¿Debe el cristiano tener la seguridad de su salvación?
Versión 21-04-2014
Carlos Aracil Orts
1. Introducción
El presente artículo pretende dar respuesta a los comentarios y reflexión que hizo mi querido amigo Alfonso, publicados en el siguiente enlace correspondiente a mi estudio bíblico: ¿Pueden perder la salvación los justificados por la fe en Cristo?. En su opinión, las Sagradas Escrituras no proporcionan una respuesta rotunda a esta importante pregunta, porque –según él– “el Nuevo Testamento está lleno de pasajes que nos sugieren” que sí pueden perder la salvación los que una vez fueron justificados por la fe en Cristo; y me aporta estos dos:
- “Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga” (1Cor. 10: 12)
- “y por haberse multiplicado la maldad, el amor de muchos se enfriará. (13) Mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo.” (Mt 24:12-13).
- Etc., etc.
Aunque mi amigo se ha limitado a los dos textos citados arriba es cierto que hay muchos más que parecen apoyar su aserto; y no sería ecuánime o imparcial si no los citara; pero para no ser exhaustivo mencionaré solo los que, a mi criterio, son importantes, en lo que respecta a respaldar su postura. Por ejemplo, los siguientes: Juan 15:4-6; Romanos 8:12-14; 1 Corintios 9:25-27; 1 Corintios 15:1-2; Hebreos 3:12-14; 6:4-6; 10:26-27; 2 Pedro 2:20-22; 1 Timoteo 4:12; Juan 1:8-9: Ap. 3:5,12,21; etc. Más adelante trataré de comentarlos. Por ahora –y como aperitivo– leamos unos cuantos pasajes de los citados que nos pueden hacer pensar:
- Hebreos 6:4-6: Porque es imposible que los que una vez fueron iluminados y gustaron del don celestial, y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo, (5) y asimismo gustaron de la buena palabra de Dios y los poderes del siglo venidero, (6) y recayeron, sean otra vez renovados para arrepentimiento, crucificando de nuevo para sí mismos al Hijo de Dios y exponiéndole a vituperio.
- 2 Pedro 2:20-22: Ciertamente, si habiéndose ellos escapado de las contaminaciones del mundo, por el conocimiento del Señor y Salvador Jesucristo, enredándose otra vez en ellas son vencidos, su postrer estado viene a ser peor que el primero. (21) Porque mejor les hubiera sido no haber conocido el camino de la justicia, que después de haberlo conocido, volverse atrás del santo mandamiento que les fue dado. (22) Pero les ha acontecido lo del verdadero proverbio: El perro vuelve a su vómito, y la puerca lavada a revolcarse en el cieno.
No obstante, es necesario hacer notar que el hecho de que los salvados hayan sido “elegidos según la presciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu” (1ª Pedro 1:2) y predestinados “para que fuesen hechos conforme a la imagen de su Hijo” (Romanos 8:29) “para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad” (Efesios 1:5), –y la salvación esté garantizada en Cristo– no significa que nadie –ni los escogidos ni los no elegidos– tenga que abandonarse a un destino inexorable y fatalista, y dejar de luchar para vencer al mal con el bien y la verdad (Romanos 12:21). Porque tanto los que pertenezcan o crean ser de un grupo u otro, tendrán que pasar por diversos sufrimientos, pruebas, y tribulaciones; “Y también todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución” (2 Timoteo 3:12). Puesto que todos hemos de sufrir a causa del pecado, elijamos voluntariamente sufrir a causa de la justicia, y para ello, neguémonos a nosotros mismos, tomemos nuestra cruz cada día, y sigamos a Cristo (Mt. 10:38; Mr, 8:34; Lc. 9:23; etc.).
En lo que sigue voy a intentar comentar las citadas reflexiones y preguntas de mi querido amigo Alfonso, pero tratando de mostrar cuál debe ser nuestra actitud como cristianos ante las dudas que a lo largo de la vida nos puedan surgir en cuanto a la seguridad de la salvación; es decir, ¿hasta qué punto es razonable que dudemos del amor de Dios hacia nosotros? ¿Es normal o lógico que el cristiano dude “si realmente él ha sido justificado por Dios”? ¿Qué podemos hacer si nos surgen las siguientes dudas que plantea mi amigo:
- ¿Ha sido verdaderamente genuino mi arrepentimiento, o quizás no ha sido completo?
- ¿He procurado resarcir o compensar sinceramente a todos aquellos a los que he perjudicado de una forma u otra?
- Tal o cual inclinación que veo en mí, ¿podría ser la evidencia de que no me he entregado completamente a Cristo?
- Todos hemos conocido a personas convertidas, incluso pastores poderosos en la Palabra de Dios, que luego se han apartado estrepitosamente del buen camino. Aparentemente habían sido justificados, pero se han apartado. Y si no habían sido justificados a pesar de la convicción que exhibían, ¿cómo puedo estar seguro de que mi conversión sí que ha sido auténtica?
- ¿Cómo puedo tener la garantía de que yo no caeré, puesto que otros muchos han caído?
2. ¿Los textos citados son evidencias de que ningún cristiano tendría la garantía y seguridad de su salvación, la cual fue decretada, antes de la fundación de la mundo, a los escogidos y predestinados por Dios?
Creo que todos estaremos de acuerdo en que ambas interpretaciones no pueden ser ciertas, pues la verdad no puede ser una cosa y su contraria. Es decir, ¿bajo qué razonamiento lógico deduciríamos que algunos de los escogidos y predestinados por Dios para salvación pueden llegar a perder aquello para lo que han sido elegidos? Este mismo planteamiento es contradictorio, pues el hecho mismo de que Dios haya escogido y predestinado a una parte de los seres humanos para la salvación eterna impide totalmente que esas personas se pierdan, excepto que Dios mienta o estemos entendiendo mal Su Palabra. Pues no cabe pensar que Dios, a sabiendas que alguien iba a perderse, lo escogiera igualmente, porque eso demostraría o que Dios es impotente de salvar a los que quiere, o que falló su presciencia, en cualquiera de los dos casos, ya no estaríamos refiriéndonos a Dios, pues Él es Todopoderoso y Soberano, Rey de reyes y Señor de señores (1ª Timoteo 6:15-16; Apoc. 1:5-8; 19:16).
No obstante, la Palabra de Dios y nuestra experiencia prueban que la soberanía de Dios se conjuga maravillosa y misteriosamente con la libertad y responsabilidad humanas, de tal manera que nadie que quiera salvarse se perderá, y cualquiera que no desee la salvación será forzado a vivir eternamente con Dios. La invitación a entrar en el Reino de Dios es universal “Porque muchos son llamados, y pocos escogidos” (Mateo 22:14). Así lo expresan de una manera clara y convincente los siguientes textos:
Apocalipsis 3:19-22: Yo reprendo y castigo a todos los que amo; sé, pues, celoso, y arrepiéntete. (20) He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo. (21) Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono. (22) El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias.
Apocalipsis 22:17: Y el Espíritu y la Esposa dicen: Ven. Y el que oye, diga: Ven. Y el que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente.
Sin embargo, aunque todo el mundo tiene libertad de entrar en el Reino –lo que corresponde a la libertad y responsabilidad humanas– Jesús dijo que “Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere; y yo le resucitaré en el día postrero” (Juan 6:44) –lo que tiene relación con la soberanía divina–, y también dijo: “Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no le echo fuera” (Juan 6:37).
Pero nadie puede entrar en el Reino sino los “que están vestidos de ropas blancas”, es decir, solo estarán los que “han lavado sus ropas, y las han emblanquecido en la sangre del Cordero” (Apocalipsis 7:13-14). Eso mismo da entender Jesús, cuando dijo que “el Reino de los Cielos es semejante a un rey que hizo fiesta de bodas a su hijo” (Mt 22:1), y cuando los convidados a las bodas –que simbolizan al pueblo de Israel– son llamados y rechazan el ofrecimiento, entonces el rey vuelve a enviar a sus siervos, pero esta vez, encargándoles –“llamad a las bodas a cuantos halléis” (Mateo 22:9)– pero al encontrar uno “sin estar vestido de boda” lo echa “en las tinieblas de afuera” (Mateo 22:11-13). Claramente, las “ropas blancas”, emblanquecidas “en la sangre del Cordero”, y el vestido de bodas son igualmente símbolos de la justicia de Cristo que todo cristiano recibe cuando le acepta como su Salvador y Redentor. De ahí que a todos se les exige este único requisito para entrar o pertenecer al Reino de los Cielos.
Mateo 22:12: Y le dijo: Amigo, ¿cómo entraste aquí, sin estar vestido de boda? Mas él enmudeció.
Dios “nos escogió en Cristo antes de la fundación del mundo”, –es decir, a los que aún no habían nacido físicamente, y más tarde, aun siendo sus enemigos (Romanos 5:10), Él los convertiría y adoptaría como sus hijos, para un único propósito: “para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, (5) en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad, (6) para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado, (7) en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia” (Efesios 1:4-7).
Observemos, que Dios no elige necesariamente a aquellos que Él haya previsto –en su presciencia– que llegarían a alcanzar, a su debido tiempo, la fe en Cristo por sí mismos, es decir, por su propia voluntad y decisión humanas, sino que Él los escoge “según el puro afecto de su voluntad” para que lleguen a ser “santos y sin mancha delante de Él”, (Efesios 1:4,5) o “para que fuesen hechos conformes a la imagen de Su Hijo” (Romanos 8:29). O sea, no los elige porque Él ha previsto que llegarían a creer sino para predestinarlos a santidad, que es lo que garantiza que todos los escogidos serán salvos.
¿Puede Dios fracasar y Sus decretos o propósitos ser frustrados por la voluntad humana? ¿Por qué nos resistimos a creer las claras enseñanzas de la Palabra de Dios? Pues la misma insiste y reitera que “a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. (30) Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó” (Romanos 8:29-30). Notemos, que no hay ni uno solo que se pierda de los justificados, pues todos ellos son glorificados. Pero para ello, los que “antes conoció” –sus hijos amados que más tarde adoptaría– serían predestinados “para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo”, que es la condición o requerimiento irrenunciable que deben poseer todos Sus salvos. Por tanto, “estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Filipenses 1:6).
Si lo que antecede es una interpretación correcta de la Palabra de Dios, no cabe pues pensar que los otros textos que hablan de retroceder, recaer, perder la salvación, aunque sin duda son una enseñanza, y seria advertencia y amonestación para todo el mundo –incluidos los escogidos–, no sería coherente apoyarse en los mencionados pasajes para llegar a la conclusión que el grupo de personas descrito arriba, –o sea, los escogidos y “predestinados para ser adoptados hijos Suyos por medio de Jesucristo” (Efesios 1:5)– esté expuesto también a perder la salvación decretada por Dios desde la eternidad, porque eso sería una incongruencia total. Eso no es óbice para que a lo largo de la vida del creyente pueda haber alguna recaída, a la que deberá seguir arrepentimiento sincero, pero que nunca podría separarle de Cristo (Romanos 8:31-39); pues de lo contrario no pertenecería al grupo de los escogidos por Dios. No obstante, más abajo, trataré de analizar algunos de los textos que pueden provocar más controversia. Pero antes, no estaría de más plantearnos la siguiente pregunta:
¿Las reiteradas advertencias de la Palabra de Dios a que no retrocedamos de la fe y perseveremos hasta el fin nos avisan para que evitemos estar seguros de nuestra salvación o para que no seamos autosuficientes y orgullosos?
En mi opinión, los textos que nos advierten que podemos caer, y que debemos perseverar hasta el fin haciendo el bien y amando al prójimo, pretenden que evitemos actitudes de creernos autosuficientes, y sentimientos que deriven en orgullo espiritual, ya sea por considerarnos elegidos o por poseer ciertos privilegios, talentos o cualidades, que otros más desfavorecidos no tienen; “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Efesios 2:8,9) .De ahí la advertencia de la Palabra: “Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga” (1ª Corintios 10:12). La palabra nos exhorta a ser humildes y agradecidos, porque todo lo que somos –incluso la salvación– se lo debemos a Dios, y se nos ha dado por Su Gracia y Misericordia; y debemos tener siempre presente que “Dios resiste a los soberbios y da gracia a los humildes” (Santiago 4:6). Comprobémoslo:
1 Corintios 4:7: Porque ¿quién te distingue? ¿O qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido?
Lucas 17:10: Así también vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os ha sido ordenado, decid: Siervos inútiles somos, pues lo que debíamos hacer, hicimos.
Voy, pues, a empezar analizando, por ejemplo, Juan 15:4-6:
“Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. (5) Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer. (6) El que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano, y se secará; y los recogen, y los echan en el fuego, y arden” (Juan 15:4-6).
Estos pasajes, al igual que la mayoría de los que veremos a continuación son enseñanzas y exhortaciones importantes para la vida espiritual de los creyentes, y que nos ayudan dándonos las pautas para conducirnos en este mundo exitosamente y perseverar en la fe hasta el fin.
Esta enseñanza de Jesús es muy clara: la comunión con Él es imprescindible no solo para llevar mucho fruto sino también para permanecer en el Reino. Que nadie se engañe considerándose un escogido de Dios –el que ya ha sido renacido por el Espíritu Santo por medio de Su Palabra– si vive desordenadamente, preocupándose solo de sí mismo, y no da los frutos del Espíritu Santo (Gálatas 5:22-25) porque “los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos” (Gálatas 5:22-25). “El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor”; (1ª Juan 3:8) y Dios manda a cada uno: “Arrepiéntete, pues, de esta tu maldad, y ruega a Dios, si quizás te sea perdonado el pensamiento de tu corazón” (Hechos 8:22; 1 Juan 1:9-2:1-2).
Vayamos al siguiente pasaje:
“Así que, hermanos, deudores somos, no a la carne, para que vivamos conforme a la carne; (13) porque si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis. (14) Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios” (Romanos 8:12-14).
Dios no hace acepción de personas, pues Sus elegidos o escogidos y predestinados a la vida eterna, no se deben parecer a los mundanos o que viven según la carne. Precisamente Él espera de aquellos una conducta intachable o irreprensible (1 Co. 1:8; Fil 1:9-11; 2:15; Col. 1:22; 1 Ts. 3:12-13; 5:23; 2 P. 3:14; etc.), guiada por el Espíritu Santo, única prueba de que la fe y la conversión son auténticas, y de que han sido realmente nacidos de nuevo y, por tanto, escogidos por Dios para vida eterna. Por eso son amonestados a estar “asidos de la Palabra de Vida” (Fil, 2:15-16), porque si somos escogidos de Dios no podemos “dormirnos en nuestros laureles” sino que por el contrario debemos “crecer y abundar en amor unos para con otros y para con todos” (1 Tes. 3:12-13), y en santidad y dar frutos de justicia.
1 Corintios 1:8-9: el cual también os confirmará hasta el fin, para que seáis irreprensibles en el día de nuestro Señor Jesucristo. (9) Fiel es Dios, por el cual fuisteis llamados a la comunión con su Hijo Jesucristo nuestro Señor.
Filipenses 2:15-16: para que seáis irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin mancha en medio de una generación maligna y perversa, en medio de la cual resplandecéis como luminares en el mundo; (16) asidos de la palabra de vida, para que en el día de Cristo yo pueda gloriarme de que no he corrido en vano, ni en vano he trabajado.
1 Tesalonicenses 3:12-13: Y el Señor os haga crecer y abundar en amor unos para con otros y para con todos, como también lo hacemos nosotros para con vosotros, (13) para que sean afirmados vuestros corazones, irreprensibles en santidad delante de Dios nuestro Padre, en la venida de nuestro Señor Jesucristo con todos sus santos.
2 Pedro 3:13-14: Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia. (14) Por lo cual, oh amados, estando en espera de estas cosas, procurad con diligencia ser hallados por él sin mancha e irreprensibles, en paz.
“Todo aquel que lucha, de todo se abstiene; ellos, a la verdad, para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible. (26) Así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura; de esta manera peleo, no como quien golpea el aire, (27) sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado” (1 Corintios 9:25-27).
San Pablo plantea la vida eterna como una meta que es necesario alcanzar, absteniéndose de todo –se entiende, prescindiendo de todo lo que sea un obstáculo y pueda impedir que en la carrera de la vida se llegue a la meta o se nos aparte de la misma– y un premio que se obtiene al final de la carrera, no sin una denodada lucha. Nadie podía estar más seguro de su salvación eterna que el apóstol Pablo, pues él fue elegido y convertido por el mismo Señor Jesucristo resucitado cuando iba camino a Damasco (Hechos 9:1-22). Y, sin embargo, él nunca hace gala de que, como ha sido escogido por Dios, ya todo está conseguido, “sino que – dice Pablo– prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús… (14) prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Fil. 3:12,14). “Así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura; de esta manera peleo, no como quien golpea el aire, (27) sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado” (1 Corintios 9:26-27).
2 Timoteo 4:6-8: Porque yo ya estoy para ser sacrificado, y el tiempo de mi partida está cercano. (7) He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. (8) Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida.
¿Puede creer alguien que San Pablo no estaba seguro de su salvación porque diga “no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado”?
Primero de todo, tengamos claro que San Pablo no golpea ni fustiga su cuerpo literalmente sino que como pertenece a Cristo “ha crucificado la carne con sus pasiones y deseos” (Gálatas 5:24), o dicho de otra forma: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí. (21) No desecho la gracia de Dios; pues si por la ley fuese la justicia, entonces por demás murió Cristo” (Gálatas 2:20-21). Por lo tanto, nadie quiera sujetar “la carne” golpeando su cuerpo sino adquiriendo la vida en el Espíritu por medio del estudio, la meditación de la Palabra de Dios, y la oración fervorosa.
Por todo lo que antecede, este escritor no cree en absoluto que el Apóstol no tuviera la seguridad de su salvación. Sin embargo, nos da un magnífico ejemplo para que nunca confiemos en nosotros mismos, en nuestra “carne”, y que no seamos autosuficientes, ni vanidosos u orgullosos, etc., pues la seguridad en la salvación no significa ser insensato, y meterse en tentaciones, o tentar a Dios; por otro lado, nadie sabe con absoluta certeza que sea un escogido de Dios, excepto cuando “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios” (Romanos 8:16), y también, por la fe creemos firmemente que “En él [Cristo] también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, (14) que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria” (Efesios 1:13-14). Esta es nuestra única garantía, que nos lleva a dar el fruto del Espíritu, que es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza, etc. (Gálatas 5:22-23).
Ahora, pasamos a analizar el siguiente texto:
“Además os declaro, hermanos, el evangelio que os he predicado, el cual también recibisteis, en el cual también perseveráis; (2) por el cual asimismo, si retenéis la palabra que os he predicado, sois salvos, si no creísteis en vano” (1 Corintios 15:1-2).
Admoniciones lógicas completamente compatibles con la seguridad de la salvación que debe poseer todo cristiano maduro. Es más, esta y las que anteceden son también muy necesarias, porque la “carne es débil”, y tiende a decaer ante diversas circunstancias por las que atraviesa la vida del creyente, ya sea, de pobreza, riqueza, enfermedad o fortaleza física. A veces cuando todo nos sale bien solemos llenarnos de autoconfianza y orgullo, y creernos que todo es así gracias a nuestra habilidad natural e inteligencia, etc. Se hace pues necesario “perseverar y retener la Palabra de Dios –el Evangelio de salvación–, es decir, estudiarla, predicarla y obedecerla. Ser elegido de Dios para salvación no implica que ya todo esté hecho sino que ha empezado la carrera de la vida en la que debemos abstenernos de todo lo que nos perjudique para alcanzar la meta, a la que no llegaremos –o bien la alcanzaremos tarde y después de mucho sufrimiento que se hubiera podido evitar– si así no lo hacemos.
Continúo con los siguientes textos:
“Mirad, hermanos, que no haya en ninguno de vosotros corazón malo de incredulidad para apartarse del Dios vivo; (13) antes exhortaos los unos a los otros cada día, entre tanto que se dice: Hoy; para que ninguno de vosotros se endurezca por el engaño del pecado. (14) Porque somos hechos participantes de Cristo, con tal que retengamos firme hasta el fin nuestra confianza del principio” (Hebreos 3:12-14).
Sirve todo lo dicho anteriormente. La seguridad de la salvación no consiste en “dormirse en los laureles” sino en examinarse día a día comprobando que no nos hemos desviado del Camino, y de que obramos según el Espíritu Santo que mora en nosotros, creciendo en santidad y amando a los demás, y, naturalmente, perseverando hasta el fin de nuestros días, o hasta que aparezca Cristo en Su segunda Venida. Estar seguro de nuestra salvación no es abandonarse a un destino ciego, sino obrar diariamente con la guía y dirección del Espíritu siguiendo el Camino de Santidad.
“Porque es imposible que los que una vez fueron iluminados y gustaron del don celestial, y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo, (5) y asimismo gustaron de la buena palabra de Dios y los poderes del siglo venidero, (6) y recayeron, sean otra vez renovados para arrepentimiento, crucificando de nuevo para sí mismos al Hijo de Dios y exponiéndole a vituperio” (Hebreos 6:4-6).
Esta es una seria advertencia para los que por considerarse elegidos, toman su libertad en Cristo como libertinaje, y se atreven a realizar acciones contrarias al Espíritu, y por tanto, a la voluntad de Dios, dejándose llevar por los deseos carnales, creyendo equivocadamente que Cristo es ministro de pecado (Gálatas 2:17-19), aunque si pecamos, “él [Cristo] es fiel y justo para perdonar nuestros pecados”,.. y “abogado tenemos con el Padre, a Jesucristo el justo” (1ª Juan 1:9; 2:1). Pero solo Dios sabe cuándo pecamos involuntariamente o por ignorancia o por diversas circunstancias atenuantes, y entonces, Él nos perdonará; si el pecado no “es de muerte” (1ª Juan 5:16-18).
“Porque si pecáremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados, (27) sino una horrenda expectación de juicio, y de hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios” (Hebreos 10:26-27)
El mismo comentario anterior puede servir para estos textos.
“Ciertamente, si habiéndose ellos escapado de las contaminaciones del mundo, por el conocimiento del Señor y Salvador Jesucristo, enredándose otra vez en ellas son vencidos, su postrer estado viene a ser peor que el primero. (21) Porque mejor les hubiera sido no haber conocido el camino de la justicia, que después de haberlo conocido, volverse atrás del santo mandamiento que les fue dado. (22) Pero les ha acontecido lo del verdadero proverbio: El perro vuelve a su vómito, y la puerca lavada a revolcarse en el cieno” (2 Pedro 2:20-22).
En mi opinión, estas personas a las que se refiere el apóstol Pedro nunca pertenecieron a los escogidos de Dios sino que son aquellas personas “que habiendo oído, reciben la palabra con gozo; pero estos no tienen raíces; creen por algún tiempo, y en el tiempo de la prueba se apartan” (Lucas 8:13); o bien otros casos de personas que también oyeron la Palabra, pero al no perseverar –por no ser “buena tierra”, es decir, no tener un “corazón bueno y recto”– fracasan porque no retienen la Palabra ni, por tanto, la obedecen con perseverancia (Lucas 8:5-15).
“Pero el Espíritu dice claramente que en los postreros tiempos algunos apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios” (1 Timoteo 4:1).
Estos son muchos que se consideran cristianos pero que lo son solo de nombre pero en realidad nunca fueron regenerados. Es decir, nunca fueron sellados por el Espíritu Santo de la promesa (Efesios 1:13); y como muy bien expresa San Juan: “Salieron de nosotros, pero no eran de nosotros; porque si hubiesen sido de nosotros, habrían permanecido con nosotros; pero salieron para que se manifestase que no todos son de nosotros. (20) Pero vosotros tenéis la unción del Santo, y conocéis todas las cosas” (1ª Juan 2:18-20).
1 Juan 2:18-20: Hijitos, ya es el último tiempo; y según vosotros oísteis que el anticristo viene, así ahora han surgido muchos anticristos; por esto conocemos que es el último tiempo. (19) Salieron de nosotros, pero no eran de nosotros; porque si hubiesen sido de nosotros, habrían permanecido con nosotros; pero salieron para que se manifestase que no todos son de nosotros. (20) Pero vosotros tenéis la unción del Santo, y conocéis todas las cosas.
“Mirad por vosotros mismos, para que no perdáis el fruto de vuestro trabajo, sino que recibáis galardón completo. (9) Cualquiera que se extravía, y no persevera en la doctrina de Cristo, no tiene a Dios; el que persevera en la doctrina de Cristo, ése sí tiene al Padre y al Hijo” (2 Juan 1:8-9).
Muy lógico todo lo que nos advierte el apóstol Juan. Si después de haber recibido toda la Verdad de la Palabra de Dios, nos extraviamos o apartamos, y no perseveramos en la doctrina de Cristo es porque no somos hijos de Dios –es decir, esas personas que abandonan la verdad después de ser convencidos por ella no tienen al Padre ni al Hijo, porque ni siquiera fueron adoptados como hijos. No tienen nada qué ver con los elegidos de Dios, que perseveran hasta el fin, pues aunque puedan tener alguna caída, se levantan y prosiguen –como San Pablo– “a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Fil. 3:14)
Todo buen creyente no debería poner en duda que Dios, que escudriña las conciencias y conoce las intenciones del corazón, sabrá dar a cada uno justa recompensa (Mt 5:12; Lc 6:23,35; Heb. 10:35;11:26; 2 Jn 8; Ap. 22:12), lo cual no solo significa que finalmente unos recibirán la vida eterna y otros la muerte eterna, sino que el mero hecho de vivir en armonía con Dios y en fidelidad a Su Palabra redunda, ya sea a la corta o a la larga, en gozo y felicidad, aun en esta vida. Veamos algunos textos al respecto:
Mateo 19:29-30: Y cualquiera que haya dejado casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por mi nombre, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna. (30) Pero muchos primeros serán postreros, y postreros, primeros.(M)
Marcos 9:41: Y cualquiera que os diere un vaso de agua en mi nombre, porque sois de Cristo, de cierto os digo que no perderá su recompensa.
1 Corintios 3:7-9: Así que ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios, que da el crecimiento. (8) Y el que planta y el que riega son una misma cosa; aunque cada uno recibirá su recompensa conforme a su labor. (9) Porque nosotros somos colaboradores de Dios, y vosotros sois labranza de Dios, edificio de Dios.
Colosenses 3:23-25: Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres; (24) sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís. (25) Mas el que hace injusticia, recibirá la injusticia que hiciere, porque no hay acepción de personas.
Hebreos 10:35-39: No perdáis, pues, vuestra confianza, que tiene grande galardón; (36) porque os es necesaria la paciencia, para que habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengáis la promesa. (37) Porque aún un poquito, Y el que ha de venir vendrá, y no tardará. (38) Mas el justo vivirá por fe; Y si retrocediere, no agradará a mi alma. (39) Pero nosotros no somos de los que retroceden para perdición, sino de los que tienen fe para preservación del alma.
Apocalipsis 22:12: He aquí yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra.
Tenemos que tener en cuenta que las enseñanzas de la Santa Biblia, por tanto, de todos estos pasajes citados antes se dirigen y se aplican a toda la humanidad. Puesto que los dos grupos elegidos y no elegidos o salvos o no salvos, conviven juntos –como el trigo y la cizaña hasta la cosecha– hasta el fin de sus días o del mundo, y hasta el juicio final no se sabrá quiénes son unos y otros, mientras tanto todos tienen a su disposición la misma Verdad salvadora, y en la medida que la tomen en consideración, se alimenten de ella, la apliquen a sus vidas y la obedezcan, alcanzarán la meta en la carrera hacia la vida eterna (1ª Corintios 9:24-27); y en cualquier caso corresponde a Dios juzgar a cada cual en su circunstancia particular.
No obstante todo lo expresado anteriormente, he de reconocer humildemente que en el asunto de la salvación eterna subyace y permanece “un misterio insondable” –utilizando las mismas palabras de mi amigo Alfonso, con las que concuerdo totalmente–, porque los seres humanos no podemos comprender los designios de Dios, que están basados, en que Él conoce el final desde la eternidad y con Su infinita Sabiduría controla, dirige y determina que se realicen todas las cosas según Su voluntad, pero sin coartar la libertad de sus criaturas.
3. Si Dios, por Su soberanía, es el que decide quién se salva y quién se pierde ¿qué ocurre con la responsabilidad y libertad humanas? ¿Acaso el ser humano –por sí mismo, es decir, sin la Gracia de Dios– no tiene el libre albedrío o la libertad para escoger su destino eterno?
Aunque es evidente que todos los seres humanos nacemos con una naturaleza pecaminosa semejante, igualmente inclinada al mal (Romanos 3:9-12;23; 5:12-21), siendo incapaces de conocer a Dios y de relacionarnos con Él, incluso, fuimos sus enemigos, y en rebelión contra Él (Romanos 5:8-10), también es cierto que todos nosotros tenemos una ley moral natural grabada en nuestras conciencias que nos hace discernir entre el bien y el mal (Romanos 2:1-16); lo que nos hace inexcusables ante Dios, porque sabiendo hacer lo bueno no lo hacemos (Santiago 4:17). Si alguien coaccionara nuestra voluntad no se nos inculparía de pecado. Veamos como San Pablo describe magistralmente la condición humana caída:
Romanos 2:1-16: Por lo cual eres inexcusable, oh hombre, quienquiera que seas tú que juzgas; pues en lo que juzgas a otro, te condenas a ti mismo; porque tú que juzgas haces lo mismo. (2) Mas sabemos que el juicio de Dios contra los que practican tales cosas es según verdad. (3) ¿Y piensas esto, oh hombre, tú que juzgas a los que tal hacen, y haces lo mismo, que tú escaparás del juicio de Dios? (4) ¿O menosprecias las riquezas de su benignidad, paciencia y longanimidad, ignorando que su benignidad te guía al arrepentimiento? (5) Pero por tu dureza y por tu corazón no arrepentido, atesoras para ti mismo ira para el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios, (6) el cual pagará a cada uno conforme a sus obras: (7) vida eterna a los que, perseverando en bien hacer, buscan gloria y honra e inmortalidad, (8) pero ira y enojo a los que son contenciosos y no obedecen a la verdad, sino que obedecen a la injusticia; (9) tribulación y angustia sobre todo ser humano que hace lo malo, el judío primeramente y también el griego, (10) pero gloria y honra y paz a todo el que hace lo bueno, al judío primeramente y también al griego; (11) porque no hay acepción de personas para con Dios. (12) Porque todos los que sin ley han pecado, sin ley también perecerán; y todos los que bajo la ley han pecado, por la ley serán juzgados; (13) porque no son los oidores de la ley los justos ante Dios, sino los hacedores de la ley serán justificados. (14) Porque cuando los gentiles que no tienen ley, hacen por naturaleza lo que es de la ley, éstos, aunque no tengan ley, son ley para sí mismos, (15) mostrando la obra de la ley escrita en sus corazones, dando testimonio su conciencia, y acusándoles o defendiéndoles sus razonamientos, (16) en el día en que Dios juzgará por Jesucristo los secretos de los hombres, conforme a mi evangelio.
Por tanto, deberíamos empezar reconociendo lo que Dios, que es el que mejor conoce a Sus criaturas, dice de ellas: “todos están bajo pecado…No hay justo, ni aun uno…No hay quien busque a Dios…No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno” (Romanos 5:9-12), “todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23). A partir de aquí, si así lo hacemos, ya estamos más cerca de la salvación que cuando no lo creíamos.
Sin embargo, el quid de la cuestión, el corazón del problema consiste en saber qué tiene que ocurrir para que los pecadores reconozcan que lo son, se arrepientan y crean en Dios y en Su Hijo, por medio del cual recibimos la vida eterna.
Si soy libre y responsable ¿por qué no elijo siempre hacer el bien y salvarme? O ¿acaso no soy tan libre como creo? Pero, entonces, si no soy del todo libre ¿por qué se me hace responsable del mal que hago? ¿Por qué se me inculpa de pecado? Dios nos da a escoger entre la vida eterna y la muerte eterna:
Deuteronomio 30:19: A los cielos y a la tierra llamo por testigos hoy contra vosotros, que os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia;
Está claro que somos imperfectos, y cometemos muchos errores por ignorancia y por nuestras limitaciones humanas; todo esto puede ser disculpado, y perdonado; pero, lo peor es cuando hacemos el mal conscientemente, sabiendo que alguien saldrá perjudicado; y, de alguna manera, también resultará dañada, tarde o temprano, la misma persona que ha obrado mal de forma intencionada.
Recordemos a aquel “intérprete de la ley [que] se levantó y dijo, para probarle [a Jesús]: Maestro, ¿haciendo qué cosa heredaré la vida eterna? Él le dijo: ¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo lees? (27) Aquél, respondiendo, dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo” (Lucas 10:25-27).
¿Cuál fue la respuesta de Jesús? “Bien has respondido; haz esto, y vivirás” (Lucas 10:25-28). Entonces, si sabemos cómo se consigue la vida eterna ¿por qué no ejercemos nuestro libre albedrío para alcanzarla? Se nos puede perdonar la ignorancia, pero “al que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado” (Santiago 4:17); y “la paga del pecado es muerte”, aunque “la dádiva –el don o el regalo– de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 6:23).
Si somos consecuentes y sinceros con nosotros mismos reconoceremos que nuestro libre albedrío es muy limitado, y además, está condicionado por la naturaleza pecaminosa, que heredamos de nuestros primeros padres; y, asentiremos con Jesús cuando declara que “todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado” (Juan 8:34); o, bien, lo que afirma el apóstol Pablo: “¿No sabéis que si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedecéis, sea del pecado para muerte, o sea de la obediencia para justicia? (17) Pero gracias a Dios, que aunque erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquella forma de doctrina a la cual fuisteis entregados; (18) y libertados del pecado, vinisteis a ser siervos de la justicia” (Romanos 6:16-18).
Tanto Jesús como Pablo nos dan la misma solución para salir de la esclavitud del pecado:
Juan 8:31,32,36: Dijo entonces Jesús…: Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; (32) y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres. […] (36) Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres.
Romanos 6:17-18: Pero gracias a Dios, que aunque erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquella forma de doctrina a la cual fuisteis entregados; (18) y libertados del pecado, vinisteis a ser siervos de la justicia.
Creer en la Palabra de Dios, permanecer en ella y obedecerla. Esa es la Verdad que salva: “El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él” (Juan 3:36).
1 Juan 5:11-12: Y este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo. (12) El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida.
Hagámonos ahora la segunda pregunta que encabeza este epígrafe:
¿Acaso el ser humano –por sí mismo, es decir, sin la Gracia de Dios– no tiene el libre albedrío o la libertad para escoger su destino eterno?
Creo que ya hemos podido darnos cuenta de que el ser humano sin la gracia de Dios no puede alcanzar la vida eterna porque “el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente” (1 Corintios 2:14). Nadie coacciona su voluntad, pero es un hecho, una realidad, lo que Jesús dijo que “no queréis venir a mí para que tengáis vida” (Juan 5:40). La voluntad del “hombre natural” –es decir, no nacido de nuevo, o no convertido– no quiere, no desea, no le importan nada, o muy poco, las cosas que se refieren a Dios y a la salvación, que Él ofrece por medio de Su Hijo y Su Palabra.
¿Por qué “el hombre natural” no quiere ir a Cristo ni puede acceder a las cosas espirituales que se refieren a Dios y a Su Palabra?
Porque “estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), (6) y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús” (Efesios 2:5,6; cf. Col. 1:13-14).”Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó” (Efesios 2:4) nos dio la vida espiritual, nos resucitó en Cristo, una vez que morimos al pecado (Romanos 6:1-14). Veamos también el contexto de estos pasajes:
Efesios 2:1-7: Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados, (2) en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia, (3) entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás. (4) Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, (5) aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), (6) y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús, (7) para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús.
¿Por qué Dios hace discriminación cuando elige a unos para salvación eterna y a otros para perdición eterna? ¿Por qué no da Su gracia a todos sin excepción y deja que cada uno elija libremente aceptar o rechazar Su gracia según el libre albedrío de cada uno?
Primero de todo, nadie puede juzgar a Dios, pues Él solo conoce las intenciones y pensamientos del corazón de todos los hombres, y sabe la gracia que cada persona necesita para ser salva según las circunstancias particulares de cada individuo. Y, en mi opinión, todo el mundo tiene a su disposición los medios por los cuales Dios imparte Su gracia, como es Su Palabra, Su Hijo Jesucristo, y el Espíritu Santo que habla a las conciencias. Realmente la “fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios” (Romanos 10:17), y además, “Él, de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad, para que seamos primicias de sus criaturas” (Santiago 1:18); “Por lo cual, desechando toda inmundicia y abundancia de malicia, recibid con mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar vuestras almas. (22) Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos” (Santiago 1:21-22). En cualquier caso, Dios, por definición, es infinitamente justo y misericordioso al mismo tiempo, y es un “Dios de amor” (1ª Juan 3:8,16), “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16-21). Pero, veamos también los textos que siguen, que son muy importantes, porque allí se sugieren los motivos de la no elección de los que se pierden.
Juan 3:16-21: Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él. (18) El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios. (19) Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. (20) Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas. (21) Mas el que practica la verdad viene a la luz, para que sea manifiesto que sus obras son hechas en Dios.
Puesto que es imposible responder humanamente a las preguntas planteadas arriba –porque “Las cosas secretas perteneces a Jehová nuestro Dios; mas las reveladas son para nosotros y para nuestros hijos para siempre…” (Dt. 29:29). Y “Así que, no juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor, el cual aclarará también lo oculto de las tinieblas, y manifestará las intenciones de los corazones; y entonces cada uno recibirá su alabanza de Dios. (6) Pero esto, hermanos, lo he presentado como ejemplo en mí y en Apolos por amor de vosotros, para que en nosotros aprendáis a no pensar más de lo que está escrito, no sea que por causa de uno, os envanezcáis unos contra otros. (7) Porque ¿quién te distingue? ¿o qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido?” (1 Corintios 4:5-7)– permitamos que la sola Palabra de Dios responda:
“Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos”. (Romanos 8:29). “Pero el fundamento de Dios está firme, teniendo este sello: Conoce el Señor a los que son suyos; y: Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo” (2 Timoteo 2:19).
Jeremías 1:4-5: Vino, pues, palabra de Jehová a mí, diciendo: (5) Antes que te formase en el vientre te conocí, y antes que nacieses te santifiqué, te di por profeta a las naciones.
Nahúm 1:7: Jehová es bueno, fortaleza en el día de la angustia; y conoce a los que en él confían.
Juan 10:4: Y cuando ha sacado fuera todas las propias, va delante de ellas; y las ovejas le siguen, porque conocen su voz.
Juan 10:14-15: Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas, y las mías me conocen, (15) así como el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; y pongo mi vida por las ovejas.
Juan 10:26-29: pero vosotros no creéis, porque no sois de mis ovejas, como os he dicho. (27) Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, (28) y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. (29) Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre.
Jesús conoce a sus ovejas, y ellas le conocen a Él. Y Dios hace que con Jesús “La misericordia y la verdad se encontraron; La justicia y la paz se besaron” (Salmos 85:10). O sea, la soberanía de Dios se armoniza y compatibiliza maravillosamente con la responsabilidad y libertad humanas, porque Él hace Su voluntad, y el hombre también satisface la suya. También Jesús se refiere a que seamos “perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (Mateo 5:48), y la razón que da es precisamente Su ecuanimidad, Su justicia porque pone como ejemplo “que [Dios, el Padre] hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos” (Mateo 5:45)
Mateo 5:44-48: Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; (45) para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos. (46) Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos? (47) Y si saludáis a vuestros hermanos solamente, ¿qué hacéis de más? ¿No hacen también así los gentiles? (48) Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto.
4. Respuesta a algunas objeciones planteadas en los comentarios que mi amigo hizo a mi estudio bíblico:
¿Pueden perder la salvación los justificados por la fe en Cristo?
Comparto con mi amigo Alfonso que “la batalla por alcanzar la salvación permanece abierta”, o no cesa “durante toda la vida del creyente”; pero creo haber demostrado en lo que antecede que los textos bíblicos citados por él (1ª Cor. 10:12 y Mt. 24:12-13 )– y los explicados por mí anteriormente– no se oponen ni son obstáculo para que los cristianos permanezcan o se mantengan seguros de que han sido salvos para siempre, desde el momento de su entrega a Cristo y obediencia a Su Palabra.
- “El que crea estar firme, mire que no caiga” (1Cor 10: 12)
- “y por haberse multiplicado la maldad, el amor de muchos se enfriará. 13 Mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo.” (Mt 24: 12 y 13)
Y las dudas que él me citaba al inicio de este estudio bíblico creo que son hasta cierto punto normales y lógicas, porque las pueden experimentar muchos cristianos –en mi opinión, al inicio de su carrera o profesión cristiana– pero que deben ir disolviéndose a medida que el cristiano progresa en fe y santidad por el conocimiento más profundo de Dios y de Su Palabra.
Respecto a la duda sobre si nuestro arrepentimiento “ha sido verdaderamente genuino y completo” es algo que se sabe con el caminar cristiano; pues si hay verdadera conversión no volveremos a cometer los mismos errores una y otra vez, y eso es la mejor evidencia de la autenticidad de nuestro arrepentimiento. En cuanto si este ha sido completo, dependerá del grado de conocimiento que uno tenga de sí mismo, y de lo que es pecado, y de su memoria. Por eso, nuestra conciencia deberá ser constantemente iluminada con la Palabra de Dios, y ser así purificada; de esta manera, podemos avanzar en santidad cada día. En cualquier caso, la profesión de fe esencial en todo cristiano –sin la cual no podría ser considerado como tal– es que hemos sido “justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, (25) a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados, (26) con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús” (Romanos 3:24-26).
Además, es cierto, que un arrepentimiento sincero conlleva en lo posible resarcir o compensar los posibles perjuicios materiales y daños morales, que se hayan ocasionado, ya sea pidiendo perdón a los afectados, o compensándolos económicamente si el daño ha sido material. Pero si esto se ha hecho hasta donde es razonable y posible, tampoco es una circunstancia ni objeción seria que pueda impedir la paz con Dios, ni la seguridad de la salvación.
En relación con las inclinaciones y tendencias naturales de nuestra “carne” siempre tendremos alguna que habrá que ir combatiendo con el poder del Espíritu Santo y del Evangelio. Por lo que no hay tampoco que perder la seguridad de la salvación, especialmente si uno hace todo lo que está en su mano, en obediencia a la Palabra de Dios, con sinceridad de corazón y sin alimentar u ocultar deseos o ideas contrarias al Espíritu de la Palabra.
A continuación te formulas las siguientes preguntas:
“¿Cómo puedo estar seguro de que mi conversión sí que ha sido auténtica?
¿Cómo puedo tener la garantía de que yo no caeré, puesto que otros muchos han caído?”
(Alfonso)
Respecto a la primera, la respuesta es muy sencilla, si das “el fruto del Espíritu, amor, gozo, paz, paciencia, etc. (ver Gálatas 5:22-26), no hay excusa para no tener esa seguridad; y como nadie es perfecto, examina tu conciencia con la Palabra de Dios, y pídele a Él que te cambie y modifique poco a poco, con perseverancia, las debilidades del carácter y de la personalidad.
En relación con la segunda, la garantía de la salvación está que fuimos “sellados con el Espíritu Santo de la promesa” (Efesios 1:13), y que “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. (17) Y si hijos, también herederos…” (Romanos 8:16,17). Piensa que el poder no está en tu mano sino que es de Dios. Solo, pues, mantente unido a Él, por medio de Cristo, “no dudando nada, porque el que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra” (Santiago 1:6; cf. 4:8).
Y acuérdate, no dudando nada del amor y de las promesas de Dios: “El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas? (33) ¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. (34) ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros. (35) ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? (36) Como está escrito: Por causa de ti somos muertos todo el tiempo; Somos contados como ovejas de matadero. (37) Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. (38) Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, (39) ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 8:32-39). Ahora bien, no dejes de amar y de hacer el bien al prójimo, y persevera hasta el fin, no confiando en ti mismo sino en Dios que te sustenta por Su Espíritu, y en el Evangelio que “es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree” (Romanos 1:16).
A continuación haces una declaración muy fuerte, que, en mi opinión, no es exacta:
“Jesús se dirigió solemnemente a los doce apóstoles en cierta ocasión y les dijo:
“De cierto os digo que en la regeneración, cuando el Hijo del Hombre se siente en el trono de su gloria, vosotros que me habéis seguido también os sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel.” (Mt 19: 28)
“Judas Iscariote era uno de los que escuchó esas solemnes palabras. Sin embargo, en él no se cumplieron”.
(Alfonso)
Ciertamente “cayó Judas [el Iscariote] por transgresión, para irse a su propio lugar” (Hechos 1:25). Judas Iscariote era uno de los doce apóstoles pero la Sagrada Escritura sugiere que nunca fue elegido por Dios ni por el mismo Jesucristo; por eso la Palabra expresa que su caída fue “para irse a su propio lugar” (Hechos 1:25), es decir, el lugar que le correspondía, que estaba fuera del apostolado y del ministerio de Jesús, donde nunca debió estar, “porque era ladrón” (Juan 12:4-6). Este pseudo o falso apóstol se suicidó y fue sustituido por Matías, por elección del Espíritu Santo. Veamos a continuación los pasajes citados en su contexto:
Hechos 1:21-26: Es necesario, pues, que de estos hombres que han estado juntos con nosotros todo el tiempo que el Señor Jesús entraba y salía entre nosotros, (22) comenzando desde el bautismo de Juan(J) hasta el día en que de entre nosotros fue recibido arriba, uno sea hecho testigo con nosotros, de su resurrección. (23) Y señalaron a dos: a José, llamado Barsabás, que tenía por sobrenombre Justo, y a Matías. (24) Y orando, dijeron: Tú, Señor, que conoces los corazones de todos, muestra cuál de estos dos has escogido, (25) para que tome la parte de este ministerio y apostolado, de que cayó Judas por transgresión, para irse a su propio lugar. (26) Y les echaron suertes, y la suerte cayó sobre Matías; y fue contado con los once apóstoles.
Juan 12:4-6: Y dijo uno de sus discípulos, Judas Iscariote hijo de Simón, el que le había de entregar: (5) ¿Por qué no fue este perfume vendido por trescientos denarios, y dado a los pobres? (6) Pero dijo esto, no porque se cuidara de los pobres, sino porque era ladrón, y teniendo la bolsa, sustraía de lo que se echaba en ella.
¿Hay algún texto en la Palabra de Dios que diga que Judas Iscariote fue elegido por Jesús? ¿Acaso no ocurrió que Judas quiso entrar en el grupo cercano a Jesús por intereses espurios y que Jesús simplemente no le rechazó “para que se cumpliese la Escritura” (Juan 13:18)?
La siguiente declaración de Jesús es definitiva: “No hablo de todos vosotros; yo sé a quienes he elegido; mas para que se cumpla la Escritura: El que come pan conmigo, levantó contra mí su calcañar” (Juan 13:18). Jesús sabía a quienes había elegido, y estos fueron los once apóstoles, excepto Judas que se agregó al grupo.
¿Cómo puedes, querido amigo, decir con esa rotundidad “que no existe ningún signo objetivo, externo ni interno, de que se haya producido una verdadera conversión”?
Quizá tú –y es comprensible– puedes pensar que “tu vida no es tan diferente de la de tu vecino ateo, buen padre de familia y buen ciudadano, pero que no cree en Dios, y no tiene fe en absoluto”; pero “…Dios conoce vuestros corazones; porque lo que los hombres tienen por sublime, delante de Dios es abominación” (Lucas 16:15). “Así que, no juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor, el cual aclarará también lo oculto de las tinieblas, y manifestará las intenciones de los corazones; y entonces cada uno recibirá su alabanza de Dios” (1ª Corintios 4:5).
Lucas 16:15 Entonces les dijo: Vosotros sois los que os justificáis a vosotros mismos delante de los hombres; mas Dios conoce vuestros corazones; porque lo que los hombres tienen por sublime, delante de Dios es abominación.
1 Corintios 4:4-7 Porque aunque de nada tengo mala conciencia, no por eso soy justificado; pero el que me juzga es el Señor. (5) Así que, no juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor, el cual aclarará también lo oculto de las tinieblas, y manifestará las intenciones de los corazones; y entonces cada uno recibirá su alabanza de Dios. (6) Pero esto, hermanos, lo he presentado como ejemplo en mí y en Apolos por amor de vosotros, para que en nosotros aprendáis a no pensar más de lo que está escrito, no sea que por causa de uno, os envanezcáis unos contra otros. (7) Porque ¿quién te distingue? ¿o qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido?
Querido amigo, cuando lleves viviendo “cien mil trillones de años” –lo que no significa nada en la eternidad– en el Paraíso ya no te acordarás de esas personas que nombras en tu correo, ni de tantas angustias, sufrimientos y tribulaciones, que tuviste que pasar, posiblemente, para llegar allí. En cualquier caso, estoy seguro que no se te ocurrirán esos pensamientos que desde esta perspectiva parecen lógicos: “¿Por qué no están aquí? ¿Qué mal tan profundo cometieron para ser castigados con la privación del eterno paraíso?”
¿Acaso dudas del justo juicio de Dios? “Mas sabemos que el juicio de Dios contra los que practican tales cosas es según verdad. (3) ¿Y piensas esto, oh hombre, tú que juzgas a los que tal hacen, y haces lo mismo, que tú escaparás del juicio de Dios? (4) ¿O menosprecias las riquezas de su benignidad, paciencia y longanimidad, ignorando que su benignidad te guía al arrepentimiento?” (Romanos 2:2-4).
Romanos 2:1-2, 6-11: Por lo cual eres inexcusable, oh hombre, quienquiera que seas tú que juzgas; pues en lo que juzgas a otro, te condenas a ti mismo; porque tú que juzgas haces lo mismo. (2) Mas sabemos que el juicio de Dios contra los que practican tales cosas es según verdad. […] (6) el cual pagará a cada uno conforme a sus obras: (7) vida eterna a los que, perseverando en bien hacer, buscan gloria y honra e inmortalidad, (8) pero ira y enojo a los que son contenciosos y no obedecen a la verdad, sino que obedecen a la injusticia; (9) tribulación y angustia sobre todo ser humano que hace lo malo, el judío primeramente y también el griego, (10) pero gloria y honra y paz a todo el que hace lo bueno, al judío primeramente y también al griego; (11) porque no hay acepción de personas para con Dios.
Querido amigo, ten la completa confianza en Dios que nadie se perderá la eternidad, “simplemente porque nunca les interesó la religión ni los valores cristianos” sino porque su corazón se endureció y se llenó de soberbia, orgullo, autosuficiencia, y fue incapaz de amar. Jesús dijo que “si no os volvéis y os hacéis como niños, no entrareis en el reino de los cielos” (Mateo 18:3; cf. Lc. 18:17). Pero “Hermanos, no seáis niños en el modo de pensar, sino sed niños en la malicia, pero maduros en el modo de pensar” (1 Corintios 14:20). Así quiere Dios que seamos, sin malicia, ni malas intenciones, de corazón recto e íntegro, humildes, transparentes, sin doblez alguna, Sin embargo, “ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error, (15) sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo” (Efesios 4:14-15).
¿Crees que alguien que haya alcanzado ese limpio y puro corazón se puede perder eternamente?
En mi opinión, la fe que Dios nos pide debe conducir a ello, pues de lo contrario es una fe muerta como muy bien dijo el apóstol Santiago (2:17-26). El tiempo que dura la vida de cada persona en este planeta, aun cuando viva cien años, sin duda, breve y efímero, pero es suficiente para que cada uno forje su carácter y personalidad, y, si alguno no reúne las cualidades que Dios requiere no puede entrar en el Cielo. En cualquier caso, Dios es el que juzga porque Él conoce nuestro interior, las intenciones ocultas del corazón humano, y las circunstancias de cada uno. Dios es también el que justifica ¿”quién es el que condenará, si “Cristo es el que murió” (Romanos 8:34) por nosotros, si nos acogemos a Su justicia, habiendo sido “emblanquecido” –nuestro carácter inmundo– “en la sangre del Cordero” (Apocalipsis 7:14)?
5. Conclusión
Esencialmente existen dos teologías o sistemas distintos de comprender el Plan de Dios para la salvación de la humanidad, que parecen totalmente opuestos, pero que, en mi opinión, se complementan. En las Sagradas Escrituras se observan ambos.
El primero y fundamental de estos dos sistemas teológicos nos habla de la salvación de los hombres desde la perspectiva de Dios –defendido inicialmente por Martín Lutero (1483-1546) y sistematizado por Juan Calvino (1509-1564) y continuadores (1).
Consiste, esencialmente en que Dios llama a todos los seres humanos por los medios de gracia comunes, pero predestina a sus escogidos para que sean “hechos conformes a la imagen de Su Hijo” (Romanos 8:29) o, lo que es lo mismo, “para que fuésemos santos y sin mancha delante de Él” (Efesios 1:4).
Los escogidos, por definición, no pueden perderse jamás, y por tanto, no deberían dudar de que su salvación eterna sea segura. Toda persona que ama con fe auténtica en Dios y Su Palabra, debe sentirse escogida por Dios y salva para siempre, pero, debe hacer como San Pablo “de todo se abstiene” para llegar a esa meta de la carrera, y conseguir el premio que es la vida eterna, “la corona de vida” (Santiago 1:12) o “la corona incorruptible”, sometiendo a la “carne” en servidumbre, y, como él mismo dice: “no sea que yo mismo venga a ser eliminado” (1ª Corintios 9:24-27).
Y el segundo sistema teológico es el de la perspectiva humana, preconizado inicialmente por Jacobo Arminio (1560-1609- Holanda) como reacción a las tesis de Calvino, y adoptado por la mayoría del cristianismo, lo que no es ninguna garantía de que sea una fiel interpretación de la Sagrada Escritura.
Sin entrar en ninguno de los dos sistemas, puesto que no son objeto específico de este estudio bíblico, diré que este segundo sistema es una manera racional de entender la obra de Dios en la salvación del ser humano.
En principio –teóricamente, habiendo sido liberados por Cristo, tenemos capacidad de pecar y de no pecar. Por tanto, desde esta perspectiva racional y humana todos podemos caer y rechazar la gracia de Dios –“no sea que yo mismo venga a ser eliminado” (1ª Corintios 9:27)–, pues, realmente, solo Él sabe quiénes serán salvos. Pero Pablo –y también toda la Escritura– hace que ambos sistemas teológicos convivan y sean totalmente compatibles. ¿Por qué quedarnos solo con el racional –como hace el “arminianismo” (2)–, y de esa forma perder la seguridad de la salvación? Sigamos, pues el ejemplo de San Pablo, nunca confiemos en nuestras fuerzas, no seamos autosuficientes y creamos que, puesto que hemos sido predestinados, ya todo está decidido.
Por otra parte, –siguiendo el ejemplo de San Pablo– sin olvidar que la salvación está en manos de Dios y que le pertenece por ser el Todopoderoso, Rey de reyes y Señor de señores, deberíamos actuar pensando también que tenemos que poner todo lo que poseemos y somos, y todo esfuerzo, y entregarnos totalmente a la obra de la salvación, como si la misma dependiera únicamente de nuestras fuerzas (Fil. 2:12,13), pensando que podemos caer de la gracia, o rechazarla, si nos dejamos deslizar por los deseos de la carne y las concupiscencias del mundo. Pero todo esto, sin perder la seguridad en la salvación y la confianza en el amor y misericordia infinitos de Dios.
Filipenses 1:6: estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo;
Filipenses 2:12-13: Por tanto, amados míos, como siempre habéis obedecido, no como en mi presencia solamente, sino mucho más ahora en mi ausencia, ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor, (13) porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad.
Dios llama a todo el mundo a la salvación. Él quiere que todos sean salvos. Todo el mundo que lo desee puede acogerse al sacrificio expiatorio de Cristo, y, por tanto, ser salvado.
Sería injusto que Dios no diera a todo el mundo la posibilidad de salvarse. “[Dios] quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad” (1ª Timoteo 2:3). “[Jesucristo] se dio a sí mismo en rescate por todos…” (1ª Timoteo 2:6).
2ª Corintios 5:15: (Cfr. Juan 3:16; 12:32): y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos.
“[Jesucristo] es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo” (1ª Juan 2:2).
¿Comprendemos ahora por qué es bueno que convivan ambos sistemas teológicos?
Por un lado, el de “ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor” (Filipenses 2:13); pero por otro, siempre sabiendo y confiando que “Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad”; y, además, “estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Filipenses 1:6).
Es cierto, –y en eso coincidimos mi amigo y el que escribe–“de que en cientos de denominaciones distintas en que se ha fragmentado el cristianismo, unas aseguran que la salvación nunca está garantizada, que hay que “pelearla” hasta el final. Otros en cambio, aseguran que una vez que nos entregamos a Cristo, la salvación está asegurada”. Pero creo que en lo que antecede se ha podido comprobar, que ambas posturas se reconcilian, si con ecuanimidad e imparcialidad estudiamos la Santa Palabra de Dios, sin posiciones partidistas e interesadas, rígidas y sectarias. Aunque siempre habrá muchas divisiones dentro del cristianismo, pues, incluso, las hay en el aparentemente monolítico catolicismo, pero, gracias a Dios, todos tenemos una Santa Biblia, la Palabra revelada por Dios, y a Jesucristo que “es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos” (Hebreos 13:8).
Por lo tanto, querido amigo, no se trata de “minimizar” la importancia de unos textos que respaldan lo que creemos en detrimento de otros que parecen que se oponen frontalmente, sino de aceptar la Palabra tal como nos ha sido entregada y preservada por Dios, sin quitar ni añadir nada, con amplias miras, con espíritu abierto, y con la “unción del Santo” (1ª Juan 2:20).
Sin embargo, en mi opinión, los cristianos son más maduros en tanto en cuanto reconocen la entera soberanía de Dios y su inhabilidad humana para salvarse. Un cristiano maduro no cree que él, por sí mismo, ha elegido hacer el bien y creer en Dios; sino que, por el contrario, cree que es Dios el que le ha elegido, dándole la fe, regenerándole y capacitándole para hacer el bien, amar a Dios y a los semejantes.
Jesús salva a todos los que le reciben
Juan 1:12: Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios;
La condición fundamental para la salvación es el arrepentimiento
La Palabra de Dios afirma que las personas deben convertirse por medio del “arrepentimiento para con Dios, y de la fe en nuestro Señor Jesucristo” (Hechos 20:21). “Si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente” (Lucas 13:3). “El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él” (Juan 3:36).
Romanos 10:13: “Porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo”
Hechos 10:43: “De éste dan testimonio todos los profetas, que todos los que en él creyeren, recibirán perdón de pecados por su nombre”.
Querido amigo, no obstante las evidentes discrepancias en lo que antecede, no tengo inconveniente en compartir tu reflexión final –“En mi opinión, lo más sensato es confiar en el amor de Dios y en que nunca privará a ninguno de Sus hijos de los bienes que nosotros, siendo malos, no privaríamos a los nuestros”– pero porque mi único fundamento es la Sagrada Escritura, y el que acepta toda la Palabra de Dios, sin partidismos interesados, nunca será decepcionado.
Un fuerte abrazo
Carlos Aracil Orts
Referencias bibliográficas
*Las referencias bíblicas están tomadas de la versión Reina Valera de 1960 de la Biblia, salvo cuando se indique expresamente otra versión. Las negrillas y los subrayados realizados al texto bíblico son nuestros.
Bibliografía citada
(1) Los cinco puntos del calvinismo. Loraine Boettner, extraídos de su libro «La Predestinación».
I. Depravación total
Debido a la caída, el pecador es incapaz de creer en el Evangelio y ser salvo, ya que está muerto, ciego y sordo a las cosas de Dios; su corazón es engañoso y perverso en gran manera. Su voluntad no es libre, sino que está esclavizada a su naturaleza pecaminosa; por tanto, no quiere— y, de hecho, no puede—escoger el bien y rechazar cl mal en lo que a las cosas espirituales respecta. La mera ayuda del Espíritu, por consiguiente, no es suficiente para traer al pecador a Cristo, sino que es absolutamente necesaria la regeneración en virtud de la cual el Espíritu imparte vida y una nueva naturaleza al pecador. La fe no es algo con lo cual el hombre contribuye a la salvación sino que es en si una parte del don de la salvación— es el don de Dios al pecador, no el don del pecador a Dios.
II. Elección incondicional
El que Dios haya escogido a ciertos individuos para salvación antes de la fundación del mundo se debe únicamente a su voluntad soberana. Su elección de ciertos pecadores no está basada en un conocimiento previo de una respuesta o acto de obediencia (tales como la fe, el arrepentimiento, etc.) por parte de los pecadores. Al contrario, Dios es el que da la fe y el arrepentimiento a cada persona elegida. Dichas obras son el resultado, no la causa de la elección divina. La elección, por tanto, no está determinada ni condicionada por virtud alguna u obra meritoria prevista por Dios en el hombre. Aquellos a quienes Dios ha elegido en su soberanía son movidos por el Espíritu Santo a aceptar a Cristo. Por tanto, la causa fundamental de la salvación no es la decisión del pecador de aceptar a Cristo, sino la elección del pecador por parte de Dios.
III. Redención particular o expiación limitada
La obra redentora de Cristo tuvo como fin salvar a los elegidos únicamente y, en efecto, aseguró la salvación de éstos. En su muerte Cristo sufrió como sustituto por el pecado de los elegidos en particular. Además de borrar los pecados de éstos, la redención proveyó todo lo necesario para lograr su salvación, inclusive la fe que los une a él. El don de la fe es impartido infaliblemente por el Espíritu a todos por quienes Cristo murió, garantizando la salvación de cada uno de ellos.
IV. Llamamiento eficaz o gracia irresistible
Además del llamamiento general a la salvación hecho a todos los que escuchan el Evangelio, el Espíritu Santo hace a los elegidos un llamamiento especial, el cual inevitablemente les conduce a la salvación. El llamamiento general, hecho a todos sin distinción, puede ser, y a menudo es, rechazado; en cambio, el llamamiento especial hecho sólo a los elegidos no puede ser rechazado, sino que siempre resulta en la conversión de éstos. Mediante este llamamiento el Espíritu atrae irresistiblemente a los pecadores a Cristo, ya que no está limitado por la voluntad del hombre en su obra salvadora ni depende del hombre para lograr su propósito. El Espíritu induce benignamente al pecador elegido a cooperar, a creer, a arrepentirse, y a venir a Cristo espontáneamente y voluntariamente. Por tanto, la gracia de Dios es invencible; siempre redunda en la salvación de aquellos a quienes se le brinda.
V. Perseverancia de los creyentes
Todos los escogidos por Dios, redimidos en Cristo, y a quienes el Espíritu ha impartido fe, son eternamente salvos y perseveran hasta el fin, ya que son preservados en la fe por el poder de Dios, el Todopoderoso.
Según el calvinismo:
La salvación es efectuada por la omnipotencia del Trino Dios. El Padre escogió a un pueblo, el Hijo murió por él, y el Espíritu Santo hace efectiva la muerte de Cristo conduciendo a los elegidos a la fe y al arrepentimiento y a que voluntariamente obedezcan al Evangelio. El proceso completo (elección, redención, regeneración) es obra de Dios y es únicamente por gracia. Por tanto, Dios, y no el hombre, determina quienes han de ser los que reciben el don de la salvación.
REAFIRMADO por el Sínodo de Dort
Este sistema de teología fue reafirmado por el Sínodo de Dort en 1619 por habérsele reconocido como la doctrina de la salvación contenida en las Sagradas Escrituras. El sistema fue entonces formulado en “cinco puntos” (en respuesta a los cinco puntos sometidos por los arminianos) y desde aquel entonces ha sido conocido como “los cinco puntos del calvinismo”.
(2) Los cinco puntos del arminianismo. Loraine Boettner, extraídos de su libro «La Predestinación»
I. Libre albedrío o habilidad humana
Aunque la naturaleza humana fue seriamente afectada por la caída, el hombre, sin embargo, no ha perdido del todo su capacidad espiritual. Dios en su gracia capacita al pecador a fin de que por su propia voluntad se arrepienta y crea. Cada pecador tiene libre albedrío y su destino eterno depende de cómo lo use. La libertad del hombre consiste en poder escoger el bien y rechazar el mal en la esfera de lo espiritual; su voluntad no está esclavizada a su naturaleza pecaminosa. El pecador puede o cooperar con el Espíritu de Dios y ser regenerado o resistir la gracia de Dios y perderse para siempre. El pecador necesita la ayuda del Espíritu pero no tiene que ser regenerado por el Espíritu antes de que pueda creer, ya que la fe es un acto del hombre y precede al nuevo nacimiento. La fe es el don del pecador a Dios; es lo que el hombre contribuye a la salvación.
II. Elección condicional
El que Dios haya escogido a ciertos individuos para salvación antes de la fundación del mundo se debe al hecho de que Dios vio de antemano que dichos individuos habrían de responder a su llamado. Dios escogió sólo a aquellos que Él vio de antemano creerían en el Evangelio de su propia voluntad. Las obras futuras de dichos individuos determinan, por tanto, la elección. La fe que Dios vio de antemano y sobre la cual basó su elección no fue impartida por el Espíritu Santo sino que surgió de la voluntad del hombre mismo. Pertenece al hombre, por tanto, la prerrogativa de quién ha de creer y quién ha de ser escogido para salvación. Dios escogió sólo a aquellos que él sabía habían de escoger a Cristo por su propia voluntad. La causa fundamental de la salvación es, por tanto, la decisión del pecador de escoger a Cristo y no la elección del pecador por parte de Dios.
III. Redención universal o expiación general
La obra redentora de Cristo brindó a todos los hombres la oportunidad de ser salvos pero no garantizó la salvación de ninguno. A pesar de que Cristo murió por todos los hombres, sólo los que creen en él son salvados. Su muerte hizo posible el que Dios pudiera perdonar a los pecadores siempre y cuando éstos creyeran, pero no borró los pecados de ninguno. La redención en Cristo es eficaz sólo si el hombre decide aceptarla.
IV. El Espíritu Santo puede ser resistido eficazmente
El Espíritu llama de manera especial a aquellos que mediante el Evangelio son llamados de manera general; Él hace todo lo que puede por traer a cada pecador a la salvación. El llamado del Espíritu, sin embargo, puede ser resistido ya que el hombre es libre. El Espíritu no puede regenerar al pecador hasta que éste crea; la fe (que es lo que el hombre contribuye) precede y hace posible el nuevo nacimiento. El libre albedrío, por tanto, limita al Espíritu en la aplicación de la obra redentora de Cristo. El Espíritu Santo puede traer a Cristo sólo a aquellos que se lo permitan. El Espíritu no puede impartir vida hasta que el pecador responda. La gracia de Dios, por tanto, no es invencible; puede ser, y muchas veces es, resistida y frustrada por el hombre.
V. El caer de la gracia o el perder la salvación
Los que creen y son verdaderamente salvos pueden perder su salvación por no perseverar en la fe.
No todos los arminianos han estado de acuerdo en este punto; algunos han sostenido que los creyentes están eternamente salvos en Cristo—que una vez el pecador es regenerado, jamás puede perderse.
Según el arminianismo:
La salvación es efectuada mediante los esfuerzos conjuntos de Dios (quien toma la iniciativa) y el hombre (a quien le toca responder)— siendo la respuesta del hombre el factor determinante. Dios ha provisto salvación para todos, pero su provisión es efectiva sólo en aquellos que de su propia voluntad “deciden” cooperar con él y aceptar su oferta de gracia. En el momento crucial la voluntad del hombre juega un papel decisivo; por tanto, el hombre, y no Dios, determina quienes serán los que reciben el don de la salvación.
RECHAZADO por el Sínodo de Dort
Este fue el sistema de pensamiento presentado en el “Remonstrance” (Protesta) (aunque los “cinco puntos” no estaban ordenados originalmente de la manera que los presentamos aquí). Dicho sistema fue sometido por los arminianos a la iglesia de Holanda en 1610 con el propósito de que dicha iglesia los adoptara, pero fue rechazado por el Sínodo de Dort en 1619 en base a que no era bíblico.”