a Dios, poniendo sobre la cerviz de los discípulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros hemos podido llevar? (11) Antes creemos que por la gracia del Señor Jesús seremos salvos, de igual modo que ellos.

Ese yugo es la Ley del Antiguo Testamento, que los judaizantes se empeñaban en aplicar también a los cristianos recién bautizados: “Es necesario circuncidarlos y mandarles que guarden toda la ley de Moisés” (Hechos 15:5). Nadie debe ignorar, que la Ley de Moisés es la ley del AT, y también es la ley de Dios, la cual es rechazada por todos los apóstoles, no permitiendo que sea de obligado cumplimiento para los cristianos.

Algunos interpretan mal a San Pablo, porque, como declaró San Pedro, en sus epístolas, “hay algunas [cosas] difíciles de entender, las cuales los indoctos e inconstantes tuercen, como también las otras Escrituras, para su propia perdición” ( 2 Pedro 3:15-18).

Por ejemplo, el apóstol Pablo declara: ¿Luego por la fe invalidamos la ley? En ninguna manera, sino que confirmamos la ley” (Romanos 3:31). Este, posiblemente uno de tantos versículos que lo defensores de la Ley Antigua aducen para sostener que ésta no está abolida. Pero en realidad, San Pablo no se refiere al sistema de leyes del Antiguo Testamento, sino a la Ley de Cristo, la Ley del Nuevo Pacto, que hemos presentado a la largo de este estudio.

Por lo tanto, debemos tener claro que lo que desaparece –en el sentido de que deja de tener vigencia– es todo el sistema de leyes del Antiguo Testamento denominado la Ley, que incluye el Decálogo. Puede que a veces haya habido algo de confusión, pues la Palabra de Dios, llama “ley” no solo a la Ley antigua sino a la del Nuevo Pacto en Cristo. Pero la Ley de Dios, como hemos comprobado arriba, permanece, y sube su exigencia, al requerir no solo el cumplimiento externo sino el interior del corazón, y también al elevar sus objetivos.

Llegado a este punto, algunos objetarán ¿dónde estaba Cristo en el AT? La respuesta es sencilla: estaba simbolizado en el “Cordero Pascual” (Éxodo 12:1-13), “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.” (Juan 1:29).

Los seres humanos –los de antes que existiera el pueblo de Israel, los que vivieron durante la existencia de ese pueblo, y todos los que han vivido y viven hasta el día de hoy– pueden acceder a la salvación por medio de “la gracia del Señor Jesús” (Juan 3:16; Hechos 15:10-11; Ro. 5:12; Ef. 2:8,9; etc.). Es cierto que muchos nunca conocieron ni había oído hablar de Jesús, ni siquiera tenían la Ley, “Porque cuando los gentiles que no tienen ley, hacen por naturaleza lo que es de la ley, éstos, aunque no tengan ley, son ley para sí mismos, (15) mostrando la obra de la ley escrita en sus corazones, dando testimonio su conciencia, y acusándoles o defendiéndoles sus razonamientos” (Romanos 2:14-15).

Es decir, todos podemos ser salvos porque Jesucristo se encarnó, cumplió la ley a la perfección, viviendo una vida santa, y muriendo por nuestros pecados, pagando con su muerte la condena que nos correspondía por nuestras transgresiones. ¿Cuál es nuestra parte en este proceso de salvación? Solo reconocer que somos pecadores, y arrepentirnos y convertirnos sinceramente, puesto que no podemos cumplir la ley moral a la perfección, pues nadie puede cumplir lo que Jesús dijo: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. (38) Este es el primero y grande mandamiento. (39) Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. (40) De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas (Mateo 22:37-40). La ley no pretende ni puede salvarnos sino solo mostrarnos lo que es pecado, para que, al ver nuestra impotencia, acudamos humildemente a Cristo: “De manera que la ley ha sido nuestro ayo, para llevarnos a Cristo, a fin de que fuésemos justificados por la fe. (25) Pero venida la fe, ya no estamos bajo ayo, (26) pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús;” (Gálatas 3:24-26).

Y a partir de ese momento en el cual hemos aceptado a Cristo como nuestro Salvador, entonces, el Espíritu Santo que mora en cada cristiano, nos hace libres del pecado, e hijos de Dios, y nos permite elegir vivir en el Espíritu y ser guiados por Él, o, por el contrario volver a vivir carnalmente:

Romanos 8:9-14: Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él. (10) Pero si Cristo está en vosotros, el cuerpo en verdad está muerto a causa del pecado, mas el espíritu vive a causa de la justicia. (11) Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros. (12) Así que, hermanos, deudores somos, no a la carne, para que vivamos conforme a la carne; (13) porque si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis. (14) Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios.

Siempre que empiezo y termino un estudio sobre el tema de la Ley, me digo: “posiblemente este será el último”, y en adelante, remitiré a todo lo que he escrito sobre el particular. Aunque, lógicamente, no he podido, en este breve estudio, abarcar todos los aspectos de la Ley, por si a alguien le queda alguna duda sobre la abrogación de la Ley Antigua, le recomiendo que lea con detenimiento los siguientes textos:

Romanos 7:5-25: Porque mientras estábamos en la carne, las pasiones pecaminosas que eran por la ley obraban en nuestros miembros llevando fruto para muerte. (6) Pero ahora estamos libres de la ley, por haber muerto para aquella en que estábamos sujetos, de modo que sirvamos bajo el régimen nuevo del Espíritu y no bajo el régimen viejo de la letra.

2 Corintios 3:2-18: Nuestras cartas sois vosotros, escritas en nuestros corazones, conocidas y leídas por todos los hombres; (3) siendo manifiesto que sois carta de Cristo expedida por nosotros, escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo; no en tablas de piedra,(A) sino en tablas de carne del corazón. (4) Y tal confianza tenemos mediante Cristo para con Dios; (5) no que seamos competentes por nosotros mismos para pensar algo como de nosotros mismos, sino que nuestra competencia proviene de Dios, (6) el cual asimismo nos hizo ministros competentes de un nuevo pacto,(B) no de la letra, sino del espíritu; porque la letra mata, mas el espíritu vivifica. (7) Y si el ministerio de muerte grabado con letras en piedras fue con gloria, tanto que los hijos de Israel no pudieron fijar la vista en el rostro de Moisés a causa de la gloria de su rostro,(C) la cual había de perecer, (8) ¿cómo no será más bien con gloria el ministerio del espíritu? (9) Porque si el ministerio de condenación fue con gloria, mucho más abundará en gloria el ministerio de justificación. (10) Porque aun lo que fue glorioso, no es glorioso en este respecto, en comparación con la gloria más eminente. (11) Porque si lo que perece tuvo gloria, mucho más glorioso será lo que permanece. (12) Así que, teniendo tal esperanza, usamos de mucha franqueza; (13) y no como Moisés, que ponía un velo sobre su rostro,(D) para que los hijos de Israel no fijaran la vista en el fin de aquello que había de ser abolido. (14) Pero el entendimiento de ellos se embotó; porque hasta el día de hoy, cuando leen el antiguo pacto, les queda el mismo velo no descubierto, el cual por Cristo es quitado. (15) Y aun hasta el día de hoy, cuando se lee a Moisés, el velo está puesto sobre el corazón de ellos. (16) Pero cuando se conviertan al Señor, el velo se quitará. (17) Porque el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad. (18) Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor.

Espero haberte aclarado tus dudas. No obstante sabes que estoy a tu disposición.

Un fuerte abrazo.

Carlos Aracil Orts

www.amistadencristo.com


Referencias bibliográficas

*Las referencias bíblicas están tomadas de la versión Reina Valera de 1960 de la Biblia, salvo cuando se indique expresamente otra versión. Las negrillas y los subrayados realizados al texto bíblico son nuestros.

Abreviaturas frecuentemente empleadas:

AT = Antiguo Testamento

NT = Nuevo Testamento

AP = Antiguo Pacto

NP = Nuevo Pacto

Las abreviaturas de los libros de la Biblia corresponden con las empleadas en la versión de la Biblia de Reina-Valera, 1960 (RV, 1960)

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