Dios dice: Convertíos, hijos de los hombres

Versión: 15-05-2023

Carlos Aracil Orts

1. Introducción*

Estoy absolutamente convencido de que los seres humanos no somos hijos de la evolución sino de Dios. Nuestros ancestros no fueron una pareja de simios o primates, la cual, a su vez, habría procedido de otros animales inferiores que habrían ido mutando, durante millones de años, a partir de una sustancia microscópica portadora de vida. Si los científicos, en el siglo XXI, aún no han podido descubrir en qué consiste la vida, ¿cómo es posible que sostengan que la misma ha surgido por el azar y la necesidad?

Siendo evidente que el origen de la más elemental partícula o molécula que contenga vida es un misterio insondable, ¿cómo podemos imaginar que la inmensa complejidad de la vida del ser humano haya podido surgir por evolución de lo más simple, sin la intervención de un Ser infinitamente inteligente y sabio?

Además, ¿qué dignidad tendrían los humanos si procedieran de los animales irracionales y qué responsabilidad se les podría exigir? Si los seres humanos proceden por evolución de los primates ¿por qué aquellos tienen una conciencia moral y un sentido religioso y estos no tienen estas características?

Si tienen razón los evolucionistas que creen que la vida surgió hace millones de años, sin la intervención de un Creador, solo mediante un proceso evolutivo, ¿por qué Dios habría venido a rescatar/redimir a una humanidad rebelde, supuestamente descendiente de los simios, si Él no hubiese sido el Creador de la misma?

Sin embargo, “cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley, para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos (Gálatas 4:4-5; cf. Mt. 1:20-23; Lc. 1:30-37; Jn. 1:1-5, 9-14).

Los seres humanos nos regimos por leyes morales, lo que no ocurre con las bestias que obedecen o siguen sus instintos, los cuales tampoco pudieron surgir espontáneamente por evolución.

Las Sagradas Escrituras cristianas registran que la perversión, depravación o impiedad de los seres humanos se deben, precisamente, primero, a no reconocer que Dios existe, y, segundo, a no obedecer la Ley de amor, que Él demanda que cumplamos:

“Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. (38) Este es el primero y grande mandamiento. (39) Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. (40) De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas.” (Mateo 22:37-40).

Las citadas Escrituras describen, con enorme claridad, las causas de la enorme crueldad que existe en este planeta Tierra:

Dice el necio en su corazón: No hay Dios. Se han corrompido, hacen obras abominables; No hay quien haga el bien. (2) Jehová miró desde los cielos sobre los hijos de los hombres, para ver si había algún entendido que buscara a Dios. (3) Todos se desviaron, a una se han corrompido; No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno.” (Sal. 14:1-3; cf. Sal. 53:1-3; Ro. 3:10-18).

La Biblia distingue entre “hijos de Dios” e “hijos de los hombres”

Comprobaremos más abajo que poco después de la caída en desobediencia de la primera pareja humana, creada directamente por Dios, la Biblia empieza a distinguir entre “hijos de Dios” e “hijos de los hombres”, como prueba el texto arriba citado del Salmo 14:2 y otros más, que cito a continuación, como por ejemplo:

Génesis 6:1-3: Aconteció que cuando comenzaron los hombres a multiplicarse sobre la faz de la tierra, y les nacieron hijas, (2) que viendo los hijos de Dios que las hijas de los hombres eran hermosas, tomaron para sí mujeres, escogiendo entre todas. (3) Y dijo Jehová: No contenderá mi espíritu con el hombre para siempre, porque ciertamente él es carne; mas serán sus días ciento veinte años. (4) Había gigantes en la tierra en aquellos días, y también después que se llegaron los hijos de Dios a las hijas de los hombres, y les engendraron hijos. Estos fueron los valientes que desde la antigüedad fueron varones de renombre.

Génesis 11:5: Y descendió Jehová para ver la ciudad y la torre que edificaban los hijos de los hombres.

Pronto la humanidad se dividió en creyentes –“hijos de Dios”– e incrédulos –“hijos de los hombres”–. Aunque la Escritura también llama a los ángeles “hijos de Dios” (véase Job 1:6-12; cf. 2:1-4), en el contexto de los versículos citados arriba del libro de Génesis, éstos se refieren a hombres que reconocían a Dios como Padre y Creador de ellos. Sin embargo, las hijas de los hombres provenían de familias que seguían en rebelión contra el Creador. Estas uniones entre creyentes e incrédulos o paganos se hacían contraviniendo la voluntad de Dios. La Biblia prohíbe estos casamientos (véase, p.ej., Éx. 34:15-16; cf. 2 Co. 6:14-17).

Debido a estas uniones “desiguales” rápidamente se extendió la maldad entre los hombres: “Y vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal. (6) Y se arrepintió Jehová de haber hecho hombre en la tierra, y le dolió en su corazón. (7) Y dijo Jehová: Raeré de sobre la faz de la tierra a los hombres que he creado, desde el hombre hasta la bestia, y hasta el reptil y las aves del cielo; pues me arrepiento de haberlos hecho. (8) Pero Noé halló gracia ante los ojos de Jehová.” (Gn. 6:5-8).

Finalmente, Dios decidió acabar con esta primera humanidad, mediante el Diluvio universal, salvando solo a Noé y su familia, ocho personas en total (2 P. 2:5).

Génesis 6:10-13: Y engendró Noé tres hijos: a Sem, a Cam y a Jafet. (11) Y se corrompió la tierra delante de Dios, y estaba la tierra llena de violencia. (12) Y miró Dios la tierra, y he aquí que estaba corrompida; porque toda carne había corrompido su camino sobre la tierra. (13) Dijo, pues, Dios a Noé: He decidido el fin de todo ser, porque la tierra está llena de violencia a causa de ellos; y he aquí que yo los destruiré con la tierra.

2 Pedro 2:4-9: Porque si Dios no perdonó a los ángeles que pecaron, sino que arrojándolos al infierno los entregó a prisiones de oscuridad, para ser reservados al juicio; (5) y si no perdonó al mundo antiguo, sino que guardó a Noé, pregonero de justicia, con otras siete personas, trayendo el diluvio sobre el mundo de los impíos; (6) y si condenó por destrucción a las ciudades de Sodoma y de Gomorra, reduciéndolas a ceniza y poniéndolas de ejemplo a los que habían de vivir impíamente, (7) y libró al justo Lot, abrumado por la nefanda conducta de los malvados (8) (porque este justo, que moraba entre ellos, afligía cada día su alma justa, viendo y oyendo los hechos inicuos de ellos), (9) sabe el Señor librar de tentación a los piadosos, y reservar a los injustos para ser castigados en el día del juicio.

El Evangelio de San Lucas nos dice que “el primer hombre Adán(1 Co. 15:45), fue “hijo de Dios” y antepasado de Jesucristo-Hombre (Lc. 3:38). Lo que significa que la humanidad procede de Dios por creación, al igual que todo cuanto existe (véase Gn. 1:26-28; 2:7; cf. Sal. 33:5-9; 102:25; Jn. 1:1-4; Hch. 17:24-29; Col. 1:16; Heb. 1:10; 11:3).

El hombre no es hijo de la evolución sino hijo de Dios, creado por Él a su imagen y semejanza

“Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra. (27) Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. (28) Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra” (Gn. 1:26-28).

“Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente.” (Gn. 2:7).

A continuación cito más pruebas bíblicas de que Dios –Padre, Hijo y Espíritu Santo– es el Creador de todo cuanto existe, y, por tanto, es una tremenda falacia sostener que la vida surgió por evolución.

Salmos 33:6-9: Por la palabra de Jehová fueron hechos los cielos, y todo el ejército de ellos por el aliento de su boca. (7) Él junta como montón las aguas del mar; Él pone en depósitos los abismos. (8) Tema a Jehová toda la tierra; Teman delante de él todos los habitantes del mundo. (9) Porque él dijo, y fue hecho; Él mandó, y existió.

Salmos 102:25 (cf. Heb. 1:10): Desde el principio tú fundaste la tierra, Y los cielos son obra de tus manos.

Juan 1:1-4, 14: En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. (2) Este era en el principio con Dios. (3) Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho. (4) En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. […] (14) Y aquel Verbo fue hecho carne [Jesucristo], y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad.

Hechos 17:24-31: El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay, siendo Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por manos humanas, (25) ni es honrado por manos de hombres, como si necesitase de algo; pues él [Dios] es quien da a todos vida y aliento y todas las cosas. (26) Y de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, para que habiten sobre toda la faz de la tierra; y les ha prefijado el orden de los tiempos, y los límites de su habitación; (27) para que busquen a Dios, si en alguna manera, palpando, puedan hallarle, aunque ciertamente no está lejos de cada uno de nosotros. (28) Porque en él [Dios] vivimos, y nos movemos, y somos; como algunos de vuestros propios poetas también han dicho: Porque linaje suyo somos. (29) Siendo, pues, linaje de Dios, no debemos pensar que la Divinidad sea semejante a oro, o plata, o piedra, escultura de arte y de imaginación de hombres. (30) Pero Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan; (31) por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos.

Colosenses 1:15-17: Él [Jesucristo] es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación. (16) Porque en él [Jesucristo] fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él [Jesucristo] y para él. (17) Y él [Jesucristo] es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él [Jesucristo] subsisten.

Como se ha hecho evidente en lo que antecede, Dios se nos ha revelado mediante “aquel Verbo [que] fue hecho carne” –Jesucristo– (Jn. 1:14), y por su Palabra escrita –la Santa Biblia–; pero, además, se nos dice que los que no creen en Dios “no tienen excusa” (véase Ro. 1:19-20), porque “Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos” (Sal. 19:1); el maravilloso universo creado por el Dios trino condena la incredulidad de ellos; por eso, “la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad; (19) porque lo que de Dios se conoce les es manifiesto, pues Dios se lo manifestó. (20) Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa. (21) Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido. (22) Profesando ser sabios, se hicieron necios….” (Ro. 1:18-22).

En el cuerpo de este estudio bíblico que sigue expondré el proceso mediante el cual Dios convierte a los hijos de los hombres en sus hijos.

Primero, Dios se revela a los seres humanos: 1) en el universo, 2) en su Palabra revelada, la Biblia, y 3) en su Hijo encarnado Jesucristo, quien, además, nos prometió: “…el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho.” (Juan 14:26).

Segundo, mediante la predicación de su Palabra, “el Evangelio de la gracia de Dios” (Hch. 20:24), el cual nos muestra que “de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.” (Juan 3:16); porque “la fe es por el oír, y el oír, por la Palabra de Dios” (Ro. 10:17). En otra ocasión, Jesús expresó, con otras palabras, el propósito de su encarnación y venida a la Tierra: “el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos.” (Mr. 10:45; cf. Mt. 20:28); y “entonces volviendo a tomar a los doce aparte, les comenzó a decir las cosas que le habían de acontecer (33) He aquí subimos a Jerusalén, y el Hijo del Hombre será entregado a los principales sacerdotes y a los escribas, y le condenarán a muerte, y le entregarán a los gentiles; (34) y le escarnecerán, le azotarán, y escupirán en él, y le matarán; mas al tercer día resucitará.” (Mr. 10:32-34).

Cuando aprendemos y creemos que “Cristo murió por nuestros pecados” (1 Co. 15:3), y que “Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Ro. 5:8), entonces, el Espíritu Santo hace que nuestro duro corazón de piedra se conmueva, cumpliéndose así la promesa de Dios: “Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. (27) Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra.” (Ez. 36:26-27).

Tercero, también es necesario comprender y aceptar que “el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender,…” (1 Co. 2:14), porque, como declara San Pablo, “somos carnales, vendidos al pecado” (Ro. 7:14), y necesitamos ser regenerados o nacidos de nuevo (Jn. 3:3-6); y ello sucede solo por obra de Dios cuando reconocemos nuestra naturaleza pecaminosa y recibimos a Cristo como nuestro Salvador y Redentor: “Mas a todos los que le recibieron [a Cristo], a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; (13) los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios.” (Jn. 1:12-13).

El nuevo nacimiento se describe como pasar de muerte a vida espiritual, e implica convertirse de ser “hijos de desobediencia” a ser “hijos de Dios”

“[Dios] os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados, (2) en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia, (3) entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás. (4) Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, (5) aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), (6) y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús, (7) para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. (8) Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; (9) no por obras, para que nadie se gloríe. (10) Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.” (Efesios 2:1-10)

En muchas ocasiones, los cristianos no somos completamente conscientes del enorme privilegio y gran honor que implica haber sido “adoptados hijos [de Dios], por medio de Jesucristo” (Ef. 1:5), por el que recibimos “la adopción de hijos, y por cuanto [somos] hijos, Dios envió a [nuestros] corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre! Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero de Dios por medio de Cristo” (Gá. 4:5-7; cf. Ro. 8:14-19).

Romanos 8: 14-19: Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios. (15) Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! (16) El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. (17) Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados. (18) Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse. (19) Porque el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios.

Si tuviéramos siempre presente que no somos hijos de la evolución sino hijos de Dios, “templos de Dios” (1 Co. 3:16), –porque nuestro “cuerpo es templo del Espíritu Santo” (1 Co. 6:19), lo que significa que el Espíritu de Dios mora en [nosotros]” (1 Co. 3:16)–, estoy seguro que nos conduciríamos, obraríamos y reaccionaríamos de forma santa, coherentemente con el estatus que nos corresponde, como hijos del Rey del Universo. ¡No permitamos que nuestra incredulidad nos impida gozar de esa dignidad y de los beneficios de ser “herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo” (Ro. 8:17)!

2. Dios se revela en su Creación, las Escrituras y Dios Hijo

Dios se nos revela por su Creación, por las Escrituras y por su “unigénito Hijo” –Jesucristo Hombre–, que “le ha dado a conocer” (Jn. 1:18; cf. 14:9). Como muy bien expresan los excelentes teólogos John MacArthur y Richard Mayhue, “[…] La revelación implica que Dios (el Creador) comunica verdad sobre sí mismo a la humanidad. Según las Escrituras, esta revelación se nos presenta de dos formas: la revelación general (Sal. 19:1-6) y la revelación especial (Sal. 19:7-14)” (1) (John MacArthur y Richard Mayhue, Teología sistemática, p. 89)

La revelación general: el universo manifiesta el poder de Dios (Sal. 19:1-6)

“La revelación general es el testimonio que Dios da de sí mismo por medio de la creación de sus criaturas. David lo explica de este modo: “Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos” (Sal. 19:1). Cuando una persona levanta su mirada al firmamento, el propio universo da fe de que tiene un Creador, ¡y que es un Creador sorprendente! Literalmente, el término “gloria” habla del peso o la trascendencia de Dios, y esto es exactamente lo que nos revela esa mirada al firmamento de día o de noche. Para crear todo esto, el Hacedor del universo ha de ser verdaderamente extraordinario y poderoso. El testimonio que la creación da de su Creador es continuo. Como escribe David: ‘Un día emite palabra a otro día, y una noche a otra noche declara sabiduría’ (Sal. 19:2). Aunque se trata de un testimonio limitado —porque no es verbal—, el mismo, no obstante, es universalmente accesible a todos.” (2) (John MacArthur y Richard Mayhue, Teología sistemática, p. 89-90)

“Los cielos cuentan la gloria de Dios, Y el firmamento anuncia la obra de sus manos. (2) Un día emite palabra a otro día, Y una noche a otra noche declara sabiduría. (3) No hay lenguaje, ni palabras, Ni es oída su voz. (4) Por toda la tierra salió su voz, Y hasta el extremo del mundo sus palabras. En ellos puso tabernáculo para el sol; (5) Y éste, como esposo que sale de su tálamo, Se alegra cual gigante para correr el camino. (6) De un extremo de los cielos es su salida, Y su curso hasta el término de ellos; Y nada hay que se esconda de su calor.” (Salmos 19:1-6)

“[…] La creación no solo da fe del infinito poder y sabiduría de su Creador, sino que actúa también, juntamente con esta innata comprensión que Dios ha puesto dentro del hombre, para producir en él una conciencia de pecado y juicio. Salomón afirma que el hombre sabe que la vida es algo más que la existencia física. Como explica en Eclesiastés, Dios ha puesto una conciencia de eternidad en el corazón del hombre (Ec. 3:11). Todos comenzamos con una comprensión interna de que, aunque el ser humano es finito, su existencia es más que esta realidad temporal.

Aunque la revelación general transmite muchas cosas sobre el poder, sabiduría, bondad, justicia y majestad del Creador, se limita a lo que el hombre pecaminoso es capaz de observar. El fin de la revelación general es dejar a los humanos sin excusa por no reconocer la naturaleza de su Creador. Pero no dice nada sobre cómo puede, un ser humano caído conseguir acceso a su Creador o reconciliarse con Él para evitar el juicio. Esta es la razón por la que Dios considera necesario revelarse también mediante una revelación especial. Lo hizo para que los seres humanos caídos conozcan (1) la plenitud de Dios, y sepan (2) cómo pueden ser redimidos de su ira hacia los pecadores, y (3) vivir para complacerle.” (3) (Teología sistemática, John MacArthur y Richard Mayhue, p. 91)

La revelación especial (Sal. 19:7-14; cf. 119)

La ley de Jehová es perfecta, que convierte el alma; El testimonio de Jehová es fiel, que hace sabio al sencillo. (8) Los mandamientos de Jehová son rectos, que alegran el corazón; El precepto de Jehová es puro, que alumbra los ojos. (9) El temor de Jehová es limpio, que permanece para siempre; Los juicios de Jehová son verdad, todos justos. (10) Deseables son más que el oro, y más que mucho oro afinado; Y dulces más que miel, y que la que destila del panal. (11) Tu siervo es además amonestado con ellos; En guardarlos hay grande galardón. (12) ¿Quién podrá entender sus propios errores? Líbrame de los que me son ocultos. (13) Preserva también a tu siervo de las soberbias; Que no se enseñoreen de mí; Entonces seré íntegro, y estaré limpio de gran rebelión. (14) Sean gratos los dichos de mi boca y la meditación de mi corazón delante de ti, Oh Jehová, roca mía, y redentor mío.” (Salmos 19:7-14).

Aquí es necesario hacer un inciso, porque muchos seguidores de la Biblia, entre ellos los adventistas del séptimo día, se apoyan en estos textos para sostener la vigencia para los cristianos de la Ley veterotestamentaria. Ellos incluso consideran, de forma muy restrictiva, que la Ley de Dios es únicamente el Decálogo registrado en Éxodo 20, cuando, realmente, como mínimo, la Ley se refiere a los cinco primeros libros de la Biblia conocidos como el Deuteronomio, y por extensión a toda la Biblia. Esto se puede demostrar comparando este Salmo 19 con el Salmo 119, que también se refiere a la Ley de Dios, y donde se hace más evidente el paralelismo que existe entre los textos que citan la Ley de Dios –Mandamientos/Estatutos– con los que se refieren a su Palabra. Los cristianos estamos constreñidos no solo por la Ley sino por toda la Palabra de Dios, que debe ser preceptiva para todos.

Debemos tener en cuenta que el propósito de la Ley de Dios –considerada de forma estricta– “es el conocimiento del pecado” (Ro. 3:20 úp), es decir, la ley no tiene poder alguno para purificarnos o vivificarnos, ni para vencer al pecado, sino solo para denunciar el pecado: “Pero la ley se introdujo para que el pecado abundase; mas cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia; (21) para que así como el pecado reinó para muerte, así también la gracia reine por la justicia para vida eterna mediante Jesucristo, Señor nuestro.” (Ro. 5:20-21). Por tanto, no es “la ley de Dios [la] que convierte el alma” (Sal.19:7 pp), sino que es su Palabra la que nos hace nacer de nuevo (Stg. 1:18,21; 1 P. 1:23-25), y nos convierte en hijos, por medio del Espíritu Santo (2 Co. 3:18).

Cito abajo, como ejemplo, los siguientes textos del Salmo 119; en ellos veremos que son intercambiables “ley de Dios, testimonios de Dios, juicios de Dios, dichos o palabras de Dios.

“Bienaventurados los perfectos de camino, los que andan en la ley de Jehová. (2) Bienaventurados los que guardan sus testimonios, Y con todo el corazón le buscan; (3) Pues no hacen iniquidad los que andan en sus caminos. (4) Tú encargaste que sean muy guardados tus mandamientos. (5) ¡Ojalá fuesen ordenados mis caminos para guardar tus estatutos! (6) Entonces no sería yo avergonzado, Cuando atendiese a todos tus mandamientos. (7) Te alabaré con rectitud de corazón Cuando aprendiere tus justos juicios. (8) Tus estatutos guardaré…” (Salmos 119:1-8).

¿Con qué limpiará el joven su camino? Con guardar tu palabra. (10) Con todo mi corazón te he buscado; No me dejes desviarme de tus mandamientos. (11) En mi corazón he guardado tus dichos, Para no pecar contra ti. (12) Bendito tú, oh Jehová; Enséñame tus estatutos. (13) Con mis labios he contado Todos los juicios de tu boca. (14) Me he gozado en el camino de tus testimonios Más que de toda riqueza. (15) En tus mandamientos meditaré; Consideraré tus caminos. (16) Me regocijaré en tus estatutos; No me olvidaré de tus palabras. (Sal. 119:9-16).

“Haz bien a tu siervo; que viva, y guarde tu palabra. (18) Abre mis ojos, y miraré Las maravillas de tu ley. (19) Forastero soy yo en la tierra; No encubras de mí tus mandamientos. (20) Quebrantada está mi alma de desear Tus juicios en todo tiempo. (21) Reprendiste a los soberbios, los malditos, Que se desvían de tus mandamientos.(22) Aparta de mí el oprobio y el menosprecio, porque tus testimonios he guardado. (23) Príncipes también se sentaron y hablaron contra mí; Mas tu siervo meditaba en tus estatutos, (24) Pues tus testimonios son mis delicias y mis consejeros.” (Sal. 119:17-24).

Abatida hasta el polvo está mi alma; Vivifícame según tu palabra. (26) Te he manifestado mis caminos, y me has respondido; Enséñame tus estatutos. (27) Hazme entender el camino de tus mandamientos, Para que medite en tus maravillas. (28) Se deshace mi alma de ansiedad; Susténtame según tu palabra. (29) Aparta de mí el camino de la mentira, Y en tu misericordia concédeme tu ley. (Sal. 119:25-29).

“Y daré por respuesta a mi avergonzador, que en tu palabra he confiado. (43) No quites de mi boca en ningún tiempo la palabra de verdad, Porque en tus juicios espero. (44) Guardaré tu ley siempre, para siempre y eternamente. (45) Y andaré en libertad, Porque busqué tus mandamientos. (46) Hablaré de tus testimonios delante de los reyes, Y no me avergonzaré…” (Sal. 119:42-46)

Acuérdate de la palabra dada a tu siervo, En la cual me has hecho esperar. (50) Ella es mi consuelo en mi aflicción, Porque tu dicho me ha vivificado. (51) Los soberbios se burlaron mucho de mí, mas no me he apartado de tu ley. (Sal. 119:49-51)

“Mi porción es Jehová; He dicho que guardaré tus palabras. (58) Tu presencia supliqué de todo corazón; Ten misericordia de mí según tu palabra. (59) Consideré mis caminos, y volví mis pies a tus testimonios. (60) Me apresuré y no me retardé En guardar tus mandamientos. (61) Compañías de impíos me han rodeado, Mas no me he olvidado de tu ley (Sal. 119:57-61).

Bien has hecho con tu siervo, Oh Jehová, conforme a tu palabra. (66) Enséñame buen sentido y sabiduría, Porque tus mandamientos he creído. (67) Antes que fuera yo humillado, descarriado andaba; Mas ahora guardo tu palabra. (Sal. 119:65-67).

“Tus manos me hicieron y me formaron; Hazme entender, y aprenderé tus mandamientos. (74) Los que te temen me verán, y se alegrarán, Porque en tu palabra he esperado. […]. (77) Vengan a mí tus misericordias, para que viva, Porque tu ley es mi delicia.” (Sal. 119:73-74,77)

Desfallece mi alma por tu salvación, Mas espero en tu palabra. (82) Desfallecieron mis ojos por tu palabra, Diciendo: ¿Cuándo me consolarás?… Pero no he olvidado tus estatutos.? …. (86) Todos tus mandamientos son verdad… Y guardaré los testimonios de tu boca. (Sal. 81-82,86).

“Para siempre, oh Jehová, Permanece tu palabra en los cielos. (90) De generación en generación es tu fidelidad; Tú afirmaste la tierra, y subsiste. (91) Por tu ordenación subsisten todas las cosas hasta hoy, Pues todas ellas te sirven. (92) Si tu ley no hubiese sido mi delicia, Ya en mi aflicción hubiera perecido. (93) Nunca jamás me olvidaré de tus mandamientos, Porque con ellos me has vivificado. (Sal. 119:89:93)

¡Oh, cuánto amo yo tu ley! Todo el día es ella mi meditación. (99)… Porque tus testimonios son mi meditación. (100)…Porque he guardado tus mandamientos; (101) De todo mal camino contuve mis pies, Para guardar tu palabra.. (103) ¡Cuán dulces son a mi paladar tus palabras! Más que la miel a mi boca. (Sal. 119:97,99-100,103)

“Lámpara es a mis pies tu palabra, Y lumbrera a mi camino. (106) Juré y ratifiqué Que guardaré tus justos juicios. (107) Afligido estoy en gran manera; Vivifícame, oh Jehová, conforme a tu palabra. (108) Te ruego, oh Jehová, que te sean agradables los sacrificios voluntarios de mi boca, Y me enseñes tus juicios. (109) Mi vida está de continuo en peligro, Mas no me he olvidado de tu ley. (110) Me pusieron lazo los impíos, Pero yo no me desvié de tus mandamientos. (111) Por heredad he tomado tus testimonios para siempre, Porque son el gozo de mi corazón.” (Sal. 119:105-111)

Aborrezco a los hombres hipócritas; Mas amo tu ley. (114) Mi escondedero y mi escudo eres tú; En tu palabra he esperado. (115) Apartaos de mí, malignos, Pues yo guardaré los mandamientos de mi Dios. (116) Susténtame conforme a tu palabra, y viviré; Y no quede yo avergonzado de mi esperanza.” (Sal. 119:113-116).

“Mira mi aflicción, y líbrame, Porque de tu ley no me he olvidado. (154) Defiende mi causa, y redímeme; Vivifícame con tu palabra. (155) Lejos está de los impíos la salvación, Porque no buscan tus estatutos. (156) Muchas son tus misericordias, oh Jehová; Vivifícame conforme a tus juicios. (157) Muchos son mis perseguidores y mis enemigos, Mas de tus testimonios no me he apartado. (158) Veía a los prevaricadores, y me disgustaba, Porque no guardaban tus palabras. (159) Mira, oh Jehová, que amo tus mandamientos; Vivifícame conforme a tu misericordia. (160) La suma de tu palabra es verdad, Y eterno es todo juicio de tu justicia.” (Sal. 119:153-160).

Príncipes me han perseguido sin causa, Pero mi corazón tuvo temor de tus palabras. (162) Me regocijo en tu palabra Como el que halla muchos despojos. (163) La mentira aborrezco y abomino; Tu ley amo. (164) Siete veces al día te alabo A causa de tus justos juicios. (165) Mucha paz tienen los que aman tu ley, Y no hay para ellos tropiezo. (166) Tu salvación he esperado, oh Jehová, Y tus mandamientos he puesto por obra. (167) Mi alma ha guardado tus testimonios, Y los he amado en gran manera. ((Sal. 119:161-167)

“Llegue mi clamor delante de ti, oh Jehová; Dame entendimiento conforme a tu palabra. (170) Llegue mi oración delante de ti; Líbrame conforme a tu dicho. (171) Mis labios rebosarán alabanza Cuando me enseñes tus estatutos. (172) Hablará mi lengua tus dichos, Porque todos tus mandamientos son justicia.” (Sal. 119:169-172).

Continúo con los comentarios sobre la revelación especial, extraídos del libro Teología sistemática de John MacArthur:

“Dios se sirve de la revelación especial cuando se revela a sí mismo directamente y en mayor detalle. Dios ha hecho esto por medio de (1) su intervención directa, (2) sueños y visiones, (3) la encarnación de Cristo y (4) las Escrituras. Dios se ha revelado, interviniendo directamente en varias ocasiones y formas a lo largo de la historia de la redención (He. 1:1). Habló directamente con Adán en el huerto de Edén (Gn. 2:16-17; 3:9, 11). Se dirigió a la nación de Israel de forma audible en el Sinaí (Dt. 5:4). Habló personalmente con Moisés y confirmó su testimonio por medio de poderosas señales y prodigios (Dt. 34:10-12). Dios hizo milagros en momentos claves de la historia de la redención para confirmar a sus testigos (Éx. 3–14), como cuando el Padre confirmó al Hijo en tres ocasiones (Mt. 3:17; 17:5; Jn. 12:28).” (4) (Teología sistemática, John MacArthur y Richard Mayhue, p. 92)

“Dios también se reveló directamente a través de sueños y visiones. Le dio a Isaías una visión del Hijo de Dios en toda su gloria preencarnada (Is. 6:1-4). Daniel tuvo múltiples experiencias proféticas, entre ellas una como directa respuesta a su oración por la nación de Israel (Dn. 9:20-21). El apóstol Juan vio una visión del Señor Jesucristo resucitado en toda su gloria cuando estaba en la isla de Patmos (Ap. 1:10-16). En todos estos casos, Dios se reveló a un profeta humano para darle una revelación especial.” (5) (Teología sistemática, John MacArthur y Richard Mayhue, p. 92)

“La decisiva manifestación de su revelación especial es la encarnación del Hijo. El Dios creador asumió las limitaciones propias de la humanidad y habitó entre sus criaturas (Jn. 1:1-5, 14). Aunque generalmente no se lo reconoció en su verdadera identidad (Jn 1:10-11), el Hijo reveló a los hombres la plenitud de la persona de Dios (Jn 14:9-10). A Jesús se lo describe como la “imagen del Dios invisible” (Col. 1:15) y “la expresión exacta de su naturaleza” (He. 1:3, LBLA). Jesús era una revelación perfecta de Dios a los hombres, la exacta representación de su identidad y carácter.” (6) (Teología sistemática, John MacArthur y Richard Mayhue, p. 92)

“La Biblia es también una autoritativa forma de revelación especial. Mientras que el Verbo encarnado es una exacta personificación del divino Creador, las Escrituras son una revelación especial de Dios a los hombres (He. 1:1), un inconmovible testimonio escrito del Creador para sus criaturas. Fue redactado a lo largo de un período de más de mil quinientos años y por cuarenta autores humanos. Pero el resultado no fueron meros textos humanos, sino las inspiradas palabras del propio Dios. David da fe de su superioridad sobre la revelación general (Sal. 19:7-11). Las Escrituras le revelan al hombre la mente, la justicia y los caminos divinos, y la forma en que puede agradar a Dios. Es superior a la revelación general porque es específica y verbal. Es una revelación escrita de Dios por medio de sus apóstoles y profetas (Dt. 8:3; Mt. 4:4) y es por tanto un testimonio permanente y establecido de un Dios inmutable (2 S. 22:31; Sal. 18:30; Pr. 30:5-6; Jer. 26:2).” (7) (Teología sistemática, John MacArthur y Richard Mayhue, ps. 92-93)

“Para entender completamente las diferencias cualitativas y funcionales entre la revelación general y la especial, solo hemos de considerar los siguientes tres contrastes entre ellas. En primer lugar, los agentes de la revelación general en la naturaleza perecerán (Is. 40:8; Mt. 24:35; Mr. 13:31; Lc. 21:33; 1 P. 1:24; 2 P. 3:10), pero la Palabra de la revelación especial no pasará, porque es eterna (Sal. 119:89; Is. 40:8; Mt. 24:35; Mr. 13:31; Lc. 21:33; 1 P. 1:25). En segundo lugar, la naturaleza como medio de la revelación general fue maldita y está sujeta a la corrupción (Gn. 3:1-24; Ro. 8:19-23). No es, por tanto, el mundo perfecto que Dios creó inicialmente (Gn. 1:31). No obstante, la Palabra de la revelación especial es inspirada por Dios y, por tanto, siempre perfecta y santa (Sal. 19:7-9; 119:140; 2 Ti. 3:16; Ro. 7:12). En tercer lugar, el ámbito de la revelación general en la naturaleza es sumamente limitado en comparación con la extensión multidimensional de la revelación especial en las Escrituras.” (8) (Teología sistemática, John MacArthur y Richard Mayhue, ps. 92-93)

2 Timoteo 3:15-17: y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús. (16) Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, (17) a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra.

3. Dios llama a la conversión a los hijos de los hombres mediante su Palabra.

Dios llama a la conversión a los hijos de los hombres mediante su Palabra: “Señor, tú nos has sido refugio de generación en generación. (2) Antes que naciesen los montes Y formases la tierra y el mundo, Desde el siglo y hasta el siglo, tú eres Dios. (3) Vuelves al hombre hasta ser quebrantado, Y dices: Convertíos, hijos de los hombres. (Salmos 90:1-17)

Ezequiel 18:30-32: Por tanto, yo os juzgaré a cada uno según sus caminos, oh casa de Israel, dice Jehová el Señor. Convertíos, y apartaos de todas vuestras transgresiones, y no os será la iniquidad causa de ruina. (31) Echad de vosotros todas vuestras transgresiones con que habéis pecado, y haceos un corazón nuevo y un espíritu nuevo. ¿Por qué moriréis, casa de Israel? (32) Porque no quiero la muerte del que muere, dice Jehová el Señor; convertíos, pues, y viviréis.

Como hemos comprobado en lo que antecede, la humanidad desde que se rebeló contra Dios en Adán, ha ido de mal en peor. Desde la caída en desobediencia de la primera pareja humana hasta que “vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra” (Gn. 6:5 pp), en unos veinte siglos, “se corrompió la tierra delante de Dios, y estaba la tierra llena de violencia. Y miró Dios la tierra, y he aquí que estaba corrompida; porque toda carne había corrompido su camino sobre la tierra. Dijo, pues, Dios a Noé: He decidido el fin de todo ser, porque la tierra está llena de violencia a causa de ellos; y he aquí que yo [Dios] los destruiré con la tierra.” (Gn. 6:11-13). Dios “no perdonó al mundo antiguo, [pero]…guardó a Noé, pregonero de justicia, con otras siete personas, trayendo el diluvio sobre el mundo de los impíos” (2 P. 2:5).

Desde el Diluvio hasta Cristo pasaron otros dos mil años, “Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley, para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos (Gálatas 4:4-5; cf. Mt. 1:20-23; Lc. 1:30-37; Jn. 1:1-5, 9-14). Desde que Cristo nació, vivió unos 33 años, murió, resucitó y ascendió al Cielo (Hch. 1:9-11), hasta la actualidad, en el siglo XXI, han transcurrido otros dos mil años. Hacia el año 26-27 d.C., Jesús empezaba su ministerio “predicando el Evangelio del Reino de Dios, diciendo: El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio.” (Mr. 1:14úp, 15); y Él mismo, poco después de su resurrección, comisionó a sus discípulos “que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén.” (Lc. 24:47).

Cuando vino Cristo a la Tierra predicaba el Evangelio del Reino de Dios, y dos condiciones para participar en su Reino: arrepentíos, y creed en el evangelio.” (Mr. 1:15 úp). Por tanto, todo el que quiera pertenecer al Reino de los Cielos, para ser salvo y recibir la vida eterna, debe empezar por arrepentirse de sus pecados y tener fe en el Evangelio – dos condiciones que deben necesariamente ir juntas–, que consiste en que “Cristo murió por nuestros pecados” (1 Co. 15:3), y que “Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Ro. 5:8); es decir, a Cristo se le debe recibir como Salvador y Redentor, cuando se acepta que “llevó Él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados”.(1 P. 2:24).

La Iglesia de Cristo no ha parado de predicar desde entonces, como hizo el apóstol Pedro, en el día de Pentecostés del año 30 d.C., Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo. (39) Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare” (Hch. 2:38-39). Igualmente, el apóstol Pablo, cuando predicaba a “algunos filósofos de los epicúreos y de los estoicos” (Hch. 17:18-19), en el Areópago de Atenas, hizo un discurso que aún sigue siendo de plena aplicación a las personas de hoy día: “Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan; por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón [Cristo] a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos.” (Hch. 17:30-31).

Por tanto, la vida cristiana empieza cuando somos receptivos al llamado de Dios mediante la predicación de su Palabra, porque “la fe es por el oír, y el oír, por la Palabra de Dios” (Ro. 10:17); pero tanto el arrepentimiento como la fe son dones de Dios (Hch. 11:18; cf. Ef. 2:7-8), que son recibidos por el pecador, cuando el Espíritu Santo le da el nuevo nacimiento (Jn. 3:3-5), que consiste en recibir la vida o resurrección espiritual (Ef. 2:1-10).

Efesios 2:1-10:[Dios] os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados, (2) en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia, (3) entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás. (4) Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, (5) aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), (6) y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús, (7) para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. (8) Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; (9) no por obras, para que nadie se gloríe. (10) Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.”

Cuando nos arrepentimos y creemos que “Cristo murió por nuestros pecados” (1 Co. 15:3), y que “Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Ro. 5:8), entonces, el Espíritu Santo hace que nuestro duro corazón de piedra se conmueva, cumpliéndose así la promesa de Dios: “Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. (27) Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra.” (Ez. 36:26-27).

4. El Plan de Dios de Redención de la humanidad

Dios –Padre, Hijo y Espíritu Santo– antes de la creación del universo y de sus criaturas, desde la eternidad, antes incluso de que Él crease el tiempo y el espacio, su Mente infinita conocía ya todo lo que sería el universo hasta en todos sus detalles más insignificantes, su materia, y sus seres vivientes, siendo capaz aun de determinar y controlar el orden de todos los acontecimientos futuros, sin coaccionar las voluntades de sus criaturas inteligentes y libres. Expongo a continuación lo que considero fundamental de sus decretos ordenados para su creación.

Primero, Dios creó seres libres e inteligentes –que sepamos, los ángeles y los humanos–, sabiendo que muchos de los primeros como los de los segundos se rebelarían contra Él, como así nos ha revelado la Biblia: una tercera parte de “los millones de millones” de ángeles – seres espirituales– que rodeaban su trono celestial (Ap. 5:11-12; cf. Ap. 12:4,7-9) se rebelaron, al ser liderados por el “querubín grande” (Ez. 28:13-19), nombrado “Lucero, hijo de la mañana” (Is. 14:12-14).

Segundo, Dios supo antes de crear a Lucero o Lucifer que se convertiría en Satanás, el diablo o adversario de Dios (Is. 14:12-14; cf. Ez. 28:13-19).

Isaías 14:12-14: ¡Cómo caíste del cielo, oh Lucero, hijo de la mañana! Cortado fuiste por tierra, tú que debilitabas a las naciones. (13) Tú que decías en tu corazón: Subiré al cielo; en lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono, y en el monte del testimonio me sentaré, a los lados del norte; (14) sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo.

Ezequiel 28:13-19: En Edén, en el huerto de Dios estuviste; de toda piedra preciosa era tu vestidura; de cornerina, topacio, jaspe, crisólito, berilo y ónice; de zafiro, carbunclo, esmeralda y oro; los primores de tus tamboriles y flautas estuvieron preparados para ti en el día de tu creación. (14) Tú, querubín grande, protector, yo te puse en el santo monte de Dios, allí estuviste; en medio de las piedras de fuego te paseabas. (15) Perfecto eras en todos tus caminos desde el día que fuiste creado, hasta que se halló en ti maldad. (16) A causa de la multitud de tus contrataciones fuiste lleno de iniquidad, y pecaste; por lo que yo te eché del monte de Dios, y te arrojé de entre las piedras del fuego, oh querubín protector. (17) Se enalteció tu corazón a causa de tu hermosura, corrompiste tu sabiduría a causa de tu esplendor; yo te arrojaré por tierra; delante de los reyes te pondré para que miren en ti. (18) Con la multitud de tus maldades y con la iniquidad de tus contrataciones profanaste tu santuario; yo, pues, saqué fuego de en medio de ti, el cual te consumió, y te puse en ceniza sobre la tierra a los ojos de todos los que te miran. (19) Todos los que te conocieron de entre los pueblos se maravillarán sobre ti; espanto serás, y para siempre dejarás de ser.

Tercero, que dicho personaje estaría en el huerto del Edén, tomaría forma de serpiente para engañar y hacer desobedecer a Eva (Gn. 3:1-7; cf. Ro. 5:12), el claro mandamiento que Dios le daría (Gn. 2:16,17).

Cuarto, nada de lo que ha ocurrido históricamente o que sucederá en el futuro podía o podrá, por tanto, en absoluto, sorprender o tomar desprevenido a Dios, ni concretamente, por supuesto, el primer acto de desobediencia que cometió la primera pareja humana, que fue el primer pecado, o pecado original, que trajo como consecuencia la muerte espiritual del ser humano, es decir, su separación de Dios, la degradación de la naturaleza humana, y, finalmente, su muerte física; lo que causó que, desde entonces, todos los descendientes de Adán serían concebidos en pecado, y nacerían como enemigos de Dios (Sal. 51: 5; Ro. 5:10,12; 1 Co. 15:21-23).

Quinto, el apóstol Pedro, en su primer discurso del día de Pentecostés del año 30 d.C., reveló que el Hijo de Dios fue “entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios” (Hch. 2:22-24; cf. 4:23-28; 13:48). Los creyentes, de la iglesia cristiana primitiva fruto de la predicación de Pedro y de la actuación del Espíritu Santo, testificaron que todos los acontecimientos finales que llevaron a Cristo a su muerte en la cruz, estaban perfectamente determinados por Dios para que ocurrieran tal y como sucedieron, y fueron cumplimiento de las profecías del Antiguo Testamento: “[…] ellos …alzaron unánimes la voz a Dios, y dijeron: Soberano Señor, tú eres el Dios que hiciste el cielo y la tierra, el mar y todo lo que en ellos hay; (cita Éx. 20:11 y Sal. 146:6) (25) que por boca de David tu siervo dijiste: ¿Por qué se amotinan las gentes, Y los pueblos piensan cosas vanas? (26) Se reunieron los reyes de la tierra, Y los príncipes se juntaron en uno contra el Señor, y contra su Cristo.(cita Sal. 2:1-2) (27) Porque verdaderamente se unieron en esta ciudad contra tu santo Hijo Jesús, a quien ungiste, Herodes y Poncio Pilato, con los gentiles y el pueblo de Israel, (28) para hacer cuanto tu mano y tu consejo habían antes determinado que sucediera.” (Hch. 4:24-28).

1 Corintios 2:6-8: Sin embargo, hablamos sabiduría entre los que han alcanzado madurez; y sabiduría, no de este siglo, ni de los príncipes de este siglo, que perecen. (7) Mas hablamos sabiduría de Dios en misterio, la sabiduría oculta, la cual Dios predestinó antes de los siglos para nuestra gloria, (8) la que ninguno de los príncipes de este siglo conoció; porque si la hubieran conocido, nunca habrían crucificado al Señor de gloria.

El Plan de Redención decretado por Dios –Padre, Hijo y Espíritu Santo– antes de la fundación del universo consistiría en la encarnación de Dios Hijo, su vida, muerte y resurrección; lo que sería la solución al problema del mal, del pecado y de la muerte, que se culminará con la segunda venida de Cristo en gloria, y el establecimiento definitivo del Reino de Dios en la Nueva Jerusalén. (1 Co. 15:23-26; cf. 2 P. 3:10-13; Ap. 21 y 22).

El apóstol Pedro nos confirma que el Plan de Redención se fundamentaría en que Dios Hijo, mediante su encarnación en el Hijo del Hombre (Gá 4:4), se entregaría para ser sacrificado y muerto en una cruz, “como un cordero sin mancha y sin contaminación, ya destinado desde antes de la fundación del mundo,…por amor de vosotros (1 P. 1:19-20). Leamos los textos completos, pero desde el versículo 17.

1 Pedro 1:17-20: si invocáis por Padre a aquel que sin acepción de personas juzga según la obra de cada uno, conducíos en temor todo el tiempo de vuestra peregrinación; (18) sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, (19) sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación, (20) ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros

Hechos 2:22-24: Varones israelitas, oíd estas palabras: Jesús nazareno, varón aprobado por Dios entre vosotros con las maravillas, prodigios y señales que Dios hizo entre vosotros por medio de él [Jesús], como vosotros mismos sabéis; (23) a éste [Jesús], entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios, prendisteis y matasteis por manos de inicuos, crucificándole; (24) al cual Dios levantó, sueltos los dolores de la muerte, por cuanto era imposible que fuese retenido por ella.

Sexto, el Dios trino no solo predestinó a Dios Hijo, desde antes de la fundación del universo, para que redimiera a la humanidad pecadora y rebelde, sino que en ese mismo decreto, Él incluyó a todos los seres humanos, de todas las épocas que había decidido salvar, por medio de Jesucristo; “Porque a los que [anticipadamente] conoció [‘elegidos según la presciencia de Dios Padre’ (1 P. 1:2; 1 Ti. 13-14)], también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. (30) Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó.” (Ro. 8:29-30).

2 Timoteo 1:7-12: Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio. (8) Por tanto, no te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor, ni de mí, preso suyo, sino participa de las aflicciones por el evangelio según el poder de Dios, (9) quien nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos, (10) pero que ahora ha sido manifestada por la aparición de nuestro Salvador Jesucristo, el cual quitó la muerte y sacó a luz la vida y la inmortalidad por el evangelio

1 Pedro 1:1-2: Pedro, apóstol de Jesucristo, a los expatriados de la dispersión en el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia, (2) elegidos según la presciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo: Gracia y paz os sean multiplicadas.

Notemos que Dios eligió o escogió a los que [anticipadamente] conoció, [antes de que nacieran o existieran en el tiempo y] también los predestinó [con un propósito u objetivo] “para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo” (Ro. 8:29); y, estos elegidos y predestinados, cuando nacieron físicamente, y les llegó su tiempo según voluntad de Dios, fueron llamados externamente, mediante el Evangelio e internamente mediante el Espíritu Santo; y, estos mismos, que conforman el grupo de los escogidos, fueron “justificados”, es decir, nacidos de nuevo o regenerados e imputados de la justicia de Dios que Cristo obtuvo para todos ellos (2 Co. 5:21; cf. Ro. 3:22-26), para finalmente, ser glorificados, en el Día de la Venida en gloria de nuestro Señor Jesucristo, y ser arrebatados al Cielo con Él (1 Ts. 4:13-18; cf. 1 Co. 15:51-58).

Los escogidos desde la eternidad serán “justificados”, es decir, 1) nacidos de nuevo o regenerados, y 2) imputados de la justicia de Dios que Cristo obtuvo para todos ellos (2 Co. 5:21; cf. Ro. 3:22-26).

[Dios Padre] “Al que no conoció pecado [Cristo], por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él [Cristo].” (2 Corintios 5:21). Esta es la llamada justificación que reciben los creyentes. Por una parte Dios le imputa a Cristo el pecado de cada creyente, como nuestro sustituto, quien recibe el castigo por nuestros pecados; y, por otra, imputa o atribuye al pecador la justicia que Cristo obtuvo con su vida perfecta y con su muerte expiatoria y vicaria. Este aspecto de la Redención efectuada por Cristo es fundamental para la salvación del creyente, y será necesario que vuelva a referirme a la misma más abajo.

Sin embargo, algo que nunca debemos olvidar es que Dios no escogió, –“antes de la fundación del mundo” (Ef. 1:4), o sea, desde la eternidad– a los que salvaría en el transcurso del tiempo por algún mérito u obra que Él previera que ellos harían, sino que Dios nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos (2 Ti. 1:9).

San Pablo, en el primer capítulo de su Epístola a los Efesios, deja muy claro que [Dios] “nos escogió en Cristo antes de la fundación del mundo para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, (5) en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad (Ef. 1:4-5).

Fijémonos que Dios elige y predestina a los que serán salvos, no porque éstos lo merecerían, puesto que todos serían pecadores y enemigos de Él (Ro. 3:9,23; cf. 5:6-11), sino que es por su gracia –“no por obras, para que nadie se gloríe–“ (Ef. 2:8-10), “según el puro afecto de su voluntad (Ef. 1:4-5). Comprobémoslo mejor leyendo algo más de su contexto:

Efesios 1: 3-14: Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, (4) según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, (5) en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad, (6) para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado, (7) en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados(B) según las riquezas de su gracia, (8) que hizo sobreabundar para con nosotros en toda sabiduría e inteligencia, (9) dándonos a conocer el misterio de su voluntad, según su beneplácito, el cual se había propuesto en sí mismo, (10) de reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra. (11) En él asimismo tuvimos herencia, habiendo sido predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad, (12) a fin de que seamos para alabanza de su gloria, nosotros los que primeramente esperábamos en Cristo. (13) En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, (14) que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria.

Séptimo, otro texto que prueba que el llamamiento que Dios hace en el tiempo mediante el Evangelio de su Gracia solo es eficaz sobre los que Él ha elegido y predestinado antes de la fundación del mundo. Por ejemplo, cuando los judíos rechazaron la Palabra de Dios predicada por Pablo y Bernabé, éstos les dijeron: “mas puesto que la desecháis, y no os juzgáis dignos de la vida eterna, he aquí, nos volvemos a los gentiles.” […] y “Los gentiles, oyendo esto, se regocijaban y glorificaban la palabra del Señor, y creyeron todos los que estaban ordenados para vida eterna. (Hch. 13:46,48-49).

Lo que confirma que solo creerán el Evangelio, y, por tanto, solo se salvarán los “que Dios […] haya escogido desde el principio para salvación, mediante la santificación por el Espíritu y la fe en la verdad” (2 Ts. 2:13-14). No obstante, nadie debe equivocarse creyendo que, porque ha sido elegido y predestinado para ser salvo, ya no importa lo que haga o deje de hacer y cómo se comporte, sino que deberá ejercer toda su voluntad, que ha sido liberada de la esclavitud del pecado (Jn. 8:34; cf. Ro. 6:17-18), para actuar, colaborar y perseverar coherentemente en el propósito para el que Dios nos ha escogido: “para que fuésemos santos y sin mancha delante de él” (Ef. 1:4), “para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo” (Ro. 8:29); y, todo esto no confiando en nosotros mismos, en nuestras propias fuerzas, sino mediante la santificación por el Espíritu y la fe en la verdad” (2 Ts. 2:14). Una vez justificado en Cristo, Dios solicita al creyente que ejerza su voluntad liberada de la esclavitud del pecado para avanzar en santificación (véase Ro. 12:1-2; cf. 2 Ts, 2:13-14).

Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. (2) No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.” (Ro. 12:1-2)

2 Tesalonicenses 2:13-14: Pero nosotros debemos dar siempre gracias a Dios respecto a vosotros, hermanos amados por el Señor, de que Dios os haya escogido desde el principio para salvación, mediante la santificación por el Espíritu y la fe en la verdad, (14) a lo cual os llamó mediante nuestro evangelio, para alcanzar la gloria de nuestro Señor Jesucristo.

El Plan de Redención de Dios es la solución para el problema del mal, el pecado, la muerte y para vencer al diablo.

Los siguientes dos pasajes de la Palabra de Dios muestran la causa de la entrada del mal en nuestro Planeta Tierra:

“Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron (Ro. 5:12

“Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados. (23) Pero cada uno en su debido orden: Cristo, las primicias; luego los que son de Cristo, en su venida. (1 Co. 15:22-23).

A fin de corroborar o confirmar lo que antecede de este epígrafe nº 4, cito, abajo, de los excelentes teólogos John MacArthur y Richard Mayhue, de su libro Teología sistemática:

“Tanto los ángeles como los seres humanos fueron creados con voluntad y con la capacidad de obedecer o pecar contra Dios. Satanás cometió el primer pecado en el cosmos al aspirar y desear elevarse por encima de Dios. Una tercera parte de los ángeles, ahora conocidos como demonios, escogieron seguirlo en su rebelión. El pecado de Satanás no trajo el pecado y la muerte al mundo, pero él tentaría al hombre para que pecara, y esto lo conduciría a la muerte.” (9) (Teología sistemática, John MacArthur y Richard Mayhue, p. 649)

“Dios le advirtió a Adán que si desobedecía y comía del árbol del conocimiento del bien y del mal, moriría. Dios no tentó a Adán ni le obligó a pecar en contra de su voluntad, sino que le brindó la opción de obedecer o desobedecer. En Génesis 3 apareció la serpiente tentadora, empoderada por el ya caído ángel Satanás. La serpiente tentó a Eva para que pecara, le sembró dudas sobre la Palabra de Dios y le argumentó que si comía del árbol prohibido sería como Dios. Eva, y más tarde Adán, comieron del árbol. Este acto desobediente de autonomía condujo al miedo, a la vergüenza, a evitar a Dios, y a culparse el uno al otro. El pecado introdujo la muerte y la maldición en el mundo.” (10) (Teología sistemática, John MacArthur y Richard Mayhue, ps. 649-650)

“Adán y Eva murieron espiritualmente, y sus cuerpos pasaron a estar sujetos a la decadencia y la muerte. También se introdujo el conflicto en la relación entre el hombre y la mujer, así como en todas las demás relaciones, tal como se ve cuando el primogénito de ellos asesinó a su segundo hijo. Además, la creación fue maldita, y la capacidad de cumplir su comisión de dominar la tierra se convirtió en un fracaso continuo. En lugar de gobernar una tierra sumisa y manejable, el hombre vio cómo el suelo luchaba para frustrarlo y consumirlo en su muerte. El pecado convierte al hombre en un fracaso, tanto en sus relaciones como en su capacidad de funcionar como gobernador de la tierra en nombre de Dios.” (11) (Teología sistemática, John MacArthur y Richard Mayhue, p. 650)

“Génesis 3:15 ofreció la primera promesa de esperanza para el hombre maldito. Dios predijo que una futura simiente de la mujer revertiría la maldición y derrotaría al poder satánico subyacente en la serpiente. El pecado desembocó en una lucha entre la simiente de la mujer y la de la serpiente, pero Satanás y sus seguidores serían derrotados un día por una persona que procedería de Eva. Ella pensó que su primer hijo, Caín, podría ser el hombre que liberaría a la raza humana (Gn. 4:1), pero Caín mismo era un asesino. El padre de Noé, Lamec, creía que su hijo podía ser el salvador prometido (Gn. 5:28-29). Sin embargo, aunque Dios usó a Noé en gran manera, era pecador y no fue apto para ser el libertador prometido de Génesis 3:15.” (12) (Teología sistemática, John MacArthur y Richard Mayhue, p. 650)

“La genealogía de muerte en Génesis 5 revelaba que, a excepción de Enoc, todos los descendientes de Adán murieron. En la época de Noé, la evaluación que Dios realizó del hombre fue que siempre era malvado (Gn. 6:5, 11-13). Dios juzgó a la humanidad pecadora por medio del diluvio global, y solo salvó a Noé, su familia y una pareja de cada animal (Gn. 7–8). Con el pacto noético, Dios prometió no destruir al hombre pecador, de forma que su reino y sus planes de salvación pudieran desarrollarse (Gn. 8:20–9:17). Después del diluvio, el hombre se rebeló contra Dios en la torre de Babel. Hombres pecadores se reunieron para hacerse un nombre para sí mismos, y permanecieron asentados en un lugar, en contra del mandato de Dios de cubrir la tierra (Gn. 11:1-9); pero Dios castigó a la raza humana y separó a los hombres lingüísticamente.” (13) (Teología sistemática, John MacArthur y Richard Mayhue, ps. 650-651)

“La secuencia de acontecimientos en Génesis 1–11 reveló que el pecado seguía siendo el problema principal de la humanidad. El diluvio global castigó al mundo de los pecadores, pero no pudo eliminar el pecado, porque moraba en el corazón de los hombres. La espera de un Libertador y Salvador del pecado proseguía. El plan para derrotar al pecado progresó cuando Dios escogió a Abraham y a la gran nación (Israel) que descendería de él. Juntos, fueron los medios escogidos por Dios para bendecir y salvar al mundo (Gn. 12:2-3; 22:18). Abraham fue un gran hombre, pero él también era pecador e incapaz de ser el salvador (Gn. 20:2). El pueblo de Israel se multiplicó en número y, tras el éxodo de Egipto, recibió el pacto mosaico y pasó a ser una nación. El acontecimiento de la Pascua, en el cual la sangre de un cordero protegió al pueblo de la muerte, representaba el sacrificio venidero del Libertador, el Señor Jesucristo (1 Co. 5:7).” (14) (Teología sistemática, John MacArthur y Richard Mayhue, p. 651)

Dios, por su presciencia, sabiduría y omnipotencia infinitas, decretó u ordenó, desde principio a fin, que sucedieran todas las cosas según su voluntad.

“Incluso los acontecimientos que parecen aleatorios están determinados por Dios, porque “la suerte se echa en el regazo; mas de Jehová es la decisión de ella” (Pr. 16:33). Ni siquiera los sucesos de la vida personal de los hombres escapan al decreto soberano de Dios, porque Él suple cada una de sus necesidades (Fil. 4:19; Stg. 1:17), determina la extensión de su vida (Job 14:5; Sal. 139:16), y hasta dirige sus pasos individuales (Pr. 16:9; Jer. 10:23). Tal vez la mayor declaración resumida de la exhaustividad del decreto de Dios se encuentra en la doxología de Pablo en Romanos 11:36: “Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas”. Sean fines, medios, contingencias, deseos, elecciones, y hasta las acciones buenas y malas de los hombres, nada escapa al gobierno providencial del decreto de Dios.

[…]

Sin embargo, aunque se dice con toda propiedad que Él ordena —y, por tanto, es la Causa Suprema de— todas las cosas, nunca es la causa imputable propiamente dicha del mal. Las Escrituras distinguen entre (1) la Causa Suprema de una acción y (2) las causas inmediatas y eficientes de una acción. Además, también tienen en cuenta el motivo para una mala acción. Aunque Dios ordena las malas elecciones de los agentes morales libres, no los coacciona, sino que ellos actúan conforme a su propia libertad de inclinación. Porque Dios no es nunca la causa eficiente del mal, y porque Él siempre ordena el mal por bien, no incurre en culpa alguna.

[…]

[…] “Pero el más claro ejemplo llega del registro apostólico del acontecimiento más funesto de la historia: el asesinato del Hijo de Dios. Si se puede absolver a Dios del delito de ordenar el mayor mal, entonces no puede haber objeción alguna a su justicia cuando ordena males menores.” (15) (Teología sistemática, John MacArthur y Richard Mayhue, ps. 671-672)

“Por ejemplo, Herodes, Poncio Pilato, los gentiles y el pueblo de Israel fueron justamente culpados por la crucifixión de Cristo (Hch. 4:27). De hecho, Pedro acusó públicamente a los hombres de Israel por su crimen (Hch. 2:23, 36). Sin embargo, Pedro también afirmó de manera explícita que semejante mal se cumplió por decreto de Dios, es decir, “por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios” (Hch. 2:23). En realidad, Herodes, Pilato, los judíos y los gentiles se habían unido contra Jesús “para hacer cuanto [la] mano [de Dios] y [su] consejo habían antes determinado que sucediera” (Hch. 4:27-28) (16) (Teología sistemática, John MacArthur y Richard Mayhue, p. 672)

“Se puede observar, primero, que Dios es la Causa Suprema de la crucifixión, ya que predestinó cada circunstancia que condujo a su suceso y, por tanto, lo hizo cierto. En segundo lugar, los judíos fueron la causa inmediata, porque incitaron a los romanos para que crucificaran a Cristo. En tercer lugar, Herodes, Pilato y otros hombres impíos fueron la causa eficiente, porque la crucifixión fue llevada a cabo por la autoridad romana. Los judíos fueron considerados responsables como causa inmediata; así lo afirmó Pedro: “[vosotros] prendisteis y matasteis [a Jesús] por manos de inicuos, crucificándole” (Hch. 2:23). Que fueran los romanos quienes en realidad clavaron a Jesús a una cruz no hizo que los judíos fueran menos culpables de ese crimen. Sin embargo, Dios, por cuya mano ocurrieron todas estas cosas en última instancia, no es la causa imputable de ningún mal, porque, aunque las intenciones de los perpetradores eran malvadas, el propósito de Dios era para bien.” (17) (Teología sistemática, John MacArthur y Richard Mayhue, p. 672)

¿De qué habían de ser redimidos los seres humanos?

Evidentemente, los creyentes somos redimidos del pecado personal, de la esclavitud al pecado y de la muerte, física y espiritual. Pero para ver cómo aplica Dios el Padre la obra de Redención efectuada por el Dios Hijo, nuestro Señor Jesucristo, es conveniente que tengamos claro lo que significa el sustantivo “redención” y, por derivación o asociación de conceptos, el verbo “redimir”.

Redención es un concepto cuya raíz etimológica se encuentra en redemptio, un vocablo de la lengua latina. Se trata de la acción y la consecuencia de redimir (salvar o rescatar a alguien, dar por terminado un castigo, liberar algo que estaba hipotecado o embargado). El término redención también puede hacer alusión al monto de dinero que se destinaba para liberar a un esclavo, algo común varios siglos atrás. (18) (https://definicion.de/redencion/)

Otra definición, esta vez proporcionada por Wikipedia

Redención (del prefijo re, ‘de nuevo’, y émere, ‘comprar’) literalmente significa ‘comprar de nuevo’. Se aplica al pago para obtener la libertad de un esclavo o cautivo, o bien, para volver a adquirir o recomprar algo que se había vendido, empeñado o hipotecado. En sentido figurado, la redención también es la liberación, mediante una acción, de un vejamen, dolor, penuria u otra adversidad. Se aplica particularmente a conceptos espirituales y religiosos, esenciales en el cristianismo. El redentor es quien redime. (19)

Jesús expresó claramente el propósito de su encarnación y venida a la Tierra: “el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos.” (Mr. 10:45; cf. Mt. 20:28). Él cumple a la perfección y con detalle la profecía mesiánica sobre el Siervo sufriente de Jehová/Yahvé que encontrarnos en el capítulo 53 del libro de Isaías que se escribió unos 740 años a.C.; y además, de describir a Cristo, los siguientes textos detallan perfectamente la obra redentora de Él: una obra expiatoria y sustitutoria con la que quita el pecado, cargándolo sobre sí mismo. Comprobémoslo, leyendo este magnifica profecía que cumple a la perfección Jesucristo.

“¿Quién ha creído a nuestro anuncio? ¿y sobre quién se ha manifestado el brazo de Jehová? (2) Subirá cual renuevo delante de él, y como raíz de tierra seca; no hay parecer en él, ni hermosura; le veremos, mas sin atractivo para que le deseemos. (3) Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos. (4) Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. (5) Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. (6) Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros. (7) Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca. (8) Por cárcel y por juicio fue quitado; y su generación, ¿quién la contará? Porque fue cortado de la tierra de los vivientes, y por la rebelión de mi pueblo fue herido. (9) Y se dispuso con los impíos su sepultura, mas con los ricos fue en su muerte; aunque nunca hizo maldad, ni hubo engaño en su boca. (10) Con todo eso, Jehová quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimiento. Cuando haya puesto su vida en expiación por el pecado, verá linaje, vivirá por largos días, y la voluntad de Jehová será en su mano prosperada. (11) Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho; por su conocimiento justificará mi siervo justo a muchos, y llevará las iniquidades de ellos. (12) Por tanto, yo le daré parte con los grandes, y con los fuertes repartirá despojos; por cuanto derramó su vida hasta la muerte, y fue contado con los pecadores, habiendo él llevado el pecado de muchos, y orado por los transgresores.” (Isaías 53:1-12)

“Su plan de redención comenzó en la eternidad pasada, cuando Dios Padre puso su amor elector en los pecadores que no lo merecían, y determinó rescatarlos de la caída y de las merecidas consecuencias de su desobediencia. Designó al Señor Jesucristo, Dios Hijo, para que llevara a cabo la redención en beneficio de los elegidos mediante su encarnación como hombre, su perfecta obediencia a Dios como hombre, y su muerte sustitutoria en lugar de su pueblo, para pagar la pena por su pecado. El Padre y el Hijo han enviado a Dios Espíritu Santo para que aplique a los elegidos todos los beneficios salvadores que el Hijo compró para su pueblo. Por tanto, este capítulo sigue una forma trinitaria en la que el plan de redención del Padre, el cumplimiento de la redención del Hijo y la aplicación de dicha redención por el Espíritu se desarrollan uno tras otro, y arrojan luz sobre las siguientes doctrinas: la elección y la reprobación, la expiación, el llamado y la regeneración, el arrepentimiento y la fe, la unión con Cristo, la justificación, la adopción, la santificación, la perseverancia de los santos y la glorificación.” (20) (Teología sistemática, John MacArthur y Richard Mayhue, p. 664)

Aunque nuestro Señor “entrega su vida libre y voluntariamente como sacrificio por el pecado” (21, p.708), porque tenía poder para dar su vida y para volverla a tomar, o sea, para resucitar, fue mandamiento del Padre (Jn.10:17-18) que así lo hiciera como requisito imprescindible para nuestra salvación: “y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. (9) Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, (10) para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; (11) y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre.” (Fil. 2: 8-11).

En consecuencia, su muerte –en obediencia al Padre– fue expiatoria porque pagó el precio de nuestro rescate, y la misma le causó un gran sufrimiento físico y psíquico, que Él describió anticipada y proféticamente, de forma sencilla y resumida, de la siguiente manera: “entonces volviendo a tomar a los doce aparte, les comenzó a decir las cosas que le habían de acontecer (33) He aquí subimos a Jerusalén, y el Hijo del Hombre será entregado a los principales sacerdotes y a los escribas, y le condenarán a muerte, y le entregarán a los gentiles; (34) y le escarnecerán, le azotarán, y escupirán en él, y le matarán; mas al tercer día resucitará.” (Mr. 10:32-34).

El apóstol Pablo nos especifica algo más: “Cristo murió por nuestros pecados” (1 Co. 15:3), y, también, que “Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Ro. 5:8).

Además, en su Epístola a los Romanos y en la Segunda Epístola a los Corintios se registran términos importantes que están relacionados con la salvación de los seres humanos y que de alguna manera describen en qué consiste la obra redentora de Jesucristo:

“Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, (24) siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, (25) a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados, (26) con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él [Dios] sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús.” (Ro. 3:23-26).

2 Corintios 5:14-21: Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron; (15) y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos. (16) De manera que nosotros de aquí en adelante a nadie conocemos según la carne; y aun si a Cristo conocimos según la carne, ya no lo conocemos así. (17) De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas. (18) Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; (19) que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación. (20) Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios. (21) Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él.

“En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él. (10) En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados (1 Jn 4:9-10); cf. 2:1-2)

Necesitamos, pues, reunir todos estos conceptos – justificación/justificados, justicia, redención, propiciación, reconciliación– para empezar a comprender las etapas/fases o aspectos/matices del Plan de Redención de Dios para salvar a los humanos.

La salvación de los creyentes ha sido posible por la Redención efectuada por nuestro Señor Jesucristo, la cual consiste, pues, en que Él entregó su vida para rescatarnos de las consecuencias de nuestro pecado, luego “Cristo murió por nosotros” (Ro. 5:8), en nuestro lugar, “llevó Él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados”.(1 P. 2:24).

Por tanto, la obra de Cristo de salvación es una obra de expiación de nuestro pecado por la ofrenda y “el sacrificio de sí mismo” (Heb. 7:27; 9:26), una obra vicaria, porque “murió por nosotros” –los creyentes escogidos por Dios desde “antes de la fundación del mundo” (Mt. 25:34; Ef. 1:4; etc.)–, y en nuestro lugar, llevando nuestros pecados en la cruz (Is. 53:10,12; cf. 1 P.2:24), y asumiendo en sí mismo la penalidad del pecado, que es la muerte (Ro. 6:23); es decir, “Dios lo hizo pecado por nosotros” (2 Co. 5:21), lo que significa: 1) que Él le imputó nuestros pecados y, 2) a nosotros nos imputó su justicia de una vida obediente al Padre y perfecta. Esta es la justificación que recibe todo escogido de Dios, por la que recibe la vida eterna.

Hebreos 7:22-23,25-27: […] Jesús es hecho fiador de un mejor pacto. (23) […] por cuanto permanece para siempre, tiene un sacerdocio inmutable; (25) por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos. (26) Porque tal sumo sacerdote nos convenía: santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que los cielos; (27) que no tiene necesidad cada día, como aquellos sumos sacerdotes, de ofrecer primero sacrificios por sus propios pecados, y luego por los del pueblo; porque esto lo hizo una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo.

Hebreos 9: 26-28: […] [Jesucristo] en la consumación de los siglos, se presentó una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo para quitar de en medio el pecado. (27) Y de la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio, (28) así también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos; y aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvar a los que le esperan.

Los sacrificios de animales, sin defecto ni tacha alguna, ordenados por Dios al pueblo de Israel en el Antiguo Pacto mosaico, eran figura y símbolo del sacrificio de Cristo, “el Cordero de Dios”, que quita el pecado del mundo” (Jn. 1:29,36; cf. Heb. 2:12-18; 9:12-15; 1 P. 1:14-20).

Hebreos 2:12-18: [Cristo recita el Salmo 22:22, y textos de Isaías que se cumplen en Él]: Anunciaré a mis hermanos tu nombre [el de Dios padre], En medio de la congregación te alabaré (Sal. 22:22). (13) Y otra vez: Yo confiaré en él [Dios Padre]. Y de nuevo: He aquí, yo y los hijos que Dios me dio. (Is. 8:17-18) (14) Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él [Cristo] también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, (15) y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre. (16) Porque ciertamente no socorrió a los ángeles, sino que socorrió a la descendencia de Abraham [todos los creyentes de todas las épocas]. (17) Por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo. (18) Pues en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados.

“[…] No por sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por su propia sangre [la de Cristo], entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención. (13) Porque si la sangre de los toros y de los machos cabríos, y las cenizas de la becerra rociadas a los inmundos, santifican para la purificación de la carne, (14) ¿cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo? (15) Así que, por eso es mediador de un nuevo pacto,[a] para que interviniendo muerte para la remisión de las transgresiones que había bajo el primer pacto, los llamados reciban la promesa de la herencia eterna.” (Hebreos 9:12-15)

1 Pedro 1:14-20: como hijos obedientes, no os conforméis a los deseos que antes teníais estando en vuestra ignorancia; (15) sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; (16) porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo. (17) Y si invocáis por Padre a aquel que sin acepción de personas juzga según la obra de cada uno, conducíos en temor todo el tiempo de vuestra peregrinación; (18) sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, (19) sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación, (20) ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros…

Jesucristo es, al mismo tiempo, la ofrenda perfecta (Heb. 10:10-14), “sin mancha y sin contaminación” (1 P. 1:18) y el “sumo sacerdote [que] nos convenía: santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que los cielos” (Heb. 7:26); “mediador de un mejor pacto, establecido sobre, mejores promesas” (Heb. 8:6 úp), “mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, el cual se dio a sí mismo en rescate por todos” (1 Ti. 2:5-6).

“Este es, pues, el carácter de la expiación penal sustitutiva de Cristo. La culpa de nuestro pecado exigía la pena de muerte; por tanto, el Cordero de Dios fue el sacrificado como ofrenda expiatoria por nosotros. La ira de Dios se encendió contra nuestro pecado y, por ello, Cristo fue presentado como propiciación para cargar con esa ira en lugar de nosotros. La contaminación de nuestro pecado nos separó de Dios, provocó su santa enemistad contra nosotros y, así, mediante la expiación por el pecado, Cristo ha reconciliado a Dios con el hombre. Obediente al pecado, el hombre era esclavo del pecado a través de la ley, que manifestó el pecado en nuestras vidas, y por ello Cristo ha pagado el precio de rescate de su preciosa sangre a Dios Padre, con el fin de redimirnos de dicha esclavitud. Al hacerlo, ha saqueado la casa de Satanás, ha vencido a la muerte y a su capitán, mediante el ejercicio de su propio poder. (22) (Teología sistemática, John MacArthur y Richard Mayhue, p. 729)

La salvación no es universal

Es un hecho evidente que Dios no salva a todos los seres humanos; “Porque muchos son llamados, y pocos escogidos.” (Mt. 22:14). Cuando Jesús nos manda “Entrad por la puerta estrecha” (Mt. 7:13 pp), también nos previene del peligro que corremos si desobedecemos: “porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan.” (Mt. 7:13-14).

Jesucristo dijo: “Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo; y entrará, y saldrá, y hallará pastos” […] Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas, y las mías me conocen […] pero vosotros no creéis, porque no sois de mis ovejas, como os he dicho. Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre.” (Jn. 10:9,14, 26-29); y también, Él dijo: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí.” (Jn. 14:6).

En la parábola de las “diez vírgenes” (Mt. 25:1-13), solo las cinco prudentes “que estaban preparadas entraron con él [el esposo, Cristo, (cf. Ap.19:9)] a las bodas; y se cerró la puerta. Después vinieron también las otras vírgenes, diciendo: ¡Señor, señor, ábrenos! Mas él, respondiendo, dijo: De cierto os digo, que no os conozco.” (Mt. 25:10-12). Pero de aquí no podemos deducir que el número de personas que se pierden será igual al número de personas que se salvan, sino que, más bien, los que se salvan serán siempre un pequeño remanente en proporción a los que se pierden; porque “pocos son los que la hallan [la puerta estrecha] (Mt. 7:14 úp).

Finalmente, la realidad que Jesús nos revela es que Él, “como aparta el pastor las ovejas de los cabritos, pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda. Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo; […] Entonces dirá también a los de la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. […] E irán éstos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna.(Mt. 25:32-34, 41,46; cf. Ap. 21:8).

Apocalipsis 21:8: Pero los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda.

¿Cristo murió por todos los hombres o solo por los que son salvados?

Como hemos comprobado en lo que antecede, la muerte de Cristo es la que realiza la expiación de nuestros pecados (Ro. 5:8; cf. 1 Co. 15:3; Heb. 2:17) –porque Él ha “puesto su vida en expiación por el pecado” (Is. 53:10), de los escogidos para salvación–, porque nuestro Señor Jesucristo llevó en la cruz nuestros pecados (Is. 53:5,10,12; cf. 1 P. 2:24), y murió en nuestro lugar para recibir el castigo que correspondía a los pecadores, que a partir de entonces le recibirían (Jn. 1:12-13).

Juan 1:9-14: Aquella luz verdadera [el Hijo de Dios], que alumbra a todo hombre, venía a este mundo. (10) En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho; pero el mundo no le conoció. (11) A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron. (12) Mas a todos los que le recibieron [a Cristo], a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; (13) los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios. (14) Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad.

La obra expiatoria de Cristo es, pues, necesariamente limitada a los escogidos –a los que se “les dio potestad de ser hechos hijos de Dios”, mediante su fe en Cristo (Jn. 1:12)–, no porque su muerte vicaria no tenga un poder infinito de perdonar los pecados, sino porque Dios decidió, desde “antes de la fundación del mundo” (Ef. 1:4; cf. 2 Ts. 2:13; 1 P. 1:19,20;), en su amor misericordioso, elegir, entre todos los seres humanos condenados por sus transgresiones (Ro. 5:18), a los que serían salvos, y reprobar o dejar en sus pecados al resto de la humanidad. Veamos los textos que prueban estas afirmaciones:

Efesios 1:3-7: Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, (4) según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, (5) en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad, (6) para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado, (7) en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia […]

2 Tesalonicenses 2:13-14: Pero nosotros debemos dar siempre gracias a Dios respecto a vosotros, hermanos amados por el Señor, de que Dios os haya escogido desde el principio para salvación, mediante la santificación por el Espíritu y la fe en la verdad, (14) a lo cual os llamó mediante nuestro evangelio, para alcanzar la gloria de nuestro Señor Jesucristo.

“Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio. (8) Por tanto, no te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor, ni de mí, preso suyo, sino participa de las aflicciones por el evangelio según el poder de Dios, (9) quien nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos […]” (2 Timoteo 1:7-12)

1 Pedro 1:13-20: Por tanto, ceñid los lomos de vuestro entendimiento, sed sobrios, y esperad por completo en la gracia que se os traerá cuando Jesucristo sea manifestado; (14) como hijos obedientes, no os conforméis a los deseos que antes teníais estando en vuestra ignorancia; (15) sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; (16) porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo. (17) Y si invocáis por Padre a aquel que sin acepción de personas juzga según la obra de cada uno, conducíos en temor todo el tiempo de vuestra peregrinación; (18) sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, (19) sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación, (20) ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros,

Romanos 5: 12,15-19: Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron. […] (15) Pero el don no fue como la transgresión; porque si por la transgresión de aquel uno murieron los muchos, abundaron mucho más para los muchos la gracia y el don de Dios por la gracia de un hombre, Jesucristo. (16) Y con el don no sucede como en el caso de aquel uno que pecó; porque ciertamente el juicio vino a causa de un solo pecado para condenación, pero el don vino a causa de muchas transgresiones para justificación. (17) Pues si por la transgresión de uno solo reinó la muerte, mucho más reinarán en vida por uno solo, Jesucristo, los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia. (18) Así que, como por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres, de la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación de vida. (19) Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos.

“La doctrina de la elección es una de las doctrinas más controvertidas de la teología cristiana. Las ideas erróneas de la naturaleza de Dios, una concepción no bíblica del amor y las nociones de la humanidad caída respecto a la justicia han causado que muchos se muestren reacios ante la idea de que Dios escoge incondicionalmente a unos y no a otros para recibir la salvación. Debido a que la libertad soberana de Dios escandaliza a la mente humana subversiva, algunos teólogos han negado por completo la enseñanza bíblica respecto a la elección y la predestinación.” (23) (Teología sistemática, John MacArthur y Richard Mayhue, p. 674)

“Así como Dios ha determinado el destino eterno de aquellos pecadores que acabarán siendo salvos, también ha decidido el destino de aquellos que se perderán finalmente. El primero es el decreto de la elección; el segundo es el decreto de la reprobación.” (24) (Teología sistemática, John MacArthur y Richard Mayhue, p. 688)

“El decreto de reprobación es la elección libre y soberana de Dios, elaborado en la eternidad pasada, de pasar por alto a ciertos individuos y escoger no poner su amor salvífico en ellos, sino determinar castigarlos por sus pecados para la manifestación de su justicia.

La doctrina de la reprobación es una enseñanza difícil de aceptar. No resulta fácil contemplar las miserias del sufrimiento eterno en y por sí mismas, y menos aún considerar que el Dios que es amor y un Salvador por naturaleza, ha determinado soberanamente consignar a los pecadores a un final tan desdichado.” (25) (Teología sistemática, John MacArthur y Richard Mayhue, p. 689) (Lo destacado en negrilla no aparece en el original).

Comparto totalmente las aseveraciones citadas arriba de los teólogos John MacArthur y Richard Mayhue, excepto su interpretación de que las personas no salvadas serán sometidas a “sufrimiento eterno” en el infierno. Esto se debe a que las ideas de la filosofía platónica se infiltraron y contaminaron el cristianismo dando lugar a la doctrina errónea del alma inmortal, lo que contradice la Biblia, y es incompatible con la naturaleza humana (26) (ver bibliografía); a esto hay que añadir la creencia, también equivocada, de que Dios resucitaría a todos los malvados con cuerpos inmortales que “serán lanzados en el lago de fuego y azufre que es la muerte segunda” (Ap. 20:14-15; 21:8).

Estas interpretaciones serían completamente incongruentes con las promesas que Dios nos ha revelado en la Biblia: “Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, […] Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron.(Ap. 21:1, 3-4).

¿Podemos siquiera imaginar que podamos ser felices si sabemos que habría millones de personas, aunque malvadas, que estarían siendo atormentadas en el infierno durante la eternidad?

La extirpación total del mal del universo de ninguna manera puede ser compatible con la existencia eterna de los malvados en sufrimiento. No tiene ningún sentido que los impíos sean atormentados eternamente, máxime si tenemos en cuenta que la vida humana es efímera y no sería justo ni proporcional que los perdidos fueran castigados con un tormento eterno. De lo transitoria, temporal y precaria de la vida humana nos habla muy precisamente el Salmo 90:

“Señor, tú nos has sido refugio de generación en generación. (2) Antes que naciesen los montes y formases la tierra y el mundo, desde el siglo y hasta el siglo, tú eres Dios. (3) Vuelves al hombre hasta ser quebrantado, Y dices: Convertíos, hijos de los hombres. (4) Porque mil años delante de tus ojos Son como el día de ayer, que pasó, y como una de las vigilias de la noche. (5) Los arrebatas como con torrente de aguas; son como sueño, Como la hierba que crece en la mañana. (6) En la mañana florece y crece; A la tarde es cortada, y se seca. (7) Porque con tu furor somos consumidos, Y con tu ira somos turbados. (8) Pusiste nuestras maldades delante de ti, Nuestros yerros a la luz de tu rostro. (9) Porque todos nuestros días declinan a causa de tu ira; Acabamos nuestros años como un pensamiento. (10) Los días de nuestra edad son setenta años; Y si en los más robustos son ochenta años, Con todo, su fortaleza es molestia y trabajo, porque pronto pasan, y volamos.” (Sal. 90:1-10).

Puesto que este no es el asunto que nos ocupa en este estudio bíblico, invito al lector, que desee profundizar, a que lea alguno de los varios artículos publicados en mi web https://amistadencristo.com, en los que he expuesto mi interpretación bíblica al respecto, especialmente en los dos últimos estudios bíblicos publicados en el año 2021: ¿Es eterno el fuego del infierno? Y ¿Es compatible Dios de Amor con infierno eterno? (26b)

Algunas objeciones realizadas por los detractores de la doctrina de la elección y predestinación

Algunos teólogos –entre ellos los que defienden la doctrina arminiana– sostienen que la presciencia de Dios no equivale a que Él vaya a determinar los acontecimientos futuros, mediante su decreto soberano y omnisciente, “según el designio de su voluntad” (Ef. 1:11), sino que su conocimiento anticipado consiste solo en que Él prevé todas las cosas que sucederán, como lo haría un espectador que tuviera la cualidad de la presciencia, pero sin que Dios decrete o determine el futuro de forma decisiva, y que de ningún modo coaccionaría la voluntad de sus criaturas inteligentes; si acaso Él intervendría en el tiempo de la existencia de los seres humanos a fin de evitarles males mayores, pero sin condicionar el libre albedrío de ellos.

Esto último lo comparto, porque es verdad, en todos los casos, que Dios nunca coacciona la voluntad de sus criaturas inteligentes. “Sin embargo, aunque Dios ordena las malas decisiones de los agentes morales libres, no incurre en culpa ni maldad, porque no causa directa ni eficientemente mal alguno. Él lleva a cabo las malas acciones del hombre a través de la causalidad secundaria, de acuerdo con los propios deseos perversos de este. Dios es absolutamente soberano, y el hombre es del todo responsable de sus acciones.” (27) (Teología sistemática, John MacArthur y Richard Mayhue, p. 281)

“Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo” (Ro. 8:29)

Los que interpretan que la presciencia de Dios es un mero conocimiento anticipado del futuro, sostienen que Él ha escogido/elegido –desde antes de la fundación del mundo– a aquellos que previó que llegarían en el tiempo a tener fe en Cristo, y, por eso, “a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó” (Ro. 8:30).

Al parecer, según esta interpretación, Dios conoció a los que en el futuro creerían en Cristo y los predestinó a vida eterna; pero al resto de personas, Él – aunque en su presciencia, igualmente también las conocería–, al prever que rechazarían a Cristo, permitió que, siguiendo la inclinación de su voluntad, se endurecieran y que su fin fuera la muerte eterna o muerte segunda (Ap. 21:8).

Esta doctrina concuerda muy bien con la lógica del hombre caído, pero contradice seriamente la Palabra de Dios; porque deja la salvación en manos humanas, siendo que “La salvación pertenece a nuestro Dios” (Ap. 7:10); es decir, ésta dejaría de ser “por gracia por medio de la fe […] pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe.” (Ef. 2:8-9); entonces nuestra salvación dependería de nuestra habilidad, de nuestro conocimiento, finalmente de nuestros méritos, pero ya no sería “por gracia”, como “un don de Dios” que nadie merece, porque “todos están bajo pecado… no hay justo, ni aun uno…”. (Ro. 3:9-10).

Veamos ahora los argumentos de los teólogos John MacArthur y Richard Mayhue, que vengo citando:

“En 1 Corintios 8:3, Pablo define al creyente y amante de Dios como alguien que es “conocido [ginósko] por Dios” (cf. Gá. 4:9), y en 2 Timoteo 2:19, declara: “Conoce [ginósko] el Señor a los que son suyos” (cf. Jn. 10:15, 27). Si uno acepta el concepto arminiano de la presciencia simple, el conocimiento en estos versículos no sería el conocimiento íntimo de la relación, sino el conocimiento básico. Sin embargo, esto imposibilitaría que Jesús dijera: “Nunca os conocí” (Mt. 7:23), porque el Señor conoce a todos los hombres; Él es omnisciente (Jn. 16:30; 21:17). Nuevamente, se demuestra que la doctrina de la presciencia simple violenta a la omnisciencia de Dios.

Por tanto, el testimonio de proginósko, su cognado ginósko y su contraparte del Antiguo Testamento yadá confirman que el sentido del conocimiento de Dios usado en Romanos 8:29 no habla de un simple conocimiento de los hechos, sino más bien de una relación íntima de pacto basada en la elección soberana y marcada por su favor y su amor. Cuando Pablo declara que Dios ha conocido de antemano a los individuos, está indicando que Dios ha determinado poner su amor electivo y su favor en ellos, los ha apartado para mantener una relación íntima, personal y salvadora con ellos. Conocer de antemano es “amar con antelación”. En este sentido, tanto la presciencia de Romanos 8:29 como la predestinación que Pablo introduce en la siguiente frase son simples sinónimos de la elección de Dios. La predestinación habla de la elección desde la perspectiva de la soberanía de Dios, aunque la presciencia alude a la elección desde la perspectiva de su amor. Así, la doctrina arminiana del simple conocimiento con antelación no puede sostenerse a partir de Romanos 8:29 y, sin ella, no hay apoyo bíblico para la doctrina de la elección condicional basada en la fe prevista.” (28) (Teología sistemática, John MacArthur y Richard Mayhue, ps. 683-684) (Lo destacado en negrilla no aparece en el original).

“[…] El Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, […] en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad” (Ef. 1:3-5)

Algunos interpretan estos textos del primer capítulo de la Epístola a lo Efesios, como que Dios ha escogido para salvación no individualmente sino de forma grupal o corporativamente. Sin embargo, “la elección corporativa es ajena al contexto, porque son individuos quienes reciben cada una de las bendiciones salvadoras perfiladas en Efesios 1:3-14. En la salvación, los individuos reciben bendiciones espirituales (1:3); los individuos son hechos santos y sin mancha (1:4); los individuos son adoptados como hijos e hijas de Dios (1:5); los individuos reciben la gracia concedida de forma gratuita (1:6); y los individuos han sido redimidos (1:7-8) y sellados con el Espíritu (1:13). Estas dos bendiciones finales son incuestionablemente personales e individuales; cada creyente individual, y no solo un grupo indefinido, ha sido rescatado por Cristo y sellado por el Espíritu.” (29) (Teología sistemática, John MacArthur y Richard Mayhue, p. 678)

“[…] La elección es tan íntimamente personal que los nombres de aquellos a los que el Padre ha escogido están anotados en el libro de la vida desde antes de la fundación del mundo (Ap. 13:8; 17:8; 21:27). Es evidente que Dios ha elegido a individuos para salvación.” (30) (Teología sistemática, John MacArthur y Richard Mayhue, p. 679)

“[…] Así como el Padre amó al Hijo “antes de la fundación del mundo” (Jn. 17:24) y lo predestinó “antes de la fundación del mundo” (1 P. 1:20), los escogidos fueron amados y predestinados antes de la fundación del mundo, en virtud de que Dios los escogiera; esta “gracia nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos” (2 Ti. 1:9). Una importante implicación de esta realidad –de hecho, la finalidad de Pablo al explicar el momento de la elección– es descartar el mérito personal como su razón. Ninguna circunstancia temporal o características personales influyeron en la elección que hizo el Padre de su pueblo, porque fue un decreto pronunciado antes de que comenzara el tiempo.” (31) (Teología sistemática, John MacArthur y Richard Mayhue, p. 684)

[…]

“Esto le propina el golpe fatal a la suposición de que la elección estaba condicionada por la fe, o por cualquier otra cosa que el pecador pudiera pensar o hacer. Si la base de la elección de Dios era la fe prevista o las acciones de aquellos a los que Él escogió, Pablo habría tenido que escribir que Dios “nos predestinó… según su precognición de nuestra fe”. Sin embargo, él asevera explícitamente que la razón de su elección fue el buen propósito de la voluntad de Dios, y no la voluntad del hombre.” (32) (Teología sistemática, John MacArthur y Richard Mayhue, p. 685) (Lo destacado en negrilla no aparece en el original).

“Pablo desarrolla e ilustra aún más este concepto en Romanos 9:6-18. Vuelve a narrar los tratos de Dios con Isaac por encima de Ismael, y de Jacob por encima de Esaú, para ilustrar su libertad soberana de escoger a los suyos para la salvación. Si bien su elección de Isaac por encima de Ismael aclara que es un Dios que discrimina, su elección de Jacob por encima de Esaú proporciona una perspectiva específica de la naturaleza incondicional del escogimiento. Pablo escribe:

“(Pues no habían aún nacido, ni habían hecho aún ni bien ni mal, para que el propósito de Dios conforme a la elección permaneciese, no por las obras sino por el que llama), se le dijo [a Rebeca]: El mayor servirá al menor. Como está escrito: A Jacob amé, mas a Esaú aborrecí” (Ro. 9:11-13)

[…] La elección de Dios es anterior a Jacob y Esaú, precisamente para descartar el mérito personal como razón de su decisión. En el momento de la elección de Dios, ellos no habían hecho nada bueno ni malo; ninguna de las maldades de Esaú hizo que Dios tuviera prejuicios en su contra, y ninguna de las acciones justas de Jacob hizo que Dios estuviera predispuesto a su favor. Más bien, Dios eligió a Jacob por encima de Esaú “para que el propósito de Dios conforme a la elección permaneciese” (Ro. 9:11), y vuelve a basar la elección de Dios en su propio propósito soberano.” (33) (Teología sistemática, John MacArthur y Richard Mayhue, ps. 685-686) (Lo destacado en negrilla no aparece en el original).

“[…] La elección de Dios “no [es] por las obras sino por el que llama” (Ro. 9:11). A la declaración de que Dios había escogido a Jacob por encima de Esaú, antes de que hubieran hecho algo bueno o malo, algunos replican que, aun siendo esto verdad, Dios podría haber basado su elección en las acciones futuras previstas de Jacob y Esaú. Aquí, sin embargo, Pablo repudia esta noción. Expone de manera inequívoca que la elección no fue en absoluto ni en sentido alguno a causa de las obras, sino por aquel que llama. Esta declaración es la anulación de la elección condicional basada en la fe prevista. A lo largo de las cartas de Pablo, él contrasta las obras y la fe con regularidad:

“¿Dónde, pues, está la jactancia? Queda excluida. ¿Por cuál ley? ¿Por la de las obras? No, sino por la ley de la fe. Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley” (Ro. 3:27-28).

“¿Qué, pues, diremos? Que los gentiles, que no iban tras la justicia, han alcanzado la justicia, es decir, la justicia que es por fe; mas Israel, que iba tras una ley de justicia, no la alcanzó. ¿Por qué? Porque iban tras ella no por fe, sino como por obras de la ley” (Ro. 9:30-32).

“Sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo, nosotros también hemos creído en Jesucristo, para ser justificados por la fe de Cristo y no por las obras de la ley” (Gá. 2:16).

“¿Recibisteis el Espíritu por las obras de la ley, o por el oír con fe?… Aquel, pues, que os suministra el Espíritu, y hace maravillas entre vosotros, ¿lo hace por las obras de la ley, o por el oír con fe?” (Gá. 3:2, 5)

Por tanto, cuando uno llega a esta declaración de Romanos 9:11, y lee que la elección “no [es] por las obras”, es natural esperar que añada “sino por causa de la fe”. Si el Espíritu hubiera deseado transmitir que la base condicionante de la elección era la fe, no habría habido mejor oportunidad para revelarlo que en este pasaje. A pesar de ello, el apóstol deja su sistemático patrón de contrastar las obras y la fe, precisamente porque la elección no está basada en esta. Más bien declara que “no [es] por las obras sino por el que llama” (Ro. 9:11 úp). De nuevo, la base de la decisión selectiva está anclada en Dios mismo, lo que significa que esa elección está fundamentada en el buen propósito de la voluntad propia de Dios (cf. Ef. 1:5). Aunque la fe es una condición para la justificación, no es la condición de la elección. Esta es incondicional. (34) (Teología sistemática, John MacArthur y Richard Mayhue, ps. 686-687) (Lo destacado en negrilla no aparece en el original).

“Pablo reconoce que cuando su doctrina confronta el razonamiento humano caído, la respuesta será acusar a Dios de injusticia (Ro. 9:14). Esto es importante, porque la doctrina arminiana de la elección condicional nunca hace esta objeción. ¿Quién acusaría a Dios de ser injusto por elegir salvar a las personas en base a su aceptación o rechazo previstos de Jesús? Solo la doctrina de la elección incondicional de algunos y no de otros suscita acusaciones de injusticia. Pero Pablo no afloja. Cita la propia declaración de Dios a Moisés: “Tendré misericordia del que yo tenga misericordia, y me compadeceré del que yo me compadezca” (Ro. 9:15; cf. Éx. 33:19), y concluye: “Así que no depende [la elección] del que quiere [gr. oú toú thélontos], ni del que corre [gr. oudé toú tréjontos], sino de Dios que tiene misericordia” (Ro. 9:16). Este versículo debería bastar para poner fin a la controversia respecto a la salvación y la voluntad del hombre. Pablo niega inequívocamente que la voluntad y el esfuerzo humanos tengan algo que ver con la base de la elección de Dios para salvación. Ni la fe nacida de la voluntad humana ni las obras de amor surgidas de la salvación humana constituyen la base de la elección que Dios hace de su pueblo. Más bien, la elección depende de Dios quien tiene misericordia, de nuevo una afirmación de que la base decisiva para la elección es la propia voluntad soberana de Dios. La elección es incondicional.” (35) (Teología sistemática, John MacArthur y Richard Mayhue, p. 687) (Lo destacado en negrilla no aparece en el original).

La doctrina de la elección condicional, por la fe prevista por Dios en el creyente, contradice la doctrina de la salvación por gracia solamente (Ef. 2:8-9)

“Al basar el propósito electivo de Dios en la fe prevista del hombre, y no en la voluntad soberana de Dios, los arminianos convierten en última instancia al hombre en la causa determinante de la salvación y no a Dios. En esta opinión, lo que diferencia en el fondo a la persona salvada de la no salvada no es algo que Dios haya hecho, sino algo que ha hecho el hombre. A la pregunta de Pablo en 1 Corintios 4:7: “Porque ¿quién te distingue?”, si el arminiano tiene que ser coherente, debe responder en definitiva: “Yo marco la diferencia. Dios me escogió a mí y no a mi prójimo, porque vio con antelación que yo creería libremente y mi vecino no”. En ese caso, el creyente tiene razones para jactarse. A pesar de ello, Pablo responde que Dios ha escogido a los necios, los débiles y los viles –y no a los sabios, los fuertes ni los fieles– “a fin de que nadie se jacte en su presencia. Mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús” (1 Co. 1:29-30). (36) (Teología sistemática, John MacArthur y Richard Mayhue, ps. 687-688) (Lo destacado en negrilla no aparece en el original).

[…]

“Por otro lado, si respondemos que la diferencia determinante entre los que son salvos y los que no lo son la establece algo en el hombre (una tendencia o disposición a creer o no creer), la salvación depende en última instancia de una combinación de la gracia y de la habilidad humana.” (37) (Teología sistemática, John MacArthur y Richard Mayhue, p. 688)

“[Pablo] Habiendo enseñado, pues, que Dios determina de forma inviolable el destino, tanto de los salvos como de los perdidos, sin tener en cuenta la voluntad, el esfuerzo ni el mérito humanos (cf. 9:11, 16), Pablo anticipa la objeción: “Pero me dirás: ¿Por qué, pues, inculpa? porque ¿quién ha resistido a su voluntad?” (9:19). Si nadie puede resistirse a la voluntad o el decreto soberanos de Dios, ¿cómo puede pedir cuentas a las personas, de una forma justa, respecto a lo que no son capaces de hacer? Pablo responde a quienes le harían reproches a Dios, y les recuerda que unos meros mortales no están en situación de exigirle responsabilidades a Dios: “Mas antes, oh hombre, ¿quién eres tú, para que alterques con Dios? ¿Dirá el vaso de barro al que lo formó: ¿Por qué me has hecho así?” (9:20). Pablo continúa entonces con esta analogía, describe a Dios como alfarero, asemeja la elección de algunos como dar forma a un vaso de arcilla para un uso honroso y compara la reprobación de los demás al moldear otro vaso de arcilla para un uso deshonroso (9:21). Al defender la libertad de Dios para hacer lo que quiere con lo suyo (Mt. 20:15), Pablo pasa a describir, a continuación, a los elegidos como “vasos de misericordia que él preparó de antemano para gloria”, y a los reprobados como “vasos de ira preparados para destrucción” (Ro. 9:22-23). Estos vasos solo podrían haber sido “preparados” por el alfarero mismo, y Pablo indica claramente que aquellos a los que Él endurece (9:18) son aquellos a los que Él ha preparado para destrucción.” (38) (Teología sistemática, John MacArthur y Richard Mayhue, ps. 692-693) (Lo destacado en negrilla no aparece en el original).

“[…] Del mismo modo, su propósito en la reprobación también consiste en castigar con justicia los pecados de aquellos que no ha elegido salvar, endureciendo sus corazones como medio para alcanzar dicho fin. Pablo enseña esta idea explícitamente en 2 Tesalonicenses 2:11-12: “Por esto Dios les envía un poder engañoso, para que crean la mentira, a fin de que sean condenados todos los que no creyeron a la verdad, sino que se complacieron en la injusticia”. Porque Dios había decretado la condenación de esos incrédulos, también había ordenado el medio por el cual se produciría esa condenación, en este caso, engañándolos deliberadamente. En otro lugar se dice que cegó los ojos y endureció el corazón de los incrédulos, precisamente para que no vieran ni entendieran, ni se arrepintieran (Jn. 12:37-40; cf. Is. 6:9-10). La propia respuesta de Jesús a esta realidad es dar gracias en público al Padre por esconder la verdad de los sabios y de los entendidos, y revelársela a los niños, algo que no atribuye a otra base que el beneplácito de la voluntad del Padre (Mt. 11:25-26). Así, queda claro que Dios ha predestinado tanto los fines como los medios de la reprobación.” (39) (Teología sistemática, John MacArthur y Richard Mayhue, ps. 693-694) (Lo destacado en negrilla no aparece en el original).

“Pablo concluye su tratamiento de las doctrinas de la elección y la reprobación inclinándose en adoración ante la magnificencia de este Dios soberano:

¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos! (Ro. 11:33).

Meditar en estas verdades hizo que, en los primeros versículos de su carta a los efesios, estallara en alabanza al Dios quien “nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él” (Ef. 1:3-4). Debe ser igual para nosotros, quienes somos los beneficiarios de semejante gracia gloriosa. Por encima de todo lo demás, las doctrinas de la elección y la reprobación soberanas deberían llevarnos a inclinar nuestra mente en humilde admiración del Dios cuya sabiduría es inescrutable, y cuya gracia es tan abundante como para salvar a unos rebeldes desdichados como nosotros. Hemos sido agraciados con toda bendición espiritual, no por alguna cualidad elogiable o redimible en nosotros, sino por la libre y soberana misericordia del Dios que se deleita en poner su amor en aquellos que no lo merecen. Una verdad así debe provocar la alabanza desde las profundidades de nuestra alma: ‘A él sea la gloria por los siglos. Amén’ (Ro. 11:36).

Sin embargo, la espléndida administración de la gracia de Dios no se detuvo al escogernos en la eternidad pasada. Dios no solo planeó nuestra redención, sino que también envió al Señor Jesucristo para llevarla a cabo. Ahora pasamos al cumplimiento de dicha redención.” (40) (Teología sistemática, John MacArthur y Richard Mayhue, p. 697) (Lo destacado en negrilla no aparece en el original)

5. Aspectos del Plan de Redención de Dios y su aplicación a los creyentes en Cristo.

La obra de Cristo de salvación es una obra de expiación de nuestro pecado por la ofrenda y “el sacrificio de sí mismo” (Heb. 7:27; 9:26), una obra vicaria, porque Él “murió por nosotros” –los creyentes escogidos por Dios desde “antes de la fundación del mundo” (Mt. 25:34; Ef. 1:4; etc.)–, y en nuestro lugar, llevando nuestros pecados en la cruz (Is. 53:10,12; cf. 1 P.2:24), y asumiendo en sí mismo la penalidad del pecado, que es la muerte (Ro. 6:23); es decir, “Dios lo hizo pecado por nosotros” (2 Co. 5:21), lo que significa: 1) que Él le imputó nuestros pecados a Dios Hijo, y, 2) a nosotros nos imputó su justicia de una vida obediente al Padre y perfecta. Esta es la justificación que recibe todo escogido de Dios que le da derecho a la vida eterna futura.

“Su plan de redención comenzó en la eternidad pasada, cuando Dios Padre puso su amor elector en los pecadores que no lo merecían, y determinó rescatarlos de la caída y de las merecidas consecuencias de su desobediencia. Designó al Señor Jesucristo, Dios Hijo, para que llevara a cabo la redención en beneficio de los elegidos mediante su encarnación como hombre, su perfecta obediencia a Dios como hombre, y su muerte sustitutoria en lugar de su pueblo, para pagar la pena por su pecado. El Padre y el Hijo han enviado a Dios Espíritu Santo para que aplique a los elegidos todos los beneficios salvadores que el Hijo compró para su pueblo. Por tanto, este capítulo sigue una forma trinitaria en la que el plan de redención del Padre, el cumplimiento de la redención del Hijo y la aplicación de dicha redención por el Espíritu se desarrollan uno tras otro, y arrojan luz sobre las siguientes doctrinas: la elección y la reprobación, la expiación, el llamado y la regeneración, el arrepentimiento y la fe, la unión con Cristo, la justificación, la adopción, la santificación, la perseverancia de los santos y la glorificación.” (41) (Teología sistemática, John MacArthur y Richard Mayhue, p. 664)

La obra expiatoria de Cristo es, pues, necesariamente limitada a los escogidos –a los que se “les dio potestad de ser hechos hijos de Dios”, mediante su fe en Cristo (Jn. 1:12)–, no porque su muerte vicaria no tenga un poder infinito de perdonar los pecados, sino porque Dios decidió, desde “antes de la fundación del mundo” (Ef. 1:4; cf. 2 Ts. 2:13; 1 P. 1:19,20;), en su amor misericordioso, elegir, entre todos los seres humanos condenados por sus transgresiones (Ro. 5:18), a los que serían salvos, y reprobar o dejar en sus pecados al resto de la humanidad. Veamos los textos que prueban estas afirmaciones: “Dios […] nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos […] (2 Timoteo 1:9).

Aspectos de la obra expiatoria de Cristo

En la Epístola a los Romanos y en la Segunda Epístola a los Corintios se registran términos importantes, relacionados con la obra de salvación de los seres humanos, que muestran o describen aspectos de la obra redentora de Jesucristo:

“Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, (24) siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, (25) a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados, (26) con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él [Dios] sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús.” (Ro. 3:23-26).

2 Corintios 5:14-21: Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron; (15) y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos. (16) De manera que nosotros de aquí en adelante a nadie conocemos según la carne; y aun si a Cristo conocimos según la carne, ya no lo conocemos así. (17) De modo que las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas. (18) Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; (19) que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación. (20) Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios. (21) Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él.

“En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él. (10) En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados (1 Jn 4:9-10); cf. 2:1-2)

Con algunos de estos conceptos como justificación/justificados, justicia y redención, ya estamos algo familiarizados, porque en lo que antecede he expuesto someramente su significado; ahora, pues, nos interesa centrarnos más en lo que la Palabra de Dios quiere decirnos con los vocablos propiciación y reconciliación, para empezar a comprender las etapas/fases o aspectos/matices del Plan de Redención de Dios para salvar a los humanos.

“Las Escrituras emplean varios temas para describir lo que Cristo logró en la cruz. La obra de Cristo fue una obra de sacrificio sustitutivo, en el que el Salvador llevó la pena del pecado en el lugar de los pecadores (1 P. 2:24); es una obra de propiciación, en la que la ira de Dios contra el pecado se satisface plenamente y se agota en la persona de nuestro sustituto (Ro. 3:25); es una obra de reconciliación en la que la separación entre el hombre y Dios se vence y se hace la paz (Col. 1:20, 22); es una obra de redención en la que aquellos que están esclavizados al pecado son rescatados por el precio de la preciosa sangre del Cordero (1 P. 1:18-19); y es una obra de conquista en la que el pecado, la muerte y Satanás son derrotados por el poder de un Salvador victorioso (He. 2:14-15).” (42) (Teología sistemática, John MacArthur y Richard Mayhue, p. 708) (Lo destacado en negrilla no aparece en el original).

¿Qué es la propiciación y por qué es necesaria para nuestra salvación?

No entenderíamos lo que significa propiciación si no hablamos al mismo tiempo de “la ira de Dios”, a la que se refieren muchos textos, tanto del Antiguo Testamento como del Nuevo Testamento. Para no ser exhaustivo me limitaré a citar solo unos cuantos pasajes que he seleccionado del Nuevo Testamento, como, por ejemplo, los siguientes:

Juan 3:36: El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él.

Romanos 1:18: Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad;

Romanos 5:9: Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira.

Efesios 5:6: Nadie os engañe con palabras vanas, porque por estas cosas viene la ira de Dios sobre los hijos de desobediencia.

Apocalipsis 6:16: y decían a los montes y a las peñas: Caed sobre nosotros, y escondednos del rostro de aquel que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero.

Según varios diccionarios bíblicos que he consultado en Internet, el significado más coincidente de “la palabra propiciación lleva la idea básica de aplacar” (43) o apaciguar la santa “ira de Dios” provocada por las ofensas que los pecadores le hacemos a Él, conlleva también la idea de satisfacción de su justicia y su santidad; y expresa su justa indignación por el pecado. “La santidad de Dios, en la presencia del pecado se expresa en santa ira y juicio.”  (44).

“Su santidad [la de Dios], ante la presencia del pecado, se demuestra como ira. Es su justicia perfecta. El pecado será castigado con la venganza que merece. Esto es un gran problema para el pecador. El castigo del pecado es muerte eterna. Nosotros, como pecadores, estamos bajo la ira de Dios que viene bajándose del cielo y llegará a nosotros en el día de juicio. La propiciación es la idea de que la muerte de Jesús en la cruz se interpone para tomar este castigo, apaciguando (satisfaciendo) la ira de Dios. Esta es la provisión que Cristo hizo en la cruz. Es una propiciación, un sacrificio que absorbe la ira de Dios dirigida a pecadores.

[…]

[Sin embargo] La ira de Dios no es como el enojo del hombre. La ira describe la venganza justa contra el pecado. Es el castigo merecido por nuestras iniquidades y rebeliones. No es una rabia descontrolada como las rabietas de personas violentas. […] Es mejor pensar en [Dios, como] un juez imparcial quien mide los hechos del caso, la evidencia, y emite un fallo de pena de muerte. Dios no está fuera de control y no da rienda suelta a una emoción violenta. Su ira es siempre justa y santa, siempre imparcial y controlada.” (45)

Los no creyentes, puesto que no tienen a Cristo Jesús como propiciación, se tienen que enfrentar a la ira de Dios, que representa su condenación, juicio y castigo. Dios Padre puso a Cristo Jesús como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia” (Ro. 3:25); es decir, Dios Padre para que “Él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús” (Ro. 3:26), a fin de evitar condenar y castigar con la muerte eterna a cada pecador, adjudica o atribuye o imputa nuestro pecado a Dios Hijo encarnado, castigándolo con la muerte que nos correspondía a nosotros por nuestro pecado, “para manifestar así su justicia”, “aunque de ningún modo tendrá por inocente al malvado” (Éx. 34:7; Nm. 14:18; Nah. 1:3).

Con su ira, Dios quiere mostrarnos lo odioso y horrible que es el pecado, y las terribles consecuencias que ocasiona; hasta tal extremo esto es así, que Dios Padre tuvo que entregar a su Hijo a la muerte en la cruz, para que recibiera el castigo de nuestros pecados, y su justicia [la de Dios] fuera satisfecha, y de esta manera “nos reconcilió [a los pecadores] consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación” (2 Co. 5:18-21; cf. Ro. 5:10-11). Por tanto, Cristo Jesús murió por nosotros para satisfacer la justicia de Dios, y, al mismo tiempo, ser también nuestra propiciación, consiguiendo además, de la expiación y redención del pecado, nuestra reconciliación con Él.

“Con frecuencia, los adversarios reprochan el concepto de una expiación penal-sustitutiva, en la que el Hijo debe morir en lugar de los pecadores para apaciguar la ira del Padre, y los amigos lo malinterpretan. Para muchos, esta visión de la expiación representa al Padre como inherentemente enojado y airado contra el hombre, y conquistado solo de forma renuente por el sacrificio de amor del Hijo. Sin embargo, es precisamente al revés. El Padre no ama a su pueblo basándose estrictamente en que Jesús murió por ellos, sino que Jesús murió por su pueblo, porque el Padre los amó. En este sentido, el amor de Dios no es, pues, el resultado de la muerte de Cristo, sino más bien su causa, ya que es porque Dios amó tanto al mundo que dio a su Hijo unigénito para ser sacrificado en la cruz (Jn. 3:16). Dios mismo es amor (1 Jn. 4:8), y que enviara al Hijo para que fuera la propiciación por los pecados del hombre es la consecuencia, la expresión y la demostración del amor de Dios a su pueblo (Ro. 5:8; 1 Jn. 4:9-10). En otras palabras, el plan de redención nace del beneplácito del amor electivo gratuito y soberano del Padre (Ef. 1:4-5, 9). Porque el Señor “se encariñó… y… eligió” a su pueblo (Dt. 7:7, NVI), decretó efectuar su redención por medio de la obra expiatoria de Cristo. El amor de Dios es causa y fuente de la expiación de Cristo.” (46) (Teología sistemática, John MacArthur y Richard Mayhue, ps. 703-704) (Lo destacado en negrilla no aparece en el original).

“Además de su amor, la justicia de Dios también obliga, en un sentido real, la expiación de Cristo. Una vez que el Dios trino hubo decretado en su amor reconciliar consigo a aquellos a los que había escogido, fue necesario que determinara llevar esto a cabo de un modo que fuera coherente con su justicia. Por culpa del pecado, la humanidad es culpable de quebrantar la ley de Dios, ha provocado su justa ira y, por consiguiente, está separada de Él. Aunque el amor de Dios lo motiva para salvar y perdonar, el pecado del hombre no puede pasarse sencillamente por alto. Para que Dios reconcilie consigo a esos pecadores culpables, el pecado debe ser castigado, hay que satisfacer la ley quebrantada y la ira de Dios ha de ser justamente apaciguada. Todos estos objetivos se saldan en la persona y la obra del Señor Jesucristo, quien cumplió la ley (Mt. 3:15; Ro. 5:18-19; Gá. 4:4-5), pagó la pena por el pecado (1 P. 2:24) y apagó la ira de Dios (He. 2:17) en nombre de los elegidos. Como afirma Pablo, el Padre ofrece a su Hijo “como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia” (Ro. 3:25). La ira de Dios queda satisfecha por la cruz, porque sobre ella Jesús llevó en su propia persona el pleno ejercicio de la justa ira del Padre contra los pecados de su pueblo. El pecado no se pasa por alto, sino que se castiga en Cristo y, por tanto, Dios “[manifiesta] en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús” (Ro. 3:26).” (47) (Teología sistemática, John MacArthur y Richard Mayhue, ps. 704-705) (Lo destacado en negrilla no aparece en el original).

“Por consiguiente, el amor y la justicia de Dios constituyen la doble causa de la expiación llevada a cabo por el Hijo. Es su amor el que lo mueve a actuar de manera salvadora, y es su justicia la que se asegura de que Él efectúe la salvación de un modo coherente con su santidad. Ninguna de las dos cosas puede pasarse por alto. No enfatizar el amor de Dios como la motivación para la salvación reduce la expiación a una transacción impersonal o, peor aún, a un despliegue arbitrario de revanchismo y odio. Sin embargo, no hacer hincapié en la justicia de Dios como aquello que guía y obliga su amor oscurece la plenitud de su carácter y reduce la relevancia de la cruz a algo inteligible, porque la propiciación –la satisfacción de la justa ira– es el pináculo de la expresión del amor de Dios (1 Jn. 4:10).” (48) (Teología sistemática, John MacArthur y Richard Mayhue, p. 705) (La negrilla no aparece en el original).

6. Conclusión

Dios –Padre, Hijo y Espíritu Santo– creó todo cuanto existe, como así Él nos lo ha revelado en la Santa Biblia; y es imposible, absurdo y sin sentido, creer que el universo y las criaturas vivientes que hay en el mismo surgieran de la nada, por evolución.

El Evangelio de San Lucas nos dice que “el primer hombre Adán(1 Co. 15:45), fue “hijo de Dios” y antepasado de Jesucristo-Hombre (Lc. 3:38). Lo que significa que la humanidad procede de Dios por creación, al igual que todo cuanto existe (véase Gn. 1:26-28; 2:7; cf. Sal. 33:5-9; 102:25; Jn. 1:1-4; Hch. 17:24-29; Col. 1:16; Heb. 1:10; 11:3).

El hombre no es hijo de la evolución sino hijo de Dios, creado por Él a su imagen y semejanza

“Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra. (27) Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. (28) Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra” (Gn. 1:26-28).

“Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente.” (Gn. 2:7).

De las muchas pruebas bíblicas que demuestran que el universo y sus criaturas vivientes son Creación de Dios, selecciono solo dos pasajes, uno del Antiguo Testamento y otro del Nuevo Testamento:

Antiguo Testamento

“Por la palabra de Jehová fueron hechos los cielos, y todo el ejército de ellos por el aliento de su boca. (7) Él junta como montón las aguas del mar; Él pone en depósitos los abismos. (8) Tema a Jehová toda la tierra; Teman delante de él todos los habitantes del mundo. (9) Porque él dijo, y fue hecho; Él mandó, y existió.” (Sal. 33:6-9; cf. Gn. 1 y 2)

Nuevo Testamento

“En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. (2) Este era en el principio con Dios. (3) Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho. (4) En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. […] (14) Y aquel Verbo fue hecho carne [Jesucristo], y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad.” (Jn. 1:1-4, 14; cf. Col. 1:15-17)

Dios se manifiesta en toda su creación y se ha revelado en las Sagradas Escrituras cristianas, y especialmente en la Persona de su Hijo, porque “cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley, para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos (Gálatas 4:4-5; cf. Mt. 1:20-23; Lc. 1:30-37; Jn. 1:1-5, 9-14); cumpliendo de esta manera la promesa que Él le había dado a Eva de que “la simiente de la mujer heriría la cabeza de la serpiente” –Satanás– (Gn. 3:15); Jesús mostró su divinidad en muchas ocasiones, p. ej., cuando dijo: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre […] Creedme que yo soy en el Padre, y el Padre en mí; de otra manera, creedme por las mismas obras.” ((Jn. 14:9,11).

Las Sagradas Escrituras nos desvelan que el origen del mal y del sufrimiento fueron causados por la rebelión en el Cielo del ángel querubín “Lucero, hijo de la mañana” (Is. 14:12-20; cf. Ez. 28:14-19), que se convirtió en “el gran dragón, la serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás” (Ap. 12:9; cf. 20:2), que arrastró consigo a una tercera parte de los ángeles (Ap. 12:4). Luego, el diablo tentó a Adán y Eva para que cayeran en desobediencia a Dios (Gn. 3:1-17). A partir de entonces surgió el mal en este planeta; Caín mató a su hermano Abel (Gn. 4:8); y pronto, “cuando comenzaron los hombres a multiplicarse sobre la faz de la tierra” (Gn. 6:1), mostraron la perversión, depravación e impiedad de que eran capaces. Y Dios vio “que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal” (Gn. 6:5).

Poco después de la caída en desobediencia de la primera pareja humana, creada directamente por Dios, la Biblia empieza a distinguir entre “hijos de Dios” e “hijos de los hombres”; como prueban, por ejemplo, los textos que cito a continuación:

Génesis 6:1-3: Aconteció que cuando comenzaron los hombres a multiplicarse sobre la faz de la tierra, y les nacieron hijas, (2) que viendo los hijos de Dios que las hijas de los hombres eran hermosas, tomaron para sí mujeres, escogiendo entre todas. (3) Y dijo Jehová: No contenderá mi espíritu con el hombre para siempre, porque ciertamente él es carne; mas serán sus días ciento veinte años. (4) Había gigantes en la tierra en aquellos días, y también después que se llegaron los hijos de Dios a las hijas de los hombres, y les engendraron hijos. Estos fueron los valientes que desde la antigüedad fueron varones de renombre.

Génesis 11:5: Y descendió Jehová para ver la ciudad y la torre que edificaban los hijos de los hombres.

Esto provocó que la humanidad se dividiera en creyentes –“hijos de Dios”– e incrédulos o rebeldes a Dios –“hijos de los hombres”–. Aunque la Escritura también llama “hijos de Dios” a los ángeles (véase Job 1:6-12; cf. 2:1-4), en el contexto de los versículos citados arriba del libro de Génesis, éstos se refieren a hombres que reconocían a Dios como Padre y Creador de ellos. Sin embargo, las hijas de los hombres provenían de familias que seguían en rebelión contra el Creador. Estas uniones entre creyentes e incrédulos o paganos se hacían contraviniendo la voluntad de Dios. La Biblia prohíbe estos casamientos (véase, p.ej., Éx. 34:15-16; cf. 2 Co. 6:14-17).

Debido a estas uniones “desiguales” rápidamente se extendió la maldad entre los hombres. “Y dijo Jehová: Raeré de sobre la faz de la tierra a los hombres que he creado, desde el hombre hasta la bestia, y hasta el reptil y las aves del cielo; Pero Noé halló gracia ante los ojos de Jehová.” (Gn. 6:5-8). Finalmente, Dios llevó a cabo su decisión de destruir a esta primera humanidad, mediante el Diluvio universal, salvando solo a Noé y su familia, ocho personas en total (2ª P. 2:5).

Génesis 6:10-13 Y engendró Noé tres hijos: a Sem, a Cam y a Jafet. (11) Y se corrompió la tierra delante de Dios, y estaba la tierra llena de violencia. (12) Y miró Dios la tierra, y he aquí que estaba corrompida; porque toda carne había corrompido su camino sobre la tierra. (13) Dijo, pues, Dios a Noé: He decidido el fin de todo ser, porque la tierra está llena de violencia a causa de ellos; y he aquí que yo los destruiré con la tierra.

2 Pedro 2:4-9: Porque si Dios no perdonó a los ángeles que pecaron, sino que arrojándolos al infierno los entregó a prisiones de oscuridad, para ser reservados al juicio; (5) y si no perdonó al mundo antiguo, sino que guardó a Noé, pregonero de justicia, con otras siete personas, trayendo el diluvio sobre el mundo de los impíos; (6) y si condenó por destrucción a las ciudades de Sodoma y de Gomorra, reduciéndolas a ceniza y poniéndolas de ejemplo a los que habían de vivir impíamente, (7) y libró al justo Lot, abrumado por la nefanda conducta de los malvados (8) (porque este justo, que moraba entre ellos, afligía cada día su alma justa, viendo y oyendo los hechos inicuos de ellos), (9) sabe el Señor librar de tentación a los piadosos, y reservar a los injustos para ser castigados en el día del juicio.

Las citadas Escrituras describen, con enorme claridad, las causas de la enorme crueldad que existe en este planeta Tierra:

Dice el necio en su corazón: No hay Dios. Se han corrompido, hacen obras abominables; No hay quien haga el bien. (2) Jehová miró desde los cielos sobre los hijos de los hombres, para ver si había algún entendido que buscara a Dios. (3) Todos se desviaron, a una se han corrompido; No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno.” (Sal. 14:1-3; cf. Sal. 53:1-3; Ro. 3:10-18).

Por tanto, la maldad de los seres humanos se debe, precisamente, primero, a no reconocer que Dios existe, y, segundo, a no obedecer la Ley de amor, que Él demanda que cumplamos. “Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. (38) Este es el primero y grande mandamiento. (39) Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. (40) De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas.” (Mateo 22:37-40).

La pecaminosidad de la naturaleza humana ha sido una constante desde que la primera pareja humana se rebeló contra Dios, porque se ha transmitido a través de todos sus descendientes; porque “como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron.” (Ro. 5:12); pero Dios, en su misericordia, no lo deja en esa condición desesperada sino que viene a la Tierra a rescatarle: “Porque por cuanto la muerte entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los muertos. (22) Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados. (23) Pero cada uno en su debido orden: Cristo, las primicias; luego los que son de Cristo, en su venida(1 Co. 15:21-23).

Dios llama a la conversión a los hijos de los hombres mediante su Palabra.

“Señor, tú nos has sido refugio de generación en generación. (2) Antes que naciesen los montes Y formases la tierra y el mundo, Desde el siglo y hasta el siglo, tú eres Dios. (3) Vuelves al hombre hasta ser quebrantado, Y dices: Convertíos, hijos de los hombres. (Salmos 90:1-17)

Ezequiel 18:30-32: Por tanto, yo os juzgaré a cada uno según sus caminos, oh casa de Israel, dice Jehová el Señor. Convertíos, y apartaos de todas vuestras transgresiones, y no os será la iniquidad causa de ruina. (31) Echad de vosotros todas vuestras transgresiones con que habéis pecado, y haceos un corazón nuevo y un espíritu nuevo. ¿Por qué moriréis, casa de Israel? (32) Porque no quiero la muerte del que muere, dice Jehová el Señor; convertíos, pues, y viviréis.

Cuando vino Cristo a la Tierra predicaba el Evangelio del Reino de Dios, y dos condiciones para participar en su Reino: arrepentíos, y creed en el evangelio.” (Mr. 1:15 úp). Por tanto, todo el que quiera pertenecer al Reino de los Cielos, para ser salvo y recibir la vida eterna, debe empezar por arrepentirse de sus pecados y tener fe en el Evangelio – dos condiciones que al ir necesariamente juntas conforman la conversión a Dios–. Ello implica creer y aceptar el corazón del Evangelio, que consiste en que “Cristo murió por nuestros pecados” (1 Co. 15:3), y que “Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Ro. 5:8); es decir, a Cristo se le debe recibir como Salvador y Redentor, cuando se acepta que “llevó Él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados”.(1 P. 2:24).

La Iglesia de Cristo no ha parado de predicar desde entonces el arrepentimiento y la fe en Cristo, como hizo el apóstol Pedro, en el día de Pentecostés del año 30 d.C., Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo. (39) Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare” (Hch. 2:38-39). Igualmente, el apóstol Pablo, cuando predicaba a “algunos filósofos de los epicúreos y de los estoicos” (Hch. 17:18-19), en el Areópago de Atenas, hizo un discurso que aún sigue siendo de plena aplicación a las personas de hoy día: “Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan; por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón [Cristo] a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos.” (Hch. 17:30-31).

Por tanto, la vida cristiana empieza cuando somos receptivos al llamado de Dios mediante la predicación de su Palabra, porque “la fe es por el oír, y el oír, por la Palabra de Dios” (Ro. 10:17); pero tanto el arrepentimiento como la fe son dones de Dios (Hch. 11:18; cf. Ef. 2:7-8), que son recibidos por el pecador, cuando el Espíritu Santo le da el nuevo nacimiento (Jn. 3:3-5), que consiste en recibir la vida o resurrección espiritual (Ef. 2:1-10).

“Y [Dios] os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados, (2) en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia, (3) entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás. (4) Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, (5) aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), (6) y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús, (7) para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. (8) Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; (9) no por obras, para que nadie se gloríe. (10) Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.” (Efesios 2:1-10)

Cuando nos arrepentimos y creemos que “Cristo murió por nuestros pecados” (1 Co. 15:3), y que “Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Ro. 5:8), entonces, el Espíritu Santo hace que nuestro duro corazón de piedra se conmueva, cumpliéndose así la promesa de Dios: “Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. (27) Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra.” (Ez. 36:26-27).

El Plan de Redención de la humanidad decretado por el Dios trino desde la pasada eternidad, o sea, antes de la creación del tiempo y del espacio.

Dios –Padre, Hijo y Espíritu Santo– antes de la creación del universo y de sus criaturas, desde la eternidad, antes incluso de que Él crease el tiempo y el espacio, su Mente infinita conocía ya todo lo que sería el universo hasta en todos sus detalles más insignificantes, su materia, y sus seres vivientes, siendo capaz aun de determinar y controlar el orden de todos los acontecimientos futuros, sin coaccionar las voluntades de sus criaturas inteligentes y libres.

Por lo tanto, nada de lo que ha ocurrido históricamente o que sucederá en el futuro podía o podrá, en absoluto, sorprender o tomar desprevenido a Dios, ni concretamente la rebelión de la tercera parte de sus ángeles (Ap. 12:4,7-9), liderados por “Lucero, hijo de la mañana” (Is. 14:12), los cuales se convertirían en los demonios y el diablo respectivamente; ni sorprendería a Dios, por supuesto, el primer acto de desobediencia que cometió la primera pareja humana, que fue el primer pecado, o pecado original, que trajo como consecuencia la muerte espiritual del ser humano, es decir, su separación de Dios, la degradación de la naturaleza humana, y, finalmente, su muerte física; lo que causó que, desde entonces, todos los descendientes de Adán serían concebidos en pecado, y nacerían como enemigos de Dios (Sal. 51: 5; Ro. 5:10,12; 1 Co. 15:21-23).

Todo era conocido por la presciencia y omnisciencia de Dios, como, por ejemplo, lo que nos revela el apóstol Pedro, en su primer discurso del día de Pentecostés del año 30 d.C., que el Hijo de Dios fue “entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios” (Hch. 2:22-24; cf. 4:23-28; 13:48). Los creyentes, de la iglesia cristiana primitiva fruto de la predicación de Pedro y de la actuación del Espíritu Santo, testificaron que todos los acontecimientos finales que llevaron a Cristo a su muerte en la cruz, estaban perfectamente determinados por Dios para que ocurrieran tal y como sucedieron, y fueron cumplimiento de las profecías del Antiguo Testamento: “[…] ellos …alzaron unánimes la voz a Dios, y dijeron: Soberano Señor, tú eres el Dios que hiciste el cielo y la tierra, el mar y todo lo que en ellos hay; (cita Éx. 20:11 y Sal. 146:6) (25) que por boca de David tu siervo dijiste: ¿Por qué se amotinan las gentes, Y los pueblos piensan cosas vanas? (26) Se reunieron los reyes de la tierra, Y los príncipes se juntaron en uno contra el Señor, y contra su Cristo.(cita Sal. 2:1-2) (27) Porque verdaderamente se unieron en esta ciudad contra tu santo Hijo Jesús, a quien ungiste, Herodes y Poncio Pilato, con los gentiles y el pueblo de Israel, (28) para hacer cuanto tu mano y tu consejo habían antes determinado que sucediera.” (Hch. 4:24-28).

1 Corintios 2:6-8: Sin embargo, hablamos sabiduría entre los que han alcanzado madurez; y sabiduría, no de este siglo, ni de los príncipes de este siglo, que perecen. (7) Mas hablamos sabiduría de Dios en misterio, la sabiduría oculta, la cual Dios predestinó antes de los siglos para nuestra gloria, (8) la que ninguno de los príncipes de este siglo conoció; porque si la hubieran conocido, nunca habrían crucificado al Señor de gloria.

El Plan de Redención decretado por Dios –Padre, Hijo y Espíritu Santo– antes de la fundación del universo consistiría en la encarnación de Dios Hijo, su vida, muerte y resurrección; lo que sería la solución al problema del mal, del pecado y de la muerte, que se culminará con la segunda venida de Cristo en gloria, y el establecimiento definitivo del Reino de Dios en la Nueva Jerusalén. (1 Co. 15:23-26; cf. 2 P. 3:10-13; Ap. 21 y 22).

El apóstol Pedro nos confirma que el Plan de Redención se fundamentaría en que Dios Hijo, mediante su encarnación en el Hijo del Hombre (Gá 4:4), se entregaría para ser sacrificado y muerto en una cruz, “como un cordero sin mancha y sin contaminación, ya destinado desde antes de la fundación del mundo,…por amor de vosotros (1 P. 1:19-20). Leamos los textos completos, pero desde el versículo 17.

1 Pedro 1:17-20: si invocáis por Padre a aquel que sin acepción de personas juzga según la obra de cada uno, conducíos en temor todo el tiempo de vuestra peregrinación; (18) sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, (19) sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación, (20) ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros

Hechos 2:22-24: Varones israelitas, oíd estas palabras: Jesús nazareno, varón aprobado por Dios entre vosotros con las maravillas, prodigios y señales que Dios hizo entre vosotros por medio de él [Jesús], como vosotros mismos sabéis; (23) a éste [Jesús], entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios, prendisteis y matasteis por manos de inicuos, crucificándole; (24) al cual Dios levantó, sueltos los dolores de la muerte, por cuanto era imposible que fuese retenido por ella.

El Dios trino no solo predestinó a Dios Hijo, desde antes de la fundación del universo, para que redimiera a la humanidad pecadora y rebelde, sino que en ese mismo decreto, Él incluyó a todos los seres humanos, de todas las épocas que había decidido salvar, por medio de Jesucristo; “Porque a los que [anticipadamente] conoció [‘elegidos según la presciencia de Dios Padre’ (1 P. 1:2; 1 Ti. 13-14)], también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. (30) Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó.” (Ro. 8:29-30).

2 Timoteo 1:7-12: Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio. (8) Por tanto, no te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor, ni de mí, preso suyo, sino participa de las aflicciones por el evangelio según el poder de Dios, (9) quien nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos, (10) pero que ahora ha sido manifestada por la aparición de nuestro Salvador Jesucristo, el cual quitó la muerte y sacó a luz la vida y la inmortalidad por el evangelio

1 Pedro 1:1-2: Pedro, apóstol de Jesucristo, a los expatriados de la dispersión en el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia, (2) elegidos según la presciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo: Gracia y paz os sean multiplicadas.

Notemos que Dios eligió o escogió a los que [anticipadamente] conoció, [antes de que nacieran o existieran en el tiempo y] también los predestinó [con un propósito u objetivo] “para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo” (Ro. 8:29); y, estos elegidos y predestinados, cuando nacieron físicamente, y les llegó su tiempo según voluntad de Dios, fueron llamados externamente, mediante el Evangelio e internamente mediante el Espíritu Santo; y estos mismos, que conforman el grupo de los escogidos, fueron “justificados”, lo que requiere previamente haber sido nacidos de nuevo o regenerados, para que así fueran capaces de arrepentirse de sus pecados y tener fe en Cristo, para acto seguido ser imputados de la justicia de Dios que Cristo obtuvo para todos ellos (2 Co. 5:21; cf. Ro. 3:22-26), para finalmente, ser glorificados, en el Día de la Venida en gloria de nuestro Señor Jesucristo, y ser arrebatados al Cielo con Él (1 Ts. 4:13-18; cf. 1 Co. 15:51-58).

Los escogidos desde la eternidad serán “justificados”, es decir, 1) nacidos de nuevo o regenerados, y 2) imputados de la justicia de Dios que Cristo obtuvo para todos ellos (2 Co. 5:21; cf. Ro. 3:22-26).

[Dios Padre] “Al que no conoció pecado [Cristo], por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él [Cristo].” (2 Corintios 5:21). Esta es la llamada justificación que reciben los creyentes. Por una parte Dios le imputa a Cristo el pecado de cada creyente, como nuestro sustituto, quien recibe el castigo por nuestros pecados; y, por otra, imputa o atribuye al pecador la justicia que Cristo obtuvo con su vida perfecta y con su muerte expiatoria y vicaria. Este aspecto de la Redención efectuada por Cristo es fundamental para la salvación del creyente, y será necesario que vuelva a referirme a la misma más abajo.

Sin embargo, algo que nunca debemos olvidar es que Dios no escogió, –“antes de la fundación del mundo” (Ef. 1:4), o sea, desde la eternidad– a los que salvaría en el transcurso del tiempo por la fe que preveía tendrían, ni por algún mérito u obra que Él tuviera conocimiento anticipado de que ellos realizarían en el tiempo, sino que Dios nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos (2 Ti. 1:9); “para que el propósito de Dios conforme a la elección permaneciese, no por las obras sino por el que llama (Ro. 9:11 úp).

San Pablo, en el primer capítulo de su Epístola a los Efesios, deja muy claro que [Dios] “nos escogió en Cristo antes de la fundación del mundo para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, (5) en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad (Ef. 1:4-5).

Fijémonos que Dios elige y predestina a los que serán salvos, no porque éstos lo merecerían, puesto que todos serían pecadores y enemigos de Él (Ro. 3:9,23; cf. 5:6-11), sino que es por su gracia –“no por obras, para que nadie se gloríe–“ (Ef. 2:8-10), “según el puro afecto de su voluntad (Ef. 1:4-5). Comprobémoslo mejor leyendo algo más de su contexto:

Efesios 1: 3-14: Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, (4) según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, (5) en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad, (6) para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado, (7) en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados(B) según las riquezas de su gracia, (8) que hizo sobreabundar para con nosotros en toda sabiduría e inteligencia, (9) dándonos a conocer el misterio de su voluntad, según su beneplácito, el cual se había propuesto en sí mismo, (10) de reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra. (11) En él asimismo tuvimos herencia, habiendo sido predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad, (12) a fin de que seamos para alabanza de su gloria, nosotros los que primeramente esperábamos en Cristo. (13) En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, (14) que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria.

Otro texto que prueba que el llamamiento que Dios hace en el tiempo mediante el Evangelio de su Gracia solo es eficaz sobre los que Él ha elegido y predestinado antes de la fundación del mundo. Por ejemplo, cuando los judíos rechazaron la Palabra de Dios predicada por Pablo y Bernabé, éstos les dijeron: “mas puesto que la desecháis, y no os juzgáis dignos de la vida eterna, he aquí, nos volvemos a los gentiles.” […] y “Los gentiles, oyendo esto, se regocijaban y glorificaban la palabra del Señor, y creyeron todos los que estaban ordenados para vida eterna. (Hch. 13:46,48-49).

Lo que confirma que solo creerán el Evangelio, y, por tanto, solo se salvarán los “que Dios […] haya escogido desde el principio para salvación, mediante la santificación por el Espíritu y la fe en la verdad” (2 Ts. 2:13-14). No obstante, nadie debe equivocarse creyendo que, porque ha sido elegido y predestinado para ser salvo, ya no importa lo que haga o deje de hacer y cómo se comporte, sino que deberá ejercer toda su voluntad, que ha sido liberada de la esclavitud del pecado (Jn. 8:34; cf. Ro. 6:17-18), para actuar, colaborar y perseverar coherentemente en el propósito para el que Dios nos ha escogido: “para que fuésemos santos y sin mancha delante de él” (Ef. 1:4), “para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo” (Ro. 8:29); y, todo esto no confiando en nosotros mismos, en nuestras propias fuerzas, sino mediante la santificación por el Espíritu y la fe en la verdad” (2 Ts. 2:14). Una vez justificado en Cristo, Dios solicita al creyente que ejerza su voluntad liberada de la esclavitud del pecado para avanzar en santificación (véase Ro. 12:1-2; cf. 2 Ts, 2:13-14).

Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. (2) No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.” (Ro. 12:1-2)

2 Tesalonicenses 2:13-14: Pero nosotros debemos dar siempre gracias a Dios respecto a vosotros, hermanos amados por el Señor, de que Dios os haya escogido desde el principio para salvación, mediante la santificación por el Espíritu y la fe en la verdad, (14) a lo cual os llamó mediante nuestro evangelio, para alcanzar la gloria de nuestro Señor Jesucristo.

Breve resumen del proceso de salvación de los escogidos por Dios

Dios llama externamente a todos los seres humanos, sin excepción, a que se conviertan a Cristo Jesús –a “arrepentirse y creer en el Evangelio” (Mt. 4:23; Mr. 1:15; Hch. 2:38-39; 17:30-31)– por medio de la predicación de Su Palabra (Ro. 10:17; 2 Ts. 2:13-14; Stg. 1:18,21; 1 P. 1:23-25), pero responderán positivamente a este llamamiento, recibiendo a Cristo con fe, solo aquellos que fueron “escogidos en Él antes de la fundación del mundo” (Ef. 1:3-14; cf. Ro. 8:29-30); a quienes se les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios (Jn. 1:12-13); estos son, pues, los que, por el Espíritu Santo, pasan de ser “hijos de los hombres” –pecadores naturales que “no perciben las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para ellos son locura” (1 Co. 2:14), porque como dijo Jesús “Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (Jn. 3:6)– a ser hijos de Dios, por haber sido aquellos, nacidos de nuevo/regenerados (Jn. 3:3-6) o resucitados espiritualmente (Ef. 2:1-10).

Todos los elegidos serán justificados, o sea declarados justos al atribuirles/imputarles la justicia que Cristo ganó con su muerte vicaria por nosotros en la cruz; lo que implica la adopción como hijos de Dios (Jn. 1:12-13; cf. Gá. 4:5; Ef. 1:4-5); porque en ellos mora Su Espíritu Santo (Ro. 8:9,14-17; Gá. 4:5-7); siendo templos del Espíritu Santo (1 Co. 3:16-17; 6:19-20), y, por tanto, “participantes de la naturaleza divina” (2 P. 1:4); y a partir de entonces empieza el proceso de santificación de los cristianos, que debe prolongarse toda la vida de ellos, sin alcanzarse totalmente sino en la glorificación, y cuya finalidad es “que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo” (Ro. 8:29), porque Dios Padre “nos escogió en Él [Cristo] antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él” (Ef. 1:4). Tengamos en cuenta que “sin la [santidad] nadie verá al Señor” (Heb. 12:14).

Aunque la santificación es también obra de la acción del Espíritu Santo en nosotros, se nos exhorta a que ejerzamos nuestra voluntad, liberada de la esclavitud del pecado, para que “No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias” (Ro. 6:12); “Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna.” (Romanos 6:22)

Romanos 12:1-2: Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. (2) No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.

“A estas alturas, los aspectos restantes de la aplicación de la redención son relativamente fáciles de situar. Como con la justificación, se dice que los creyentes toman posesión de la gracia de la adopción por fe (Jn. 1:12; Gá. 3:26). Esta es una buena causa para considerar la justificación y la adopción como bendiciones contemporáneas. Sin embargo, es adecuado que la adopción siga lógicamente a la justificación. De hecho, los creyentes no podrían recibir en justicia los derechos legales de la vida en la familia de Dios mientras permanecieran destituidos del estatus correcto ante Él. Dios debe declararnos justos primero, antes de acogernos en la familia de Aquel “cuyo nombre es Santo” (Is. 57:15). Además, la fe por la cual nos apropiamos de la justificación y de la adopción es una fe que obra continuamente por medio del amor (Gá. 5:6). Aunque la regeneración, la conversión, la justificación y la adopción ocurren, todas ellas, de manera instantánea, la santificación es un proceso progresivo que tiene lugar a lo largo de la vida cristiana (2 Co. 3:18). Por tanto, la santificación es posterior a la adopción, pero anterior a la glorificación. El proceso de la santificación está marcado por la perseverancia del creyente en la fe (Mt. 24:13), y su crecimiento en la seguridad de la salvación (2 P. 1:10; 1 Jn. 5:13).” (49) (Teología sistemática, John MacArthur y Richard Mayhue, p. 776)

“Por tanto, basándonos en el análisis bíblico anterior, descubrimos que las Escrituras proporcionan el siguiente ordo salutis [proceso ordenado de la salvación]:

    1. Conocimiento previo/predestinación/elección (Dios escoge a algunos para salvación)
    2. Llamamiento eficaz/regeneración (nuevo nacimiento)
    3. Conversión (arrepentimiento y fe)
    4. Justificación (declaración de un estatus legal correcto)
    5. Adopción (situados en la familia de Dios)
    6. Santificación (crecimiento progresivo en santidad)
    7. Perseverancia (permanecer en Cristo)
    8. Glorificación (recibir un cuerpo de resurrección)

La primera de estas bendiciones salvadoras es pretemporal y precede incluso la aplicación de la redención. Las etapas dos a cinco aparecen simultáneamente en el momento en que uno se convierte en cristiano. Las fases seis y siete se producen a lo largo del resto de la vida cristiana. Finalmente, el paso ocho completa la aplicación de la redención al regreso de Cristo. […]” (50) (Teología sistemática, John MacArthur y Richard Mayhue, p. 776)

Romanos 8:28-39: Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados. (29) Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. (30) Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó. (31) ¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros? (32) El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas? (33) ¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. (34) ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros. (35) ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? (36) Como está escrito: Por causa de ti somos muertos todo el tiempo; Somos contados como ovejas de matadero. (37) Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. (38) Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, (39) ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro.

“Porque Dios sujetó a todos en desobediencia, para tener misericordia de todos. (33) ¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos! (34) Porque ¿quién entendió la mente del Señor? ¿O quién fue su consejero? (35) ¿O quién le dio a él primero, para que le fuese recompensado?(I) (36) Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén.” (Romanos 11:32-36)

Quedo a disposición del lector para lo que pueda servirle.

Si deseas hacer algún comentario a este estudio, puedes dirigirlo a la siguiente dirección de correo electrónico: carlosortsgmail.com

Afectuosamente en Cristo

Carlos Aracil Orts

www.amistadencristo.com


Referencias bibliográficas

*Las referencias bíblicas están tomadas de la versión Reina Valera de 1960 de la Biblia, salvo cuando se indique expresamente otra versión. Las negrillas y los subrayados realizados al texto bíblico son nuestros.

Abreviaturas frecuentemente empleadas:

AT = Antiguo Testamento

NT = Nuevo Testamento

AP = Antiguo Pacto

NP = Nuevo Pacto

Las abreviaturas de los libros de la Biblia corresponden con las empleadas en la versión de la Biblia de Reina-Valera, 1960 (RV, 1960)

pp, pc, úp referidas a un versículo bíblico representan «parte primera, central o última del mismo».

Abreviaturas empleadas para diversas traducciones de la Biblia:

BNP: La Biblia de Nuestro Pueblo

DHH L 1996: Biblia Dios Habla Hoy de 1996

NBJ: Nueva Biblia de Jerusalén, 1998.

BJ: Biblia de Jerusalén

BTX: Biblia Textual

Jünemann: Sagrada Biblia-Versión de la LXX al español por Guillermo Jüneman

N-C: Sagrada Biblia- Nacar Colunga-1994

JER 2001: *Biblia de Jerusalén, 3ª Edición 2001

BLA95, BL95: Biblia Latinoamericana, 1995

LBLA: La Biblia de las Américas

NVI 1999: Nueva Versión Internacional 1999

RV: Biblia Reina Valera

Bibliografía citada

(1) MacArthur, John y Mayhue, Richard. Teología sistemática © 2018 por Editorial Portavoz, filial de Kregel Inc., Grand Rapids, Michigan 49505. Se publica esta edición con el permiso de Crossway, p.89

(2) Ibíd., p. 89-90

(3) Ibíd., p. 91

(4) Ibíd., p. 92

(5) Ibíd., p. 92

(6) Ibíd., p. 92

(7) Ibíd., p. 92-93

(8) Ibíd., p. 92-93

(9) Ibíd., p.649

(10) Ibíd., p.649-650

(11) Ibíd., p. 650

(12) Ibíd., p. 650

(13) Ibíd., p. 650-651

(14) Ibíd., p. 651

(15) Ibíd., p. 671-672

(16) Ibíd., p.672

(17) Ibíd., p. 672

(18) https://definicion.de/redencion/

(19) Redención – Wikipedia, la enciclopedia libre

(20) MacArthur, John y Mayhue, Richard. Teología sistemática © 2018 por Editorial Portavoz, filial de Kregel Inc., Grand Rapids, Michigan 49505. Se publica esta edición con el permiso de Crossway, p.664

(21) Ibíd., p. 708

(22) Ibíd., p. 729

(23) Ibíd., p. 674

(24) Ibíd., p. 688

(25) Ibíd., p. 689

(26) Aracil Orts, Carlos, 2019. https//amistadencristo.com: ¿Cuál es la naturaleza del ser humano?

(26b) Aracil Orts, Carlos, 2021. https//amistadencristo.com: ¿Es eterno el fuego del infierno? Y ¿Es compatible Dios de Amor con infierno eterno?

(27) MacArthur, John y Mayhue, Richard. Teología sistemática © 2018 por Editorial Portavoz, filial de Kregel Inc., Grand Rapids, Michigan 49505. Se publica esta edición con el permiso de Crossway, p.281.

(28) Ibíd., p. 683-684

(29) Ibíd., p. 678

(30) Ibíd., p. 679

(31) Ibíd., p. 684

(32) Ibíd., p. 685

(33) Ibíd., p. 685-686

(34) Ibíd., p. 686-687

(35) Ibíd., p. 687

(36) Ibíd., p. 688

(37) Ibíd., p. 688

(38) Ibíd., p. 692-693

(39) Ibíd., p. 693-694

(40) Ibíd., p. 697

(41) Ibíd., p. 664

(42) Ibíd., p. 708

(43) ¿Qué es la propiciación? | GotQuestions.org/Espanol

(44) Propiciación explicada: definición e información bíblica y teológica – Dosis de Doctrina

(45) Ibíd.

(46) MacArthur, John y Mayhue, Richard. Teología sistemática © 2018 por Editorial Portavoz, filial de Kregel Inc., Grand Rapids, Michigan 49505. Se publica esta edición con el permiso de Crossway, ps.703-704.

(47) Ibíd., ps. 704-705

(48) Ibíd., p. 705

(49) Ibíd., p. 776

(50) Ibíd., p. 776

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Alicante, mayo de 2023

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