Cómo crecer en santidad
Versión: 17-09-2023
Carlos Aracil Orts
1. Introducción*
Somos cristianos porque hemos sido “elegidos según la presciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo” (1 Pedro 1:2). En el capítulo siguiente de esta misma Epístola, el apóstol Pedro vuelve a referirse a los creyentes cristianos como “linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios”, donde también se les asigna la misión de [anunciar] “las virtudes de Aquel que [nos] llamó de las tinieblas a su luz admirable”. (1 Pedro 2:9).
El primer versículo (1 Pedro 1:2) es clave como punto de partida para entender el Plan de Dios de Salvación de los seres humanos; porque en el texto citado se nos muestra a Dios el Padre quien elige a los que han de ser salvos, a Dios el Espíritu Santo, el que los santifica gracias a que previamente los elegidos han sido redimidos por la sangre de Jesucristo –“del Nuevo Pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados” (Mt. 26:28; cf. Éx. 24:6-8; Jer. 31:31-34; Jn. 6:53-58).
Es decir, el Dios Hijo encarnado entrega su vida y muere en sustitución de los pecadores y, al resucitar, consigue para ellos la vida eterna, que Él concede a todo “el que come [su] carne y bebe [su] sangre” (véase Jn. 6:53-56), lo que claramente es símbolo de su obra expiatoria en la Cruz y de la fe que cada creyente debe ejercer en Él, “para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo” (1 Pedro 1:2). Por tanto, es responsabilidad de dichos elegidos “la obediencia a la fe”, la que se refiere San Pablo en la Epístola a los Romanos (1:5).
Lo que el apóstol Pedro expresa, en el texto inicial, se confirma y se complementa con las siguientes palabras de San Pablo: “Dios os [ha] escogido desde el principio para salvación, mediante la santificación por el Espíritu y la fe en la verdad, a lo cual os llamó mediante nuestro evangelio, para alcanzar la gloria de nuestro Señor Jesucristo” (2 Tesalonicenses 2:13-14)
“La santificación (hagiasmō) se refiere a separación, consagración y santidad. Primera de Pedro 2:9-10 ilustra el principio: “Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable; vosotros que en otro tiempo no erais pueblo, pero que ahora sois pueblo de Dios; que en otro tiempo no habíais alcanzado misericordia, pero ahora habéis alcanzado misericordia”. En la salvación, la santificación del Espíritu aparta del pecado a los creyentes para Dios, los separa de la oscuridad y los lleva a la luz, los aparta de la incredulidad y los lleva a la fe, y los aísla misericordiosamente del amor al pecado y los lleva al amor de la justicia (Jn. 3:3-8; Ro.8:2; 2 Co. 5:17; cf. 1 Co. 2:10-16; Ef. 2:1-5; 5:8; Col. 2:13).
Años antes, ante el concilio de Jerusalén, Pedro expresó el mismo principio:
Y después de mucha discusión, Pedro se levantó y les dijo: Varones hermanos, vosotros sabéis cómo ya hace algún tiempo que Dios escogió que los gentiles oyesen por mi boca la palabra del evangelio y creyesen. Y Dios, que conoce los corazones, les dio testimonio, dándoles el Espíritu Santo lo mismo que a nosotros; y ninguna diferencia hizo entre nosotros y ellos, purificando por la fe sus corazones (Hch. 15:7-9).
El Espíritu Santo limpió por fe los corazones de los gentiles convertidos. Eso pone de relieve una vez más que la salvación es obra del Espíritu (Jn. 3:3-8; cf. Ro. 15:16; 1 Co. 6:11; 1 Ts. 1:4-6; 2 Ts. 2:13; Tit. 3:5).
Una vez que el Espíritu Santo separa en la salvación a los creyentes del pecado, continúa para hacerlos más y más santos (cf. Fil. 1:6) en el proceso progresivo de separación y santificación de por vida (Ro. 12:1-2; 2 Co. 7:1; 1 Ts. 5:23-24; He. 12:14; cf. Ef. 4:24, 30; 2 Ti. 4:18). Pablo dice que Dios eligió a creyentes “para que fuésemos santos y sin mancha delante de él” (Ef. 1:4). Tal situación empieza en la salvación y se completa en la glorificación. El proceso de santificación es la manera en que el propósito redentor de Dios obra en la vida terrenal de los cristianos (cf. Ro. 6:22; Gá. 4:6; Fil. 2:12-13; 2 Ts. 2:13; He. 12:14). (1) (MacArthur, CBNT, p.31).
El presente estudio se refiere a cómo crecer en santidad, para cumplir el mandamiento de nuestro Dios: “como hijos obedientes, no os conforméis a los deseos que antes teníais estando en vuestra ignorancia; sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo” (1 P. 1:14-16).
No obstante, debido a la gran importancia de la doctrina de la elección y predestinación, que tantas veces se reitera en la Sagrada Biblia, es preciso, aunque sea brevemente, volver a tratar de explicar su verdadero sentido bíblico, porque ha sido denigrado e incluso malinterpretado por muchos.
Por tanto, en el cuerpo de este artículo que sigue desarrollaré los epígrafes o capítulos que a continuación enumero:
- Significado de “elegidos según la presciencia de Dios Padre” (1 Pedro 1:2) a la luz de las Epístolas.
“Elegidos según la presciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo” (1 Pedro 1:2).
- De ser “carnal, vendido al pecado” (Ro. 7:13) a ser espiritual con “la mente de Cristo” (1 Co. 2:14-16).
“Porque cuando erais esclavos del pecado, erais libres acerca de la justicia. (21) ¿Pero qué fruto teníais de aquellas cosas de las cuales ahora os avergonzáis? Porque el fin de ellas es muerte. (22) Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna. (23) Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro. (Ro. 6:20-23).
- La santificación obra del Espíritu Santo por el poder de la Palabra
“La santificación abarca todo lo que el Espíritu produce en la salvación: fe (Ef. 2:8), arrepentimiento (Hch. 11:15-18), regeneración (Tit. 3:5) y adopción (Ro. 8:16-17). Por tanto, la elección, el plan de Dios, se convierte en una realidad en la vida del creyente a través de la salvación, la obra de Dios, que el Espíritu Santo lleva a cabo. (2) (MacArthur, CNT, p.30)
2. Significado de “elegidos según la presciencia de Dios Padre” (1 Pedro 1:2) a la luz de las Epístolas de San Pablo.
Primero, “[…] la elección es totalmente consecuencia del propósito soberano y de la gracia de Dios,” “quien nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos” (2 Ti. 1:9). (3) (MacArthur, CNT, p.28) (MacArthur, Comentario del Nuevo Testamento (1 Pedro a Judas)
Segundo, Dios salva a los seres humanos que han sido “elegidos según [Su] presciencia”, “según nos escogió en él [Cristo] antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado (Efesios 1:4-6).
Notemos que los elegidos por Dios “antes de la fundación del mundo”, tienen como objeto conseguir ser “santos y sin mancha” (Ef.1:4), en sus vidas temporales, en su peregrinaje en este planeta Tierra. O bien, expresado de otra manera: deben ser “hechos conformes a la imagen de su Hijo” (Romanos 8:29)
Tercero, “sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados. (29) Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. (30) Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó.” (Romanos 8:28-30)
Cuarto, Jesús mismo confirmó la doctrina de la elección soberana de Dios, de los que han de ser salvos, en varios ocasiones, como, por ejemplo, cuando se refirió a “los escogidos” en Mateo 24:22,24,31 (cf. Mr. 13:20). Y el Evangelio de San Juan registra que Jesús dijo: “Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere; y yo le resucitaré en el día postrero” (Jn 6:44); y otra vez, Él “dijo: Por eso os he dicho que ninguno puede venir a mí, si no le fuere dado del Padre.” (Juan 6:65).
A este respecto, en su Comentario bíblico a la Primera Epístola de Pedro (1:2), L. Bonnet y A. Schroeder explican lo siguiente:
“Su elección se manifiesta en su santificación obrada por el Espíritu, para que se hagan obedientes y sean purificados por la sangre de Jesucristo.” (4) (L. Bonnet y A.Schroeder Comentario del NT, tomo IV, p. 220)
“La elección se manifiesta por el llamado que Dios, en su gracia, según su presciencia, dirige a cada persona. La presciencia de Dios no es solamente su conocimiento anticipado y pasivo de lo que acontecerá, sino su voluntad determinada y su amor.
“Este carácter activo de la presciencia divina resulta de numerosas declaraciones de la Escritura (1 P.1:20; Ro. 8:28,29; Ef. 1:5). El cristiano basa en su calidad de elegido de Dios la seguridad de su salvación. Esta no es obra suya sino la de Dios, quien acabará lo que ha empezado (Fil. 1:6).
“Mas Dios no elige sus hijos para que luego hagan lo que bien les parece, queden en sus pecados. Los elige en santificación del Espíritu (1 Ts. 4:7: 2 Ts. 2:13,14), es decir que, para cumplir su designio de misericordia en ellos, los renueva y los santifica por su Espíritu Santo. Esto es para ellos el único testimonio cierto de su elección. El Espíritu (de Dios) es el autor de la santificación. Otros, con menos razón, entienden la expresión del espíritu del hombre sobre el cual se ejerce la acción santificadora: “elegidos según la presciencia de Dios y santificados en su espíritu.” (5) (L. Bonnet y A.Schroeder, p.222).
“El fin para el cual Dios los ha elegido y los santifica por el Espíritu es la obediencia, no la obediencia a Jesucristo, como traducen algunos, pues el complemento de Jesucristo no se refiere más que a la aspersión de la sangre; sino a la obediencia, en sentido absoluto, a la obediencia que es la actitud normal del hijo de Dios (1ª P.1:14; 2:8: Heb. 5:9), y que Pablo llama “la obediencia de la fe” (Ro. 1:5; 2 Co. 10:5). A esta disposición del creyente responde, de parte de Dios, la aspersión de la sangre de Jesucristo. Este último término es tomado de las costumbres de los sacrificios, en que el sacerdote hacía aspersión de la sangre de la víctima sobre los que la ofrecían, a fin de hacerles partícipes de la eficacia figurativa de ese sacrificio (Ex. 24:7 y ss; Lv. 4:6,17; 16:14: Heb. 9:19: 12:24). La mención de la aspersión después de la santificación del Espíritu, muestra que se trata menos de la justificación del pecador delante de Dios que de una apropiación perpetua de los méritos de Jesucristo y de su muerte, necesaria a aquellos mismos que son regenerados, por tanto tiempo cuanto viven en este mundo (cf. 1 Jn 1:7).” (6) (L. Bonnet y A.Schroeder, p.223).
Por tanto, de lo que antecede, se deduce que el Plan de Salvación de Dios comprende las siguientes fases o etapas:
-
- “Conocimiento previo/predestinación/elección (Dios escoge a algunos para salvación)
- Llamamiento eficaz/regeneración (nuevo nacimiento)
- Conversión (arrepentimiento y fe)
- Justificación (declaración de un estatus legal correcto)
- Adopción (situados en la familia de Dios)
- Santificación (crecimiento progresivo en santidad)
- Perseverancia (permanecer en Cristo)
- Glorificación (recibir un cuerpo de resurrección)
“La primera de estas bendiciones salvadoras es pretemporal y precede incluso la aplicación de la redención. Las etapas dos a cinco aparecen simultáneamente en el momento en que uno se convierte en cristiano. Las fases seis y siete se producen a lo largo del resto de la vida cristiana. Finalmente, el paso ocho completa la aplicación de la redención al regreso de Cristo […]” (7) (Teología sistemática, John MacArthur y Richard Mayhue, p. 776)
3. De ser “carnal, vendido al pecado” (Ro. 7:13) a ser espiritual con “la mente de Cristo” (1 Co. 2:14-16).
Para comprender que el ser humano nace con una naturaleza pecaminosa con la que tiene que convivir durante toda su vida terrena, necesitamos tomar en serio los pasajes de la Biblia que así lo confirman. A este respecto, el diálogo que sostuvo Jesucristo con Nicodemo registrado en el Evangelio de San Juan (3:3-6) es esencial y muy esclarecedor. Comprobémoslo:
“Había un hombre de los fariseos que se llamaba Nicodemo, un principal entre los judíos. (2) Este vino a Jesús de noche, y le dijo: Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro; porque nadie puede hacer estas señales que tú haces, si no está Dios con él. (3) Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios. (4) Nicodemo le dijo: ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer? (5) Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. (6) Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es.” (Juan 3:1-6)
El nuevo nacimiento/regeneración o resucitación espiritual
“La regeneración o nuevo nacimiento es la acción de Dios por medio de la cual imparte vida eterna a quienes están muertos en sus “delitos y pecados” (Ef. 2:1, cf. 2 Co. 5:17; Tit. 3:5; Stg. 1:18; 1 P. 1:3, 23; 1 Jn. 2:29; 3:9; 4:7; 5:1, 4, 18), haciéndolos así hijos suyos (Jn. 1:12-13).” (8) (MacArthur, CNT, p.111)
Jesucristo, en solo un corto versículo, expresó la condición ineludible que todo ser humano debe cumplir si quiere ser salvo: “el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (v.3). Así como Nicodemo, a pesar de ser un “maestro de Israel” (v.10), desconocía “¿cómo puede un hombre nacer siendo viejo?”, así también ocurre con muchas personas que, al no comprender, no siguen leyendo lo que explica Jesús acto seguido: “el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es.” (Juan 3:5-6). Y aunque quizá otros lean estos versículos, seguirán sin entender las palabras de Jesús, porque “el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente” (1 Co. 2:14). “Hombre natural” es sinónimo de ser carnal, que es la condición de la naturaleza humana antes de la regeneración o nuevo nacimiento.
“La naturaleza humana solo puede engendrar naturaleza humana, así también solo el Espíritu Santo puede efectuar la transformación espiritual” (9) (MacArthur, CNT, p.115)
El nuevo nacimiento es el resultado de la acción del “agua y del Espíritu” en el creyente
Como Jesús enseñó con claridad y rotundidad que “el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios”, ahora es apropiado preguntarse:
¿Qué significa “nacer de agua y del Espíritu?
“Nacer de agua”
Sabemos que el agua es indispensable para la vida y para la limpieza física de nuestros cuerpos; por eso aquí simboliza muy apropiadamente a la Palabra de Dios, porque ésta tiene el poder de limpiarnos y de purificarnos de nuestros pecados, como así lo atestiguó Jesucristo cuando les dijo a sus discípulos durante la última cena: “Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado.” (Juan 15:3). Y limpiarnos del pecado es santificarnos; de ahí que Jesús le pidiera al Padre: “Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad” (Juan 17:17).
“El agua y el Espíritu suelen referirse simbólicamente en el Antiguo Testamento a la renovación y la limpieza espiritual (cf. Nm. 19:17-19; Is. 4:4; 32:15; 44:3; 55:1; Jl. 2:28-29; Zac. 13:1). En uno de los pasajes más gloriosos de todas las Escrituras donde se describe la restauración de Israel al Señor por el nuevo pacto, Dios dijo por medio de Ezequiel:
Y yo os tomaré de las naciones, y os recogeré de todas las tierras, y os traeré a vuestro país. Esparciré sobre vosotros agua limpia, y seréis limpiados de todas vuestras inmundicias; y de todos vuestros ídolos os limpiaré. Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra (Ez. 36:24-27).
Con seguridad era éste el pasaje que Jesús tenía en mente para mostrar que la regeneración es una verdad del Antiguo Testamento (cf. Dt. 30:6; Jer. 31:31-34; Ez. 1:18-20) que Nicodemo no desconocía…
Sobre este telón de fondo del Antiguo Testamento, la enseñanza de Cristo era inequívoca: sin el lavado espiritual del alma—limpieza alcanzada solo por el Espíritu Santo (Tit. 3:5) por medio de la Palabra de Dios (Ef. 5:26) —, nadie puede entrar a su reino.” (10) (MacArthur, CNT, p.115)
Viene a propósito citar ahora el pasaje de Efesios 5:26, porque confirma que el vocablo “agua” usado por Jesús en Juan 3:5, no simboliza el Bautismo cristiano por agua como algunos interpretan. El citado bautismo es un mandamiento de nuestro Señor (Mt. 28:19; cf. Hch. 2:38,39), que simboliza el nacimiento espiritual del creyente, es un acto de testimonio de nuestra fe en Cristo, y una señal externa de la conversión experimentada gracias al Espíritu Santo. Pero el bautismo en agua no nos purifica de nuestros pecados, ni produce ninguna transformación espiritual. El lavamiento espiritual de cada creyente es realizado por el Espíritu Santo por medio de su Palabra. Leamos ahora el texto mencionado de Efesios:
“Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, (26) para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra, (27) a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha” (Ef. 5:25-27)
Claramente, el “lavamiento del agua” equivale al lavamiento o purificación “por la Palabra”; porque no tendría sentido que San Pablo (Efesios 5:26) asignara al vocablo “agua” un simbolismo distinto al que le dio Jesucristo en el texto de Juan 3:5.
“Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla” (Ef. 5:25-26)
Este es el fundamento real, legal y eficaz del Plan de Salvación de Dios para reconciliarnos con Él y para santificarnos; porque lo que, en definitiva, nos rescata para vida eterna es “la sangre de Jesucristo su Hijo [que] nos limpia de todo pecado” (1 Jn. 1:7), “porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Ro. 6:23), “porque sin derramamiento de sangre no se hace remisión [de pecados]” (Heb. 9:22); es decir, Dios sería injusto si pasara por alto el pecado, sin castigar debidamente al pecador; sin embargo, Él muestra su justicia en la Persona de su Hijo, “quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados” (1 P. 2:24). “Por la justicia de uno [Cristo] vino a todos los hombres la justificación de vida” (Ro. 5:18 úp). La responsabilidad de los creyentes es, pues, aceptar la justicia que Cristo obtuvo en la cruz al morir por nuestros pecados (1 Co. 15:3). Y consiste en creer y obedecer sus palabras, lo que tiene como recompensa librarnos de la muerte eterna, que es lo que nos prometió cuando Él dijo: “De cierto, de cierto os digo, que el que guarda mi palabra, nunca verá muerte.” (Jn. 8:51).
Abundando en lo que antecede, debemos reconocer que el perdón de nuestros pecados ha sido hecho posible por Dios, porque “Cristo murió por nuestros pecados” (1 Co. 15:2,3), es decir, “Cristo murió por nosotros” (Ro. 5:8), en nuestro lugar, para recibir en su Persona, el castigo o pena de muerte eterna que corresponde a cada ser humano que ha depositado fe en Él, para así reconciliarnos con Dios Padre, porque “Al que no conoció pecado [Cristo], por nosotros [Dios Padre] lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él [Cristo] (2 Co. 5:21); “a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados, (26) con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús” (Ro. 3:25-26).
De esta excelsa manera Dios nos reconcilia consigo mismo “con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación, ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros, y mediante el cual creéis en Dios, quien le resucitó de los muertos y le ha dado gloria, para que vuestra fe y esperanza sean en Dios. Habiendo purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad, mediante el Espíritu, para el amor fraternal no fingido, amaos unos a otros entrañablemente, de corazón puro; siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre. Porque: Toda carne es como hierba, Y toda la gloria del hombre como flor de la hierba. La hierba se seca, y la flor se cae; (25) Mas la palabra del Señor permanece para siempre.Y esta es la palabra que por el evangelio os ha sido anunciada.” (1 P. 1:19-25; cf. 2 Co. 5:14-21)
Nacer del Espíritu
Dios el Espíritu Santo es el que, por medio de su Palabra, nos hace nacer de nuevo, es decir, “nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo, (6) el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador, (7) para que justificados por su gracia, viniésemos a ser herederos conforme a la esperanza de la vida eterna.” (Tito 3:5-7)
El Espíritu Santo, con el nuevo nacimiento, hace que los creyentes reciban vida espiritual, lo que también significa una resurrección espiritual (véase Juan 5:24; cf. Ef. 2:1,5)
Juan 5:24: De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida.
Efesios 2:1-10: Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados, (2) en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia, (3) entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás. (4) Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, (5) aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), (6) y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús, (7) para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. (8) Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; (9) no por obras, para que nadie se gloríe. (10) Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.
Jesús explicó a Nicodemo que nos era necesario nacer de nuevo para poder ver el Reino de Dios (Jn. 3:3,5), y esto se debe a que todos nacemos con una naturaleza carnal pecaminosa, que Él expresó de la siguiente manera: Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es.” (Juan 3:1-6); lo cual significa que lo que nace de la carne es carnal y lo que nace del Espíritu es espiritual. “[…] todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás. (4) Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, (5) aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), (6) y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús.” (Ef. 2:3-6)
4.0 La santificación obra del Espíritu Santo por el poder de la Palabra
1 Tesalonicenses 5:23: Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo.
2 Tesalonicenses 2:13-17:: Pero nosotros debemos dar siempre gracias a Dios respecto a vosotros, hermanos amados por el Señor, de que Dios os haya escogido desde el principio para salvación, mediante la santificación por el Espíritu y la fe en la verdad, a lo cual os llamó mediante nuestro evangelio, para alcanzar la gloria de nuestro Señor Jesucristo. Así que, hermanos, estad firmes, y retened la doctrina que habéis aprendido, sea por palabra, o por carta nuestra. Y el mismo Jesucristo Señor nuestro, y Dios nuestro Padre, el cual nos amó y nos dio consolación eterna y buena esperanza por gracia, conforte vuestros corazones, y os confirme en toda buena palabra y obra.
Como vimos en lo que antecede, Dios, desde antes de la fundación del mundo, por su presciencia o conocimiento anticipado, escoge a todos los que han de ser salvos, y los llama eficazmente mediante su Palabra, en algún momento del tiempo de sus vidas, para convertirlos, es decir, darles el arrepentimiento y la fe, justificarlos mediante el sacrificio expiatorio de su Hijo, adoptarlos como hijos, y predestinarlos para que “fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo” (Ro. 8:29). Ahora veamos el contexto dónde se inserta esta parte intermedia del v.29:
Romanos 8:28-30: Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados. (29) Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. (30) Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó.
Esta es la doctrina fundamental de nuestra fe cristiana, que por eso se reitera en la Epístola a los Efesios, expresada de forma ligeramente diferente, para complementarla debidamente:
“[…] El Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, (4) según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, (5) en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad, (6) para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado, (7) en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia, (8) que hizo sobreabundar para con nosotros en toda sabiduría e inteligencia, (9) dándonos a conocer el misterio de su voluntad, según su beneplácito, el cual se había propuesto en sí mismo, (10) de reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra. (11) En él asimismo tuvimos herencia, habiendo sido predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad, (12) a fin de que seamos para alabanza de su gloria, nosotros los que primeramente esperábamos en Cristo. (13) En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, (14) que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria.” (Efesios 1:3-14)
Notemos que Dios nos escogió con un propósito fundamental: para que fuésemos santos y sin mancha delante de Él, (Ef. 1:4) o bien, “para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo” (Ro. 8:29).
A esto mismo se refirió Jesucristo cuando dijo: “Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere; y yo le resucitaré en el día postrero” (Jn. 6:44); y esta es la Gran Verdad Revelada que nos santifica; por eso, Jesús, en su oración sacerdotal o intercesora, oró al Padre: “Santifícalos en tu verdad; tu Palabra es verdad” (Jn. 17:17).
El poder de la Palabra de verdad
“Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación. (18) Él, de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad, para que seamos primicias de sus criaturas.” (Stg. 1:17-18)
1 Pedro 1:3-9: Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos, (4) para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros, (5) que sois guardados por el poder de Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero. (6) En lo cual vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas, (7) para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo, (8) a quien amáis sin haberle visto, en quien creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso; (9) obteniendo el fin de vuestra fe, que es la salvación de vuestras almas.
“Habiendo purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad, mediante el Espíritu, para el amor fraternal no fingido, amaos unos a otros entrañablemente, de corazón puro; (23) siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre. (24) Porque: Toda carne es como hierba, Y toda la gloria del hombre como flor de la hierba. La hierba se seca, y la flor se cae; (25) Mas la palabra del Señor permanece para siempre. Y esta es la palabra que por el evangelio os ha sido anunciada.” (1 P. 1:22-25)
Por lo tanto, el Espíritu Santo es el que añade a nuestra naturaleza humana original con la que todos nacemos físicamente, la naturaleza espiritual, que es el nuevo nacimiento/regeneración o resucitación espiritual (Jn. 5:24; cf. Ef. 2:4-7); a esto mismo se refirió Jesús con las palabras clave que pronunció: “Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (Jn. 3:6); es decir, “todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás. Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús” (Ef. 2:3-6).
“Los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos” (1 Corintios 1:2)
Cuando recibimos el renacimiento o resurrección espiritual es cuando se nos capacita para recibir a Cristo, a “creer en su nombre”, y, entonces es cuando se nos da “potestad de ser hechos hijos de Dios”; lo que significa no ser “engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios.” (Jn. 1:12-13). “En esa voluntad [la de Dios] somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre. […] [el cual] “habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, […] con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados” (Heb. 10:10,12,14). Esta es la santificación completa y perfecta que Jesucristo obtuvo para cada uno de los que depositan su fe en Él, y es lo que nos dará acceso a su Reino, previa la glorificación de nuestro ser.
De ahí que el apóstol Pablo se dirija a los cristianos de la iglesia de Corinto, como “Los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos” (1 Corintios 1:2); es decir, están ya santificados desde el momento que fueron “renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre” (1 P. 1:23); “Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable; (10) vosotros que en otro tiempo no erais pueblo, pero que ahora sois pueblo de Dios; que en otro tiempo no habíais alcanzado misericordia, pero ahora habéis alcanzado misericordia” (1 P. 2:9-10).
No obstante, puesto que nadie ha alcanzado la perfecta santidad, se nos sigue mandando “como aquel que os llamó [Dios] es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; (16) porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo.” (1 P. 1: 15-16)
El fruto del cristiano: la santificación
Cuando nacemos a esa vida o naturaleza espiritual que Dios implanta en nosotros, empieza el proceso de santificación del cristiano: “Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna. (23) Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro.” (Romanos 6: 22, 23). Entonces es cuando se cumple la promesa de nuestro Señor: “La verdad os hará libres” (Jn. 8:32); y “gracias a Dios, que aunque erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquella forma de doctrina [se refiere a las Buenas Nuevas de Salvación en Cristo] a la cual fuisteis entregados; (18) y libertados del pecado, vinisteis a ser siervos de la justicia” (Ro. 6:17-18).
Sin embargo, ahora “que hemos muerto al pecado, […] que hemos sido bautizados en Cristo Jesús,…bautizados en su muerte,…sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo” (Ro. 6:2-4), se nos manda que “andemos en vida nueva” (Ro. 6:2-.4); “sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él [Cristo], para que el cuerpo del pecado sea destruido [nuestro ser carnal pecaminoso], a fin de que no sirvamos más al pecado.” (Ro. 6:6). Es decir, si realmente estamos en Cristo, como nuevas criaturas (2 Co. 5:17) –puesto que Él fue crucificado por nuestros pecados en nuestro lugar– debemos corresponder eligiendo crucificar nuestro yo egoísta, “la carne con sus pasiones y deseos” (Gá. 5:25), hasta poder decir como el apóstol Pablo: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí.” (Gá. 2:20).
Solo entonces daremos “el fruto del Espíritu [que] es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, (23) mansedumbre, templanza; … (24) [Porque] los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos. (25) Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu. (26) No nos hagamos vanagloriosos, irritándonos unos a otros, envidiándonos unos a otros.” (Gálatas 5:22-26).
No debemos olvidar que ahora que “ [hemos] sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, [tenemos] por [nuestro] fruto la santificación, y como fin, la vida eterna” (Ro. 6:22); pero esto lo alcanzaremos solo si decididamente nos esforzamos en conseguirlo, ejercitando nuestra voluntad para elegir obedecer la Palabra de Dios, mediante su estudio diario y oración fervorosa a Dios, para que su Santo Espíritu nos proporcione el crecimiento en santidad, que precisemos en cada momento, para hacer frente al poder de nuestra naturaleza pecaminosa que permanecerá hasta el fin de nuestras vidas. “Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios” (2 Corintios 7:1); solo de esta forma seremos capaces de crecer en santidad diariamente y cumplir así el mandamiento: “Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne. (17) Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis.” (Gá 5:16).
La obra de santificación del Espíritu Santo es un proceso que se extiende durante toda la vida del cristiano; y se crece en santidad solo con el estudio de Su Palabra, la meditación en ella y la oración diaria, obedeciéndola en todo; es decir, como nos dice el apóstol Santiago: “sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores” ( Stg. 1:22)
Santiago 1:19-27: Por esto, mis amados hermanos, todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para airarse; (20) porque la ira del hombre no obra la justicia de Dios. (21) Por lo cual, desechando toda inmundicia y abundancia de malicia, recibid con mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar vuestras almas. (22) Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos. (23) Porque si alguno es oidor de la palabra pero no hacedor de ella, éste es semejante al hombre que considera en un espejo su rostro natural. (24) Porque él se considera a sí mismo, y se va, y luego olvida cómo era. (25) Mas el que mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, éste será bienaventurado en lo que hace. (26) Si alguno se cree religioso entre vosotros, y no refrena su lengua, sino que engaña su corazón, la religión del tal es vana. (27) La religión pura y sin mácula delante de Dios el Padre es esta: Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha del mundo.
Por eso la Palabra de Dios reiteradamente nos exhorta:
“En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad.” (Ef. 4:22-24)
Colosenses 3:1-4: Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. (4) Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria.
Colosenses 3:5-17: Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría; (6) cosas por las cuales la ira de Dios viene sobre los hijos de desobediencia, (7) en las cuales vosotros también anduvisteis en otro tiempo cuando vivíais en ellas. (8) Pero ahora dejad también vosotros todas estas cosas: ira, enojo, malicia, blasfemia, palabras deshonestas de vuestra boca. (9) No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos, (10) y revestido del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno, (11) donde no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro ni escita, siervo ni libre, sino que Cristo es el todo, y en todos. (12) Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia; (13) soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros. (14) Y sobre todas estas cosas vestíos de amor, que es el vínculo perfecto. (15) Y la paz de Dios gobierne en vuestros corazones, a la que asimismo fuisteis llamados en un solo cuerpo; y sed agradecidos. (16) La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros, enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría, cantando con gracia en vuestros corazones al Señor con salmos e himnos y cánticos espirituales. (17) Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él
“Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. (2) No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.” (Romanos 12:1-2)
Hebreos 12: 14: Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor.
5. Conclusión
La santificación se inicia con el nuevo nacimiento del ser humano natural (1 Co. 2:14-16); este renacimiento/regeneración o resucitación espiritual (Jn. 5:24; Ef. 2:4-6) consiste en que el Espíritu Santo, por medio de su Palabra, nos hace surgir a una nueva naturaleza espiritual, que convivirá con la carnal, de manera que ésta irá paulatinamente perdiendo su poder y decreciendo, hasta que predomine “la nueva criatura” en Cristo (2 Co. 5:17); este ser espiritual “creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad” (Ef. 4:22-24), “ha sido libertado del pecado y hecho siervo de Dios, tiene por fruto la santificación, y como fin, la vida eterna” (Ro. 6:22); por eso, se nos exhorta reiteradamente “Haced morir, pues, lo terrenal” (Col. 3:5), “despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad” (Ef. 4:22-24); y debemos creer que todo ello ha sido posible y se fundamenta en “que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con Cristo, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado” (Ro. 6:6); porque este es el fundamento de nuestra justificación y salvación: “Cristo murió por nosotros” (Ro. 5:8); “Cristo murió por nuestros pecados” (1 Co. 15:3), “quien llevó Él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados” (1 P. 2:24).
Jesucristo, después que le dijo a Nicodemo que “el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Jn. 3:3), explicó que el nuevo nacimiento era semejante o análogo al nacimiento físico, porque Él dijo: “Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es.” (Juan 3:6); es decir, la humanidad solo puede engendrar seres carnales, y la Divinidad es la que engendra al ser espiritual; al igual que uno nace físicamente sin que haya intervención alguna por parte de la criatura nacida, así es también el nacimiento espiritual, en el que no interviene voluntad humana alguna” (véase Jn. 1:12-13)
“Mas a todos los que le recibieron [a Cristo], a los que creen en su nombre [Cristo], les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios.” (Juan 1:12-13)
Por tanto, el nuevo nacimiento es obra entera del Espíritu Santo por medio de la Palabra de Dios (Jn. 3:5; 17:17; 2 Ts. 2: 13,14; Stg. 1:18, 21; 1 P. 1:23-25).
Juan 3:3,5,6: Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios. […] (5) Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. (6) Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es.
Juan 17:17: Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad.
2 Tesalonicenses 2:13-14: Pero nosotros debemos dar siempre gracias a Dios respecto a vosotros, hermanos amados por el Señor, de que Dios os haya escogido desde el principio para salvación, mediante la santificación por el Espíritu y la fe en la verdad, (14) a lo cual os llamó mediante nuestro evangelio, para alcanzar la gloria de nuestro Señor Jesucristo.
Santiago 1:18-22: Él [Dios], de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad, para que seamos primicias de sus criaturas. (19) Por esto, mis amados hermanos, todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para airarse; (20) porque la ira del hombre no obra la justicia de Dios. (21) Por lo cual, desechando toda inmundicia y abundancia de malicia, recibid con mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar vuestras almas. (22) Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos.
1 Pedro 1:22-24: Habiendo purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad, mediante el Espíritu, para el amor fraternal no fingido, amaos unos a otros entrañablemente, de corazón puro; (23) siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre. (24) Porque: Toda carne es como hierba, Y toda la gloria del hombre como flor de la hierba. La hierba se seca, y la flor se cae; (25) Mas la palabra del Señor permanece para siempre. Y esta es la palabra que por el evangelio os ha sido anunciada.
Es importante que recordemos siempre lo que el nuevo nacimiento representa para nuestras vidas:
“Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna. (23) Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro.” (Ro. 6:22)
Sin embargo, también necesitamos saber que, aunque “la salvación pertenece a nuestro Dios” (Ap. 7:10), “sin la santidad nadie verá al Señor” (Heb. 12:14).
De ahí las reiteradas exhortaciones que nos proporciona la Palabra de Dios:
“Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios” (2 Co. 7:1).
“Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados. (2) Y andad en amor, como también Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante. (3) Pero fornicación y toda inmundicia, o avaricia, ni aun se nombre entre vosotros, como conviene a santos; (4) ni palabras deshonestas, ni necedades, ni truhanerías, que no convienen, sino antes bien acciones de gracias. (5) Porque sabéis esto, que ningún fornicario, o inmundo, o avaro, que es idólatra, tiene herencia en el reino de Cristo y de Dios. (6) Nadie os engañe con palabras vanas, porque por estas cosas viene la ira de Dios sobre los hijos de desobediencia. (7) No seáis, pues, partícipes con ellos. (8) Porque en otro tiempo erais tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor; andad como hijos de luz (9) (porque el fruto del Espíritu es en toda bondad, justicia y verdad), (10) comprobando lo que es agradable al Señor. (11) Y no participéis en las obras infructuosas de las tinieblas, sino más bien reprendedlas; (12) porque vergonzoso es aun hablar de lo que ellos hacen en secreto. (13) Mas todas las cosas, cuando son puestas en evidencia por la luz, son hechas manifiestas; porque la luz es lo que manifiesta todo. (14) Por lo cual dice: Despiértate, tú que duermes, Y levántate de los muertos, Y te alumbrará Cristo. (15) Mirad, pues, con diligencia cómo andéis, no como necios sino como sabios, (16) aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos. (17) Por tanto, no seáis insensatos, sino entendidos de cuál sea la voluntad del Señor. (18) No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu, (19) hablando entre vosotros con salmos, con himnos y cánticos espirituales, cantando y alabando al Señor en vuestros corazones; (20) dando siempre gracias por todo al Dios y Padre, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo.” (Efesios 5:1-20)
“En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad.” (Ef. 4:22-24)
Colosenses 3:1-4: Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. (4) Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria.
Colosenses 3:5-17: Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría; (6) cosas por las cuales la ira de Dios viene sobre los hijos de desobediencia, (7) en las cuales vosotros también anduvisteis en otro tiempo cuando vivíais en ellas. (8) Pero ahora dejad también vosotros todas estas cosas: ira, enojo, malicia, blasfemia, palabras deshonestas de vuestra boca. (9) No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos, (10) y revestido del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno, (11) donde no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro ni escita, siervo ni libre, sino que Cristo es el todo, y en todos. (12) Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia; (13) soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros. (14) Y sobre todas estas cosas vestíos de amor, que es el vínculo perfecto. (15) Y la paz de Dios gobierne en vuestros corazones, a la que asimismo fuisteis llamados en un solo cuerpo; y sed agradecidos. (16) La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros, enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría, cantando con gracia en vuestros corazones al Señor con salmos e himnos y cánticos espirituales. (17) Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él
“Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. (2) No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.” (Romanos 12:1-2)
Tengamos por ciertísimo que solo creceremos en santidad si decididamente nos esforzamos en conseguirlo, ejercitando nuestra voluntad para elegir obedecer la Palabra de Dios, mediante su estudio diario y oración fervorosa a Dios, para que su Santo Espíritu nos proporcione el crecimiento en santidad, que precisemos en cada momento, para hacer frente a los deseos de nuestra naturaleza pecaminosa, la cual permanecerá hasta el fin de nuestras vidas, pero que debe ir muriendo y decreciendo su poder. “Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne. (17) Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis. Pero si sois guiados por el Espíritu, no estáis bajo la ley. (19) Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, (20) idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, (21) envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios.” (Gá. 5:16-21); solo de esta forma seremos capaces de crecer en santidad diariamente, y, al cumplir el mandamiento, daremos “el fruto del Espíritu [que] es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, (23) mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley. (24) Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos. (25) Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu.” (Gá 5:22-25).
Ahora necesito confesar que la lectura de un libro titulado Disciplinas espirituales para la vida cristiana, de Donald S. Whitney, que me recomendó un hermano, me ha resultado muy edificante para crecer en santidad. A mi vez, lo recomiendo a todos mis lectores, porque me ha parecido muy buen libro dado que enseña las disciplinas espirituales para crecer en la piedad (1 Timoteo 4:7-8: “Ejercítate en la piedad”), y ser más semejantes a Jesucristo.
Algunas de las disciplinas espirituales que aborda esta obra son:
Descripción de varios métodos y formas para la asimilación de la Biblia, entre ellos la meditación en la Palabra de Dios, La oración, La adoración, La evangelización, El servicio, La mayordomía, El ayuno, Escribir un diario, en el que se reconoce a Dios las grandes cosas que Él ha hecho en nuestras vidas, etc.
Cito a continuación unos párrafos que he seleccionado del citado libro.
“El avance en la vida cristiana no viene solamente por la obra del Espíritu Santo ni solamente por nuestras obras, sino por nuestra respuesta a la gracia que el Espíritu Santo inicia y sostiene.” (11) (Whitney, p.291)
“Uno de los pasajes más conocidos del Nuevo Testamento acerca de la realidad de la lucha espiritual se relaciona con nuestra batalla contra la carne, esa tendencia permanente que sentimos hacia el pecado. La cruda realidad de Gálatas 5:17 (RVR60) es que «el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis». A veces, obedecer a Dios no representa ningún problema. Hay momentos en que el mayor gozo es entrar a la Palabra de Dios. De vez en cuando uno tiene experiencias de oración que desearía que jamás terminaran. Aun así, muchas veces es una batalla involucrarse en cualquier Disciplina Espiritual. El Espíritu lo motivará a usted a parecerse más a Cristo y a practicar las Disciplinas, y su carne se alzará desafiante. Esto es porque «éstos se oponen entre sí». Sin embargo, aunque disciplinarse a usted mismo sea a menudo difícil e incluya lucha, la autodisciplina no es autocastigo. Es, en cambio, un intento de hacer lo que, motivado por el Espíritu, usted realmente quiere hacer. La lucha se da cuando «el deseo de la carne es contra el Espíritu […] para que no [haga] lo que [quisiera]». En lugar de pensar en entrar en esta batalla como una forma de autocastigo, es más acorde a las Escrituras percibir la práctica de las Disciplinas Espirituales como una manera de «[sembrar] para el Espíritu» como nos anima Gálatas 6:8 (LBLA). Pero la verdad bíblica que la carne lanza su deseo contra el Espíritu afirma la realidad que, mientras estemos en este cuerpo, ninguna experiencia espiritual nos liberará permanentemente de la tensión de la carne contra el Espíritu.” (12) (Whitney, p.292)
“Observe en 2 Pedro 1:6 cómo se conecta la perseverancia a la disciplina, o el dominio propio, con la piedad: «al dominio propio, perseverancia, y a la perseverancia, piedad» (LBLA). Sin perseverancia entre ambas, la relación entre la piedad y la práctica autocontrolada de las Disciplinas Espirituales es como una conexión deficiente entre una batería cargada y una bombilla. La luz parpadea irregularmente y sin máximo beneficio.” (13) (Whitney, p.293)
“Hacer lo que Dios más quiere, es decir, amarlo con todo su corazón, alma, mente y fuerza, y amar a su prójimo como a usted mismo (vea Marcos 12:29-31) no puede hacerse en su tiempo libre.” (14) (Whitney, p.296)
“Una de las maneras más seguras de que alguien en efecto se aferra a Cristo es su deseo cada vez más profundo de conocerlo mejor y de parecerse tanto a él como sea posible. Esto es la piedad, y los discípulos genuinos de Jesús la persiguen apasionadamente. Así como el único camino a Dios es a través de Cristo, también el único camino a la piedad es mediante la práctica de las Disciplinas Espirituales centrada en Cristo. ¿Se disciplinará a sí mismo «para la piedad»? ¿Cuándo y dónde comenzará?” (15) (Whitney, p.298)
“La Biblia se refiere a tres objetos generales de meditación. El que se menciona mucho más seguido que los otros es la meditación sobre el contenido mismo de las Escrituras. Un segundo objeto de meditación son las obras de Dios, que incluyen ampliamente su creación y su providencia. Si bien no necesitamos tener una Biblia en nuestras manos para contemplar la gloria de Dios durante un atardecer, o su creatividad en una flor, nuestra meditación sobre la creación siempre debería estar informada por las Escrituras. La providencia de Dios puede percibirse hasta cierto grado en circunstancias, pero nuestro entendimiento limitado de sus caminos debe ser guiado por su Palabra. Tercero, la Biblia habla de la meditación sobre los atributos de Dios. Y si bien podemos intentar interpretarlos de algún modo a través de las obras de Dios, estos son revelados infaliblemente solo en las Escrituras. Mi objetivo es mostrarle que la Biblia no limita el alcance de la meditación a la Biblia misma. Sin embargo, toda meditación debería enfocarse en lo que se revela en las Escrituras o debería estar informada por las Escrituras.” (16) (Whitney, p.302)
Una forma cotidiana en la que se hará evidente el grado de santidad que hayamos alcanzado es por la clase de palabras con las que nos comunicamos cada día con nuestros semejantes. Como dijo Jesús: “cada árbol se conoce por su fruto; pues no se cosechan higos de los espinos, ni de las zarzas se vendimian uvas. El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca lo bueno; y el hombre malo, del mal tesoro de su corazón saca lo malo; porque de la abundancia del corazón habla la boca” (Lc. 6:44-45).
A este respecto, son muy importantes los consejos que nos dan los apóstoles Pablo y Santiago:
“Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes” (Ef. 4:29)
La lengua
Santiago 3:1-6,8-10: Hermanos míos, no os hagáis maestros muchos de vosotros, sabiendo que recibiremos mayor condenación. (2) Porque todos ofendemos muchas veces. Si alguno no ofende en palabra, éste es varón perfecto, capaz también de refrenar todo el cuerpo. (3) He aquí nosotros ponemos freno en la boca de los caballos para que nos obedezcan, y dirigimos así todo su cuerpo. (4) Mirad también las naves; aunque tan grandes, y llevadas de impetuosos vientos, son gobernadas con un muy pequeño timón por donde el que las gobierna quiere. (5) Así también la lengua es un miembro pequeño, pero se jacta de grandes cosas. He aquí, ¡cuán grande bosque enciende un pequeño fuego! (6) Y la lengua es un fuego, un mundo de maldad. La lengua está puesta entre nuestros miembros, y contamina todo el cuerpo […] (8) pero ningún hombre puede domar la lengua, que es un mal que no puede ser refrenado, llena de veneno mortal. (9) Con ella bendecimos al Dios y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, que están hechos a la semejanza de Dios. (10) De una misma boca proceden bendición y maldición. Hermanos míos, esto no debe ser así.
La obra de santificación del Espíritu Santo es un proceso que se extiende durante toda la vida del cristiano; y se crece en santidad solo con el estudio de Su Palabra, la meditación en ella y la oración diaria, obedeciéndola en todo; es decir, como nos dice el apóstol Santiago: “sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores”( Stg. 1:22)
Santiago 1:19-27: Por esto, mis amados hermanos, todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para airarse; (20) porque la ira del hombre no obra la justicia de Dios. (21) Por lo cual, desechando toda inmundicia y abundancia de malicia, recibid con mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar vuestras almas. (22) Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos. (23) Porque si alguno es oidor de la palabra pero no hacedor de ella, éste es semejante al hombre que considera en un espejo su rostro natural. (24) Porque él se considera a sí mismo, y se va, y luego olvida cómo era. (25) Mas el que mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, éste será bienaventurado en lo que hace. (26) Si alguno se cree religioso entre vosotros, y no refrena su lengua, sino que engaña su corazón, la religión del tal es vana. (27) La religión pura y sin mácula delante de Dios el Padre es esta: Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha del mundo.
Espero que todo ello sea de edificación en la fe para el lector y quedo a su disposición en lo que pueda servirle.
Afectuosamente en Cristo
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Carlos Aracil Orts
Referencias bibliográficas
*Las referencias bíblicas están tomadas de la versión Reina Valera de 1960 de la Biblia, salvo cuando se indique expresamente otra versión. Las negrillas y los subrayados realizados al texto bíblico son nuestros.
Abreviaturas frecuentemente empleadas:
AT = Antiguo Testamento
NT = Nuevo Testamento
AP = Antiguo Pacto
NP = Nuevo Pacto
Las abreviaturas de los libros de la Biblia corresponden con las empleadas en la versión de la Biblia de Reina-Valera, 1960 (RV, 1960)
pp, pc, úp referidas a un versículo bíblico representan «parte primera, central o última del mismo».
Abreviaturas empleadas para diversas traducciones de la Biblia:
BNP: La Biblia de Nuestro Pueblo
DHH L 1996: Biblia Dios Habla Hoy de 1996
NBJ: Nueva Biblia de Jerusalén, 1998.
BJ: Biblia de Jerusalén
BTX: Biblia Textual
Jünemann: Sagrada Biblia-Versión de la LXX al español por Guillermo Jüneman
N-C: Sagrada Biblia- Nacar Colunga-1994
JER 2001: *Biblia de Jerusalén, 3ª Edición 2001
BLA95, BL95: Biblia Latinoamericana, 1995
LBLA: La Biblia de las Américas
NVI 1999: Nueva Versión Internacional 1999
RV: Biblia Reina Valera
Bibliografía citada
(1) MacArthur, John. Comentario MacArthur Nuevo Testamento de 1 Pedro a Judas, p.31, © 2017 por Editorial Portavoz, filial de Kregel Inc., Grand Rapids, Michigan 49505.
(2) Ibíd., p. 30
(3) Ibíd., p. 28
(4) Bonnet, L. y Schroeder, A. Comentario bíblico de Nuevo Testamento, tomo-IV, p. 220
(5) Ibíd., p. 222
(6) Ibíd., p. 223
(7) MacArthur, John y Mayhue, Richard. Teología sistemática © 2018 por Editorial Portavoz, filial de Kregel Inc., Grand Rapids, Michigan 49505. Se publica esta edición con el permiso de Crossway, p.776.
(8) MacArthur, John. Comentario MacArthur Nuevo Testamento de 1 Pedro a Judas, p.111, © 2017 por Editorial Portavoz, filial de Kregel Inc., Grand Rapids, Michigan 49505
(9) Ibíd., p.115
(10) Ibíd., p.115
(11) Whitney, Donald S., Disciplinas espirituales para la vida cristiana, Un recurso de NavPress. Edición en español © 2016 por Tyndale House Publishers, Inc., con permiso de NavPress., p. 291
(12) Ibíd., p. 292
(13) Ibíd., p. 293
(14) Ibíd., p. 296
(15) Ibíd., p. 298
(16) Ibíd., p.302
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Alicante, septiembre de 2023
Carlos Aracil Orts