¿Sanar los enfermos por imposición de manos fue solo para la Iglesia cristiana primitiva?
Jesús dijo: “sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán” (Marcos 16:18) ¿sigue esto siendo aplicable hoy en día?
Versión 13-08-2013
Carlos Aracil Orts
1. Introducción
Estimado hermano Nicolás, muchas gracias por contactarme y por tus comentarios:
“El estudio es muy interesante –“la imposición de manos”– pero creo que te faltó [comentar sobre] los versículos que contradicen tu opinión: Marcos 16:17-19; si me puedes explicar, creo que hay una gran diferencia entre lo que dice la Biblia y especulaciones. Puedes especular pero no afirmar [que] porque no entendamos algo, quiere decir que le debemos encontrar una solución lógica”. (Nicolás).
Paso, a continuación, a tratar de mostrarte los argumentos bíblicos en los que me baso para afirmar que la promesa o profecía que Jesús hizo a los apóstoles en Marcos 16:17-19, fue cumplida ampliamente en la primera etapa de la Iglesia cristiana primitiva –posiblemente, antes de que comenzaran las persecuciones de los romanos, por el emperador Nerón hacia el año 65 d.C.–, mientras vivieron los apóstoles, o algunos de los cristianos a los que fue transmitido el poder sobrenatural del Espíritu Santo.
Marcos 16:15-18: (15) Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. 16 El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado. 17 Y estas señales seguirán a los que creen: En mi nombre echarán fuera demonios; hablarán nuevas lenguas; 18 tomarán en las manos serpientes, y si bebieren cosa mortífera, no les hará daño; sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán.
2. Dios no se prodiga, hoy día, en sanaciones milagrosas instantáneas, porque su método para salvar a las personas es fundamentalmente Su Palabra.
Jesús también dijo a sus discípulos: “De cierto, de cierto os digo: El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también; y aun mayores hará, porque yo voy al Padre. (13) Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. (14) Si algo pidiereis en mi nombre, yo lo haré” (Juan 14:12-14).
Es evidente que los discípulos de Jesús no hicieron mayores obras que Jesús, si esas “obras” se refieren a milagros. Nadie ha podido superar los milagros que ha hecho Jesús. Pero si esas obras se refieren a la predicación del Evangelio nadie duda que la obra de los apóstoles, y, en general, de los discípulos de Jesús, fue inmensa. Pensemos solo en la gran obra de predicación del apóstol Pablo ¿acaso no fue mayor que la de Cristo, aunque también es cierto que Pablo dispuso de muchos más años para llevarla a cabo?
Por otro lado, en esos mismos textos del Evangelio de Juan, Jesús también hace una declaración sorprendente: “Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré” (Juan 14:13). La experiencia o evidencia diaria demuestra que ese “todo” no se cumple. No basta con pedir con fe que una persona sane de sus enfermedades, para que, como de una varita mágica se tratara, eso se realice al instante. Debemos tener en cuenta siempre que, los seres humanos, no podemos imponer nuestra voluntad a Dios, sino que Él es “Soberano, Rey de reyes, y Señor de señores” (1ª Timoteo 6:15). Dios quiere ante todo nuestra salvación eterna, y muchas veces nuestra enfermedad es un medio que Él permite para que avancemos en santidad, y le demos gloria con nuestro testimonio diario al mundo que nos rodea.
Más fe y entrega al Señor que tuvo el apóstol Pablo, creo que pocos o ninguno las tiene hoy en día. Sin embargo, él nos cuenta que no todo lo concede Dios sino solo lo que está en Su voluntad. Veamos su experiencia, la cual nos puede servir de ejemplo para depurar nuestra relación con Dios:
2 Corintios 12:7-10: Y para que la grandeza de las revelaciones no me exaltase desmedidamente, me fue dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca sobremanera; (8) respecto a lo cual tres veces he rogado al Señor, que lo quite de mí. (9) Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo. (10) Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte.
Sin embargo, Pablo también confiesa que “el Señor estuvo a mi lado, y me dio fuerzas, para que por mí fuese cumplida la predicación, y que todos los gentiles oyesen. Así fui librado de la boca del león. (18) Y el Señor me librará de toda obra mala, y me preservará para su reino celestial. A él sea gloria por los siglos de los siglos. Amén. (19) Saluda a Prisca y a Aquila, y a la casa de Onesíforo. (20) Erasto se quedó en Corinto, y a Trófimo dejé en Mileto enfermo” (2 Timoteo 4:17-20).
Nótese que Pablo dejó “a Trófimo … en Mileto enfermo”; me pregunto ¿por qué no lo sanó haciendo uso de los dones de sanación impartidos por el Espíritu Santo mediante la imposición de manos? Es de suponer que Pablo rogaría al Señor que lo sanase, pero Dios no sanó a Trófimo.
Dios ha hecho multitud de sanaciones milagrosas en el pasado y sigue haciéndolas actualmente, pero no necesariamente tienen que ser espectaculares y por medio de la imposición de manos. Veamos el siguiente caso, que nos relata Pablo, en que Dios responde afirmativamente a una petición de sanación, pero no precisamente de forma instantánea y milagrosa.
Filipenses 2:25-27: Mas tuve por necesario enviaros a Epafrodito, mi hermano y colaborador y compañero de milicia, vuestro mensajero, y ministrador de mis necesidades; (26) porque él tenía gran deseo de veros a todos vosotros, y gravemente se angustió porque habíais oído que había enfermado. (27) Pues en verdad estuvo enfermo, a punto de morir; pero Dios tuvo misericordia de él, y no solamente de él, sino también de mí, para que yo no tuviese tristeza sobre tristeza.
Sencillamente, Dios responde a las oraciones de fe de los creyentes según Su voluntad e infinita sabiduría, a fin de que todos Sus planes respecto a la humanidad se cumplan, y se lleven a cabo tal y como Él los diseñó desde la eternidad. Pero Dios quiere, antes que la sanación del cuerpo, “que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad” (1 Timoteo 2:4).
Dios no se prodiga, hoy día, en sanaciones milagrosas instantáneas, porque su método para salvar a las personas es fundamentalmente Su Palabra. Veamos otro ejemplo en el que Pablo aconseja un remedio natural a Timoteo para que sea sanado; ¿por qué no usó la imposición de manos para sanarle milagrosamente, y, sin embargo, si la usó para consagrarle al ministerio (2ª Timoteo 1:6; 1ª Tim. 5:22)? ¿No será porque de ahí en adelante, lo que prevalecía eran los dones espirituales para predicar el Evangelio de la Gracia, y no tanto, los dones de sanación?
1ª Timoteo 5:23:«Ya no bebas agua, sino usa de un poco de vino por causa de tu estómago y de tus frecuentes enfermedades».
Con todo ello no estoy diciendo que Dios haya dejado de hacer milagros desde cerca del año 65 d.C. hasta el día de hoy; sino que Dios se reserva el actuar milagrosamente cuando Él lo considera necesario, pero no como un método de extender la predicación, y, desde luego, no necesariamente con imposición de las manos sino por medio de la oración de fe, como nos aconseja, el apóstol Santiago:
Santiago 5:13-18: “13 ¿Está alguno entre vosotros afligido? Haga oración. ¿Está alguno alegre? Cante alabanzas. 14 ¿Está alguno enfermo entre vosotros? Llame a los ancianos de la iglesia, y oren por él, ungiéndole con aceite en el nombre del Señor. 15 Y la oración de fe salvará al enfermo, y el Señor lo levantará; y si hubiere cometido pecados, le serán perdonados. 16 Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados. La oración eficaz del justo puede mucho. 17 Elías era hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras, y oró fervientemente para que no lloviese, y no llovió sobre la tierra por tres años y seis meses. 18 Y otra vez oró, y el cielo dio lluvia, y la tierra produjo su fruto.
El mismo Jesús nos aleccionó que el creer en Él y en Su Palabra no se produce por asistir a señales y prodigios milagrosos. Esto lo manifestó mediante el relato de la conocida parábola del Rico y lázaro (Lucas 16:19-31). Cuando el rico, que está supuestamente sufriendo los tormentos del infierno, le ruega a Abraham que envíe a lázaro –que estaba en el Paraíso– a que visitara a sus hermanos, para advertirles “a fin de que no vengan ellos también a este lugar”. (31) Mas Abraham le dijo: Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán aunque alguno se levantare de los muertos.” (Lucas 16:28,31). La moraleja es clara, si no creen la Palabra de Dios, tampoco servirá que un muerto resucite y se presente ante ellos. No por eso serán más creyentes y se salvarán.
Lucas 16:27-31: Entonces le dijo: Te ruego, pues, padre, que le envíes a la casa de mi padre, (28) porque tengo cinco hermanos, para que les testifique, a fin de que no vengan ellos también a este lugar de tormento. (29) Y Abraham le dijo: A Moisés y a los profetas tienen; óiganlos. (30) El entonces dijo: No, padre Abraham; pero si alguno fuere a ellos de entre los muertos, se arrepentirán. (31) Mas Abraham le dijo: Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán aunque alguno se levantare de los muertos.
3. La Palabra de Dios nos advierte para que no caigamos en el gran engaño de Satanás, y que probemos “los espíritus si son de Dios” (1 Juan 4:1).
Por otro lado, todos debemos saber y estar advertidos, que en este mundo hay un enemigo –“que se llama diablo y Satanás, el cual engaña al mundo entero; [y] fue arrojado a la Tierra” (Apocalipsis 12:9)– que trata de imitar todo lo que hace Dios, a fin de engañar a cuantos más pueda mejor. “También hace grandes señales, de tal manera que aun hace descender fuego del cielo a la tierra delante de los hombres. (14) Y engaña a los moradores de la tierra con las señales que se le ha permitido hacer en presencia de la bestia, mandando a los moradores de la tierra que le hagan imagen a la bestia que tiene la herida de espada, y vivió” (Apocalipsis 13:13,14).
La Palabra de Dios nos advierte para que no caigamos en el gran engaño de Satanás, y que probemos “los espíritus si son de Dios” (1 Juan 4:1). Y que en los postreros tiempos –los que estamos viviendo– habrá que discernir la veracidad de los movimientos espirituales y religiosos no por las señales y prodigios que hagan, sino solo a la luz las Sagradas Escrituras. Ellas nos previenen constantemente de que saldrán por doquier, “falsos apóstoles, obreros fraudulentos, que se disfrazan como apóstoles de Cristo. (14) Y no es maravilla, porque el mismo Satanás se disfraza como ángel de luz. (15) Así que, no es extraño si también sus ministros se disfrazan como ministros de justicia; cuyo fin será conforme a sus obras” (2 Corintios 11:13-15). Y que finalmente surgirá el “inicuo cuyo advenimiento es por obra de Satanás, con gran poder y señales y prodigios mentirosos, (10) y con todo engaño de iniquidad para los que se pierden, por cuanto no recibieron el amor de la verdad para ser salvos. (11) Por esto Dios les envía un poder engañoso, para que crean la mentira, (12) a fin de que sean condenados todos los que no creyeron a la verdad, sino que se complacieron en la injusticia” (2 Tesalonicenses 2:9-12). Veamos el contexto más amplio:
2 Tesalonicenses 2:7-12: Porque ya está en acción el misterio de la iniquidad; sólo que hay quien al presente lo detiene, hasta que él a su vez sea quitado de en medio. (8) Y entonces se manifestará aquel inicuo, a quien el Señor matará con el espíritu de su boca, y destruirá con el resplandor de su venida; (9) inicuo cuyo advenimiento es por obra de Satanás, con gran poder y señales y prodigios mentirosos, (10) y con todo engaño de iniquidad para los que se pierden, por cuanto no recibieron el amor de la verdad para ser salvos. (11) Por esto Dios les envía un poder engañoso, para que crean la mentira, (12) a fin de que sean condenados todos los que no creyeron a la verdad, sino que se complacieron en la injusticia.
Lo seres humanos olvidamos con frecuencia que Satanás, por medio de sus agentes que tiene en este mundo, ha sido y sigo siendo capaz de hacer señales y prodigios asombrosos. Solo recordemos como los magos egipcios fueron capaces de imitar las verdaderas acciones sobrenaturales y milagrosas, que iba haciendo Moisés cuando trataba de convencer al faraón para que dejara marchar al pueblo de Israel (Ver Éxodo 7:8-25)
Éxodo 7:8-25: Habló Jehová a Moisés y a Aarón, diciendo: (9) Si Faraón os respondiere diciendo: Mostrad milagro; dirás a Aarón: Toma tu vara, y échala delante de Faraón, para que se haga culebra. (10) Vinieron, pues, Moisés y Aarón a Faraón, e hicieron como Jehová lo había mandado. Y echó Aarón su vara delante de Faraón y de sus siervos, y se hizo culebra. (11) Entonces llamó también Faraón sabios y hechiceros, e hicieron también lo mismo los hechiceros de Egipto con sus encantamientos; (12) pues echó cada uno su vara, las cuales se volvieron culebras; mas la vara de Aarón devoró las varas de ellos. […] (19) Y Jehová dijo a Moisés: Di a Aarón: Toma tu vara, y extiende tu mano sobre las aguas de Egipto, sobre sus ríos, sobre sus arroyos y sobre sus estanques, y sobre todos sus depósitos de aguas, para que se conviertan en sangre, y haya sangre por toda la región de Egipto, así en los vasos de madera como en los de piedra. (20) Y Moisés y Aarón hicieron como Jehová lo mandó; y alzando la vara golpeó las aguas que había en el río, en presencia de Faraón y de sus siervos; y todas las aguas que había en el río se convirtieron en sangre. (21) Asimismo los peces que había en el río murieron; y el río se corrompió, tanto que los egipcios no podían beber de él. Y hubo sangre por toda la tierra de Egipto. (22) Y los hechiceros de Egipto hicieron lo mismo con sus encantamientos; y el corazón de Faraón se endureció, y no los escuchó; como Jehová lo había dicho. (23) Y Faraón se volvió y fue a su casa, y no dio atención tampoco a esto. (24) Y en todo Egipto hicieron pozos alrededor del río para beber, porque no podían beber de las aguas del río. (25) Y se cumplieron siete días después que Jehová hirió el río.
4. Distinción entre el don del Espíritu Santo y los poderes milagrosos otorgados por el Espíritu Santo.
A la primitiva iglesia cristiana que aparece en el Nuevo Testamento –a fin de que se consolidase, se propagase más rápidamente, y se confirmase su autenticidad, es decir, de que provenía de Dios– el Espíritu Santo dio dones o poderes milagrosos a los apóstoles y a algunos gentiles –como Cornelio y su casa. Estos dones, que destacan por su espectacularidad, son, fundamentalmente, el don de hablar en idiomas extranjeros no conocidos por los emisores, y el don de sanación instantánea y completa de cualquier tipo de enfermedad o discapacitación; lo que se asemeja a los milagros que hizo Jesús sanando a ciegos de nacimiento, cojos, paralíticos, leprosos, etc.
Sin embargo, la Sagrada Escritura evidencia que solo los apóstoles recibieron la prerrogativa de poder transmitir a otros creyentes, a través de la imposición de manos, los citados dones sobrenaturales del Espíritu Santo. Más adelante presentaré las pruebas o textos bíblicos en que me baso.
Debemos, pues, distinguir entre el don del Espíritu Santo –con el que todos los cristianos fieles son sellados (Efesios 1:13: “… fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa”), que consiste en el propio Espíritu Santo, como así también lo manifiesta el apóstol Pedro en Hechos 2:38: “…; y recibiréis el don del Espíritu Santo”; ver también verso 39)– y los poderes milagrosos que el Espíritu Santo dio según su voluntad (1ª Corintios 12:4-9, 11).
En realidad, la promesa del bautismo en el Espíritu Santo, cumplida en el día de Pentecostés, comprendía dos acciones distintas. La primera y fundamental fue que Cristo, una vez glorificado, envió sobre sus apóstoles al Espíritu Santo de la promesa del Padre, como ya vimos anteriormente. La segunda acción, que consistió en darles poder, dependía del Espíritu Santo, pues a él correspondía dar esos poderes milagrosos como el hablar en lenguas extranjeras, y el de sanar todo tipo de enfermedades. Veamos, en el siguiente texto, como la Palabra de Dios distingue entre el poder del Espíritu Santo y el don del Espíritu Santo mismo.
Hechos 1:8: “pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra. (9) Y habiendo dicho estas cosas, viéndolo ellos, fue alzado, y le recibió una nube que le ocultó de sus ojos.”
Es decir, la promesa de Jesús de enviarles el Espíritu Santo iba seguida de otra que consistía en que el Espíritu Santo les daría poder. Estos poderes milagrosos se hicieron evidentes, no sólo el día de Pentecostés en el que los apóstoles fueron capaces de comunicarse en el idioma, posiblemente, de judíos que procedían de otras naciones como las que cita Hechos 2:9: “Partos, medos, elamitas…”, sino que, poco después, en el capítulo 3 de Hechos de los apóstoles se nos narra la curación de un cojo de nacimiento (Hechos 3:7-9: “(9) Y todo el pueblo le vio andar y alabar a Dios.”).
Más adelante comprobamos que los poderes milagrosos dados por el Espíritu Santo a los apóstoles en el día de Pentecostés, eran transmitidos por los mismos apóstoles a otros fieles cristianos, mediante la imposición de sus manos sobre ellos. Un ejemplo de esto que afirmamos lo tenemos en Hechos 6:5,6. Pues, en la ocasión del nombramiento de siete diáconos, uno de ellos llamado Felipe, a quien, también, los apóstoles le impusieron sus manos, lo encontramos más tarde predicando el evangelio en Samaria (Hechos 8:5) y haciendo grandes milagros de sanación como describe Hechos 8:7: “Porque de muchos que tenían espíritus inmundos, salían éstos dando grandes voces; y muchos paralíticos y cojos eran sanados;”
Existen pruebas, en la Palabra de Dios, que nos indican que sólo los apóstoles del Señor Jesús fueron capaces de transmitir los poderes, que una vez recibieron en Pentecostés, a otros verdaderos cristianos. Felipe –que estuvo predicando el Evangelio en Samaria con grandes señales milagrosas y prodigios, y que incluso consiguió que Simón, el mago, creyese y se bautizase porque “viendo las señales y grandes milagros que se hacían, estaba atónito.” (Hechos 8:13)– no fue capaz de transmitir esos poderes milagrosos a nadie de los que bautizó en Samaria.
Fue necesario que los apóstoles que estaban en Jerusalén enviaran a Samaria a Pedro y Juan (Hechos 8:14-19) para que los nuevos cristianos recibiesen no el don del Espíritu Santo, que ya seguramente habían recibido al ser bautizados en agua en el nombre de Jesús, sino el poder del Espíritu Santo. Leamos primeramente los textos citados para comprobar que la Palabra de Dios se refiere aquí, no al don del Espíritu Santo –que todo cristiano obtiene al ser bautizado como sello de salvación (véase Hechos 2:38, 39; Efesios 1:13)– sino, más bien, al poder del Espíritu Santo.
Hechos 8:14-19: “Cuando los apóstoles que estaban en Jerusalén oyeron que Samaria había recibido la palabra de Dios, enviaron allá a Pedro y a Juan; 15 los cuales, habiendo venido, oraron por ellos para que recibiesen el Espíritu Santo; 16 porque aún no había descendido sobre ninguno de ellos, sino que solamente habían sido bautizados en el nombre de Jesús. 17 Entonces les imponían las manos, y recibían el Espíritu Santo. 18 Cuando vio Simón que por la imposición de las manos de los apóstoles se daba el Espíritu Santo, les ofreció dinero, 19 diciendo: Dadme también a mí este poder, para que cualquiera a quien yo impusiere las manos reciba el Espíritu Santo.”
Ya hemos visto, en Hechos 2:38, 39 y Efesios 1:13, que los requisitos para recibir el Espíritu Santo son oír y creer las buenas nuevas de salvación, arrepentirse, confesar nuestra fe en Jesús (Hechos 8:37) y bautizarse en agua en su nombre. Por tanto, si lo nuevos cristianos de Samaria ya habían sido bautizados por Felipe, ya tenían el Espíritu Santo de la promesa como sello y garantía de salvación, lo único que les faltaba era el poder del Espíritu Santo, que solamente los apóstoles de Jesús, con la imposición de manos y la oración, estaban capacitados por Dios para transmitirlo. Este poder era el que demandaba también Simón: “Dadme también a mí este poder..” (Hechos 8:19). Es, por tanto, evidente en este contexto, que lo que se transmite por medio de los apóstoles a los cristianos de Samaria, es el poder del Espíritu Santo, de la misma manera que antes lo había obtenido Felipe (Hechos 6:5,6).
Vamos a ver a continuación algunos ejemplos más en los cuales también el poder del Espíritu Santo es dado a través de la Imposición de las manos de algún apóstol de Jesucristo:
En este caso se trataba de unos creyentes de Éfeso que sólo habían recibido el bautismo de Juan, y que en esa ocasión son bautizados en el nombre del Señor Jesús, “Y habiéndoles impuesto Pablo las manos, vino sobre ellos el Espíritu Santo; y hablaban en lenguas, y profetizaban.” (Hechos 19:6).
Estos son los dones o poderes que el Espíritu Santo concede como Él quiere, a veces, a través de los apóstoles, y en otras ocasiones de forma directa, pero siempre y únicamente sobre miembros de la iglesia primitiva del Nuevo Testamento (véase 1ª Corintios 12:8-11). A medida que la iglesia se fue extendiendo y consolidando, cuando ya quedó concluido el Nuevo Testamento, ya no fue tan necesaria esa obra prodigiosa del Espíritu Santo. Puesto que nadie más que los apóstoles podían comunicar el poder del Espíritu Santo, cuando murió el último apóstol terminó también esta posibilidad de transmitir estos poderes del Espíritu Santo a más cristianos.
Esto es evidente cuando el mismo Pablo ya no fue capaz de sanar a Timoteo de una simple dolencia estomacal (1ª Timoteo 5:23), ni curarse a sí mismo (2ª Corintios 12:7-9).
En el texto siguiente comprobamos que realmente los apóstoles tenían el poder del Espíritu Santo, mediante el cual sanaban o hablaban en lenguas cuando la situación lo requería.
Hechos 28:8: “Y aconteció que el padre de Publio estaba en cama, enfermo de fiebre y de disentería; y entró Pablo a verle, y después de haber orado, le impuso las manos, y le sanó.”
Este rito de la imposición de manos, usado por los apóstoles para transmitir un don, poder, carisma o gracia, también fue el gesto utilizado por Jesús para realizar sus curaciones (Marcos 6:5; Marcos 16:18; etc.) o simplemente expresar bendición (Mateo 19:13,15; Marcos 10:16). Además, pues, de ser el medio para traspasar algún don del Espíritu Santo a los primeros cristianos (Hechos 19:6), también se utiliza para consagrar a un creyente para una misión o función determinada (Hechos 13:3).
En 1ª Timoteo 4:14 y 2ª Timoteo 1:6 se habla de la imposición de manos sobre Timoteo de parte de Pablo para la concesión de algún don. Sin embargo, 1ª Timoteo 5:22 da a entender que la imposición de las manos, se había convertido en un acto habitual para, posiblemente, consagrar u ordenar ancianos, diáconos o pastores.
Hoy en día, en mi opinión, este acto de imponer las manos, que no tiene en sí ningún poder milagroso ni mágico, sirve para designar a una persona que ha sido elegida para desempeñar una función como las citadas antes, y mediante este rito o acto se pide en oración la bendición de Dios, y se confirma la consagración de esa persona, que desde ese momento es separada o apartada para esa misión en especial. Por supuesto, que las personas que imponen las manos, tienen que ser personas muy consagradas y entregadas a Dios, pues deben conocer bien a aquel, a quien van a realizar tal acto, y especialmente si reúne los requisitos de un siervo de Dios (1ª Timoteo 3:1-13; Tito 1:5-16).
Ahora podemos comprender mejor, lo que dice Hechos 8:17: “Entonces les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo.”. Este texto se refiere a la obra que fueron llamados a hacer Pedro y Juan en Samaria cuando estaban en Jerusalén (Hechos 8:14). Antes de ese momento, Felipe había estado predicando a Cristo en esta ciudad (verso 5) con grandes señales y milagros, pues, además de ser expulsados los espíritus inmundos de muchos de los samaritanos, “… muchos paralíticos y cojos eran sanados;” (verso 7). El verso 12 declara que fueron bautizados hombres y mujeres cuando creyeron el mensaje del evangelio: “pero cuando creyeron a Felipe, que anunciaba el evangelio del reino de Dios y el nombre de Jesucristo, se bautizaban hombres y mujeres.”.
Puesto que los samaritanos ya habían sido bautizados por Felipe y creído en Jesús, por tanto, cumplido todos los requerimientos para la obtención del Espíritu Santo como hemos visto, ¿Por qué fue necesario traer a Pedro y Juan para que les impusieran las manos para recibir, nuevamente el Espíritu Santo, algo que se supone ya debían tener?
Sabemos, por la Palabra revelada, y también por nuestra experiencia diaria que los cristianos siguientes a la época de la iglesia cristiana neotestamentaria, continuaron siendo bautizados en el nombre de Jesús, y no han necesitado la imposición de manos de apóstoles o de sucesores de los mismos para recibir el Espíritu Santo, o sea, el de la promesa cumplida en Hechos 2, que consiste en el sello de salvación (Efesios 1:13), y sin el cual no podemos ser de Cristo (Romanos 8:9). No se nos concede u otorga el Espíritu Santo para ser hijos de Dios, sino “… por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba Padre!” (Gálatas 4:6).
Otra cosa muy distinta es que, una vez consolidada la iglesia cristiana primitiva, y completado todo el canon de la Sagradas Escrituras, el Espíritu Santo siga derramando sobre los creyentes cristianos sus dones o poderes milagrosos, consistentes entre otros, en hablar en lenguas o hacer sanaciones milagrosas. Este poder fue concedido sólo a la iglesia del Nuevo Testamento con un propósito específico, que ya hemos señalado, y por unas circunstancias como las que vivió la iglesia de Cristo naciente, que todavía no tenía a su disposición toda la revelación de Dios, que ahora tenemos. No que haya disminuido el poder de Dios sino que, en este tiempo, Él ha considerado conveniente, que nuestra fe, no se fundamente en señales milagrosas visibles sino solamente en su Palabra revelada.
Concluimos, pues, en primer lugar, que el don del Espíritu Santo, como sello de salvación (Efesios 1:13; Romanos 8:9; Gálatas 4:6), se recibe cuando el creyente es nacido de nuevo, y, entonces, la celebración del rito del bautismo proclama y da testimonio a los demás de la obra interna que el Espíritu ha hecho en el creyente, cumpliendo de esta manera el mandamiento de Dios de bautizarse según Hechos 2:38.
En segundo lugar, entendemos que el derramamiento del Espíritu Santo sobre Cornelio y su casa narrado en Hechos 10:44, se refiere sólo a la concesión de un don visible, como el don de lenguas, con el propósito de eliminar los prejuicios que impedían, a “los fieles de la circuncisión”, o sea, los cristianos judíos, aceptar que Dios, no haciendo acepción de personas (34), daba los mismos poderes que el Espíritu Santo concedió a los apóstoles en el Bautismo del Espíritu que se produjo en el día de Pentecostés. Por eso, cuando Pedro informa a la iglesia de Jerusalén dice “… cayó el Espíritu Santo sobre ellos también, como sobre nosotros al principio. (16) Entonces me acordé de lo dicho por el Señor, cuando dijo: Juan ciertamente bautizó en agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo.” (Hechos 11:15,16).
No había diferencia alguna en cuanto recibieron el mismo Espíritu Santo e igual don de lenguas. Pedro se acordó, entonces, del bautismo en el Espíritu Santo prometido por Jesús y que se cumplió sobre los apóstoles en el día de Pentecostés. Como ya hemos visto, este evento fue único en la historia de la iglesia cristiana, e inauguraba, a partir de ese momento, la disponibilidad del Espíritu Santo para todo creyente. El episodio de Cornelio y su casa evidenció que los beneficios derivados de la venida del Espíritu Santo en Pentecostés estaban a disposición de cualquier creyente ya fuese de la circuncisión o gentil.
5. Jesús dijo: “sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán” (Marcos 16:18) ¿sigue esto siendo aplicable hoy en día?
El siguiente error de los pentecostales o carismáticos, que señalamos a continuación, consiste en que ellos consideran que la promesa que hizo Jesús a sus discípulos, recogida en el evangelio de San Marcos, capítulo 16 y versículo 17, es de aplicación también para nuestros días.
Marcos 16:15-18: (15) Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. 16 El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado. 17 Y estas señales seguirán a los que creen: En mi nombre echarán fuera demonios; hablarán nuevas lenguas; 18 tomarán en las manos serpientes, y si bebieren cosa mortífera, no les hará daño; sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán.
Los versículos 15 y 16 contienen la gran comisión que hizo Cristo a sus seguidores, encargándoles de la propagación del mensaje del evangelio a todas las naciones, para que “el que creyere y fuere bautizado, será salvo”. Está claro que este mandato de Jesús, que también recoge el evangelio de San Mateo en el capítulo 28 y versos 19 y 20, es imprescindible. Pues, de la divulgación, posterior aceptación del evangelio y bautismo de los creyentes, depende la salvación de las personas, y debemos cumplirlo hasta que Cristo vuelva por segunda vez para llevarse a su Iglesia al Cielo.
En cambio, los versículos 17 y 18 se refieren a las señales milagrosas que “seguirán a los que creen”, entre las que se citan, el hablar en nuevas lenguas, y otras consistentes en sanaciones instantáneas y sobrenaturales: “sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán”. Estos textos, sin embargo, no explican cómo se iban a obtener o a recibir esos poderes.
A lo largo de este estudio, hemos constatado que los poderes milagrosos que Cristo prometió en esta ocasión (Marcos 16:17,18) no los recibieron los cristianos por el mero hecho de creer y ser bautizados en agua. Primeramente Cristo dio poder a sus apóstoles en el día de Pentecostés (Hechos 1:8: “pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo…”). También comprobamos que ese poder milagroso impartido por el Espíritu Santo era transmitido, generalmente, por los apóstoles a otros creyentes, mediante la imposición de manos (Hechos 6:6; 8:17; 19:6, caso de Felipe, y de los efesios a los que Pablo impuso sus manos), excepto, alguna ocasión, como la descrita en Hechos 10 referente al centurión Cornelio y a su casa, en que los poderes fueron impartidos directamente por el Espíritu Santo.
El cumplimiento de la promesa que hizo Cristo en Marcos 16:17,18: “….hablarán nuevas lenguas…, sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán”, se hace evidente en esos textos citados de Hechos de los Apóstoles. Ahora comprendemos cómo se llevó a cabo, quién dio esos poderes, a quién se dieron esos poderes milagrosos en primer lugar, y quienes podían, a su vez, transmitirlos a otros creyentes. Pudimos comprobar que sólo a la iglesia cristiana naciente le fueron concedidos esos poderes milagrosos por las razones ya comentadas.
Debemos hacer notar que Felipe, que había recibido los citados poderes sobrenaturales por la imposición de las manos de los apóstoles (Hechos 6:6) y que los usó pródigamente en Samaria (Hechos 8:7), sin embargo, no fue capaz de transmitirlos, a su vez, a los creyentes que habían creído por su predicación de Cristo, sino que fue necesario que trajesen a Pedro y Juan para que, imponiendo sus manos los traspasaran a los bautizados de Samaria (Hechos 8:14).
Deducimos, por tanto, que muchos cristianos recibieron, por imposición de manos de los apóstoles, los citados poderes milagrosos de sanación, pero, de ninguna manera fueron capaces de transmitirlos, a su vez, a otros, como en el caso de Felipe. Por tanto, cuando murió el último apóstol, ya no se pudo transmitir a nadie más esos dones. Incluso, creemos que una vez consolidada y arraigada la iglesia neotestamentaria, y aun viviendo algunos de los apóstoles, el Espíritu Santo dejó de proporcionar los poderes descritos anteriormente (véase 1ª Timoteo 5:23; 2ª Corintios 12:7-9).
Los milagros de sanación realizados por Jesús, sus apóstoles y los primeros cristianos eran totalmente comprobables, evidentes, instantáneos y completos. Jamás ninguno de ellos fracasó. Sin embargo, las curaciones que tratan de impartir los pentecostales y carismáticos, no son nunca demostrables, ni evidentes. Tampoco son permanentes y completas, ni siquiera milagrosas. Las lenguas extrañas que hablan no suelen ser otra cosa que sonidos incoherentes sin sentido, que nadie entiende, ni los mismos que las hablan. Por tanto, no cumplen el propósito de la primitiva Iglesia que sí era para edificación, pues las lenguas nuevas existían y eran entendidas por aquellas personas a las que iban dirigidas.
Los cristianos no carismáticos reconocemos que el Espíritu Santo ya no imparte poderes milagrosos a los fieles creyentes en Cristo como lo hizo a la iglesia cristiana del primer siglo de nuestra era por las razones ya apuntadas. Sin embargo, Dios desea que confiemos en Él plenamente y que le pidamos ayuda, consuelo, sabiduría para hacer siempre su voluntad, y también, curación de nuestras enfermedades y de cualquier mal o situación que nos aflija. Ya no es mediante la acción de poderes milagrosos sino mediante la oración de fe. El apóstol Santiago nos aconseja lo que debemos hacer en todos los casos y especialmente cuando estemos enfermos y afligidos.
Santiago 5:13-18: “13 ¿Está alguno entre vosotros afligido? Haga oración. ¿Está alguno alegre? Cante alabanzas. 14 ¿Está alguno enfermo entre vosotros? Llame a los ancianos de la iglesia, y oren por él, ungiéndole con aceite en el nombre del Señor. 15 Y la oración de fe salvará al enfermo, y el Señor lo levantará; y si hubiere cometido pecados, le serán perdonados. 16 Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados. La oración eficaz del justo puede mucho. 17 Elías era hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras, y oró fervientemente para que no lloviese, y no llovió sobre la tierra por tres años y seis meses. 18 Y otra vez oró, y el cielo dio lluvia, y la tierra produjo su fruto.
El énfasis de estos textos están puestos sobre el poder de la oración de fe del hombre justo, y no habla en absoluto, del poder del Espíritu Santo, ni de los poderes o dones milagrosos impartidos por Él. No que ahora no tenga el mismo poder que tenía entonces sino que ahora no es su voluntad que su iglesia crezca mediante señales prodigiosas. Dios quiere, puesto que tenemos toda su Palabra revelada, que nos santifiquemos diariamente y que crezcamos, renovemos en Cristo Jesús mediante el estudio de su Palabra que es su voluntad para nosotros.
6. Conclusión
En el día de Pentecostés es derramado el Espíritu Santo, inaugurando, autentificando, y dando poder de Dios a la iglesia cristiana naciente. Esto es el bautismo en el Espíritu Santo, cumplimiento de la promesa del Padre y del mismo Jesús, donde se da comienzo a la época de la iglesia de Cristo, y a la dispensación del Espíritu Santo, el cual está disponible, desde ese momento, para todo el que crea en las buenas nuevas de salvación en Cristo, se arrepienta, confiese su fe en Jesús como Hijo de Dios y se bautice (Hechos 2:38, 39; Hechos 8:37; Efesios 1:13; Romanos 8:9). Este evento es único, porque al igual que Cristo murió una sola vez por los pecados de muchos (Hebreos 9:26-28;10:12), así en el día de Pentecostés, se produce el bautismo en el Espíritu Santo, del que, a partir de entonces, son beneficiarios todos los creyentes y está disponible para los que ejercen su fe en el Salvador, Jesucristo.
El error de muchos, entre ellos los Pentecostales y Carismáticos, es que no distinguen entre el don del Espíritu Santo y el poder o dones milagrosos que el Espíritu Santo dio según su voluntad a la primitiva iglesia a fin de que fuese reconocida como procedente de Dios, y se extendiese y se consolidase ampliamente por todo el mundo conocido en la época en que se desarrolla el Nuevo Testamento.
Ellos creen que ser lleno del Espíritu Santo es sinónimo de poder hablar en lenguas extrañas y de realizar curaciones milagrosas o sobrenaturales. Jesús prometió a los apóstoles, el Espíritu Santo y, además, poder (Hechos 1:8: “pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo…”). También promete que daría poder, no sólo a los apóstoles sino también “a los que creen” a causa de la predicación de aquellos (Marcos 16:17, 18: “Y estas señales seguirán a los que creen: En mi nombre echarán fuera demonios; hablarán nuevas lenguas; (18) tomarán en las manos serpientes, y se bebieren cosa mortífera, no les hará daño; sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán.”). Todo esto pudimos comprobar que se cumplió ampliamente con los milagros realizados por algunos cristianos de la iglesia neotestamentaria y que se describen en el libro de Hechos de los Apóstoles, como ya hemos comprobado (Véase, por ejemplo Hechos 8: 5-22; 19:1-6).
También constatamos que, los poderes milagrosos, dados por el Espíritu Santo a los apóstoles, salvo alguna excepción como la de Cornelio y su casa en que el poder les vino por acción directa del mismo Espíritu Santo, fueron traspasados a otros creyentes, sólo por medio de la imposición de manos de los apóstoles (Hechos 6:5,6; 8:5, 7, 14, 17; 19:6; etc.). Vimos que Felipe (Hechos 8:7) tenía el mismo poder de sanar milagrosamente (“muchos paralíticos y cojos eran sanados”) que los apóstoles, porque ese poder lo había recibido de ellos, y por tanto, no pudo transmitirlo a nadie más, como demuestra que tuvieron que llamar a Pedro y Juan (8:14) para que impusieran sus manos sobre los creyentes bautizados de Samaria (Hechos 8:17).
Con la vida, muerte y resurrección de Cristo, y el bautismo del Espíritu Santo realizado en Pentecostés se hizo posible que todo creyente pueda recibir el don del Espíritu Santo como así mismo afirma Pablo en Efesios 1:13: “En él [Cristo] también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa.” (Léase también Hechos 2:38,39; Romanos 8:9).
Los cristianos, pues, no recibimos los poderes del Espíritu Santo sino el Espíritu Santo mismo como “…las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posición adquirida, para alabanza de su gloria.” (Efesios 13:14). Pablo nos reitera en Efesios 4:20: “Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención.”
El bautismo en el Espíritu Santo es la promesa del Padre y de Jesucristo que fue ya cumplida en el día de Pentecostés, y de la cual nos beneficiamos todos los creyentes, pues, desde ese momento, el Espíritu Santo está disponible para todos los que aceptan a Jesús como su Salvador personal. Así lo afirmó San Pedro en Hechos 2: 38,39: “38 Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo. 39 Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare.”
Nótese que la promesa es el don del Espíritu Santo, no el poder del Espíritu Santo, y que no se trata de que se produjeran nuevos bautismos en el Espíritu Santo. Una vez cumplida la promesa del Padre (Joel 2:28; Lucas 24:49; Hechos 1:4,5), en el día de Pentecostés, sólo queda el bautismo en agua que mandó Jesús, en Mateo 28:19 y Marcos 16:16, que recibiesen todos los que creyeran en Él (Mateo 28:19: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándoles en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”; Marcos 16:16: “El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado.”). El cual fue confirmado por Pedro en Hechos 2:38 y 1ª Pedro 3:21.
El apóstol San Pablo confirma en Efesios 4:5 que hay un solo bautismo “un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y en todos”. ¿Está diciendo San Pablo aquí que, acaso, existen, a la vez, un bautismo en agua y un bautismo en el Espíritu Santo? La Palabra de Dios se refiere claramente a un solo bautismo, el que se realiza cuando el creyente es sumergido en agua. El bautismo en el Espíritu Santo es una promesa cumplida. El Espíritu Santo vino en Pentecostés y desde entonces puede morar en el corazón o espíritu de cada creyente por la fe en Cristo.
¿Qué tipo de bautismo recibió el etíope, por Felipe, cuando volvía de Jerusalén a Gaza, sentado en su carro? (Véase Hechos 8:26-39).
¿Fue, quizá, el bautismo en el Espíritu Santo o el bautismo por inmersión en agua?
Veamos que dice la Palabra de Dios: “Y yendo por el camino, llegaron a cierta agua, y dijo el eunuco: aquí hay agua; ¿qué impide que yo sea bautizado? (37) Felipe dijo: Si crees de todo corazón, bien puedes. Y respondiendo, dijo: Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios. (38) Y mandó parar el carro; y descendieron ambos al agua, Felipe y el eunuco, y le bautizó. (39) Cuando subieron del agua, el Espíritu del Señor arrebató a Felipe; y el eunuco no le vio más, y siguió gozoso su camino.” (Hechos 8:36-39). Por tanto, nuestra entrada al cuerpo de Cristo, que es su iglesia, se realiza mediante el bautismo por inmersión en agua (1ª Corintios 12: 13: “Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu.”).
Observemos que el bautismo en agua es un mandamiento que corresponde obedecer a todos los creyentes que estamos en la Nueva Alianza. Es una prueba de nuestra fe en la obra expiatoria y redentora de Jesús en la cruz. Es una obra de fe, que demuestra nuestra fe, que requiere obediencia, tomar una decisión y realizar una acción. Somos justificados sólo por gracia sin las obras de la ley (Romanos 3:28; 5:1; Tito 3:5; Efesios 2:8, 9; etc.). La fe se perfecciona por las obras (Santiago 2:22). De nada sirve decir que uno tiene fe, si no demuestra que obra conforme a la voluntad de Dios. (Santiago 2:24). Bautizarse en agua es una obra que demuestra que creemos en la Palabra del Señor.
Sin embargo, el bautismo en el Espíritu Santo no es un mandamiento, sino una promesa del Padre y de Jesús, que se cumplió en Pentecostés, y desde entonces, los creyentes por fe, participamos de sus beneficios. Los cuales consisten en que el Espíritu Santo mismo habita en nosotros, pero no tiene nada que ver con recibir poderes milagrosos de hablar en lenguas y de sanación de enfermedades. Tampoco consiste en ser llenos del Espíritu Santo, puesto que esto, también ocurrió antes de Pentecostés, como vimos sucedió a Juan el Bautista, y a sus padres (Lucas 1:15, 41, 67). No obstante, la forma en que éstos fueron llenos del Espíritu Santo es distinta a la manera como será realizada, después de Pentecostés, así como lo presenta Pablo en Efesios 5:18. Juan el Bautista fue lleno del Espíritu Santo “…aun desde el vientre de su madre” (Lucas 1:15), porque Dios decidió que así fuese, pues no intervino la voluntad de aquel. Sus padres también fueron llenos del Espíritu Santo para recibir revelaciones de Dios que eran necesarias en esos momentos.
Muchos confunden el bautismo en el Espíritu Santo con el ser llenos del Espíritu Santo. Los creyentes recibimos, como ya hemos comprobado, el don del Espíritu Santo, cuando nos convertimos a la fe cristiana, siendo entonces “sellados con el Espíritu Santo de la promesa” (Efesios 1:13; 4:30). Otra cosa distinta es ser llenos del Espíritu Santo que es algo que depende de nuestra entrega a Dios y del grado de santificación que hayan alcanzado nuestras vidas, y, además, es una experiencia que se puede obtener repetitivamente a lo largo de la vida de cada creyente.
San Pablo nos exhorta a que seamos llenos del Espíritu Santo (Efesios 5:18: “No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu Santo.”. Es nuestro deber, por tanto, perseverar en los medios de gracia que Dios nos ha dado para ser cada día más llenos del Espíritu Santo. Fundamentalmente, consisten en leer, estudiar y meditar diariamente la Biblia, orar sin cesar a Dios (1ª Tesalonicenses 5:17), manteniendo una comunión constante con Él, obedecer y practicar lo que las Sagradas Escrituras nos mandan, de acuerdo a la voluntad de Dios, y reunirse con otros fieles cristianos para aprender más de Dios y de su Palabra, y para crecer en amor y en comunión con los hermanos en la fe.
La bendición de ser llenos del Espíritu Santo nos es dada, cuando la pedimos a Dios en oración, y la necesitamos para dar testimonio de nuestra fe con poder para que otras personas reciban el mensaje de las buenas nuevas de salvación en Cristo Jesús. También para aprender más de su Palabra, de su voluntad y para ayudarnos a vencer nuestras debilidades físicas y espirituales.
También disponemos de ejemplos en la naciente iglesia, como es el caso, cuando los primeros creyentes en Jesús estando congregados pidieron en oración, confianza y valor para afrontar los peligros que les amenazaban por el odio que les tenían los dirigentes judíos de la época de Jesús (Hechos 4:31: “Cuando hubieron orado, el lugar en que estaban congregados tembló; y todos fueron llenos del Espíritu Santo, y hablaban con denuedo la palabra de Dios.” Léase, por favor, todo el capítulo 4.). Aquí queda claro, que los fieles congregados habían orado, y necesitaban ser especialmente llenos de Espíritu Santo para no amilanarse ante los judíos, y poder predicar con denuedo la Palabra de Dios.
Hechos 7 nos narra la tremenda experiencia de Esteban, el primer mártir de la iglesia de Cristo, el cual fue también lleno del Espíritu Santo para poder afrontar una terrible situación, en la que no sólo dio un poderoso testimonio de su fe en Jesús sino que llegó a entregar su vida, sufriendo el martirio en su carne. Dios le consoló, especialmente, en esos amargos momentos, proporcionándole, una visión celestial: “pero Esteban, lleno del Espíritu Santo, puestos los ojos en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús que estaba a la diestra de Dios, (56) y dijo: He aquí, veo los cielos abiertos, y al Hijo del Hombre que está a la diestra de Dios.” (Hechos 7:55, 56).
Tener el don del Espíritu Santo o ser lleno del Espíritu Santo no son experiencias que imprescindiblemente tengan que ir acompañadas de sentimientos extraños o exagerados, ni situaciones de pérdida de control de la conciencia. No equivale a caer en trance o cosa similar como experimentar un éxtasis, en el que el entendimiento no gobierne nuestra mente. Por supuesto, tampoco va asociado con señales milagrosas de hablar en lenguas u otras manifestaciones similares. Por el contrario, cuando uno es lleno del Espíritu Santo, su mente se vuelve más lúcida y su entendimiento de las cosas de Dios aumenta, sé es más sabio, y con más capacidad de afrontar conscientemente situaciones difíciles o quizá límite.
Todo cristiano verdadero, que tiene el don del Espíritu Santo, independientemente que sea más o menos lleno del Espíritu Santo, si es auténtico, deberá necesariamente, no hacer señales milagrosas, sino más bien, mostrar los frutos del Espíritu Santo: “22 Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, 23 mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley. 24 Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos.” (Gálatas 5:22-24).
Desde el día de Pentecostés, en que se cumplió la promesa del Padre y de Jesús del Bautismo en el Espíritu Santo, Él está disponible para “toda carne” (Hechos 2:17;38,39), y todo cristiano sincero recibe el don del Espíritu Santo, cuando se convierte y se bautiza en agua. Desde ese mismo instante el Espíritu Santo mora en nosotros, y nuestro cuerpo y ser entero es templo del Espíritu Santo (1ª Corintios 3:16,17; 6:19,20; 2ª Corintios 6:16-18).
1ª Corintios 3:16,17: “16 ¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? 17 Si alguno destruyere el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es.”
1ª Corintios 6:19,20: “19 ¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? 20 Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios.”
2ª Corintios 6:16-18: “16 ¿Y qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos? Porque vosotros sois el templo del Dios viviente, como Dios dijo: Habitaré y andaré entre ellos, Y seré su Dios, Y ellos serán mi pueblo. 17 Por lo cual, Salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, Y no toquéis lo inmundo; Y yo os recibiré, 18 Y seré para vosotros por Padre, Y vosotros me seréis hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso.”
Si todavía no he sabido explicarme lo suficientemente bien o deseas ampliar sobre esta temática, me permito recomendarte otros artículos publicados en www.amistadencristo, que inciden sobre este tema del Espíritu Santo, y que quizá puedan completar esta breve respuesta que he querido dar a tus amables comentarios:
¿Hablar en lenguas extrañas es señal de tener el Espiritu Santo?
¿Cuál es el significado de la imposición de manos en la Biblia?
¿Qué es la unción del Espíritu Santo?
¿Qué es el Bautismo del Espíritu Santo?
No obstante, quedo a tu disposición para lo que pueda servirte.
Afectuosamente en Cristo.
Carlos Aracil Orts
Referencias bibliográficas
*Las referencias bíblicas están tomadas de la versión Reina Valera de 1960 de la Biblia, salvo cuando se indique expresamente otra versión. Las negrillas y los subrayados realizados al texto bíblico son nuestros.
Abreviaturas frecuentemente empleadas:
AT = Antiguo Testamento
NT = Nuevo Testamento
AP = Antiguo Pacto
NP = Nuevo Pacto
Las abreviaturas de los libros de la Biblia corresponden con las empleadas en la versión de la Biblia de Reina-Valera, 1960 (RV, 1960)