El poder sanador del perdón

Versión 16-10-2016

Carlos Aracil Orts

1. Introducción

Estimada hermana, me alegro que me consulte y le agradezco que me haya escrito lo siguiente:

“Bendiciones!!!!! ¿Tiene algún artículo sobre el perdón?  Tengo una familia muy afectada que necesitan perdonarse. Recurro a usted como instrumento de Dios que ha sido de bendición a mí y a otras personas. Gracias”.

El tema que me propone es muy amplio y me parece que no lo he tratado de forma directa en www.amistadencristo.com, aunque sí he escrito y me he referido, en muchas ocasiones, a que Dios perdona nuestros pecados por la redención que hubo en el sacrificio en la cruz de Su Hijo Jesucristo, y que, además, supone que los creyentes sean declarados justos ante Dios (Ro. 3:24-25). Esta afirmación se puede comprobar en varios textos bíblicos, como, por ejemplo, los siguientes:

Romanos 3:24-25: siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, (25) a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados.

Romanos 5:1: Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo;

Efesios 1:6-7: para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado, (7) en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia…

Colosenses 1:14: en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados.

1 Juan 2:12: Os escribo a vosotros, hijitos, porque vuestros pecados os han sido perdonados por su nombre.

El perdón de Dios tiene el poder de dar la paz, sanar y salvar a los seres humanos que se acogen a él (Ro. 5:1), porque está asociado, y es inseparable, a la redención que Jesucristo efectuó con su muerte en la cruz, es decir, Él pagó con su sangre preciosa el precio del rescate por nuestros pecados (1ª Pedro 2:18-20).

1 Pedro 1:18-20: sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, (19) sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación, (20) ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros…

Su sangre, o sea, su vida fue el precio que Él tuvo que pagar para volver a comprar lo que como Creador ya le correspondía: “Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; (19) que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación. (20) Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios. (21) Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2 Corintios 5:17-21).

Como podemos deducir, la aceptación del sacrificio de Cristo conduce al perdón de todos nuestros pecados, y a ser hechos “justicia de Dios en Él”, es decir, a ser justificados ante Dios (Ro. 3:24), lo que significa santificados (Hebreos 10:14) y salvados, y haber “pasado de muerte a vida” (Juan 5:24).

Además, la aceptación del perdón de Dios es el fundamento para que nosotros seamos capaces de perdonar –“setenta veces siete” (Mt. 18:22; Lc. 17:3-4)– las ofensas de nuestros semejantes, y de perdonarnos a nosotros mismos.

Mateo 18:21-22: Entonces se le acercó Pedro y le dijo: Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete? (22) Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete.

Lucas 17:3-4: Mirad por vosotros mismos. Si tu hermano pecare contra ti, repréndele; y si se arrepintiere, perdónale. (4) Y si siete veces al día pecare contra ti, y siete veces al día volviere a ti, diciendo: Me arrepiento; perdónale.

Todo esto es lo que trataré de exponer con algo más de detalle a continuación.

2. Dios es el único que puede perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad.

Primero de todo, dado que la jerarquía de una Iglesia muy importante se ha atribuido el poder de perdonar pecados, debemos formular la siguiente pregunta, para a continuación analizar si dicha pretensión tuviese suficientes fundamentos bíblicos.

¿Dio autoridad Jesús a los apóstoles para que –en Su nombre– perdonasen los pecados de los creyentes mediante o previa confesión de los mismos a ellos?

La Iglesia católica cree que le fue concedida esta autoridad, y por eso exige a sus fieles que confiesen privadamente todos sus pecados a sus sacerdotes y demás dirigentes, como condición previa indispensable para que aquellos puedan ser absueltos o no de los mismos, dependiendo de si se estima que existe en el penitente un arrepentimiento sincero o no y que cumple ciertas condiciones. Pero, además, el perdón o la absolución de los pecados conlleva también la aplicación, por parte del sacerdote, de cierta penitencia al fiel pecador, y que éste deberá cumplir para que se pueda considerar liberado de sus pecados.

Sin embargo, la Palabra de Dios no manda aplicar penitencia alguna a los pecadores que se arrepienten, porque todos los pecados fueron expiados por la sangre de Cristo, puesto que solo Él es nuestro Sumo Sacerdote (Heb. 2:17; 4:14-16; 7:22-28;8:1-3;10:10-14; etc.), y, al mismo tiempo, “el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn. 1:29). Es decir, Él es, a la vez, la única ofrenda válida por nuestro pecado, el único mediador entre Dios y los hombres, y nuestro único Sacerdote. Ninguna penitencia, ni otra ofrenda es necesaria, porque “nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo… se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras” (Tito 2:13-14). Pero si seguimos leyendo en el capítulo siguiente de la Epístola de san Pablo a Tito, comprobaremos que somos salvos “no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia…” (Tito 3:4-7); leamos los hermosos textos completos:

Tito 3:4-7: Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres, (5) nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo, (6) el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador, (7) para que justificados por su gracia, viniésemos a ser herederos conforme a la esperanza de la vida eterna.

La citada Iglesia se arroga el poder para perdonar los pecados de sus fieles, fundamentándose, en primer lugar, en las palabras “atar y desatar” que dijo Jesús a san Pedro en el Evangelio de san Mateo (16:19), y, poco después, a todos los apóstoles (Mt. 18:18) (lo cual ha sido tratado en “A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos”); y en segundo lugar, en el texto registrado en Juan 20:23, que transcribimos a continuación, con un breve contexto:

Juan 20:21-23: Entonces Jesús les dijo otra vez: Paz a vosotros. Como me envió el Padre, así también yo os envío. (22) Y habiendo dicho esto, sopló, y les dijo: Recibid el Espíritu Santo. (23) A quienes remitiereis los pecados, les son remitidos; y a quienes se los retuviereis, les son retenidos.

Sin embargo, este texto no prueba en absoluto la validez bíblica de la llamada “confesión auricular” que exigen los sacerdotes católicos a sus fieles para poder absolverlos o no de sus pecados. Primeramente, este versículo de Juan 20:23 viene a ser una clarificación o concreción del “atar y desatar”, y, entre otras cosas, prueba que el apóstol Pedro no recibió de Jesucristo una autoridad distinta a la del resto de los apóstoles.

A partir de este texto todos los sacerdotes, y demás jerarquía católica, se han atribuido a sí mismos el poder de perdonar los pecados de sus fieles, aduciendo para ello que lo hacen en nombre de Cristo, y por la autoridad que ellos creen que Él les ha concedido. Algo similar y parecido a la frase de “atar y desatar” que ya se abordó en el estudio bíblico citado antes. En realidad el versículo 23 –“A quienes remitiereis los pecados, les son remitidos; y a quienes se los retuviereis, les son retenidos”– es, como hemos visto ya, una parte de la autoridad conferida a los apóstoles, y por extensión a todos los cristianos comprometidos con el Señor, pues está implícita en Mateo 16:19 y 18:18: “todo lo que atéis en la tierra, será atado en el cielo; y todo lo que desatéis en la tierra, será desatado en el cielo”.

En la medida que los discípulos cumplan con la misión encomendada por Jesús de predicar “en su nombre [el de Cristo] el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones” (Lucas 24:47), se consumará que “El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado” (Marcos 16:16; cf. Hch. 16:30-32). Los discípulos de Cristo –con la predicación de las Buenas Nuevas de Salvación, junto con la respuesta de aceptación o rechazo a las mismas por parte del pecador – estarán atando y desatando en la Tierra, lo que se traducirá en la misma obra en el Cielo, pero en este último Lugar es Jesús el que juzga las acciones y decisiones de todos los hombres, pues solo Él, como Dios, conoce hasta sus más íntimas intenciones y motivaciones, y tendrá en cuenta las circunstancias de cada uno.

Hechos 16:29-34: Él [el carcelero de Filipos] entonces, pidiendo luz, se precipitó adentro, y temblando, se postró a los pies de Pablo y de Silas; (30) y sacándolos, les dijo: Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo? (31) Ellos dijeron: Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa. (32) Y le hablaron la palabra del Señor a él y a todos los que estaban en su casa. (33) Y él, tomándolos en aquella misma hora de la noche, les lavó las heridas; y en seguida se bautizó él con todos los suyos. (34) Y llevándolos a su casa, les puso la mesa; y se regocijó con toda su casa de haber creído a Dios.

La pregunta tan importante que formuló el carcelero de Filipos –“¿qué debo hacer para ser salvo?”– fue respondida por el apóstol Pablo y Silas con esta premisa tan sencilla: “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa”. Por tanto, de la Palabra de Dios (Hch. 2:38,39; 16:30-31; Ro. 10:8-13; etc.) se deduce que, a los pecadores para ser salvados, no se les requiere o exige que hagan penitencias ni determinadas obras sino simplemente que se arrepientan de sus pecados, crean en el Señor Jesucristo y en su Palabra, se bauticen y hagan la confesión pública de su fe en el Señor (Ro. 10:8-13).

Hechos 2:38-39: Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo. (39) Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare.

Romanos 10:8-13: Mas ¿qué dice? Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón. Esta es la palabra de fe que predicamos: (9) que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. (10) Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación. (11) Pues la Escritura dice: Todo aquel que en él creyere, no será avergonzado. (12) Porque no hay diferencia entre judío y griego, pues el mismo que es Señor de todos, es rico para con todos los que le invocan; (13) porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.

Lo único que pueden hacer los discípulos de Jesús, o sea Su Iglesia es predicar “en su nombre [el de Cristo] el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones” (Lucas 24:47), y a aquellos pecadores que se arrepientan, acepten el Evangelio y se bauticen, la Iglesia los declara perdonados, y entran a formar parte del Cuerpo de Cristo (Hch. 2:38-39; cf. 13:38). Es decir, atados a Él, desatados de sus pecados; y esto que ha hecho la Iglesia en la Tierra, será también atado y desatado en el Cielo, o sea, confirmado por Dios que conoce las intenciones motivaciones del corazón de todas las personas.

Hechos 13:38: Sabed, pues, esto, varones hermanos: que por medio de él [Cristo] se os anuncia perdón de pecados…

Pero en este proceso ni la Sagrada Escritura ni Dios mismo mandan al pecador que confiese sus intimidades más o menos pecaminosas a ningún hombre por muy sacerdote que sea, sino solamente que confiese sus pecados privada y directamente a Dios, sin más mediador que Jesucristo (1 Tim. 2:5-6; cf. Hch. 4:11-12); la única condición es que haya verdadero arrepentimiento, creyendo que, por la fe en Él y en sus promesas, en ese acto ha sido perdonado y liberado de todos sus pecados (1 Jn. 1:8-9; 2:1). Así lo declara y confirma la Santa Biblia:

1 Juan 1:8-10: Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. (9) Si confesamos nuestros pecados, él [Cristo] es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad. (10) Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros.

1 Juan 2:1-2: Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo. (2) Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo.

Por tanto, los discípulos de Jesús no remiten o retienen los pecados de los creyentes recibiendo una confesión privada de ellos sino que eso lo consiguen solo predicando la Palabra de Dios –el Evangelio de Salvación–, cuando el pecador se arrepiente ante Dios, y confiesa públicamente su fe en Cristo (Ro. 10:8-13), queda perdonado y admitido en la Iglesia de Cristo, y en caso contrario, si rechaza la salvación y el perdón de pecados que se le ofrece mediante Cristo, es cuando le son retenidos sus pecados, es decir, no puede ser admitido en la Iglesia, y tampoco en el Reino de los Cielos, mientras persista en su rechazo al “camino verdad y vida” que es Cristo (Juan 14:6).

La misión de la Iglesia y de sus dirigentes, en general, la de todos sus miembros del Cuerpo de Cristo, no es, pues, escuchar en confesión pecados para poder perdonarlos; esto no es bíblico sino solo una mala interpretación de la Sagrada Escritura, un error garrafal. La Iglesia de Cristo, es decir, Sus discípulos, solo pueden “atar y desatar”, “remitir pecados o retener los mismos”, mediante la predicación del Evangelio (Mt. 28:19-20; Lc. 24:47; Ro. 10:15-17). Para eso Cristo los envió, no para confesar y perdonar los pecados, sino solo “para predicar o anunciar el perdón de pecados” (Hch. 13:38), que resulta de la conversión a Cristo del pecador. Comprobémoslo.

Mateo 28:17-20: Y cuando le vieron, le adoraron; pero algunos dudaban. (18) Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. (19) Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; (20) enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén.

Lucas 24:46-47: y les dijo: Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al tercer día; (47) y que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén.

Romanos 10:15-17: ¿Y cómo predicarán si no fueren enviados? Como está escrito: ¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de los que anuncian buenas nuevas! (16) Mas no todos obedecieron al evangelio; pues Isaías dice: Señor, ¿quién ha creído a nuestro anuncio? (17) Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios.

Esta es la función fundamental de la Iglesia de Cristo, predicar las Buenas Nuevas de Salvación para que mucha gente oiga “la Palabra de Dios”, y pueda creer, y así entrar en el Reino de los Cielos. Estas son las llaves que recibió el apóstol Pedro y todos los demás, y por extensión todos los cristianos comprometidos con el Señor. Los creyentes nunca tienen que confesar necesariamente sus pecados a los hombres para ser perdonados sino solo a Dios (1ª Juan 1:8-9: 2:1).

Otra cosa muy distinta es que si alguien ofende o hiere a otra persona se dirija a la persona afectada para pedirle perdón y reparar en lo posible el daño ocasionado; y si los pecados han sido públicos debería haber también una confesión pública ante toda la congregación para demostrar su arrepentimiento.

Las Sagradas Escrituras, en las que no puede existir contradicción alguna, también nos dan a entender que nadie puede perdonar pecados, sino solo Dios, que conoce el interior de las personas (Lucas 5:20-24).

Lucas 5:20-24: Al ver él [Cristo] la fe de ellos, le dijo: Hombre, tus pecados te son perdonados. (21) Entonces los escribas y los fariseos comenzaron a cavilar, diciendo: ¿Quién es éste que habla blasfemias? ¿Quién puede perdonar pecados sino sólo Dios? (22) Jesús entonces, conociendo los pensamientos de ellos, respondiendo les dijo: ¿Qué caviláis en vuestros corazones? (23) ¿Qué es más fácil, decir: Tus pecados te son perdonados, o decir: Levántate y anda? (24) Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados (dijo al paralítico): A ti te digo: Levántate, toma tu lecho, y vete a tu casa.

A continuación cito algunos textos más que nos hablan de que Dios es el único que puede perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad: ….si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana” (Isaías 1:18).

Éxodo 34:7: [Dios] que guarda misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado, y que de ningún modo tendrá por inocente al malvado; que visita la iniquidad de los padres sobre los hijos y sobre los hijos de los hijos, hasta la tercera y cuarta generación.

Salmos 86:5-6: Porque tú, Señor, eres bueno y perdonador, Y grande en misericordia para con todos los que te invocan. (6) Escucha, oh Jehová, mi oración, Y está atento a la voz de mis ruegos.

Salmos 103:3-4: Él es quien perdona todas tus iniquidades, El que sana todas tus dolencias; (4) El que rescata del hoyo tu vida, El que te corona de favores y misericordias;

Isaías 43:25: Yo, yo soy el que borro tus rebeliones por amor de mí mismo, y no me acordaré de tus pecados.

Jeremías 31:34: Y no enseñará más ninguno a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce a Jehová; porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande, dice Jehová; porque perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado.

Daniel 9:9: De Jehová nuestro Dios es el tener misericordia y el perdonar, aunque contra él nos hemos rebelado,

Miqueas 7:18: ¿Qué Dios como tú, que perdona la maldad, y olvida el pecado del remanente de su heredad? No retuvo para siempre su enojo, porque se deleita en misericordia.

Mateo 9:6: Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados (dice entonces al paralítico): Levántate, toma tu cama, y vete a tu casa.

Marcos 2:7: ¿Por qué habla éste así? Blasfemias dice. ¿Quién puede perdonar pecados, sino sólo Dios?

Jeremías 33:8: Y los limpiaré de toda su maldad con que pecaron contra mí; y perdonaré todos sus pecados con que contra mí pecaron, y con que contra mí se rebelaron.

3. Perdonar para ser perdonado

Dios pide que perdonemos a los que nos ofenden porque Él, siendo nosotros pecadores y sus enemigos (Ro. 5:10), nos perdonó en Cristo: “Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, (5) aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), (6) y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús, (7) para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús” (Efesios 2:4-7). Leamos también el contexto de estos hermosos pasajes:

Efesios 2:1-10: Y Él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados, (2) en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia, (3) entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás. (4) Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, (5) aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), (6) y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús, (7) para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. (8) Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; (9) no por obras, para que nadie se gloríe. (10) Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.

Por tanto, si no somos capaces de perdonar denotaría que no hemos entendido ni apreciado la Gracia y Misericordia que Dios nos ha dado a través del sacrificio de su Hijo Jesucristo: “Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida” (Romanos 5:10).

Es decir, debemos ser consecuentes y corresponder con agradecimiento al “gran amor con que [Dios] nos amó, (5) aun estando nosotros muertos en pecados” (Efesios 2:4-5). Ser agradecidos a Dios es, pues, no olvidar jamás “que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, (19) sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación, (20) ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros…”(1 Pedro 1:18-20).

La parábola de “Los dos deudores” (Mateo 18:23-35), que relató Jesús, incide en el lógico requerimiento de Dios de que perdonemos para ser perdonados. Leámosla a continuación, y, en mi opinión, no precisa comentario alguno por su sentido y claridad evidentes:

Mateo 18:23-35: Por lo cual el reino de los cielos es semejante a un rey que quiso hacer cuentas con sus siervos. (24) Y comenzando a hacer cuentas, le fue presentado uno que le debía diez mil talentos. (25) A éste, como no pudo pagar, ordenó su señor venderle, y a su mujer e hijos, y todo lo que tenía, para que se le pagase la deuda. (26) Entonces aquel siervo, postrado, le suplicaba, diciendo: Señor, ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo. (27) El señor de aquel siervo, movido a misericordia, le soltó y le perdonó la deuda. (28) Pero saliendo aquel siervo, halló a uno de sus consiervos, que le debía cien denarios; y asiendo de él, le ahogaba, diciendo: Págame lo que me debes. (29) Entonces su consiervo, postrándose a sus pies, le rogaba diciendo: Ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo. (30) Mas él no quiso, sino fue y le echó en la cárcel, hasta que pagase la deuda. (31) Viendo sus consiervos lo que pasaba, se entristecieron mucho, y fueron y refirieron a su señor todo lo que había pasado. (32) Entonces, llamándole su señor, le dijo: Siervo malvado, toda aquella deuda te perdoné, porque me rogaste. (33) ¿No debías tú también tener misericordia de tu consiervo, como yo tuve misericordia de ti? (34) Entonces su señor, enojado, le entregó a los verdugos, hasta que pagase todo lo que le debía. (35) Así también mi Padre celestial hará con vosotros si no perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas.

Ahora podemos comprender mejor que, aunque el perdón procede de Dios, el requisito previo para que Él nos perdone consiste en que también perdonemos las ofensas que nuestros semejantes hayan podido hacernos en algún momento de nuestra vida (Mateo 6:12; 11:25-26; Lucas 6:37).

Mateo 6:12: Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores.

Marcos 11:25-26: Y cuando estéis orando, perdonad, si tenéis algo contra alguno, para que también vuestro Padre que está en los cielos os perdone a vosotros vuestras ofensas. (26) Porque si vosotros no perdonáis, tampoco vuestro Padre que está en los cielos os perdonará vuestras ofensas.

Lucas 6:37: No juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados.

Por lo tanto, para que Dios nos perdone tenemos que haber perdonado antes a los demás, y también a nosotros mismos; porque si no tenemos misericordia con nosotros mismos y con nuestros semejantes, tampoco Él nos perdonará.

4. Requisitos para ser perdonados: arrepentimiento de los pecados cometidos y confesión a Dios.

Sin embargo, el perdón así como el amor proceden de Dios, y para que podamos recibirlos debemos creer en Jesucristo como nuestro Salvador y Redentor, y además arrepentirnos de nuestros pecados y confesarlos a Él, y pedir perdón a la persona o personas afectadas por nuestra ofensa (Mateo 18:21-22).

Proverbios 28:13: El que encubre sus pecados no prosperará; Mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia.

Lucas 13:3: Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente.

Hechos 2:38: Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo.

Hechos 3:19: Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio,

Hechos 26:15-18: Yo entonces dije: ¿Quién eres, Señor? Y el Señor dijo: Yo soy Jesús, a quien tú persigues. (16) Pero levántate, y ponte sobre tus pies; porque para esto he aparecido a ti, para ponerte por ministro y testigo de las cosas que has visto, y de aquellas en que me apareceré a ti, (17) librándote de tu pueblo, y de los gentiles, a quienes ahora te envío, (18) para que abras sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios; para que reciban, por la fe que es en mí, perdón de pecados y herencia entre los santificados.

2 Corintios 7:10: Porque la tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para salvación, de que no hay que arrepentirse; pero la tristeza del mundo produce muerte.

1 Juan 1:9: Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad.

Se necesita creer que la sangre derramada de Jesucristo nos redime y borra todo pecado.

Creer en el “YO SOY” (Juan 8:24) es creer que Jesucristo es Dios y que Él nos ha redimido o rescatado cuando se hizo carne y se entregó en la cruz por todos los creyentes, es decir, que Su sangre nos redime de todo pecado.

Mateo 26:28: porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados.

Juan 8:24: Por eso os dije que moriréis en vuestros pecados; porque si no creéis que yo soy, en vuestros pecados moriréis.

Hebreos 9:22: Y casi todo es purificado, según la ley, con sangre; y sin derramamiento de sangre no se hace remisión.

Hebreos 10:17: añade: Y nunca más me acordaré de sus pecados y transgresiones.

1 Juan 1:7: pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado.

La incredulidad es, pues, el mayor inconveniente, porque nos aleja de la condición indispensable del perdón que es el arrepentimiento de nuestros pecados y su confesión a Dios. Veámoslo:

Juan 8:24: Por eso os dije que moriréis en vuestros pecados; porque si no creéis que yo soy, en vuestros pecados moriréis.

5. Sin amor no hay perdón

El perdón está relacionado con el amor. Por eso el que no tiene amor en su corazón no puede perdonar. El amor es un mandamiento de nuestro Señor Jesús (Mateo 5:43-46; cf. Juan 13:34)

Mateo 5:43-46: Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. (44) Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; (45) para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos. (46) Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos?

Y también un fruto del Espíritu Santo que se produce cuando Él mora en cada cristiano (Gálatas 5:22); de ahí que Jesús dijera “…aquel a quien se le perdona poco, poco ama” (Lc. 7:47).

Lucas 7:47: Por lo cual te digo que sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho; mas aquel a quien se le perdona poco, poco ama.

Gálatas 5:22-23: Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, (23) mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley.

Dios es misericordioso y perdonador, y “muestra su amor para con nosotros, en que siendo pecadores. Cristo murió por nosotros” (Ro. 5:8); “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16).

6. Conclusión

Jesús mandó a sus discípulos “que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén” (Lucas 24:47). Y Él obtuvo el perdón de todos nuestros pecados mediante su sangre derramada, y con ello la reconciliación con Dios:

2 Corintios 5:17-21: De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas. (18) Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; (19) que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación. (20) Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios. (21) Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él.

Sin embargo, el perdón debe ir acompañado del amor, pues sin amor no hay perdón; y ese amor solo es posible en un corazón convertido a Cristo en el que opera la Gracia de Dios por medio de Su Santo Espíritu:

Colosenses 3:12-14: Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia; (13) soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros. (14) Y sobre todas estas cosas vestíos de amor, que es el vínculo perfecto.

Quedo a su disposición en lo que pueda servirle.

Afectuosamente en Cristo.

Carlos Aracil Orts

www.amistadencristo.com


Referencias bibliográficas

*Las referencias bíblicas están tomadas de la versión Reina Valera de 1960 de la Biblia, salvo cuando se indique expresamente otra versión. Las negrillas y los subrayados realizados al texto bíblico son nuestros.

Abreviaturas frecuentemente empleadas:

AT = Antiguo Testamento

NT = Nuevo Testamento

AP = Antiguo Pacto

NP = Nuevo Pacto

Las abreviaturas de los libros de la Biblia corresponden con las empleadas en la versión de la Biblia de Reina-Valera, 1960 (RV, 1960)

 

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